* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * *
Arreglo mi vestido y después, solo me limito a seguir viendo por la ventana de la limusina que él y yo estábamos compartiendo. Después de la boda, solo se realizó un muy breve brindis (según él); sin embargo, para mí, fue una eternidad. Lo único que deseaba era salir de aquel lugar y correr sin parar; no obstante..., no podía hacerlo por más que quisiera.
Salí de ese burdel, una boca del lobo, para caer en las garras de uno mucho peor.
—¿A dónde vamos? —pregunto con neutralidad; y él me mira por breves segundos y luego..., luego solo me ignora y regresa su atención a su celular—. ¿A dónde vamos? —exijo; y aquello provoca que él guarde su celular, cruce sus piernas, extienda sus brazos sobre el fino respaldar de su asiento y, finalmente, me mire fijamente.
—Te gusta hacer muchas preguntas —precisa algo fastidiado.
—Fue la misma. ¿A dónde vamos?
—No tengo por qué responderte...
—Debes hacerlo...
—Cuida la manera en la que te diriges a mí —advierte
—Solo es una pregunta. ¿A dónde vamos? —insisto; y aquel bufa con molestia, para después desviar su mirada—. Yo seguiré preguntando hasta obtener una respuesta. ¿A dónde vamos?
—Al lugar en el que pasaremos nuestra luna de miel —señala relajado; y aquella información me toma por sorpresa.
—¿Q... qué.. qué es lo que dijiste? —interrogo sorprendida, al tiempo en que siento mi cuerpo tensarse y tornarse frío.
—¿Eres sorda?
—No, no lo soy. Yo... no quiero ir. Yo no pienso estar contigo —manifiesto con temor—. Quiero bajar de aquí —exijo de pronto, al comenzar a tratar de abrir la puerta de la limusina; sin embargo, me es imposible—. ¡Que se detengan! ¡Que abran esta puerta! ¡Yo no pienso ir a ningún otro lado contigo! ¡Abran! ¡Que abran esta puerta!
—¡Cállate! —me ordena molesto—. Me estás resultando una mujer exasperante y... no te preocupes, que yo jamás te tocaría —expresa con absoluta honestidad—. No me pareces bonita, no eres para nada atractiva, no eres mi tipo de mujer. Jamás me acostaría contigo, ni que estuviera qué... ¿demente? —menciona algo burlón, al esbozar una autosuficiente media sonrisa.
—Pues, para tu información, no te creo...
—Pues eso no me importa, AHORA, CÁLLATE Y DEJA DE HACER UN ESCÁNDALO.
—Tú a mí no me das órdenes.
—¡Ya me cansé! —exclama de pronto, al levantarse de su lugar y venir hacia mí para tomar mis muñecas con fuerza y arrinconarme contra mi asiento.
—¿Qu... qué haces? —pregunto temerosa, al intentar soltarme de su agarre, pero no lo logro.
—No sé qué es lo que te creas, pero te digo algo, NIÑA. Yo no me casé contigo por gusto propio. De ser por mí, jamás te habría elegido como esposa. TÚ no me gustas. Eres muy poco atractiva, molesta, exasperante y con una voz que saca de quicio a cualquiera. ASÍ QUE DEJA DE HABLAR DE UNA VEZ ¡Y COMPÓRTATE! —ordena—. ¿O quieres que mis hombres hagan una visita a tu amiga? —amenaza de pronto; y eso me molesta.
—Eres un...
—Cuidado con lo que dices, niña, no te vayas a arrepentir.
—¡Patán! ¡Cobarde! ¡Cretino! —lo insulto al tiempo en que forcejeo para alejarlo de mí—. ¡Eres un hombre perverso! ¡Eres peor que el cerdo que me había comprado!
—¿Ah sí? ¿Eso crees?... Bueno, en ese caso, si lo que quieres es regresar con él, entonces por mí no hay ningún problema —responde relajado; y eso me molesta mucho—. Venga, ¿quieres volver con ese anciano?
—Tú eres igual o peor que él —arremeto.
—¿Eso es un sí? —pregunta autosuficiente, al arquear una de sus cejas.
Ante ello, solo me queda renegar, debido a que, para ser honesta, el otro tipo parecía mil veces peor que él.
—Es lo que imaginaba... —añade victorioso; y me suelta para poder regresar a su lugar.
—Pa...
