Salida accidentada

* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *

—Otro día más —susurro al salir de mi habitación, con portafolio en mano, para dirigirme a mi comedor para desayunar.

—Señor, buen día — saluda mi mayordomo cuando me ve.

—¿Cómo se está comportando?

—La señora ha estado tranquila, señor

—¿Sigue durmiendo? —pregunto serio al dirigirme al comedor—. No la he escuchado gritar —señalo algo sorprendido, pues lo que había venido haciendo los últimos días.

—Sí, señor. Ayer la seño...

—No digas nada. No me importa lo que haga la mujer. Con que se quede callada, me doy por servido —expreso sincero—. Hoy solo tomaré un jugo y una fruta, quiten todo lo demás que hayan puesto en la... —me quedo completamente en silencio, de manera imprevista, cuando llego al comedor y veo una mesa perfectamente servida, decorada y repleta de... muchos platos.

Sin embargo, lo que había robado mi atención, más allá de la mesa, era... ella

«¿Qué hacía ella aquí?»

«¿Querrá presumirme su desayuno y devorarlo frente a mí?», me pregunto y río en mi interior.

«Demasiado infantil, aunque no me sorprendería de una mujer que grita y patalea como si tuviese tres años»

—Hola, buenos días —saluda algo tímida (lo cual es otra sorpresa).

—Hola —contesto serio y, luego de ello, no digo más y ella tampoco.

Ante el incómodo silencio, ella carraspea su garganta y veo que tiene la intención de volver a hablar, así que la dejo.

—Yo... te preparé tu desayuno —dice de pronto; y aquella información me hace fruncir el ceño de inmediato al no saber si había entendido bien lo que había dicho.

—¿Perdón?

—Yo... te preparé el...

—Antes de eso —la interrumpo; y me giro a ver a mi mayordomo—. Retírese —le ordeno; y él obedece de inmediato—. Prosigue —le pido al caminar hacia el asiento central de la mesa—. Siéntate

—Eres demasiado mandón...

—¿Quieres empezar a discutir muy temprano?

—No, claro que no —contesta sin muchos ánimos, al tomar asiento a mi lado

—¿Por qué has preparado el desayuno tú? Tienes mucho personal a tu disposición para esto.

—Quería hacerlo yo.

—¿Por qué?

—Porque falso o no, somos un matrimonio ahora, ¿no es así?

—TODO es legal.

—Bueno, con mayor razón.

—No es necesario que hagas estas cosas.

—Quería hacerlo

—¿Por qué?

—Ya lo dije. Somos un matrimonio y...  además... —se torna seria— te quería pedir disculpas por lo que hice...

—Perdón, ¿qué?

—Lo que escuchaste. Fui imprudente al salir.

—¿Por qué has cambiado de opinión?

—Porque es muy evidente que... a algo limpio, no te dedicas.

—No deberí...

—Tranquilo; no pienso ahondar en el tema. Es mejor así, ¿no? —pregunta; y yo asiento muy serio.

—Así que... lo preparaste porque... ¿somos un matrimonio? 

—Sí y porque... también quería preguntarte cómo estabas.

—¿Cómo estaba de qué?

—Vi cuando sangrabas.

—No fue nada.

—¿Fue en ese lugar?

—Para qué quieres saberlo.

—No quiero discutir...

—¿Por qué el interés?

—Quiero disculparme. Fue mi culpa.

—Que me rozara el proyectil solo fue producto de mi descuido.

—Wao... ¿siempre eres muy duro contigo?

—No entiendo.

—Bueno, no tocaré ese tema ahora; será después —respira serena y luego, me observa atenta—. Por favor, discúlpame.

—Está bien; desayuna.

—En serio que eres todo un limón andante.

—¿Qué dices?

—Lo que escuchaste. Eres un limón andante.

—NO me gustan los apodos.

—Pero ese te cae a pelo. No haces más que renegar.

—Eso es porque... —quiero decir que es porque ella me saca de mis casillas, pero me lo reservo.

—¿Porqueee...?

—Nada. Come de una vez. No tengo tiempo para seguir conversando.

—Qué mandón —susurra divertida.

—¿Vamos a empezar otra vez? 

—No, tranquilo —sonríe de repente y, en ese instante, por primera vez, me doy cuenta de que tiene... una... sonrisa bonita—. No te haré renegar hoy.

