Huida

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* * * * * * * * *Merlí * * * * * * * * * *

Después de salir de ese escalofriante lugar, me vi obligada a subir a un vehículo de color negro y lunas polarizadas que me generaba bastante desconfianza (sobre todo, por la cantidad de hombres que se subieron en él). Yo no hubiese deseado tomarlo, pero el tipo que, de alguna manera me salvó, me recordó mis opciones: subir a su vehículo o regresar al burdel para que mi compra sea concretada.

En realidad, no sabía qué era peor; sin embargo, mi mejor opción, en ese instante, fue obedecerlo, ya que no concebía la idea de regresar con aquel cerdo que me había dicho que era mi amo.

—Sözleşmeyi bitir ve geri dön. Üç gün içinde sana ihtiyacım var —decía.

Y debo confesar que yo no entendía, ni un palo, alguna palabra que pronunciaba por su celular, pero ahí estaba yo, siendo llevada a no sé dónde.

Quería gritar, pero sabía que cualquiera de los hombres que estaban a mi alrededor me callarían al instante, aparte, el camino que se había tomado era algo (por no decir "muy") desolado.

—Hoşçakal —pronuncia y después, guarda su celular.

—¿A dónde vamos? —me atrevo a preguntar, pero nadie me responde—. Necesito saber a dón...

—Cállate... —ordena frío

—¿A dónde vamos? —insisto, pero él no me hace caso.

Pretendo preguntar otra vez, hasta que me doy cuenta de que el vehículo se estaciona frente a lo parece ser una gran mansión y, luego de unos segundos, ingresa en ella.

Ya dentro de la enorme casa, me quedo anonadada ante la belleza de esta. Nunca antes había visto una igual, ni siquiera en las revistas. Esta era... muy muy grande y...

—Qué bello jardín —susurro de manera inconsciente al sonreír y apegarme a la ventana para observarlo mejor

De pronto, el vehículo se vuelve a detener y todos empiezan a bajar (yo también lo hago).

—Tú, mujer, sígueme —exige para después darme la espalda y entrar en la casa principal—. Apúrate, no voy a esperarte —pronuncia desde adentro.

Ante ello, yo me muestro temerosa sobre ingresar o no, pero, otra vez, no tenía más opción, así que lo sigo detrás. Entramos a la casa y llegamos hasta una habitación muy escondida con una puerta gigante (la cual él abre) y, sin más, entra.

—Siéntate...

—Das muchas órdenes...

—Te salvé —me recuerda adusto al tomar asiento detrás de su enorme escritorio.

—Y me estás secuestrando ahora —le respondo muy seria; y él esboza una burlona sonrisa.

Luego, solo se limita a sacar unos papeles de uno de sus cajones y los coloca frente a mí.

—¿Qué es esto?

—Tu pago de deuda...

—Yo no tengo ninguna deuda —aclaro muy seria.

—¿Entonces qué hacías en ese lugar? —cuestiona muy autosuficiente, al arquear una de sus cejas.

—Solo fui a renegociar el trato de mi padre...

—Rashad no renegocia...

—Eso es porque es un idiota —insulto; y el hombre frente a mí sonríe.

—Eso no lo discuto...

—¿Cómo? ¿Lo conoces?

—Cállate y lee —recompone su gesto adusto.

—No entiendo qué es esto —me sincero al comenzar a leer lo que había puesto delante de mí—. ¿Matrimonio? ¿Qué es esto? ¿Una broma?

—Debes pagar tu deuda...

—¡¿Qué deuda?! ¡Yo no tengo ninguna deuda! —me altero.

—¡Siéntate!

—¡No! ¡No me voy a sentar! ¡Solo quiero largarme de aquí! —exclamo al comenzar a caminar hasta la puerta para abrirla; sin embargo, cuando lo intento, no puedo—. Pero... ¡qué m****a es esto! ¿Una mala broma?

—Siéntate; no podrás abrirla.

—¡Abra la puerta de una vez!

—¡A mí nadie me da órdenes! —grita de pronto, paralizándome en el acto—. Ven aquí y siéntate —articula frívolo y, ante mi temor, lo hago—. Tu padre tuvo una deuda...

—¿Cómo que tuvo?

—Rashad...

—Eso lo sé, pero nadie me compró.

—Rashad te vendió, aunque no respetó nuestro trato de socios, pero no te preocupes —me mira fijamente—, recibirá lo que merece.

—No estoy entendiendo.

—Eras de Rashad...

—Yo no soy de nadie... —aclaro; y él sonríe.

—Eres mía ahora...

—Eso no es cierto ¡Ya déjeme volver a mi casa!

—Esta es tu casa —pronuncia algo exasperado.

—No. esta no es mi casa.

—Ni se te ocurra levantarte de esa silla

—¿Me está amenazando?

—Es un contrato de matrimonio; solo es por 12 meses. Después de eso, te podrás ir

—Sigo sin entender.

—Tu padre tiene una deuda. Hay dos maneras de pagarla. Uno —alza su dedo índice—. Paga todo lo que debe con los intereses correspondientes Y dos —añade su dedo medio—. Te casas conmigo y eres mi esposa por 12 meses. Luego, desapareces de mi vista. Te daré una buena recompensa por ello al finalizar el contrato. Te daré lo suficiente como para que puedas irte a vivir a donde quieras con tu familia y te aseguro que no tendrás la necesidad de trabajar nunca más.

—¿Qué? —musito extrañada.

—Lo que escuchaste...

—Yo no pienso aceptar algo así.

—Mmm... pues yo creo que sí... —afirma muy seguro—. Solo piénsalo bien Tendrías todo lo que una mujer quiere. Te daré dinero, tarjetas, mucha ropa, una buena habitación, un depósito mensual de un...

