¿Verdad?

* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * *

—Merlí...

—Dime... —le contesto a Cassandra, mientras continúo tejiendo la bufanda para mi abuela, en la salita de su nueva casa.

«Bueno... salota», corrijo en mi mente al ver el tamaño del compartimiento.

—Hay algo que no termino de entender del extraño trato que tienen tú y tu esposo.

—¿Extraño trato?

—Sí, Merlí. Extraño trato. ¿Por qué, si dices que se aman, tuvieron la necesidad de hacer ese trato que especifica sus funciones?

—Ah... pues... porque sí; él es así y yo... no le vi nada de malo —contesto nerviosa, al tiempo en que desvío toda mi atención a mi tejido para que mi amiga no descubriera, en mi mirada, la mentira que le dije.

Sí, le había mencionado de un trato; sin embargo, no le había contado toda la verdad, sino... una verdad a medias y... disfrazada. Yo sí llegué a sentir la necesidad de compartirle toda la verdad; sin embargo, sabía que nadie podría enterarse de nuestro matrimonio falso, así que me tocó contarle una verdad... disfrazada y esperaba que me hubiese creído; sin embargo, aquí estaba..., haciéndome preguntas.

—Sigue siendo raro —precisa muy divertida; y yo sonrío.

—Sí, somos un extraño matrimonio al cual no le fue bien los primeros días, pero que ahora está mejorando.

—Eso está muy bueno. Si me dices que él tiene su carácter y tú también, pues imagino que, sin convivencia alguno, debió haber sido difícil para ustedes los primeros días o semanas. Por cierto, semanas es lo que tengo en tu casa —señala de pronto, muy divertida; y yo río—. ¿A tu esposo no le molesta?

—No, claro que no. Si fuese de otro modo, estoy segura de que... ay dios —digo de pronto al levantarme de mi lugar y correr hacia el baño más cercano—. M****a... —susurro con desagrado

—¿Otra vez?

—Sí, otra vez... —musito desanimada, al tiempo en que siento mi cuerpo enfriarse.

—Merlí, me dijiste que ya se te había pasado.

—No quería preocupar a nadie

—¿Cómo que no querías preocupar a nadie? Mira nada más cómo estás, toda pálida...

—Estoy bien, Cassandra.

—Eso no es verdad, Merlí. Debemos ir al médico.

—No, no, por favor. No quiero.

—Pero... por qué.

—No quiero preocupar a nadie. Seguro se me pasará todo muy pronto.

—Merlí...

—Estoy segura de que esto es producto de la noche en la que comimos hasta más no poder, en el restaurante de Rita...

—¿En serio? —inquiere divertida— ¿Crees que es porque hayas comido mucho en el restaurante de Rita?

—Sí, qué otra podría ser...

—No sé, por el como te veo, yo creo que lo que te causa todos esos vómitos y náuseas sí es por haber comido mucho algo, pero no precisamente comida —señala con mucha picardía para después empezar a reírse.

—¿Qué dices? —pregunto extrañada; y ella sonríe mucho más, al tiempo en que niega con su cabeza.

—Venga, traeré tu cartera y le diré a tus niñeros que nos lleven al hospital.

—¿Para qué? De seguro se me pasa hoy...

—Uy..., pues yo lo dudo mucho...

—¿Por qué?

—Tú solo sígueme y verás —contesta; y después me ayuda a ponerme de pie para asearme y, finalmente, trae mi cartera y salmos rumbo al hospital, dejando a mi abuela con su enfermera y dos de los hombres que él había puesto a mi disposición.

Llegamos al centro de atención más cercano y seguí a mi amiga. Cuando fue mi turno de ser atendida, le dije al médico todo lo que sentía; y este (al igual que Cassandra, sonreía contento). No entendía que pasaba, aquel solo me envió a realizarme unas pruebas de sangre y, entre ellas, se contemplaba...

—¿Una prueba de embarazo? —pregunto desconcertada; y el médico sonríe.

—Es la reacción de toda primeriza —precisa el galeno al mirarme con felicidad y ternura—. Los resultados salen muy rápidos, así que yo sugiero que esperen y así poder derivarla a un especialista de mi confianza.

—O... o... ¿okey?

—Tranquila, señora —me pide muy sereno—. Todo estará bien. Vaya a realizarse los exámenes para confirmar la hipótesis y así continuar con lo que sigue.

