* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * *
Salgo de mi habitación y voy hasta la sala; ahí veo al hombre que hacía palpitar aceleradamente mi corazón. Él estaba dando de comer a nuestro hijo. Se había ofrecido a hacerlo mientras yo me cambiaba para ir a la pastelería, mi único trabajo.
Después de aquel incidente en la escuela, decidí no volver, pero no fue por el director, ya que Maximiliano, con sus influencias, había logrado que lo despidieran.
La verdadera razón por la que había dejado el trabajo en la escuela era por mi pequeño Maximiliano. Lo extrañaba mucho y… quería estar el mayor tiempo posible a su lado, así que renuncié y solo me quedé en la pastelería.
—Hola… —saludo; y Maximiliano voltea a verme.
—¿Ya estás lista?
—Sí, ya lo estoy.
—Danos cinco minutos y te acompañamos.
—No, tranquilo. La pastelería está cerca. Quédense en casa, disfrutando del tiempo.
—Te acompañaremos. Maximiliano quiere hacerlo y yo…, yo también —dice con su grave y adusta voz, la cual me hace sentir unas cosquillas por toda mi espalda y mi nuca.
—Okay… está bien —sonrío como tonta enamorada; y él me corresponde.
Termina de darle de comer a nuestro hijo y luego, salimos juntos hacia mi trabajo. Parecíamos una familia feliz juntos y, de hecho, creo que lo éramos. El único detalle era que Maximiliano y yo… no nos tratábamos más que como amigos.
“Aunque ese beso”, pienso al recordar aquel que le di el día del incidente en el colegio.
Habían pasado dos meses más desde aquella fecha, pero no lo parecía. El tiempo había pasado muy rápido para mí, casi no podía creer que se cumplía el mismo tiempo que estuve separada de él, sin verlo. Recuerdo que aquellos dos meses fueron eternos…, cada día era una tortura en el cual me cuestionaba si había hecho bien marcharme de su lado y, hasta ahora, me doy cuenta de que no fue la manera correcta de alejarme de él.
No fue justo para Maximiliano que lo alejara de nuestro hijo; él lo amaba demasiado; de eso no había duda alguna; y debo admitir que fui muy egoísta al no pensar en ello.
Aunque, por otro lado, también debía reconocer que volver a trabajar había sido reconfortante y me había recordado los sueños que llegué a tener. Aquellos sueños de poder estudiar y ejercer una profesión.
—¿Merlí? —escucho a lo lejos; y de pronto me doy cuenta de que Maximiliano está frente a mí y mirándome de forma muy curiosa—. ¿Estás bien?
—Sí…, sí, perdón. Yo… soñaba…
—¿Soñabas?
—Sí…, pensaba…, soñaba. Yo… ah, no te preocupes, no es nada importante.
—Tus sueños son importantes para mí, Merlí —menciona; y yo me quedo mirándolo a sus ojos.
—Maximiliano…
—Dime…
—¿De verdad no estás molesto conmigo?
—Ya te lo dije, Merlí. No lo estoy.
—Te alejé de nuestro bebé. Fui egoísta.
—Yo también lo fui contigo.
—Por favor, perdóname por lo que te hice.
—Creo que te lo repetiré.
—¿Qué cosa?
—Que no tengo nada que perdonarte.
—Maximiliano…, sabes que sí. Yo no tenía el derecho de alejarte de Maximiliano.
—Sé que tuviste miedo; ya me lo dijiste.
—¿Por qué lo haces?
—¿Qué cosa?
—Ser tan comprensivo.
—No entiendo… ¿eso es malo?
—En este caso sí porque yo no actué como debí y se supone que…
—¿Se supone que?
—Deberías estar molesto conmigo.
—¿Quieres que esté molesto contigo?
—No…, bueno, quiero decir que sí. No…, el asunto es que… dios —bufo frustrada; y lo veo sonreír dulce hacia mí—. Soy una tonta, ¿no es así?
—Eres extraña… y te amo —confiesa; y yo cierro los ojos mientras exhalo suavemente—. Merlí, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Sí, claro…
—¿Aún me quieres?
Al escuchar su pregunta, solo me limito a mirarlo en silencio mientras pienso en todas las cosas que pasamos desde que nos conocimos.
