Un beso

* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * *

Habían pasado otros dos meses más, pero estos habían sido los mejores de mi vida. Merlí me había permitido cuidar de nuestro hijo mientras ella trabajaba y aquello estaba siendo la mejor experiencia que he tenido jamás.

Había dejado todo a cargo de Maxwell hasta que Ramsés regresara. Solo solía ir al Punto Rojo por las noches del sábado para organizar algunas cosas, ya que los domingos los quería libres para estar el mayor tiempo posible no solo con Maximiliano, sino con su hermosa madre y el amor de mi vida.

Tenía que aceptarlo, estaba perdidamente enamorado de aquella hermosa mujer que había cautivado mi corazón desde el primer instante, sino que yo no me había dado cuenta hasta ahora.

—Sí, hijo. Tu madre era la mujer más testaruda que había conocido hasta entonces… y la que conozco hasta ahora —señalo bromista; y él sonríe—. ¿Te han dicho que eres el bebé más guapo del mundo, campeón? Tienes la sonrisa de tu madre; tienes suerte porque… es la más hermosa que pueda existir.

Le doy un beso y lo cargo en brazos.

—Llegó la hora. Vamos al colegio; hay que sorprender a mamá en su salida. Estará contenta de verte —señalo; y sin más, salgo de la casa para ir al lugar en el que trabajaba Merlí.

Voy caminando y llego a tiempo. Una maestra muy amable me deja entrar al colegio para verla y darle la sorpresa, lo cual agradecí mucho. Voy hacia el salón en el que ella trabajaba mientras hablaba con nuestro hijo.

—Sí, tu mamá es una gran mujer. Muy trabajadora y… todos aquí la aman, lo cual me hace sentir un poco celoso, pero son niños. Debo preocuparme cuando sean padres —preciso divertido; y me doy cuenta de que he llegado al salón.

Sin embargo, me detengo al ver a un hombre acercársele demasiado. Me pongo serio al instante y me quedo observando la escena. No iba a dejar que los elos me ganasen y que ello arruinara todo el avance que había tenido, aunque era pequeño, pero… muy valioso para mí.

—Por favor, profesor Greston.

—Profesora Merlí, solo la estoy invitado a cenar. ¿Qué hay de malo en ello?

—No puedo. Ahora, si me lo permite, debo retirarme.

—¿Va a la pastelería? Puedo llevarla.

—No gracias. Vienen por mí.

—¿Quién? Que yo sepa, no tiene familia —precisa; y eso me molesta; y a ella también, lo noto claramente en su gesto.

—PERMISO, PROFESOR —dice molesta; pero el tipo se opone—. Profesor, PERMISO.

—Sé que deja a su hijo en la guardería del pueblo.

—MUÉVASE, PROFESOR —ordena molesta, pero el tipo no le hace caso.

—Profesora, Merlí…

—QUE SE MUEVA HE DICHO —grita y viene hacia la puerta.

Sin embargo, el hombre la toma bruscamente y la arrincona contra una pared del salón de juegos.

En ese momento, mi sangre hierve por todas mis venas y sin pensarlo más, entro al lugar y golpeo al tipo con uno de mis puños.

—¡Maximiliano!

—¡¿PERO QUIÉN SE CREE QUE ES USTED?!

—Toma a nuestro hijo y sal de aquí, Merlí.

—Maximiliano, por favor.

—SAL DE AQUÍ, MERLÍ.

—¿Su hijo? ¿Usted…, usted es el padre?

—Sí…, SOY EL PADRE... Y TAMBIÉN SOY EL ESPOSO —afirmo furioso al darle otro golpe que lo hace caer.

—¡CONMIGO NADIE SE METE! ¡USTED NO SABE QUIÉN SOY YO! ¡NO SOLO SOY PROFESOR! ¡SOY DIRECTOR DE ESTE COLEGIO Y, DESDE AHORA, USTED FERNAND, ESTÁ DESPEDIDA!

—¡USTED NO LA DESPIDE! —arremeto y le doy otro golpe.

—¿CREE QUE NO ME SÉ DEFENDER? —reta—. VOY A HACER QUE SE ARREPIENTA DE HABERME GOLPEADO —promete; y pretende golpearme, pero lo esquivo y tomo sus brazos para hacerlo caer al piso y golpearlo sin parar.

—¡Maximiliano! ¡Maximiliano! ¡Maximiliano, ya para por favor! ¡Lo vas a m atar! ¡MAXIMILIANO! —grita más fuerte; y me detengo.

Al hacerlo, me doy cuenta de que el rostro del tipo se encuentra cubierto de san gre y, a nuestro alrededor, muchas personas se han detenido a ver el espectáculo. De pronto, escucho el llanto de mi hijo y miro hacia Merlí.

—Maximiliano, por favor, vámonos —susurra muy nerviosa; y yo me pongo de pie para abrazarla.

—Perdóname…, perdóname, pero no pude evitarlo.

—Vámonos por favor.

—Está bien…, está bien —contesto muy serio al tomar la maleta de mi hijo del piso.