—Okey —es lo único que puedo articular y, frente a ello, mi amiga termina por despedirse del médico y ayudarme a levantar de mi asiento para ir al laboratorio del hospital.

Ahí me toman la muestra de sangre correspondiente y después, la mandan a analizar.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Tranquila, ya solo faltan unos minutos. En cualquier momento te llaman, estoy segura.

—Necesito ver esos resultados ya, Cassandra.

—Lo sé. Estás muy ansiosa, no lo disimulas ni un poco —señala con diversión; y yo solo me limito a sonreír, tratando así de encubrir un poco mi muy elevado nerviosismo.

«Yo... ¿embarazada?», pienso muy desconcertada.

«No, eso no puede ser cierto»

«¡Joder! Aunque ni si quiera recuerdo que él se haya protegido»

«Pero también cómo lo iba a hacer si lo hicimos sin pensar», me recuerdo decepcionada.

«Diablos, ahora tendré que...»

—Merlí Fernand...

—Yo, yo, esa soy yo —digo rápidamente al levantarme de mi asiento y acercarme a la enfermera que me llamaba.

—Sus resultados, señorita. Necesito su identificación y la copia que...

—Aquí está, aquí está todo, tome —respondo ansiosa; y ella verifica loq ue necesitaba.

—Aquí están sus resultados —me entrega el sobre y después se retira.

—¡Venga! ¡Ábrelo ya! ¡Que yo estoy igual de ansiosa que tú!

—Ya voy, ya voy —respondo al abrir el sobre y empezar a leer los resultados—. Joder...

—¿Qué? ¿Qué pasó? —pregunta mi amiga, muy ansiosa; sin embargo, yo no puedo responderle, producto de la impresión—. Merlí, ¿qué pasó? Responde...

—No puede ser...

—Pero venga, ¿qué dice eso? Me vas a perdonar, pero necesito leerlo —señala al tomar el papel y leerlo—. ¡Merliiiiii! ¡Estás embarazadaaaaaa! —exclama feliz—. ¡Pero venga, mujer! ¡Qué dicha! ¡Muchas felicidades, pimpolla! —grita al abrazarme muy fuerte.

«No puede ser», me sigo repitiendo en silencio.

—¡Venga! ¡Que tu marido se pondrá muy feliz cuando lo sepa! No lo conozco bien, pero ha de ser bueno contigo. Mira que dejarme quedar en tu casa solo para que tú estés tranquila. ¡Venga! ¡Eso no lo hace cualquiera! ¡Y como se ha comportado con tu abuela! ¡AAAAY FELICIDADES, BEBÉ! —expresa muy efusiva al continuar estrechándome entre sus brazos.

—Dios...

—Uy, peor la noticia te ha tomado de sorpresa, ¿no es así? —cuestiona al tomar mis mejillas y mirarme—. Tranquila, Merlí, que para todo lo que necesites, yo estaré contigo. Mira, salí adelante sola, sin el apoyo del padre de la criatura y mis padres. Me está costando mucho y cometo mis errores, pero tú, Merlí —me sonríe—. Tú me tienes a mí, pero ni si quiera soy la más importante. Tienes a tu abuela y a tu esposo. Estoy segura de que tu embarazo irá muy bien y que tu hijo O HIJA vendrá al mundo muy sanito o sanita. ¡Ay mujer! ¡Qué dicha! —exclama al abrazarme nuevamente—. Venga, que podríamos enviar a nuestros retoños a la misma escuela —propone contenta—. Yo le diré a mi bebé que proteja al tuyo en caso de ser necesario —bromea; y yo sonrío—. ¡Vamos, Merlí! ¡Pero qué esperas! ¡Toma ya tu celular y márcale al padre de tu hijo para que le des la noticia!

—¿Qué? —es lo único que articulo ante la tamaña sorpresa que me he llevado y la cual, hasta el momento, no podía creer.

—Que qué esperas, ¡que lo llames! ¡vamos! O mejor aún, ve a su oficina y dale la sorpresa. O podrías preparar algo para esta noche, tú no te preocupes por mí o mi hijo, que yo llego y desalojamos... —menciona con entusiasmo.

—¿Qué? No, no, ustedes no se pueden ir...