—Estoy perdidamente enamorada de ti.
—¿Aún… tienes miedo?
—Un poco…, sí.
—¿Hay algo más que miedo?
—Sí —confieso sincera; y él frunce su ceño moderadamente,
—¿Qué es? ¿Quisiera saberlo?
—A veces, me pongo a pensar en si yo realmente te haré feliz.
—¿Por qué?
—Porque... tengo un carácter muy explosivo y… tomo decisiones apresuradas y… dios. Creo que tenías razón; soy como una niña mimada.
—Merlí, no nos conocimos en las mejores circunstancias. Además, yo tampoco actué bien.
—Somos como dinamita, ¿no es así?
—Sí, somos como dinamita. Pero logramos entendernos. Merlí…
—¿Sí?
—Los mejores momentos de mi vida han sido a tu lado.
—Los míos también. Yo… nunca había sentido esto, ¿sabes?
—¿Qué cosa?
—Amor…, nunca me había enamorado de un hombre.
—¿No tuviste tu primer amor?
—No. Solo recuerdo que me gustaba un chico del bar; era el contador, pero… sé que solo era atracción, un gusto.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque al conocerte supe lo que era estar perdidamente enamorada de alguien. Contigo supe lo que es… amar, Maximiliano.
—Yo supe lo mismo contigo, Merlí.
—¿Crees que tengamos futuro?
—Yo espero que sí. De verdad espero que sí —susurra al tomar mi mentón y observarme con atención—. Te amo, Merlí.
—Yo también te amo…, también te amo, Maximiliano.
—Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para reconquistarte, Merlí Fernand. Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para dispersar tus dudas.
—Yo también…, yo también te conquistaré.
—No necesitas hacer eso. Ya te lo he dicho antes, Merlí. Tú… tienes mi corazón…
—En mis manos —interrumpo; y él sonríe—. Tengo tu corazón en mis manos…
—Sí…, lo tienes…
—Tú también tienes el mío. No hay otro dueño…
—Entonces no hay duda...
—¿De qué?
—Tenemos un futuro. Solo falta cimentar la base para empezar a construirlo.
—¿A qué te refieres?
—Ya lo entenderás.
—Quisiera besarte…
—Muero por hacer lo mismo —responde; y yo muerdo mi labio inferior.
Luego, lentamente, me voy acercando a él cuando, sin esperarlo, somos interrumpidos por el sonido de unos golpes en mi puerta.
Voy hacia allá, abro y veo que es Sophia, la amable mujer que cuidaba a Maximiliano antes.
—¿Sucede algo, Sophia?
—No, nada, Merlí. Solo traía esto —me muestra lanas, hilos y agujas para tejer.
—¿Agujas e hilos?
—Ah, sí. Yo se los pedí —señala Maximiliano al acercarse a la puerta y darle un beso a la mujer de unos 50 años—. Muchas gracias, Sophia.
—Es un placer. Al menos, eso me da algo distinto que hacer por mis vacaciones.
—No entiendo qué está pasando —confieso; y Maximiliano sonríe de aquella forma que tanto me gustaba.
Él tenía una sonrisa tan cautivadora y m*****a mente sexi, que no me cansaría de ver. Aunque eso era no tan bueno cuando iba a recogerme a la panadería y se robaba la atención de toda mujer por aquellos atributos, así como por los otros que poseía.
—La señora Sophia va a enseñarme a tejer. Pero… yo…, señora Sophia, creí que habíamos quedado en media hora —precisa un poco apenado; y ella sonríe.
—No se preocupe, Maximiliano, yo puedo regresar.
—No me gustaría ser descortés con usted, pero mi hijo y yo íbamos a acompañar a…
—Entiendo, entiendo, no hay problema. Yo regreso en treinta minutos, no se preocupen.
—Gracias, señora Sophia.
—A usted, Maximiliano. Que tengas un buen día en la pastelería, Merlí.
—Gracias, señora Sophia —contesto; y la mujer se va.
Luego, volteo a ver a Maximiliano y él sonríe.
—¿Tejer?... ¿En serio?
—Sí…, me pareció una actividad interesante.