—¡A mí no me interesa nada de esas cosas! ¡No quiero casarme! ¡Nunca me casaría solo por un estúpido contrato!

—Ya no hay opción uno... —menciona de pronto.

—¿Qué dices?

—La deuda de tu pare quedará saldada solo si te casas conmigo...

—¡Yo no me casaré contigo!

—Eso no está en discusión

—¡Claro que no! Porque el casarme es mi decisión y no pienso hacerlo.

—Tus funciones serán sencillas. Solo deberás mostrarte feliz a mi lado; sobre todo, delante de mi padre y toda mi familia —enfatiza muy serio—. Debes serme incondicional y tendrás que desempeñar toda labor de una esposa.

—Estás demente...

—Guarda tus insultos, Reacciona y date cuenta de a quién te estás dirigiendo —ordena frívolo.

—Yo no me pienso casar.

—Lo harás

—¡No! ¡No lo haré! ¡No me pienso casar! —me paro nuevamente y regreso a la puerta para patearla y golpearla con mis puños, como un pobre intento de querer abrirla a la fuerza; sin embargo, como ya me había imaginado, nada funcionó—. Por favor, abre la puerta —suplico de pronto, cuando la desesperación se ha apoderado por completo de mí—. Por favor, ábrela —suplico nuevamente, al golpear esta con mis puños, pero, en esta ocasión, con mucho menos fuerza.

—Regresa y siéntate

—No, no quiero regresar —respondo entre sollozos al negar con mi cabeza—. ¡Abre la puerta! ¡Ayuda! —me desespero y comienzo a gritar muy, muy fuerte— ¡Ayuda! ¡Alguien que me ayude!

—¡Nadie te escuchará! ¡Ven! ¡Regresa y siéntate!

—¡Ayuda por favor! ¡Alguien! ¡me tienen secuestrada! ¡No quiero! Por favor, alguien que me ayude.

—¡Deja de gritar!

—¡Por favor, ayuda!

—¡Deja de gritar o te regreso con Rashad! ¡¿Eso quieres?! —amenaza de pronto; y, en ese instante, no aguanto más y me quiebro.

Me dejo caer de rodillas frente a la puerta y comienzo a llorar mucho más fuerte, maldiciéndome por haberme subido a aquella camioneta.

—Por favor, abran...

—Ven, levántate —escucho su voz detrás de mí, al tiempo en que siento una de sus fuertes y grandes manos tomar mi brazo.

—No, no me toques —pido temerosa; y él se aleja.

—Que nos casemos no significa que te tocaré —señala de pronto—. Solo es fingir —precisa—, pero fingir bien —parece advertir.

—¿Por qué? ¿Por qué tú interés en casarte con una desconocida?

—Ese no es asunto tuyo.

—No quiero casarme.

—No hay otra salida.

—Por favor, déjame ir —le pido suplicante al mirarlo a sus ojos, pero él desvía su mirada de mí, se aleja y vuelve a su lugar a tomar asiento—. Por favor...

—Alguien vendrá, te llevará a tu habitación. Espero que te calmes.

—Por favor, déjame salir de aquí. Prometo pagar la deuda de mi padre —digo al limpiarme las lágrimas para empezar a negociar con él.

—Te darán de cenar y luego, dormirás.

—Puedo pagarte todo, incluso los intereses.

—No sigas...

—En el tiempo que usted quiera; se lo prometo. Solo déjeme salir de aquí y lo hago...

—Está afuera —anuncia de repente y, de forma sorpresiva, la puerta se abre y entra una mujer de unos 50 años—. Llévala a su habitación, denle de cenar y luego apagan las luces.

—Sí, señor —es lo único que responde a la mujer y, luego de ello, me toma del brazo para sacarme del lugar.

—Por favor, déjeme negociar con usted —suplico al tipo.

—Haz lo que te ordeno —me dice frío al mirarme a los ojos, muy serio.

—Por favor...

—Ve a tu habitación —exige y, ante ello, decido obedecer, ya que, por ahora, aquel parecía no querer escuchar más.

Luego de eso, la mujer me lleva a la habitación, me dan de cenar y, al terminar de comer, apagan las luces.

«Debo hacer algo», pienso en silencio, mientras estoy acostada sobre mi cama.

«Él no negociará»

«Y yo debo ir a ver a mi abuela», me recuerdo; y una lágrima rueda por mi mejilla.

—Abuela —susurro—. Debo ir a verte —determino firme y, sin más, me levanto de la cama y me dirijo hacia el balcón que había en mi habitación.

Al llegar a aquel, me doy cuenta de que la casa es muy vigilada...; sin embargo...

—No hay imposibles —sentencio al observar la entrada y sonreír, ya que noté que esta estaba libre—. Sí puedo; lo lograré. Pude entrar a un área restringida del hospital, puedo escapar de aquí —señalo al dirigirme a la puerta de mi habitación, muy sigilosamente y abrirla.

«Bien, sin llave», pienso y salgo en cuanto puedo, pero sin hacer el menor ruido posible (incluso me quité mis zapatos).

Así, cuidadosamente y con la oscuridad de mi lado, llego a salir de la casa.

—Para tener muchos guardaespaldas, no parecen tan inteligentes —susurro algo divertida.

Después continúo caminando entre los arbustos del jardín. De pronto, no veo a nadie en la entrada, así que sin pensarlo más, me levanto y comienzo a correr con todas mis fuerzas para trepar las enorme rejas.

—Vamos, Merlí, lo lograrás —me animo al correr como una loca desquiciada por salvar su vida.

Sonrío cuando me veo cerca del enorme portón; no obstante, aquella sonrisa se me borra cuando, de manera sorpresiva, se aparece él y se coloca frente a la puerta.

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