—¿Entonces lo haces a propósito? —increpo; y ella ríe.

—¡Claro que no! Pero, a veces... —me mira sonriente—, tú eres TAN exasperante y... me sacas de mis casillas, que me cuesta llevar la fiesta en paz —señala; y yo me quedo sorprendido por su respuesta, puesto que era lo mismo que yo pensaba de ella—. Debes comprender que no puedes quitarme mi libertad.

—Trato de protegerte.

—Y yo a mi abuela.

—No te dejaré ir.

—Por favor.

—No irás.

—Por favor. Al menos dime que lo pensarás

—NO.

—Es mi familia. La persona que más amo. Solo te pido que lo pienses.

—No quiero esperanzarte...

—Por favor.

—Está bien, pero ya deja de insistir —ordeno; y ella, sorpresivamente, toma una de mis manos, de manera muy efusiva.

—¿Qué haces? —increpo serio, pero ella no parece inmutarse

—De verdad, te lo agradezco mucho.

—No he dicho que SÍ.

—Tampoco has dicho que no.

—No quiero que...

—Lo sé, lo sé. ¿Sabes? Mejor desayunemos —pide—. Mira —descubre un platillo—, tu favorito —indica; y yo me quedo absorto por lo que veía, al tiempo en que una extraña y molesta calidez empieza a formarse mi interior.

—¿Co... cómo lo sabías?

—Solo pregunté. Menos mal, sabía hacerlo, sino estarías comiendo huevos revueltos —bromea; y se ríe...

Y creo que espera que yo lo haga.

—En serio que eres un amargado; no te ríes de nada

—No fue gracioso.

—Bueno, ya, como sea —sonríe otra vez y suelta lentamente mi mano—. Vamos, prueba. Sé que no soy una experta, pero... te puedo asegurar que no te intoxicarás.

—¿Veneno?

—¡Oye! ¡Con eso no se bromea! —reclama; y yo quiero volver a reír burlón, pero no lo hago.

—¿No tiene?

—Jamás haría eso —aclara del mismo modo— ¿Sabes algo? Mejor desayunemos de una vez. Sé que sales a trabajar en quince minutos.

—¿La encargada te lo dijo?

—No, pero todas las mañanas, por mi ventana, te veo sir a las 7 y 25.

—¿Vigilas al enemigo?

—Hago lo que puedo —bromea y, sin más nos ponemos a desayunar.

** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * *

Los días habían pasado y yo continuaba preparándole sus desayunos; sin embargo, él no había cedido; seguía sin dejarme ver a mi abuela.

Debía admitir que aquella fue la razón por la que empecé a ser más atenta; no obstante, tenía que admitir, también, que no la pasaba muy mal compartiendo una de las comidas a su lado.

—Gracias. Todo ha estado bien —repite las mismas palabras de siempre y con el mismo tono de siempre.

El tipo parecía no sentir nada. Siempre traía el mismo gesto adusto. No sonreía, no se mostraba tranquilo, casi ni gesticulaba. De no ser porque fruncía el ceño para mostrar su molestia, podría haber afirmado que era un robot sin conciencia alguna.

—Me alegra que te haya gustado —respondo al ponerme de pie junto a él y dirigirme a la puerta de salida.

—¿Qué pasa? —pregunta serio al girarse a verme.

—Nada. Solo quería acompañarte y entregarte esto —le muestro una lonchera.

—¿Qué es eso?

—Para tu almuerzo. Es tu plato favorito. Ese sí no sabía hacerlo, pero pedí que me dieran la receta —informo y tomo su mano para que él lo recibiera—. Que tengas un lindo día —preciso sonriente, pero él no hace nada más que mirarme muy extrañado.

Luego de unos segundos, por fin se despide y empieza a caminar a su auto; sin embargo, de un momento a otro, se detiene.

—¿Olvidas algo? —pregunto cuando se ha dado media vuelta; y él niega con la cabeza—. ¿Entonces?

—Solo te diré una cosa...

—¿Qué pasa? No entiendo.

—Si digo a las cinco; es porque a las cinco debes estar acá.

—¿Qué?

—Tu chofer te llevará al hospital...

—¿Qué? —musito muy sorprendida y emocionada; y, de pronto, siento las lágrimas querer hacerse presente.