—Pues imagínate que uno de tus hombres o socio te viera. No creerían que el gran “Bayá” ahora se dedicara a tejer.
—Y espero que nunca lo hagan —responde divertido.
—¿No temes a que yo lo diga?
—Si eres tú…, no me importaría… —precisa; y yo solo sonrío como boba.
—Vamos, es hora de salir. No quiero llegar tarde.
—Vamos.
Los tres empezamos a caminar y cuando llegamos a la pastelería, nos despedimos. Yo entro, empiezo a trabajar en la preparación de unas deliciosas tartaletas cuando de pronto, entra un compañero a avisarme que tenía una llamada que atender, la cual era muy urgente.
Veo el reloj de la cocina y me doy cuenta de que ya eran las 7 de la noche y solo faltaban dos horas para salir.
—¿Qué sucede, Pablo?
—Merlí, tienes una llamada de tu esposo —informa; y yo sonrío.
Maximiliano solía llamarme cada vez que tenía alguna duda sobre cómo cuidar a nuestro hijo y, para ser sincera, escuchar su voz en algún momento de mi trabajo, era agradable y reconfortante. Me gustaba recibir llamadas suyas.
—Maximiliano…
—Merlí, debes venir al hospital del pueblo.
—Maximiliano, ¿qué sucede?
—Merlí, yo —se escuchaba muy nervioso.
—Maximiliano, ¿qué pasa? —pregunto angustiada al pensar en nuestro bebé—. Maximiliano, por favor, qué pasa.
—Maximiliano se puso mal. Los médicos lo están revisando. Merlí yo…, yo tuve la culpa.
—Maximiliano, tranquilízate. Salgo para allá. Estoy saliendo para allá —aviso apresurada y, con todo uniforme, salgo corriendo de la pastelería hacia el hospital.
Este era un pueblo muy pequeño, así que llegué muy rápido hasta la zona de emergencias.
Ahí, veo a Maximiliano pegado a una puerta en la cual solo entraban médicos y enfermeras. Corro hacia él desesperada y este, al verme, me abraza muy fuerte.
—Maximiliano, por favor, dime que nuestro hijo está bien. Por favor, dime que nuestro hijo está bien. DIME QUE ESTÁ BIEN.
—Los médicos dicen que está estable, pero que aún sigue delicado.
—¿Qué pasó? No entiendo. ¿Dónde está? Quiero verlo.
—Merlí, perdóname.
—Maximiliano, quiero ver a nuestro bebé. Quiero ver a mi pequeño Maximiliano, quiero ver a nuestro hijo —susurro angustiada al tiempo en que he empezado a llorar.
—Fue mi culpa.
—No entiendo. ¿Por qué dices eso?
—Yo… le di de comer algo que no debía…
—¿Qué?
—Fue mi culpa, Merlí. Yo no creí que le pudiese hacer daño, yo…
—¿Qué… qué le diste de comer? ¿Qué pasó? ¿Qué más te dijo el doctor? Maximiliano, necesito saber todo, Quiero ver a mi bebé. QUIERO VERLO.
—¿Padres del bebé Maximiliano Fisterra? —escuchamos de pronto; y los dos vamos hacia el médico.
—Somos nosotros, doctor —precisa él.
—Doctor, mi hijo. ¿Cómo está él? Por favor, dígame que está bien, Por favor, doctor.
—Tranquilícese, señora. Por fortuna, trajeron a su bebé a tiempo; de lo contrario, otro hubiese sido el escenario —menciona muy serio; y, en ese instante, veo a Maximiliano y puedo notar su expresión de culpa—. Deben tener mucho cuidado con lo que le dan de comer. Su hijo no tiene ni un año; la dieta es estricta; no deben salirse de ella. He atendido muchos casos de estos y su bebé contó con mucha suerte. Lo trajeron a tiempo y logramos salvarlo. Aun así, se quedará en observaciones por unos días más.
—Entiendo, entiendo, doctor —preciso más calmada; y él asiento muy serio—. ¿Podemos verlo?
—Por el momento no. Mañana por la mañana podrán hacerlo.
—Entiendo, entiendo… Gracias, doctor. Muchas gracias.
—Buena noche —responde formal; y se va.