—Shhhh... peinsa bien lo ue vas a decir porque no pienso tolerar otro insulto —advierte serio y, luego de ello, solo toma un diario que había en una mesita de la limusina y comienza a leerlo.
Mientras tanto, yo solo me dedico a insultarlo en silencio, para después pensar en todas las formas posibles de venganza.
El tiempo se esfumó rápidamente, al imaginar cada uno de mis planes y, cuando menos lo imaginé... estábamos en la entrada de la enorme casa en la que había pasado mis tres últimas noches.
«Vaya, no había reconocido el camino», me digo en silencio, al observar los alrededores de la propiedad (la cual, extrañamente, estaba repleta de periodistas).
—¿Contenta? —me habla de repente; y yo lo miro con fastidio.
—Simplemente, ¿no pudiste haber dicho que veníamos aquí?
—Ya te dije. No tengo por qué darte explicaciones —me recuerda cuando la limusina empieza a ingresar a la enorme mansión.
Ya en el jardín, yo bajo del vehículo con dificultad, debido a que el velo se había quedado atascado en no sé dónde.
—Mierda... —insulto al jalarlo, pero este no sale—. Joder... lo que me faltaba —reniego mucho más, al jalarlo con más fuerza, pero sin éxito alguno, logrando así que él se burlara de mí (pude notar que había esbozado una sonrisa socarrona)—. ¡Mierda! —exclamo; y él bufa al tiempo en que regresa hacia mí—. ¡Ni se te ocurra! ¡No necesito tu ayuda!
—No te estoy pidiendo permiso —responde serio, al desatascar mi velo y tirármelo—. Ya, sígueme. No me hagas perder mi tiempo —precisa y, sin más, camina hacia el interior de la casa.
Yo lo sigo y subo las escaleras detrás de él y después, llegamos al pasillo de las habitaciones. AL estar ahí, voy directamente hacia la que era la mía.
—NO —escucho su demandante voz; y me giro a verlo.
—¿No qué?
—Necesito que vengas aquí...
—Yo no pienso estar a solas contigo...
—No es una solicitud, es una orden.
—Yo no pienso...
—¿Quieres que amenace, niña? —pregunta y, ante ello, solo em queda renegar interiormente y seguirlo.
—Pasa y siéntate ahí.
—Aquí estoy bien...
—Que te sientes —puntualiza al señalar una silla del pequeño salón (el cual, en un inicio, creí que era su habitación) y yo obedezco.
—¿Qué quieres?
—Firma estos papeles.
—¿Qué son esos papeles?
—Anexos...
—No firmaré nada...
—No me hagas perder el tiempo y fírmalos de una vez...
—No sin antes leerlos.
—¡Firma de una vez!
—¿No sin antes leerlos! —me mantengo firme; y él parece alterarse.
—¡Diablos que eres exasperante!
—Entonces, ¿por qué te casaste conmigo? ¡Pudiste haber elegido a otra! —le alzo la voz; y aquello provoca que él venga a mí y vuelva a tomar mis manos para arrinconarme, esta vez, contra una pared.
—¿Qué haces? Suéltame...
—Que sea la última vez que me levantas la voz... —advierte furioso.
—Ya basta, suéltame, Me estás lastimando.
—Que sea la última, no pienso tolerar otra más...
—Suéltame, me lastimas...
—La última vez —recalca y, luego, me suelta—. Llévate los papeles, léelos, no me importa. Igual deberás firmarlos...
—Si no lo hago...
—Si no lo haces, ya no habrá más advertencias de mi parte, solo acciones —amenaza; y yo me quedo gélida—. Ahora, ve a tu habitación, llévate los papeles y alístate para nuestra noche de bodas. Sobre tu cama está lo que quiero que uses esta noche.
—Tú debes estar bromeando.
—Yo no bromeo. Ve a tu habitación de una vez —ordena—. Cuando regrese a la casa, quiero verte con eso puesto —concluye y, luego de ello, sale del salón sin decir más.
Frente a ello, yo tomo los papeles y me dirijo a mi habitación para cerciorarme de que lo que había dicho era una broma; sin embargo, no parece ser así, puesto que, sobre mi cama, hay una caja misteriosa.
Yo me acerco a ella y la abro rápidamente; y... lo que veo, me sorprende, pero de una manera extraña, ay que... no me imaginé que lo que hubiera dentro de aquella fuese un enorme pijama de dos piezas.