Luego, tomo a mi pequeño hijo en brazos y abrazo a Merlí para tranquilizarla.

—Tranquila…, tranquila…

—No…, no saben con quién se han metido… —escucho al tipo y me giro a verlo.

—Usted…, usted no sabe con quién se ha metido.

—Maximiliano, por favor —interviene Merlí; y yo la miro a sus ojos (los cuales me rogaban porque no tomara cartas en el asunto con el tipo) —. Por favor… —suplica una vez más; y yo exhalo con molestia; no por ella, sino porque el tipo no obtendría su verdadero merecido.

—¡SE VAN A ARREPENTIR! ¡HARÉ QUE LOS BOTEN DE ESTE PUEBLO!

—CÁLLESE —ordeno al mirarlo a sus ojos; y este se intimida.

“Otro cobarde!, pienso en silencio sin quitar mi mirada de la suya.

—No lo quiero ver mañana por aquí. En este momento, regresa a donde sea que viva y recoge sus cosas para largarse de este pueblo. Mi esposa no dejará de trabajar aquí porque usted lo quiera, sino cuando ella lo decida…

—¡¿PERO QUIÉN SE HA CREÍDO?! ¡USTEDES NO SON NADIE!

—Le estoy dando una oportunidad. Sea inteligente, no la desaproveche.

—¡USTEDES ESTÁN LOCOS SI PIENSAN QUE YO ME IRÉ! ¡SERÁN USTEDES LOS QUE SE IRÁN!

—No lo quiero ver mañana aquí. Es todo lo que diré. Agradezca a mi esposa que no hago más.

—Están locos. Su mujer está loca —insulta; y yo quiero volver a golpearlo, pero Merlí me detiene,

—Merlí…

—Por favor, vámonos de aquí. Ya no quiero estar en la escuela un segundo más.

—Merlí…

—Por favor, Maximiliano —susurra nerviosa; y aquello me provoca querer seguir golpeando al hombre.

—Está bien…, pero iremos a casa. No puedes ir hoy a la pastelería así.

—Vámonos por favor —pide una vez más; y yo procedo a sacarla del lugar.

Llamo a uno de mis hombres y nos recogen para llevarnos a casa. Al llegar ahí, llevo a Merlí y nuestro hijo a su habitación. Acuesto a ambos y preparo un té tranquilizante para ella.

—Dime que era la primera vez que ese tipo hacía eso…

—Maximiliano.

—Dímelo, Merlí.

—Si no fuese así, ¿qué harías?

—Iría a acabarlo a golpes ahora mismo.

—Maximiliano…

—Te hizo daño…, te incomodó, Merlí.

—Creí que podía manejarlo.

—¿Por qué no me contaste?

—Porque no quería que lo molieras a golpes.

—El tipo se lo merecía.

—Estoy despedida.

—Claro que no, Merlí. Puedes trabajar ahí si aún quieres. Yo me encargo de eso.

—Maximiliano.

—Por favor, no quiero que vuelvas a ocultar algo como eso.

—Está bien —musita muy suave; y yo me acerco para abrazarla.

Ella se deja y suelta un suave suspiro mientras yo solo sigo acariciando su espalda.

—Gracias, Maximiliano

—¿Por qué?

—Por siempre estar para mí cuando lo necesito. Como aquella noche en ese bar donde… nos conocimos, ¿lo recuerdas?

—Sí, lo recuerdo, aunque no quisiera.

—¿Por qué?

—Porque no te defendí como debía.

—Me salvaste de ese tipo asqueroso; eso es lo que importa para mí. Y hoy…, hoy me volviste a salvar de un acosador.

—Merlí…

—Gracias, Maximiliano…

—Te amo… —le recuerdo; y ella se queda en silencio.

—Han pasado ya dos meses…

—Sí…, no parece —musito; y ella sonríe al mirarme.

—Gracias por cuidar a nuestro hijo. Lo has estado haciendo muy bien.

—Te extraña mucho…

—Y yo a él…

—Yo también te extraño —confieso; y ella mira cuando, inesperadamente, lleva una de sus manos a mis labios y comienza a recorrer todo mi rostro con los dedos de aquella—. Merlí —susurro al cerrar mis ojos para disfrutar de sus caricias.

—No quiero sentir miedo, Maximiliano.

—Puedes confiar en mí, Merlí. Te lo demostraré…

—Me lo estás demostrando, pero, extrañamente, eso me hace sentir más miedo.

—¿Por qué?

—Porque hace que me enamore más de ti…, así que mi miedo se hace más grande algún modo; es… muy difícil de explicar.

—Quiero acabar con tus miedos, Merlí.

—Maximiliano…

—Quiero acabar con tus miedos…, mi amor…

—Y yo…, yo quiero que acabes con mis miedos, Maximiliano —confiesa; y me sonríe.

Luego, sin esperarlo, se acerca a mí y me regala aquello que llegaba ansiando muchos meses: un beso.

Evelyn Zap

¡Aquí otro capítulo más!

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