—Merlí, tranquila, deja la pena. Hace rato hacemos mal tercio en tu casa. La verdad, yo te agradezco mucho, me han tratado muy bien, pero debo volver con mi niño a nuestra casa.

—No, Cassandra, por favor —pido firme al mirarla a los ojos.

—Pero qué pasa, Merlí.

—Ustedes no pueden regresar ahí; de eso me encargo yo...

—No, tú tranquila, nena.

—Tú y mi ahijado se irán a vivir a otro lado. Ese lugar, aunque fue nuestro hogar, no es el mejor para que ustedes sigan viviendo.

—Merlí.

—Tranquila, yo me encargo de eso.

—No, Merlí.

—Cassandra, no seas terca. Hazlo por tu hijo.

—Merlí...

—Hablaremos de ese tema después.

—¿Y qué harás hoy?

—Aún no se lo contaré.

—¿Y qué vas a esperar?

—Pues... quiero encontrar el momento adecuado. Él está pasando por un momento difícil con sus negocios ahora....

—¿Y qué mejor noticia para alegrarlo?'

—Sí, lo sé, pero no quiero que, por atenderme, deje de ver por sus cosas —miento, ay que para él no había cosa más importante que sus negocios.

—Bueno, vale. Pero díselo pronto, esa noticia alegra a cualquiera —señala sonriente y, sin más, ambas regresamos al médico para que nos derivara al especialista correspondiente.

Los días fueron pasando y yo seguía experimentando los terribles malestares del embarazo, no me dejaban tranquila ni por un momento.

—Pero se supone que ya pronto pasarán —me digo al lavarme la boca y mirarme en el espejo—. Debo usar algo de maquillaje para disimular mi rostro demacrado —preciso al tocarme cuando, de pronto, suena mi celular y veo el nombre de mi compañera de trabajo.

Aquella con la cual conversé mucho, aquel día en el que él y yo tuvimos una fuerte discusión (en la cual me reclamó haberle contado a alguien sobre nuestro falso matrimonio).

«Aunque yo no recuerdo haberle dicho algo», preciso en silencio.

—Aquel día..., aquel día en el que terminamos enredados en mi cama para después pasar a unos días de silencio entre ambos —susurro al recordar.

—Aunque debo reconocer sus intentos por animarme los días siguientes —agrego; y el sonido de mi celular vuelve a despertarme de mis pensamientos—. Me pregunto qué querrá, aunque después de ese día, no sé por qué, pero no le tengo mucha confianza; sin embargo, no tendría por qué juzgarla antes de tiempo. Él no dijo nada más después, así que Camelia no pudo haber sido —concreto firme al tomar la llamada.

«No obstante, siempre es mejor andarse con cuidado», concluyo de pronto y luego, hablo.

—Diga...

—Hola..., ¿Merlí?

—Camelia...

—Merlí, ¿cómo estás? No regresaste a la agencia.

—Sí, ya no trabajaré ahí.

—¿Y eso?

—Tengo otras responsabilidades ahora —menciono al ver, de manera involuntaria, mi vientre.

—¿Quieres dar un paseo?

—¿Cuándo?

—Ahora...

—¿Ahora?

—Sí, ahora. ¿Por qué? ¿No puedes?

—Bueno, lo que pasa es que...

—Vamos, Merlí. Nos hicimos muy buenas amigas y desapareciste de la noche a la mañana. Al menos un paseo.

—Está bien, claro. ¿Dónde nos vemos?

—En el centro comercial de las Margaritas, ¿lo conoces?

—Sí, claro que sí.

—Bueno, nos vemos ahí en... una hora ¿está bien?

—¿Podría ser en 2? Lo que sucede es que vivo un poco lejos.

—Está bien, en dos horas nos vemos

—Vale, en dos horas...

—Hasta entonces.

—Hasta entonces —contesto; y ella corta la llamada.

Ni bien se termina la conversación, empiezo a alistarme para salir. Después, solo salgo de la casa y le pido a mi chofer que me llevase al centro comercial.

—No es necesario que vengan. Solo es una amiga...

—Señora...

—Por favor, ya no quiero esto. Me siento algo asfixiada —expreso sincera; y ellos sonríen algo tristes

—Está bien, señora —responde el hombre a cargo; y yo le sonrío.