—Vaya... después de todo, eso de que no le parezco atractiva, parece ser real —susurro algo... extrañamente decepcionada—. Idiota. Sé que no soy una top model, pero me gusta mi cuerpo; es lindo —señalo y, sin más, dejo su regalo a un lado para ponerme a pensar en aquello que me tenía preocupada.
—ABUELA... —musito triste y, sin detenerme a pensar más de la cuenta, me cambio de ropa y me coloco un vestido que había en el enorme clóset para salir de mi habitación e ir en busca de mi abuela. Iba a aprovechar el tiempo en que él no estaría en la casa. Solo tenía que burlar su seguridad y... ya tenía un plan para eso.
Después de unos minutos, llego hasta la sala y dos hombres me impiden el paso.
—Señorita...
—Señora —les corrijo; y aquellos parecen apenarse.
—Lo lamentamos, señora.
—Apártense —ordeno con mucha firmeza, pero ellos no lo hacen—. ¿No escucharon? Apártense.
—Señori... señora —se corrige—. El señor no nos ha dicho nada sobre que iba a salir.
—¿Me estás impidiendo el pase? ¿A mí? ¿A su señora? —interrogo seria, al ocultar todo el nerviosismo en mi interior—. Más vale que se aparten de mí, si no quieren que le diga a mi marido que se encargue de ustedes solo porque se comportaron como unos idiotas y no me dejaron salir.
—Señora, ayer intentó escapar y el señor...
—Eso fue ayer. Ahora soy su esposa, la señora de esta casa y yo puedo entrar y salir cuando quiera. No necesito de la autorización de alguno de ustedes, así que apártense de una vez, si no quieren que...
—Está bien, está bien, señora —precisa uno; y yo celebro en mi interior al ver que se apartan.
—Tú —señalo a uno.
—¿Si, señora?
—¿Sabes conducir?
—Sí, señora
—Entonces serás mi chofer hoy.
—Sí, señora.
—¿Hay periodistas afuera?
—Ya no, señora.
—Bien, entonces vámonos de una vez —señalo y, sin más, salgo de la mansión.
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *
Me bajo de mi auto y voy hacia el interior de uno de mis bares. Ahí, puedo ver a mi amigo en l abarra, así que camino hacia él rápidamente
—Demoraste un poco...
—La mujer está loca —respondo fastidiado, al tomar mi copa de whiskey y beberla toda de un solo trago.
—Hey, calma, Bayá
—No tienes idea de lo exasperante que es esa mujer...
—Bueno, en defensa de ella, tú no eres una santa paloma. Además, hasta ahora no entiendo por qué decidiste casarte con una completa desconocida.
—Ese no es asunto tuyo, Ramsés...
—Sé que no es asunto mío, pro, como tu mejor amigo, debo decir que no entiendo el motivo de aquella decisión, aunque, para ser honesto, nunca he entendido una sola de tu parte —menciona burlón al reír.
—Ya cállate. No tolero las burlas.
—Vaya, vaya..., veo que el matrimonio no te está sentando bien...
—Ya deja de burlarte, Ramsés... —advierto—. Mejor dime para qué me llamaste.
—Tengo información importante para ti.
—¿De qué se trata?
—De Danaí —precisa serio; y el escuchar ese nombre, solo provoca que mi cuerpo hierva de furia, pero tarto de no ser evidente.
Solo me limito a servirme otro trago y beberlo igual que el primero: en un solo tiempo.
—No vale la pena que reacciones de esa manera por ella...
—No lo confundas. Lo que siento es rabia... —aclaro molesto—. ¿Qué hay con ella?
—Se casó —suelta de pronto; y aquello hace bullir mi sangre.
—¿Qué es lo que has dicho?
—Se casó...
—¿De dónde sacaste eso?
—De mi gente.
—¿Por qué me lo cuentas?
—Porque la persona con la que se casó es... Cabanillas —suelta sin tino; y aquello provoca que apriete mi copa con fuerza, hasta el punto de...
—Ya, deja esto —me dice mi amigo, al quitarme la copa de msi manos—. Pareciese que la quieres quebrar con tu mano.
—¿Estás seguro de lo que me dices?
—¿Dudas de mi palabra?
—No —niego rotundo al mirarlo—. ¿Qué averiguaste?
—Bueno..., tengo gente infiltrada alrededor de ella.