Luego de ello, volteo a ver a Maximiliano y veo que él está llorando.
—Maximiliano, ¿qué sucede?
—Fue mi culpa, Merlí.
—Maximiliano.
—Mi hijo…, yo… puse su vida en riesgo. Fue mi culpa, Merlí.
—Maximiliano, no. Tú…
—FUE MI CULPA. YO NO RESPETÉ LA DIETA. FUE MI CULPA. MI HIJO CASI SE MUERE POR MI CULPA —señala al cerrar los ojos.
—Maximiliano, no. Por favor, mírame…
—Fue mi culpa, Merlí. Fue mi culpa —repite al empezar a alejarse.
—Maximiliano…
—Yo…
—Maximiliano, no…
—Necesito estar solo —señala profundamente triste; y se marcha a toda prisa.
Yo lo sigo detrás, lo llamo por su nombre, pero él no se detiene. Decido correr y logro alcanzarlo a la salida del pequeño nosocomio en el cual estaba nuestro hijo.
—Maximiliano…, detente por favor.
—Nuestro hijo casi…
—No lo digas, no lo digas…
—¿Cómo pude haber cometido ese error, Merlí? ¡SIEMPRE TE LLAMABA A LA MENOR DUDA! ¡¿POR QUÉ NO LO HICE AHORA?!
—Maximiliano, por favor, mírame. Maximiliano…
—No voy a poder perdonarme esto. Joder…
—Maximiliano, por favor, ya. SUFICIENTE —señalo tajante al tomar sus mejillas y hacer que me mirara—. Suficiente… —susurro al ver sus ojos llenos de lágrimas.
—Mi hijo está ahí por mi culpa…
—Maximiliano, no es así
—¡LO ES, MERLÍ! Sí, lo es.
—Maximiliano, mírame a los ojos por favor…
—Merlí…
—POR FAVOR, MAXIMILIANO —pido mucho más seria; y él lo hace—. Es… nuestra primera vez, como padres, Maximiliano. Nadie dijo que seríamos perfectos. Fue un error, sí; sin embargo, nuestro hijo estará bien.
—¿Sabes que ese error pudo habernos salido caro?
—Sí, lo sé. Pero también sé que tú, Maximiliano Fisterra, le salvaste la vida a nuestro hijo. Lo trajiste a tiempo, mi amor. Tú lo salvaste, Maximiliano. Te diste cuenta a tiempo y eso es lo importante. Nuestro bebé se pondrá bien y…, de ahora en adelante, te prometo que los dos lo cuidaremos juntos.
—Contigo no hubiese pasado esto. Soy un mal padre.
—Ya basta. No digas eso. TÚ NO ERES UN MAL PADRE. Todo lo contrario…, lo único que he visto en estos meses es… al mejor padre del mundo, Maximiliano.
—Merlí.
—Eres el mejor padre del mundo, Maximiliano. Eres el mejor padre porque siempre haces sonreír a nuestro hijo, siempre te levantas para ver que esté durmiendo bien, siempre estás atento a sus horarios, a jugar con él, a bañarlo…, a todo, Maximiliano. Tú eres… un súper papá. Eres el mejor padre que he podido conocer. Te amo, Maximiliano, y estoy segura que nuestro hijo también.
—Merlí…
—No llores más, por favor —musito al limpiar suavemente sus lágrimas.
—Tuve mucho miedo. Jamás había sentido algo así.
—Te entiendo. Yo te entiendo. Él se enfermó también cuando estaba solo conmigo.
—Perdóname, Merlí.
—No tengo nada que perdonarte, Bayá. Solo tengo mucho por agradecerte.
—Te amo…
—Y yo a ti…, ahora…, tranquilo por favor. No llores más…, no me gusta verte llorar —susurro muy suave; y después, simplemente, lo abrazo muy fuerte y así nos quedamos por mucho, mucho tiempo.
