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* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *«Tiene valor», pienso cuando la veo, por las cámaras, huyendo de la casa.—Y yo tengo a unos ineptos como seguridad —musito al levantarme de mi asiento y salir de la casa para ir a la puerta principal, sin ser visto por ella.Al llegar a la entrada, la espero escondido. Quiero saber cuán ineptos son los hombres que trabajan para mí. De pronto, la veo y, segundos, después, empieza correr. Al notar su acción, decido ponerme de pie y aparecerme frente a ella.Cuando nota mi presencia, puedo observar su mirada cargada de furia y frustración; sin embargo, por extraño que parezca, no deja de correr, viene contra mí y... se estampa contra mi cuerpo para empezar a golpearme.—¡Eres malo! ¡Eres un hombre muy malo! —me golpea con sus puños—. ¡Malo! ¡Eres malo! —se empieza a descontrolar y llama la atención de los idiotas de mi personal.—Tranquilízate —le ordeno, pero no me hace caso—. Tranquilízate ya —empiezo a perder la paciencia.—¡Déjame salir! ¡Auxilio!—Me vas a hacer perder la cordura.—¡Eres un hombre vil! ¡Déjame salir! ¡Déjame volver a casa!—Esta es tu casa. Te casarás conmigo —le recuerdo muy molesto.—¡Esta no es mi casa! ¡Es una prisión! ¡No me casaré contigo! ¡Porque no te amo! ¡Déjame ir!—Eres muy ilusa —pronuncio al tomar sus muñecas para que dejara de golpearme—. El amor no existe —le digo al mirarla fijamente—, así que deja de soñar y regresa a tu habitación porque estás llamando la atención.—No voy a regresar.—Es una orden...—Tú no eres nadie para dármelas. Yo soy una mujer libre, hago lo que me plazca y lo que quiero. ¡Y lo que quiero ahora es salir! —manifiesta con mucho carácter. —Mírame, niña, no estoy para aguantar tus berrin...—¡No soy ninguna niña! ¡Tengo veintiséis años!—Pues como si tuvieras cinco eh—Déjame ir —parece amenazarme, pero no le hago caso.—Tú y tú, par de ineptos —me dirijo a dos de mis hombres—. Asegúrense de llevarla hasta su habitación y que la niñera la acueste.—¡Yo no me voy a ningún lugar! ¡Y no necesito ni una niñera! ¡No soy una niña! ¡No tengo cinco!—¡Pues como si lo parecieras! ¡Ya lo dije! —exclamo al soltarla para que mis hombres hicieran lo suyo.—¡Suéltenme, suéltenme! —les ordena.—Venga...Que para estar encerrada tienes muchas agallas en golpear a mi gente.—No soy tonta, me necesitas...—Puedo conseguir cualquier esposa.—Sí, se nota —comenta sarcástica; y eso me molesta.—Llévensela de una vez —ordeno; y ellos hacen lo suyo.—Señor —se acerca el jefe de seguridad.—Me encargaré de ti y tu gente mañana. Ahora no estoy de humor —señalo y, luego de eso, me voy.** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ** * * * * * * * *Merlí * * * * * * * * * *—¡Infelices! ¡Viles! —grito cuando me han encerrado—. ¡Todos! ¡Incluso tú, niñera que no sé su nombre! La otra señora fue más amable —reclamo frustrada al renegar conmigo y desquitarme con la puerta hasta cansarme.Luego de casi una hora haciendo ruido, me callo.—Es imposible —susurro al tiempo que me siento en el piso y me recuesto sobre la puerta para empezar a pensar en mi familia—. Abuela.... —susurro y me pongo a llorar—. Te prometo que pronto iré a verte. Así tenga que hacer lo que sea—sentencio y, después de eso, solo me levanto, me dirijo a la cama y decido dormir para recuperar fuerzas.* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * MAÑANA SIGUIENTE* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *Me despierto muy temprano y espero a que alguien se aparezca, pero eso no sucede hasta las diez de la mañana.—Señorita —es la mujer que me atendió primero—, buenos días —saluda, pero no le hago caso—. El señor me dijo que tenía que bañarse, cambiarse y bajar a desayunar.—Váyase de aquí —ordeno—. Si él quiere que haga lo que dice, entonces que venga él mismo a pedírmelo.—Por favor, señorita...—Retírese. Usted es su cómplice; no la quiero aquí.—Retírese —escucho de pronto, su frívola voz.La mujer sale, dejándonos a solas, mientras que yo me mantengo en silencio para esperar a escuchar lo que venía a decirme.—Te bañarás, te cambiarás de ropa por una más decente...—Mi ropa es tan decente como el ridículo traje que traes puesto. ¿La diferencia? Los miles de euros que has de haber pagado por aquel.