—Ella no me importa. Solo quiero saber el motivo por el que se casó con él.
—Poder...
—Explícate.
—Ella es ambiciosa; quiere poder y... piensa conseguirlo de Cabanillas, por eso se casó con él y... por eso..., por eso...
—Por eso me dejó el día de nuestra boda —completo; y mi amigo me mira decepcionado.
—Sí —responde del mismo modo.
—Ya lo sabía.
—¿Sabías lo de Cabanillas?
—No. Sabía que era ambiciosa. Todas las mujeres son así. Es lo único que les importa: el poder, los lujos, el dinero...
—Según tengo entendido, la mujer con la que te has casado no es...
—Ella es igual —lo interrumpo—y; además de ello, exasperante —preciso; y mi amigo ríe—. ¿De qué te ríes? —pregunto al volver a tomar mi copa y beber de ella.
—De lo que dices...
—¿Qué hay con lo que digo? ¿ué te parece gracioso?
—No sé. Que saques juicios apresurados de una persona.
—No es apresurado...
—Pues yo creo que sí. Leí la información de la mujer. Muy trabajadora...
—Eso no significa que no sea ambiciosa...
—Se gana la vida y se hace cargo de su padre, un alcohólico y adicto a los juegos de mesa; y aparte de su abuela.
—Es igual a todas...
—¿Qué pasaría si, en algún momento, te enamoras de ella?
—Eso no sucederá.
—¿Cómo estás tan seguro?
—NO ME GUSTA.
—Es muy guapa; he visto su foto.
—A mí no me lo parece.
—¿Qué pasa si te enamoras de ella? Si llegas a... amar a tu esposa —cuestiona burlón.
—El amor no existe, Ramsés...
—¿Por qué dices eso?
—Porque es la verdad y, en caso existiera, está sobrevalorado.
—Solo imagínate la situación...
—No tengo por qué imaginarme alguna. La mujer es exasperante, poco atractiva, habla mucho y... me saca de quicio de todas las formas; es detestable...
—Entonces... ¿por qué te casaste con ella?
—Estaba desesperado. Necesitaba una esposa y ella se apareció. No me casé con esa mujer porque me gustara o algo así. Me casé con ella porque fue la condición que me puso mi padre para hacerme cargo de la mafia por completo. Si no acataba sus órdenes, estas iban a pasar a Abel. Y puede estar en manos de cualquiera, menos de él. Aparte, este imperio es tan mío como el de mi padre, yo logré que creciera, así que no iba a perderlo por falta de esposa.
—¿Y cómo es que la elegiste a ella?
—Estaba desesperada, iba a aceptar sin hacer drama alguno...
—¿y es así? ¿No te ha hecho drama alguno? —cuestiona burlón; y yo refunfuño.
—Es el peor error que he cometido. Creí que casándome con una desconocida en puros, todo iba a ser más fácil. Ella no reclamaría debido a los beneficios que le daría, PERO NO. JUSTO ME TOCÓ UNA LOCA QUE PARECE NO TEMER A NINGUNA DE MIS AMENAZAS —preciso con mucho fastidio; y escucho a mi amigo reírse un poco fuerte—. ¿QUÉ PASA CONTIGO? —increpo molesto; y él ríe mucho más.
—Ay, Bayá... no sé, pero siento que esto se va a poner muy interesante...
—¿Por qué lo dices?
—Por nada —contesta muy relajado sonriente, para después continuar bebiendo de su copa.