Luego, solo entro al centro y me encuentro con ella.

—Camelia —saludo muy cortés; y ella me da un beso en la mejilla.

—Hay un parque muy lindo a la espalda del centro comercial, ¿quieres acompañarme?

—¿Un parque?

—Sí, un parque...

—Yo preferiría quedarme por aquí

—¿Y qué dices de la playa? Está muy cerca...

—No..., yo estoy bien aquí.

—Tengo algo muy importante que decirte. Necesitamos otro tipo de lugar, aquí hay mucho ruido —dice de pronto muy seria y poco amigable (lo cual me sorprende).

—¿Perdón?

—Te conviene escucharme.

—No estoy entendiendo —respondo muy seria.

—Se trata de tu marido.

—¿Qué dices?

—Sígueme y averígualo. De otro modo, continúa con tu camino —responde muy mala manera; y empieza a caminar.

Ante ello, me debato entre lo que debería hacer. NO sabía si regresar a casa y contarle a él lo que pasaba o..., en definitiva, seguir a la mujer para que me dijera lo que tenía por decir.

—Mierda —reniego; y la sigo.

Llego a la playa (un lugar con poca gente), pero al menos había unas cuantas (Entre ellas una familia).

«Eso es un alivio», pienso en silencio.

—¿Quién eres? —pregunto sin tregua alguna; y ella se da media vuelta para mirarme fijamente y quitarse las gafas oscuras que traía.

—Tú... ¿quién crees que soy? —inquiere muy sonriente y como victoriosa, así como arrogante y autosuficiente.

—Camelia...

—Ay, pro favor —ríe—. ¿En serio te creíste ese cuento?

—¿Quién eres?

—Mi nombre verdadero es... Danaí..., Danaí Sánchez. Bueno, Danaí Cabanillas o, mejor dicho, viuda de Cabanillas —indica muy divertida y reír.

—¿Quién eres?

—Veo que no me conoces. Me sorprende que nunca hayas escuchado de mí

—¿Por qué habría de haber escuchado de ti? —cuestiono frontal; y ella se torna seria.

—¿Qué? ¿Maxi no te lo dijo?

—¿Maxi? ¿Quién es Maxi? —pregunto confundida; y ella ríe mucho (lo cual no me gustaba, ya que se burlaba de mí, era muy evidente).

—Veamos... ¿Bayá no te lo dijo?

—¿Y qué tiene que ver Maxi con Bayá?

—Nada, no tiene nada que ver.

—¿Por qué lo llamaste Maxi?

—Ese no es asunto tuyo.

—¿Qué quieres?

—Quiero que te vayas bajando de la nube en la que estás, muchachita —me mira de pies a cabeza—. Tú no eres más que una esposa de contrato a la cual Maximiliano desechará en menos de un año.

—¿Qué es lo que dices?

—Lo que escuchaste. Mi nombre es Danaí y soy la ex novia de Maxi o, mejor dicho, de Bayá, como tú lo conoces.

—Su nombre es Santiago Costantini.

—Sí, claro... Costantini —repite burlona.

—No te creo...

—Pues cree o no. Yo soy Danaí Sánchez y soy el amor de la vida de Bayá. Tú no eres más que un aparecida a la cual eligió por falta de opciones.

—Si eres el amor de su vida, ¿por qué no se casó contigo?

—Por circunstancias que no te competen, pero ahora... —sonríe—. hora Bayá y yo nos hemos reencontrado y hemos decidido volver a estar juntos.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste. Bayá y yo estaremos juntos. Debimos estarlo desde hace muchos años. Es más, estuvimos a punto de casarnos, pero no pudimos por ciertas personas que no quisieron, pero ahora, estamos libres y... queremos ser felices.

—Nada de lo que dices es verdad.

—Bayá me ama. Tú no eres nadie, así que dentro de un año, yo tomaré el lugar que me corresponde y tú serás botada a la calle como al andrajosa que e... —se queda en silencio—. Estúpida, me golpeaste.

—A MÍ NO ME PONES UNA MANO ENCIMA —advierto al tomar su brazo, después de haberla abofeteado.

Evelyn Zap

¡Listo el capítulo de hoy! ¡Quedo muy atenta a sus reseñas! ¡Gracias por el apoyo! ¡Sigan recomendando "Maximiliano Fisterra"!

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