—Como sea —responde desinteresado—. Haz lo que te digo; necesito decirte un par de cosas.—No las haré...—Como quieras. Igual que tendrás que salir de esta habitación para casarnos.—¡Yo no me casaré contigo!—No me importa escucharte. Las indicaciones te los diré ahora o el día de la boda, como prefieras.—Estás sordo o qué. Y te dije que no me casaré conti...—La boda será en tres días. Trata de estar bien para entonces. Tienes muchas ojeras —señala y después, sin decir más, sale de la habitación, dejándome a mí... ESTUPEFACTA.** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *Bayá * * * * * * * * * * —Sabes las reglas, ¿por qué las quebrantaste? —Por la chica. Ya sabía quién era; valía mucho más que la deuda que tenía su padre. —Repito mi pregunta. ¿Por qué las quebrantaste? —Valía muchísimo más dinero, Bayá... —Escúchame bien, Rashad —lo confronto—. No se te ocurra volver a llevar otra mujer igual. —Solo fue un caso especial, Ba —Ningún caso especial, Rashad. En el negocio y las reglas no existen casos especiales, ¿entendiste? ¿o quieres que me tome la molestia de hacerte entender de manera definitiva? —amenazo; y él niega con su cabeza. —¿Dónde tienes a la chica? —Ese no es asunto tuyo. Lo que te debían ya fue saldado. —Eso me informaron —precisa al mirarme. —Vete de aquí —ordeno de pronto—. Considerando que eres el mejor de mis socios y nunca antes me has dado problemas, no haré nada más que quitarte el ingreso del mes. —Bayá... —Sabes las reglas, Rashad, ¿o quieres que me tome l
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * Arreglo mi vestido y después, solo me limito a seguir viendo por la ventana de la limusina que él y yo estábamos compartiendo. Después de la boda, solo se realizó un muy breve brindis (según él); sin embargo, para mí, fue una eternidad. Lo único que deseaba era salir de aquel lugar y correr sin parar; no obstante..., no podía hacerlo por más que quisiera. Salí de ese burdel, una boca del lobo, para caer en las garras de uno mucho peor. —¿A dónde vamos? —pregunto con neutralidad; y él me mira por breves segundos y luego..., luego solo me ignora y regresa su atención a su celular—. ¿A dónde vamos? —exijo; y aquello provoca que él guarde su celular, cruce sus piernas, extienda sus brazos sobre el fino respaldar de su asiento y, finalmente, me mire fijamente. —Te gusta hacer muchas preguntas —precisa algo fastidiado. —Fue la misma. ¿A dónde vamos? —No tengo por qué responderte... —Debes hacerlo... —Cuida la manera en la que te diriges a m
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —¿Qué harás ahora? —No lo sé. No quiero volver a esa casa, si lo que me espera es esa exasperante mujer —me quejo; y mi socio y amigo se ríe—. Ya te lo dije una vez, Ramsés, y te lo diré ahora, pero no quiero volver a repetirlo. DEJA DE BURLARTE —demando, pero en lugar de que se callara, se ríe más. —Ay, Bayá. Hoy sí que me he divertido contigo... —continúa riéndose—. Cómo me habría encantado estar en tu boda... —Tenías asuntos más importantes que hacer —aclaro serio. —De no ser por que tú eres el jefe, yo habría decidido quedarme a acompañar a mi MEJOR amigo en el momento más especial de su vida —añade jocoso. —YA DEJA EL JUEGO —ordeno molesto. —Ya, tranquilízate, hombre. Es solo diversión. —No me gusta la diversión —aclaro —¿En serio? No lo sabía —responde con sarcasmo—. Creo que, si no me lo decías, no me habría dado cuenta. —YA, RAMSÉS —repito con mayor mal humor. —Vale, vale, está bien, pero relájate, jefe —me pide divertido; y
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —¡AAAGGGGGHHHH! —me enfado y tiro el celular, terminando así por destrozarlo. —BAYÁ, TRANQUILÍZATE —demanda Ramsés. —¡¿Tranquilizarme?! ¡¿Tranquilizarme?! ¡¿Cómo pretendes que haga eso?! —¡BAYÁ! SI SIGUES ASÍ DE DESESPERADO, NO LOGRARÁS NADA. ¡DEBES TRANQUILIZARTE PARA PENSAR! —ordena; y debía admitir que tenía razón. —Vale..., vale —pronuncio al intentarlo. —Bien, así..., está bien. Tranquilízate y actuemos. Tú eres el jefe, tú mandas, pero ahora yo podría... —NO. Este asunto es mío. Ella quiere hablar conmigo. —¿Irás a donde te citó? —cuestiona serio; y yo niego con la cabeza. —JAMÁS HARÍA ESO —aclaro muy firme al mirarlo fijamente. —¿Entonces? —Entonces..., pretendo hacerle una visita sorpresa... —Bayá, recuerda que tu esposa está ahí. —LO SÉ. Y es por ella que lo haré —respondo al terminar de abrir la puerta d emi auto y subirme en él. —Bayá —escucho a mi amigo, al tiempo en que veo cómo toma el asiento de copiloto—, tu espos