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* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —¿Qué harás ahora? —No lo sé. No quiero volver a esa casa, si lo que me espera es esa exasperante mujer —me quejo; y mi socio y amigo se ríe—. Ya te lo dije una vez, Ramsés, y te lo diré ahora, pero no quiero volver a repetirlo. DEJA DE BURLARTE —demando, pero en lugar de que se callara, se ríe más. —Ay, Bayá. Hoy sí que me he divertido contigo... —continúa riéndose—. Cómo me habría encantado estar en tu boda... —Tenías asuntos más importantes que hacer —aclaro serio. —De no ser por que tú eres el jefe, yo habría decidido quedarme a acompañar a mi MEJOR amigo en el momento más especial de su vida —añade jocoso. —YA DEJA EL JUEGO —ordeno molesto. —Ya, tranquilízate, hombre. Es solo diversión. —No me gusta la diversión —aclaro —¿En serio? No lo sabía —responde con sarcasmo—. Creo que, si no me lo decías, no me habría dado cuenta. —YA, RAMSÉS —repito con mayor mal humor. —Vale, vale, está bien, pero relájate, jefe —me pide divertido; y
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —¡AAAGGGGGHHHH! —me enfado y tiro el celular, terminando así por destrozarlo. —BAYÁ, TRANQUILÍZATE —demanda Ramsés. —¡¿Tranquilizarme?! ¡¿Tranquilizarme?! ¡¿Cómo pretendes que haga eso?! —¡BAYÁ! SI SIGUES ASÍ DE DESESPERADO, NO LOGRARÁS NADA. ¡DEBES TRANQUILIZARTE PARA PENSAR! —ordena; y debía admitir que tenía razón. —Vale..., vale —pronuncio al intentarlo. —Bien, así..., está bien. Tranquilízate y actuemos. Tú eres el jefe, tú mandas, pero ahora yo podría... —NO. Este asunto es mío. Ella quiere hablar conmigo. —¿Irás a donde te citó? —cuestiona serio; y yo niego con la cabeza. —JAMÁS HARÍA ESO —aclaro muy firme al mirarlo fijamente. —¿Entonces? —Entonces..., pretendo hacerle una visita sorpresa... —Bayá, recuerda que tu esposa está ahí. —LO SÉ. Y es por ella que lo haré —respondo al terminar de abrir la puerta d emi auto y subirme en él. —Bayá —escucho a mi amigo, al tiempo en que veo cómo toma el asiento de copiloto—, tu espos
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —Otro día más —susurro al salir de mi habitación, con portafolio en mano, para dirigirme a mi comedor para desayunar. —Señor, buen día — saluda mi mayordomo cuando me ve. —¿Cómo se está comportando? —La señora ha estado tranquila, señor —¿Sigue durmiendo? —pregunto serio al dirigirme al comedor—. No la he escuchado gritar —señalo algo sorprendido, pues lo que había venido haciendo los últimos días. —Sí, señor. Ayer la seño... —No digas nada. No me importa lo que haga la mujer. Con que se quede callada, me doy por servido —expreso sincero—. Hoy solo tomaré un jugo y una fruta, quiten todo lo demás que hayan puesto en la... —me quedo completamente en silencio, de manera imprevista, cuando llego al comedor y veo una mesa perfectamente servida, decorada y repleta de... muchos platos. Sin embargo, lo que había robado mi atención, más allá de la mesa, era... ella «¿Qué hacía ella aquí?» «¿Querrá presumirme su desayuno y devorarlo frente a
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —Me estás lastimando. Suéltame por favor —le pido al forcejear con él, pero no me lo permite. —Camina y deja de comportarte como una niña. —No me comporto como una niña. Si te digo que me sueltes es porque, de verdad, me estás lastimando —preciso muy seria, pero aquel no tiene contemplación alguna—. YA, SUÉLTAME... —Cuida el tono con que me hablas, que no estoy de humor como para escucharlo. —¡Suéltame! —¡Camina! —Mi brazo me está doliendo... —me quejo, pero no me hace caso. Él continúa llevándome del brazo hasta que por fin llegamos a su auto y me suelta de manera abrupta. —Vamos. Sube de una vez... —Yo no puedo ir aquí. Necesito regresar a la camioneta. Cassandra está ahí. —Mis hombres se encargarán de llevarla a su casa. ¡Sube! —exclama algo exasperado. —¡Que no! Que yo necesito ir con ella —me opongo muy firme al mirarlo fijamente; y él parece molestarse mucho más con mi respuesta. —SUBE DE UNA VEZ —pronuncia tratando de cont
