Tranquilidad

* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * *

—Pues esa es mi única observación —dice el médico al mirarnos con atención (sobre todo a mí)—. Todo influye en el buen desarrollo de la pequeña criatura que se está formando en su interior, señora Costantini —precisa el médico al desviar su mirada a mi esposa—. Debe... o mejor dicho, DEBEN —nos mira a los dos nuevamente— hacer todo lo necesario para que su ánimo, señora Costantini, cambie —señala con la mayor sutileza posible—. Tal vez, un viaje o hacer lo que usted más desee puede ayudar.

—Un viaje o lo que a ella le guste —repito como tratando de anotar ello en mi memoria.

—Sí, señor. Su esposa debe mejorar anímicamente. Como ya dije, todo afecta en un embarazo y el estado de ánimo no es la excepción.

—Sí doctor..., comprendemos —respondo muy serio; y el médico sonríe amable al tiempo en que asiente con su cabeza.

—Bueno, yo me retiro. Eso era todo lo que debía decir. Bueno, señora Costantini, por favor, cuídese mucho —le dice al darle la mano; y mi esposa estrecha aquella.

—Muchas gracias, doctor —contesta amable, pero igual de triste.

Su estado de humor no había cambiado nada desde que volvió a la casa, después de haber pasado muchos días en el hospital, producto del accidente en las escaleras.

—Señor Costantini, ¿puedo hablar con usted un momento a solas?

—Sí, doctor —respondo serio; y ambos salimos de la habitación de mi esposa.

Ya fuera e aquella, el médico camina un poco más antes de detenerse.

—¿Qué sucede, doctor?

—Lo que le estoy diciendo, señor Costantini, es serio —menciona el médico, muy serio.

—Comprendo, doctor.

—El estado de humor de su esposa debe cambiar cuanto antes y no solo por su bebé, sino también por ella misma.

—Entiendo, doctor. No se preocupe —respondo al tiempo en que me empiezo a sentir muy preocupado interiormente—. Yo me encargaré de eso cuanto antes.

—Bien, señor Costantini. En ese caso, me retiro de una vez. Que tenga buen día.

—Igualmente, doctor. Muchas gracias por venir.

—Es un placer —contesta profesional; y después, se marcha.

Cuando el médico se ha ido, yo regreso a la habitación para hacer algo que debí haber hecho hace mucho

—Hola —la saludo otra vez; y ella se queda viéndome fijamente, al tiempo en que asiente con su cabeza.

—Hola —susurra para después terminar de acostarse en la cama.

—Yo... quería decirte algo.

—¿Qué pasó? —responde muy despacio (como si estuviese muy cansada; y eso me preocupaba mucho más, ay que no era cansancio, sino tristeza).

—¿Te gustaría dar un paseo?

—No..., muchas gracias —contesta respetuosa en un leve susurro.

—Hay nuevas amapolas.

—¿Más? —pregunta curiosa; y yo asiento.

—Sí..., más. Hemos hecho un jardín de amapolas.

—¿Un jardín? —cuestiona un poco asombrada.

—Sí, un jardín —confirmo sereno al acercarme un poco más a la cama y sentarme en la silla que estaba al lado—. Te gustan las amapolas, ¿no es así?

—Sí... ¿cómo lo sabes? —pregunta de pronto; y yo me quedo en silencio.

¿Qué le diría? 

¿Que siempre la he observado en cada paseo a los jardines y que me di cuenta de la forma en la que admiraba las amapolas cada vez que exploraba aquellos?

«No, claro que no puedes hacer eso», me respondo en silencio.

—Ellos te lo dijeron, ¿cierto?

—¿Qué?

—Las niñeras y el niñero que mandas a que me cuiden.

—¿Te disgusta mucho que ellos te cuiden?

—Demasiado —expresa; y la puedo sentir muy sincera.

Ante eso, me quedo pensativo sobre si debía o no alivianar su seguridad.

—¿Te gustaría dar un paseo al jardín? —cuestiono nuevamente; y ella se queda observándome de manera fija—. Solos..., sin niñeros —acoto; y ella se muestra extrañada.

—¿Lo dices en serio?

—Sí. Solos...

—¿De verdad? —cuestiona emocionada (como si estuviese a punto de llorar).

—De verdad —concreto muy firme; y ella parece alegrarse—. ¿Qué di...

—Que sí. Me siento mejor con un solo niñero que con una docena —señala al empezar a ponerse de pie; y yo decido ayudarla—. Muchas gracias.

—Llamaré a alguien para que te ayude a cambiar de ro...

—NO, no por favor. Eso sería lo último.

—Bien..., está bien, Entonces... espero afuera.

—Gracias —contesta como animada; y eso me hace sentir bien... (bastante bien).