¡Útimos capítulos! :')
* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * La semana había pasado y mi pequeño bebé ya había salido del hospital. Él… ya estaba completamente recuperado y eso me hacía sentir muy feliz; sin embargo, aún me preocupaba ver a Maximiliano sentirse culpable por lo que había sucedido. Solía estar un poco triste y llevaba varias noches sin dormir…, como ahora. Lo veo acostado en el sofá de la sala (lugar que había sido como su cama en estos dos meses), la lámpara estaba encendida y él tenía la mirada perdida. Yo exhalo con cierta pesadez y luego, muy sigilosamente, camino hacia él. —Merlí —susurra sorprendido al verme y yo sonrío. —Hola… —¿Qué haces despierta a esta hora? Es muy tarde. Deberías estar durmiendo; hoy has tenido un día muy cansado —señala al sentarse en el sofá. Al ver sitio para mí, me siento a su lado. —¿Sabes que yo debería decir eso por ti? —No entiendo. —Maximiliano, son las dos y media de la mañana y estoy segura de que no has dormido ni cinco minutos. Maximiliano, s
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * Ocho meses después * * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * —¿Y? ¿Cómo te sientes? —Muy nerviosa, Cassandra. Siento que estoy temblando. —Y así es, Merlí. Ten, toma esto, te tranquilizará. —¿Sabes si Maximiliano ya… —Él ya está aquí. Te está esperando, Merlí. —Dios, Cassandra, no puedo creer lo que estoy viviendo. —Pues créelo, Merlí. Créele —precisa alegre; y nos abrazamos muy fuerte. —Lo amo mucho. —Y él a ti. Se le nota mucho, mucho, mucho… —¿Él está nervioso también? —Diría que más que tú, pero no lo entiendo —¿Por qué? —¿Porque no se suponen que ustedes ya se habían casado antes? —menciona curiosa; y yo sonrío. Sí, era verdad, antes me había casado con él, pero bajo otro nombre. En ese entonces, me casé con Santiago Costantini; ahora…, ahora lo hacía con Maximiliano Fisterra. El hombre que amaba y aquel que fue capaz de dejar su otra vida atrás solo por mí y nuestro hijo. —Merlí, una pregunta. ¿Cuándo se lo dirás?
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ** * * * * * * * *Merlí * * * * * * * * * *—Pues hoy sí terminé muerta, exhausta, como trapo, ¡es más! —exclama Cassandra— ¡mírame! —me pides—. ¿Crees que parezco de 26? Me siento como de 50 después de tanto trabajo —bromea; y yo río—. ¡Dios! No entiendo cómo es que tú has resistido tanto. Si se te ve muy delicada.—Estoy acostumbrada al trabajo —es lo único que le digo mientras seguimos caminando juntas hasta el barrio en el que vivíamos.—¡Venga! Pero Enrique me va a tener que escuchar mañana. Él solo nos paga para trabajar hasta las cinco. ¡Mira qué hora es! —articula indignada—. ¡Ocho de la noche, Merlí! ¡OCHO DE LA NOCHE! —indica al mostrarme la pantalla de su celular—. ¡¿Lo ves?! ¡¿Eh?! ¡Pero es que ese tipo me va a oír! O nos sube el sueldo o nos largamos de ese mugroso bar. Ya no puedo aguantar a tanto tío viendo lo que no debería —señala; y yo sonrío.—Ya, Cassandra, relájate—P...pe... pero ¡¿cómo es que quieres que me relaje, Mer
* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ** * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *—Quiero resultados —es lo primero que digo, al ingresar a la oficina principal del burdel.—Tenemos mercancía nueva, en menos de 24 horas.—¿Quién?—Una joven de 25 años.—¿Ella decidió pagar así? —cuestiono divertido.—Señor...—No digas nada. Ya sé la respuesta. Todas las mujeres son iguales. ¿Cuál es el monto de deuda?—La chica lo compensará con creces.—¿Por qué la seguridad?—Es muy guapa. Aparte ya la mandé a investigar y solo ha tenido un novio; es probable que sea virgen. Sabe que la mercancía nueva vale muchísima pasta.—¿Virgen a los 25? No lo creo —menciono seguro—. Solo espero que el monto de la deuda sea cubierto.—Totalmente, estoy seguro de que será una favorita. Mire su foto —me pide uno de los hombres que trabajaba para mí, al poner unos papeles sobre la mesa y... una curiosa foto (la cual tomo para observarla).—Ya la vi; no es muy guapa... —preciso al tirar la imagen sobre el esc