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¿Se puede saber a qué estás jugando? —pregunta impaciente y fastidiado, al haber abierto mi puerta sin permiso, y entrado a mi habitación. Al parecer, el que le haya enviado, con el personal, el recado de que ya no iría a la fiesta, no le había gustado. —Se toca antes de entrar... —Es mi m*****a casa. ¿Se puede saber a qué juegas? —Yo, a nada... —No juegues con mi paciencia... —advierte muy serio; y yo sonrío levemente. —Primero, te pediré que te calmes porque no quiero que discutamos. —¿A QUÉ JUEGAS? —A nada; ya te lo dije. Cálmate; solo quiero hablar contigo. —Irás a esa fiesta. —Claro que iré —preciso; y él empieza a relajarse—, pero con una condición —agrego; y aquello provoca que su gesto adusto se recomponga. —A mí no me vengas con juegos, niña. TÚ, A MÍ, NO ME PUEDES PONER CONDICIONES. NO LAS ACEPTARÉ. —Bueno, si no aceptas la condición que te pediré, entonces no iré a la fiesta. —TEN CUIDADO CON LO QUE ME ESTÁS DICIEND
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¡Ay dios! —exclamo asustado, cuando he escuchado un fuerte ruido fuera de mi habitación. Yo me levanto, me pongo mi bata y salgo. —Señora, perdón por haberla despertado —se disculpa una mucama mientras recoge la bandeja que s ele había caído. —¿Qué pasó? ¿A dónde llevas eso? —Al cuarto del señor, señora. —¿Por qué? ¿Qué es? —Es un remedio. —¿Remedio para qué? —El señor está un poco mal, señora. —¿Qué tiene? —Creo que se debe a que... —No me lo digas; debe ser por todas las botellas que de seguro se tomó en esa boda —preciso fastidiada, ya que, si había algo que odiaba, era las personas que bebían alcohol en exceso (como mi padre). —Lamento la molestia, señora. —No te preocupes, ve a traer algo para la resaca, mucha agua y dejas la bandeja en la entrada de su habitación. Yo me hago cargo de él. —Como diga, señora —responde; y se va. Mientras tanto, yo me dirijo a su habitación y entro sin pedir permiso. —¿Dónde se metió? —me
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —Te juro que no le he dicho a nadie —preciso muy triste y asustada. —¡ESTÁS MINTIENDO! —grita al presionar más mis muñecas contra la cama. —Por favor, créeme. —¡ESTÁS MINTIENDO! —¡NO ES CIERTO! —¡MENTIRA! ¡EL MATRIMONIO FALSO YA ES CONOCIDO POR LOS DEMÁS! —¡Yo no he dicho nada! —¡SILENCIO! ¡SIGUES MINTIENDO! ¡¿QUÉ BUSCABAS EH?! —¿Qué? —¡¿QUIERES QUE LO HAGA MÁS REAL DE LO QUE ES? —¿Qué dices? —PORQUE COMO MI ESPOSA, SIN TREGUA A DIVORCIARNOS DESPUÉS DE UN AÑO, ¡NO TE DEJARÉ JAMÁS! —¡¿QUÉ ESTÁS DICIENDO?! ¡¿TE VOLVISTE LOCO O QUÉ?! ¡TÚ NO PUEDES HACER ESO! —¡TE EQUIVOCAS! ¡CLARO QUE PUEDO! ¡PUEDO NO DEJARTE SALIR DE AQUÍ JAMÁS! —¡CÁLLATE! ¡MENTIROS! ¡TÚ NO PUEDES HACER ESO! ¡YO SOY UNA MUJER LIBRE! —¡ERES UNA MUJER CON DEUDA! —¡YA ME CASÉ CONTIGO! —¡PERO CONTASTE LA FALSEDAD DE NUESTRO MATRIMONIO! ¡SIGUES ES DEUDA! —¡NO ES VERDAD! —¡MIENTES! ¡MIENTES! ¡ES LO ÚNICO QUE SABES HACER! ¡ERES UNA MALAGRADECIDA! ¡YO TE SALVÉ! —¡C
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —Eres un completo imbécil, Bayá —insulta Ramsés; y yo no puedo refutarlo. Era cierto; había sido un completo imbécil. Yo debí ser el que no actuara impulsivamente y detener todo lo que ya había pasado en su momento, pero..., pero no lo había hecho y había sido porque... no quise, no quise parar. El haberla visto expuesta ante mí fue suficiente para que aquel deseo, que no sabía que existía, se apoderara de mí y de mis instintos y... no pensé en más que hacerla mía de todas las formas posibles y sin medir mi rudeza. —Si hubiese sabido que era virgen, yo... —¿Tú qué? ¿Te habrías detenido? —inquiero molesto; y yo guardo silencio, ya que no es lo que habría hecho. Estaba ansioso, estaba deseoso y ella..., dios ella era muy atractiva, así como exasperante y... yo creí que también lo quería. «Carajo, eso no puede estar pasando», me regaño en silencio. —¿Cómo está ella? —No lo sé —contesto extrañamente desanimado—. Me pidió que saliera de su