—Me retiro —informo; y lo hago.

Después de varios minutos, sale ella.

—Ya estoy lista —articula; y yo solo me quedo observándola con atención.

Ella... lucía muy hermosa. Llevaba un vestido largo y suelto, así como unas sandalias; y su cabello sin recoger le quedaba muy bien.

«Hermosa», pienso inconscientemente; y me sorprendo por ello.

—¿No crees que debas llevar un abrigo?

—¿Tú crees?

—Corre un poco de brisa. creo que es lo mejor —pronuncio a modo de sugerencia.

—Sí.. bueno..., tal vez tengas razón.

—Iré a traer algo...

—No, no te preocupes, yo voy —precisa; y vuelve a entra a su habitación. 

Luego de un par minutos, sale nuevamente.

—Ahora sí. Ya estoy lista —señala más animada.

—Por favor —pido de pronto al ofrecerle mi brazo; y ella se queda observándome curioso—. Aún estás un poco débil.

—¿Temes que me caiga? —cuestiona algo divertida; y yo esbozo una casi imperceptible sonrisa, pero ella parece darse cuenta.

—Por favor —pido nuevamente; y ella asiente.

—Vale, está bien —contesta y toma mi brazo para empezar a caminar a los jardines—. Bayá...

—¿Qué sucede? —pregunto serio; y ella hace un ademán con su mentón, como señalándome algo o... alguien.

Cuando observo hacia donde me indicaba, veo a una gran cantidad de mucamas seguirnos.

«Ella tenía razón. Son muchas».

—Que nadie nos siga —ordeno muy serio y, hasta cierto punto adusto.

Después, solo continúo el camino con ella de mi brazo.

—Gracias —susurra y, sin querer, apoya su cabeza en mi brazo y yo..., yo no la aparto.

AL parecer, estaba cansada, así que no podía oponerme a que ella hiciera eso. Después de todo, su bienestar era el bienestar de nuestro bebé.

—¿Hiciste un jardín de amapolas?

—No...

—¿Entonces?

—Bueno..., yo no lo hice —contesto algo nervioso; y no entendía el por qué.

—Eso lo sé —contesta divertida; y eso me tranquiliza de forma inesperada—. ¿Desde cuándo hay un nuevo jardín de amapolas?

—Desde hace unos días apenas.

—Ya quiero verlo. ¿En qué parte lo mandaste a hacer?

—Estamos cercar —informo; y ella me sonríe.

—Ah... —suspira al estirar su brazo libre y después, respira muy profundamente— aire fresco... —pronuncia al cerrar sus ojos un momento—. cómo lo extrañaba.

—¿Por qué no has estado viniendo entonces?

—Porque no tenía ánimos. No me gusta dar paseos con niñeros.

—Ellas... te molestan, ¿no es así?

—Sé que hacen su trabajo, pero... es molesto estar vigilada las veinticuatro horas del día.

—Bueno..., en ese caso —aún me encuentro dudoso de lo que iba a hacer, pero ya no me quedaba más alternativa.

—En ese caso... ¿qué?

—En ese caso..., a partir de ahora, las mandaré a hacer otras cosas; ya no estarán contigo.

—¡¿Lo dices en serio?! —pregunta muy feliz al pararse frente a mí.

—Sí..., claro que sí —respondo sorprendido.

—De verdad —toma mis manos— muchas gracias...

—Está bien...

—Eres muy extraño...

—¿Qué?

—Eres muy extraño

—¿Por qué lo dices?

—Porque tengo la extraña sensación de que no estás molesto...

—Y no lo estoy...

—Entonces acerté.

—¿Acertaste?

—Sí, acerté. Porque tu gesto siempre es el de una persona molesta.

—¿Parezco como si estuviera molesto?

—Todo el tiempo —señala divertida—. Como ahora, por ejemplo —ríe—. Ahora hasta has fruncido tu ceño. De verdad que das miedo. Ahora entiendo por qué todos te hacen caso así —chasquea sus dedos— súper rápido —completa divertida; y yo sonrío, con lo cual me gano una mirada de curiosidad y sorpresa de su parte.

—Bueno, por aquí está el jardín —digo incómodo; y la llevo hasta él.

—Dios... es hermoso —susurra para después soltarse de mí y explorar el jardín.

Mientras tanto, yo solo estoy al tanto de ella. Luego de casi una hora, nos sentamos en la pequeña mesita que mandé a colocar ahí para que ella disfrutara de leer en el jardín o... lo que más quisiera.

—Me encantó. Que bueno que has hecho un jardín de amapolas. Son muy hermosas.

—¿Te gustan?

—Son mis flores favoritas.

—Bien.., —articulo; y ella sonríe.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sí...