—No te pongas a llorar porque sino no te dejaré

—Sí, sí. Claro, lo que digas, lo que digas.

—Bien, te llevarán al hospital y tendrás unas horas para estar con tu abuela. A las cinco ya debes estar en la casa.

—Sí, sí, claro. Como tú mandes —salto de la emoción; y aquel frunce su ceño al tiempo en que parece preguntarse "¿Qué le pasa a esta loca?"

—Necesito que te lleves este móvil —saca uno de su bolsillo y me lo entrega—. Por ningún motivo, se te ocurra apagarlo.

—CLARO QUE NO, NO LO HARÉ —expreso muy feliz, al seguir dando saltitos en mi lugar y alternando mi mirada entre el celular y él.

—No tienes permiso para ir a otro la...

—NO TE PREOCUPES, SOLO IRÉ A VISITAR A MI ABUELA.

—Quiero que mi hombre siempre esté contigo.

—Y ASÍ SERÁ ¡TE LO PROMETO! —exclamo y, de repente, se me ocurre empezar a dar vueltas.

—POR FAVOR DEJA DE HACER ESO QUE PARECES UNA NIÑA —me dice, pero yo decido no hacerle caso, sino que, por el contrario, me acerco a él y lo abrazo muy, pero muy fuerte—. Ah... —suspiro al colocar mi cabeza en uno de sus hombros.

En ese momento, puedo sentir cómo todo su cuerpo se tensa; sin embargo, no le presto atención y sigo apretujándolo, puesto que me sentía muy feliz y agradecida.

—De verdad, muchas gracias —expreso sincera, cuando, de repente, siento sus fuertes y varoniles manos tomar mis brazos.

Debo decir que aquel contacto, extrañamente, me gustó y hubiese querido que durara más, pero no fue así, ya que si tomó mis brazos, fue para separarme de su cuerpo.

—NO vuelvas a hacerlo —ordena frío; y yo solo respondo con un asentimiento.

—Sí, perdón...

—A las cinco...

—Te prometo que estaré aquí antes —pronuncio y, sin otra cosa más que añadir, él vuelve a su auto y se marcha.

Luego de una hora, salgo yo y voy a ver a mi abuela. Cuando aquella me vio, se emocionó mucho (al igual que yo lo había hecho). Me recibió en sus brazos, me besó todo la cara y me dijo lo mucho que me había extrañado, así como me había preguntado en dónde me había metido. Obviamente, tuve que crearme una buena mentira que ella pudiese creer y que; además, la dejara tranquila. Felizmente, logré los objetivos y mi abuela no hizo más que comenzar a disfrutar del día conmigo.

Luego de tres horas, llegó el momento de regresar. Fue difícil dejar a mi abuela, pero tenía que hacerlo. Ya de regreso a la mansión en la que ahora vivía, me dediqué a disfrutar del camino en compañía de más música, hasta que...

—DETÉN EL AUTO 

—Señora, no puedo hacer eso. El señor fue muy...

—Que detengas el auto he dicho, ¿o quieres que me tire?

—No, no, por favor. El señor me mataría —precisa nervioso y, sin oponerse, se estaciona a un lado de la pista.

Yo me bajo del auto y empiezo a caminar hasta la persona que estaba entrando a lo que sería, según el enorme cartel, un club nocturno.

—¡Cassandra! —llamo al reconocerla, pero ella parece no escucharme, puesto que ingresa al lugar.

Ante ello, acelero mi paso y entro también al lugar. Cuando lo hago, el estruendoso ruido de la música logra ensordecerme; no obstante, debía olvidar ello, pues debía buscar a mi amiga.

—¡Cassandra! —grito al buscarla con mi mirada y adentrarme más al club—. ¡CASSANDRA! —grito muy fuerte cuando la diviso y, rápidamente, voy hacia ella.

—¡MERLIIIIIIIIIII! —exclama ebria y feliz—. AMIGAAAAA —me abraza y, cuando lo hace, puedo sentir el fuerte olor a alcohol.

—Cassandra, ¿qué haces aquí? —interrogo preocupada.

—Pueeee.... —arrastra las palabras— pasándola bien —precisa; y se ríe.

—Cassandra, vamos. Te llevaré a tu casa.