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —Otro día más —susurro al salir de mi habitación, con portafolio en mano, para dirigirme a mi comedor para desayunar. —Señor, buen día — saluda mi mayordomo cuando me ve. —¿Cómo se está comportando? —La señora ha estado tranquila, señor —¿Sigue durmiendo? —pregunto serio al dirigirme al comedor—. No la he escuchado gritar —señalo algo sorprendido, pues lo que había venido haciendo los últimos días. —Sí, señor. Ayer la seño... —No digas nada. No me importa lo que haga la mujer. Con que se quede callada, me doy por servido —expreso sincero—. Hoy solo tomaré un jugo y una fruta, quiten todo lo demás que hayan puesto en la... —me quedo completamente en silencio, de manera imprevista, cuando llego al comedor y veo una mesa perfectamente servida, decorada y repleta de... muchos platos. Sin embargo, lo que había robado mi atención, más allá de la mesa, era... ella «¿Qué hacía ella aquí?» «¿Querrá presumirme su desayuno y devorarlo frente a
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —Me estás lastimando. Suéltame por favor —le pido al forcejear con él, pero no me lo permite. —Camina y deja de comportarte como una niña. —No me comporto como una niña. Si te digo que me sueltes es porque, de verdad, me estás lastimando —preciso muy seria, pero aquel no tiene contemplación alguna—. YA, SUÉLTAME... —Cuida el tono con que me hablas, que no estoy de humor como para escucharlo. —¡Suéltame! —¡Camina! —Mi brazo me está doliendo... —me quejo, pero no me hace caso. Él continúa llevándome del brazo hasta que por fin llegamos a su auto y me suelta de manera abrupta. —Vamos. Sube de una vez... —Yo no puedo ir aquí. Necesito regresar a la camioneta. Cassandra está ahí. —Mis hombres se encargarán de llevarla a su casa. ¡Sube! —exclama algo exasperado. —¡Que no! Que yo necesito ir con ella —me opongo muy firme al mirarlo fijamente; y él parece molestarse mucho más con mi respuesta. —SUBE DE UNA VEZ —pronuncia tratando de cont
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¿Se puede saber a qué estás jugando? —pregunta impaciente y fastidiado, al haber abierto mi puerta sin permiso, y entrado a mi habitación. Al parecer, el que le haya enviado, con el personal, el recado de que ya no iría a la fiesta, no le había gustado. —Se toca antes de entrar... —Es mi m*****a casa. ¿Se puede saber a qué juegas? —Yo, a nada... —No juegues con mi paciencia... —advierte muy serio; y yo sonrío levemente. —Primero, te pediré que te calmes porque no quiero que discutamos. —¿A QUÉ JUEGAS? —A nada; ya te lo dije. Cálmate; solo quiero hablar contigo. —Irás a esa fiesta. —Claro que iré —preciso; y él empieza a relajarse—, pero con una condición —agrego; y aquello provoca que su gesto adusto se recomponga. —A mí no me vengas con juegos, niña. TÚ, A MÍ, NO ME PUEDES PONER CONDICIONES. NO LAS ACEPTARÉ. —Bueno, si no aceptas la condición que te pediré, entonces no iré a la fiesta. —TEN CUIDADO CON LO QUE ME ESTÁS DICIEND
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¡Ay dios! —exclamo asustado, cuando he escuchado un fuerte ruido fuera de mi habitación. Yo me levanto, me pongo mi bata y salgo. —Señora, perdón por haberla despertado —se disculpa una mucama mientras recoge la bandeja que s ele había caído. —¿Qué pasó? ¿A dónde llevas eso? —Al cuarto del señor, señora. —¿Por qué? ¿Qué es? —Es un remedio. —¿Remedio para qué? —El señor está un poco mal, señora. —¿Qué tiene? —Creo que se debe a que... —No me lo digas; debe ser por todas las botellas que de seguro se tomó en esa boda —preciso fastidiada, ya que, si había algo que odiaba, era las personas que bebían alcohol en exceso (como mi padre). —Lamento la molestia, señora. —No te preocupes, ve a traer algo para la resaca, mucha agua y dejas la bandeja en la entrada de su habitación. Yo me hago cargo de él. —Como diga, señora —responde; y se va. Mientras tanto, yo me dirijo a su habitación y entro sin pedir permiso. —¿Dónde se metió? —me