—¿Es verdad lo de las niñeras? ¿Ya no estarán detrás de mí?

—Es verdad —reafirmo; y ella celebra.

—Y... ¿puedo hacerte otra pregunta más?

—Claro que sí...

—¿Me puedes contar más sobre la mujer con la que te ibas a casar?

—¿Quieres hablar de eso? —interrogo serio; y ella asiente—. Entonces te contaré todo. Ya iba a hacerlo...

—¿En serio?

—SÍ —contesto firme; y ella asiente con su cabeza.

—Te escucho entonces.

—Se llama Danaí. Me iba a casar con ella unos años atrás, pero me traicionó con mi peor enemigo. 

—¿Peor enemigo?

—Cabanillas, su actual esposo o bueno...

—¿O bueno qué?

—Creo que ya no es su esposo.

—¿Por eso van a casarse después de que nos divorciemos? —pregunta algo triste; y eso me sorprende.

—NO. Claro que no. Cuando nuestro trato se termine, lo último que pienso hacer es casarme con ella.

—Pero...

—Te contaré la verdad, pero es algo muy confidencial, así como... peligroso —precioso apenado; y la mujer sonríe.

—¿Crees que pienso que te dedicas a la fabricación de juguetes? Sé que es peligroso, pero quiero saberlo.

—Bien, nuestra mafia...

—¿Mafia? —cuestiona sorprendida; y yo sonrío.

—Sí, Mafia... ¿problema?

—No, claro que no... continúa...

—Bien, nuestra mafia tiene poder sobre la mitad de todo el territorio europeo y africano. La otra mitad está en menos de nuestros enemigos, entre ellos Danaí, mi ex novia. Ella se ha hecho de un gran poder.

—¿Ella lidera?

—Sí —respondo serio—. Hice un trato con ella hace muy poco.

—¿En qué consiste?

—En casarme con ella, juntar nuestras mafias y vencer a la mafia enemiga para tener todo bajo nuestro control.

—Por eso se piensan casar.

—NO, ya lo dije.

—¿Entonces?

—Entonces solo se trata de un juego sucio de mi parte. Yo no pienso casarme con esa mujer, solo utilizarla.

—Wao... ¿Y me lo dices así nada más? ¿No temes que yo diga algo?

—Tú no dirías algo —digo muy confiado; y no lo entendía.

«Se supone que sí debería desconfiar», señalo en silencio.

—Descuida, no abriré la boca.

—Está bien.

—Si deseas, puedes no seguir contándome.

—Solo se trata de un... trato. No pienso casarme con ella... después de  que nos divorciemos.

—Ella parece estar muy enamorada de ti.

—¿Has hablado con ella?

—Es Camelia..., mi amiga de la agencia de modelos.

—Nunca hablamos de eso, ¿no es así?

—No —confirma ella—. Pasaron tantas cosas que... no tuvimos oportunidad de hablar.

—Lo sé —afirmo serio; y ella sonríe.

—¿Entonces nada es verdad? —interroga muy aliviada; y yo niego con mi cabeza, al tiempo en que me siento... igual de aliviado por verla más tranquila.

—Nada. Solo es una estrategia.

—Ahora comprendo todo...

—¿Comprendes qué?

—Todo...

—¿Qué es todo?

—Descuida. Gracias por contarme eso.

—Discúlpame por no haberlo hecho antes —preciso muy serio; y ella sonríe ligeramente—. ¿Puedo preguntar algo yo?

—Sí, claro —responde serena.

—El bebé... ¿qué piensas hacer? El tiempo límite está muy cerca...

—Para ser sincera..., no lo sé.

—Entiendo —es lo único que me limito a responder, ay que no quería dañar nuestro paseo y, mucho menos, su tranquilidad.

—Gracias...

—¿Deseas algo de tomar?

—Un té y una fruta...

—¿Té de qué?

—EL té de siempre y... fresas, muchas fresas por favor —pide como una niña; y yo sonrío.

—¿Antojos?

—Son muy pocos..., pero son... —sonríe; y yo también lo hago, con lo cual me vuelvo a ganar otra mirada curiosa de su parte.

—Entonces mandaré a que las traigan —concluyo al tomar el teléfono que estaba a un lado del jardín.

Evelyn Zap

¡Hola! ¡Aquí les dejo el primer capítulo! En unas horas, sale el segundo capítulo. Espero que lo disfruten mucho y comenten qué les pareció. Por otro lado, les quiero pedir un súper enorme favor :') Ayúdenme con la promoción de la novela. Me gustaría que Maximiliano Fisterra pueda ser compartida mucho más y así formar el club de fans de Merlí y Bayá :) jajajaja... Las y los amo a miles. ¡Nos leemos más tarde y gracias por su apoyo y confianza!

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