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ** * * * * * * * *Merlí * * * * * * * * * *Después de salir de ese escalofriante lugar, me vi obligada a subir a un vehículo de color negro y lunas polarizadas que me generaba bastante desconfianza (sobre todo, por la cantidad de hombres que se subieron en él). Yo no hubiese deseado tomarlo, pero el tipo que, de alguna manera me salvó, me recordó mis opciones: subir a su vehículo o regresar al burdel para que mi compra sea concretada.En realidad, no sabía qué era peor; sin embargo, mi mejor opción, en ese instante, fue obedecerlo, ya que no concebía la idea de regresar con aquel cerdo que me había dicho que era mi amo.—Sözleşmeyi bitir ve geri dön. Üç gün içinde sana ihtiyacım var —decía.Y debo confesar que yo no entendía, ni un palo, alguna palabra que pronunciaba por su celular, pero ahí estaba yo, siendo llevada a no sé dónde.Quería gritar, pero sabía que cualquiera de los hombres que estaban a mi alrededor me callarían al instante,
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ** * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *«Tiene valor», pienso cuando la veo, por las cámaras, huyendo de la casa.—Y yo tengo a unos ineptos como seguridad —musito al levantarme de mi asiento y salir de la casa para ir a la puerta principal, sin ser visto por ella.Al llegar a la entrada, la espero escondido. Quiero saber cuán ineptos son los hombres que trabajan para mí. De pronto, la veo y, segundos, después, empieza correr. Al notar su acción, decido ponerme de pie y aparecerme frente a ella.Cuando nota mi presencia, puedo observar su mirada cargada de furia y frustración; sin embargo, por extraño que parezca, no deja de correr, viene contra mí y... se estampa contra mi cuerpo para empezar a golpearme.—¡Eres malo! ¡Eres un hombre muy malo! —me golpea con sus puños—. ¡Malo! ¡Eres malo! —se empieza a descontrolar y llama la atención de los idiotas de mi personal.—Tranquilízate —le ordeno, pero no me hace caso—. Tranquilízate ya —empi
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *Bayá * * * * * * * * * * —Sabes las reglas, ¿por qué las quebrantaste? —Por la chica. Ya sabía quién era; valía mucho más que la deuda que tenía su padre. —Repito mi pregunta. ¿Por qué las quebrantaste? —Valía muchísimo más dinero, Bayá... —Escúchame bien, Rashad —lo confronto—. No se te ocurra volver a llevar otra mujer igual. —Solo fue un caso especial, Ba —Ningún caso especial, Rashad. En el negocio y las reglas no existen casos especiales, ¿entendiste? ¿o quieres que me tome la molestia de hacerte entender de manera definitiva? —amenazo; y él niega con su cabeza. —¿Dónde tienes a la chica? —Ese no es asunto tuyo. Lo que te debían ya fue saldado. —Eso me informaron —precisa al mirarme. —Vete de aquí —ordeno de pronto—. Considerando que eres el mejor de mis socios y nunca antes me has dado problemas, no haré nada más que quitarte el ingreso del mes. —Bayá... —Sabes las reglas, Rashad, ¿o quieres que me tome l
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * Arreglo mi vestido y después, solo me limito a seguir viendo por la ventana de la limusina que él y yo estábamos compartiendo. Después de la boda, solo se realizó un muy breve brindis (según él); sin embargo, para mí, fue una eternidad. Lo único que deseaba era salir de aquel lugar y correr sin parar; no obstante..., no podía hacerlo por más que quisiera. Salí de ese burdel, una boca del lobo, para caer en las garras de uno mucho peor. —¿A dónde vamos? —pregunto con neutralidad; y él me mira por breves segundos y luego..., luego solo me ignora y regresa su atención a su celular—. ¿A dónde vamos? —exijo; y aquello provoca que él guarde su celular, cruce sus piernas, extienda sus brazos sobre el fino respaldar de su asiento y, finalmente, me mire fijamente. —Te gusta hacer muchas preguntas —precisa algo fastidiado. —Fue la misma. ¿A dónde vamos? —No tengo por qué responderte... —Debes hacerlo... —Cuida la manera en la que te diriges a m