—Ay, síiii... la estaba buscando..., pero no la encontré —completa; y vuelve a reírse, pero de forma más escandalosa.

—Ven, vamos. Tómate de mi cuello. Te llevaré afuera —le digo; y ella me obedece.

Sin embargo, cuando estaba a punto de disponerme a salir, veo a varios hombres colocarse delante de mí.

—¿Qué les pasa? QUÍTENSE —ordeno muy seria al acomodar bien a mi amiga en mi hombro, pues parecía que se caería.

—Hola, bellezas —saluda uno y, de repente, empieza a venir hacia mí.

—NI SE LE OCURRA DAR UN PASO MÁS —amenazo, pero él se ríe (al igual que sus amigos).

—La belleza nos salió pantera, muchachos —bromea con sus amigos, pero yo no le hago caso, solo me dispongo a tratar de sacar a Cassandra del lugar.

—Uuuuyyy, pero a dónde quieres ir, dulzura —pregunta otro, al interponerse en mi camino.

—MUÉVANSE —digo fuerte y ocultando mi temor.

—Tranquila, bebé, no te haremos nada... —precisa al acercarse por completo a mí, hasta el punto de sentir su aliento a alcohol de manera muy clara (el cual casi me hace vomitar).

—¡ALÉJATE! ¡Apestas! —preciso muy molesta para después, continuar con mi camino.

—Hey, hey, tranquila belleza...

—ALÉJATE —ordeno al mirarlo fijamente; y lo veo relamerse sus labios mientras que, descaradamente, empieza a recorrer mi cuerpo; y aquella acción, tenía que admitirlo, me hace sentir intimidada, asqueada y desprotegida—. VA... VÁYANSE. DÉJENME PASAR.

—Pero si aún no hemos hablado, belleza.

—Yo no quiero hablar con ustedes —preciso; y pretendo seguir, pero aquel hombre, frente a mí, no me lo permite.

—¡ALÉJESE! —digo más fuerte, pero no me hace caso.

—¿Si no lo hago qué? —enfrenta al acortar toda la distancia y atreverse a poner una mano en mi cintura.

—¡SUÉLTAME, EBRIO! —digo con repugnancia, al querer apartarlo con una patada, pero no lo logro, ay que no quería perder el equilibrio y dejar caer a mi amiga.

—Uy, así me gustan —aprieta más mi cintura— que se hagan las difíciles

—¡Suéltame! ¡Asqueroso! —insulto y, cuando lo hago, veo que a aquel no le ha hecho mucha gracia, debido a que cambia su sonrisa por un gesto muy serio.

—¿Asqueroso? —increpa al presionar más mi cintura.

—¡ALÉJATE! —forcejeo como puedo.

—Te voy a enseñar lo que es ser asqueroso —dice de pronto y, sin más, se acerca a mí y termina por estampar sus asquerosos labios sobre los míos.

Sin embargo, solo siento aquellos por un instante, puesto que, sin esperarlo, alguien lo aparta de mi lado y sin piedad alguna, le da la paliza de su vida.

—¡Señor! ¡Señor! —grita mi chofer, pero el hombre que había venido a mi rescate, solo seguía en su tarea de golpear al asqueroso ebrio que me había besado y a sus amigos—. ¡Señor! ¡nosotros nos encargamos! —agrega el chofer; y, en ese momento, veo a más de sus hombres parados a mi lado.

—Por favor —le pido a uno—. Lleven a la señorita al auto —ordeno y, después, me dirijo hacia... él.

—Por favor, pro favor, ya basta...

—¡Aléjate! ¡Aléjate de aquí! —me ordena furioso, sin dejar de tirar puños en la cara del pobre tipo que me había acosado—. ¡JAMÁS! ¡JAMÁS ALGUIEN TOCARÁ A MI MUJER! —exclama furioso; y se levanta del piso (lugar en el que había puesto al ebrio para darle más que su merecido).

Ahora, incluso, sentía pena por el hombre y sus acompañantes.

—Señor —le habla mi chofer.

—TÚ, CÁLLATE —le ordena—. Tú, tú y tú —señala a tres de sus guardaespaldas—. ENCÁRGUENSE DE ELLOS —sentencia y, sin más, toma de forma muy brusca mi brazo y me empieza a dirigir hacia la salida del lugar.

Evelyn Zap

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