* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *
—¿Qué harás ahora?
—No lo sé. No quiero volver a esa casa, si lo que me espera es esa exasperante mujer —me quejo; y mi socio y amigo se ríe—. Ya te lo dije una vez, Ramsés, y te lo diré ahora, pero no quiero volver a repetirlo. DEJA DE BURLARTE —demando, pero en lugar de que se callara, se ríe más.
—Ay, Bayá. Hoy sí que me he divertido contigo... —continúa riéndose—. Cómo me habría encantado estar en tu boda...
—Tenías asuntos más importantes que hacer —aclaro serio.
—De no ser por que tú eres el jefe, yo habría decidido quedarme a acompañar a mi MEJOR amigo en el momento más especial de su vida —añade jocoso.
—YA DEJA EL JUEGO —ordeno molesto.
—Ya, tranquilízate, hombre. Es solo diversión.
—No me gusta la diversión —aclaro
—¿En serio? No lo sabía —responde con sarcasmo—. Creo que, si no me lo decías, no me habría dado cuenta.
—YA, RAMSÉS —repito con mayor mal humor.
—Vale, vale, está bien, pero relájate, jefe —me pide divertido; y yo me giro a verlo amenazante—. Ay, dios... No sabes cómo compadezco a la pobre mujercita que escogiste como esposa. Mira que tener que aguantar tu mal humor POR UN AÑO... —se ríe.
—YA CÁLLATE, RAMSÉS. Mejor hablemos de otro tema.
—Creí que ya te ibas.
—Eso tenía planeado, pero la mujer esa debe estar igual de histérica y yo no me casé para recibir reclamos o gritos de nadie. Y MUCHO MENOS DE UNA MUJER —aclaro con desprecio porque... eso era lo que merecían
—No puedo creer que aún sigas resentido —escucho de pronto.
—¿Resentido? YO NO ESTOY RESENTIDO —preciso con molestia, ante su fastidioso comentario.
—¿Ah no? ¿Y ese "y mucho menos de una mujer"? ¿Qué fue?
—Mejor cambiemos de tema...
—DEBES SUPERARLO
—Cállate...
—Danaí no era una buena mujer.
—Eso no me interesa.
—No todas las mujeres son como ella.
—Ni una palabra más, Ramsés.
—Eres mi mejor amigo, Bayá.
—Y como tal, cállate —advierto muy firme al girarme a verlo—. No quiero amenazarte.
—Amenázame, no tengo problema...
—Ramsés.... —advierto; y él sonríe.
—A pesar de que ahora seas... "Bayá", yo sé que, muy dentro de ti, aún vive Maximiliano.
—Soy Maximiliano.
—Mentira. Ahora solo eres un hombre resentido con las mujeres porque tu ex novia te dejó plantado en el altar y se fue a a casar con el peor de tus enemigos.
—Ramsés.
—¿Un consejo? SUPÉRALO. Danaí no vale eso.
—Yo no hago nada por Danaí.
—No, pero cambiaste tu modo de ser solo por esa mujer y... —exhala con pesadez— no conozco a tu esposa, pero..., en memoria de mi madre, solo te advierto una cosa....
—Tú no estás para advertirme nada, Ramsés.
—No dejaré que te comportes como un cretino con ella.
—¿La defiendes? —pregunto divertido.
—Defiendo a cualquier mujer...
—Sí, pero vaya que no tienes remordimiento alguno cuando las dejas, ¿no es así?
—Eso es otra cosa, Bayá. Yo siempre soy claro con ellas. No pueden enamorarse de mí.
—Creo que mejor me voy. Esta conversación...
—Ya no te está gustando —completa—. Bueno, a mí tampoco. Solo te advierto algo: respeta a tu esposa.
—Solo es una desconocida.
—Pero no deja de ser tu esposa por eso. Además, te recuerdo que tú la escogiste y, aunque sea una aparecida de la nada, debo reconocer que me parece muy curioso que la hayas elegido.
—Ya te di mis razones.
—Sí, es cierto, pero, aun así, no creo del todo en ellas.
—Ese no es asunto mío. Y ahora vámonos.
—¿A dónde?
—A relajarnos —preciso neutral al mirarlo—. Dos mujeres nos están esperando...
—Por dios, Ramsés. Acabas de casarte —me recuerda.
—Solo por la condición de mi padre.
—Tienes esposa.
—Una por contrato. Nada importante.
—En serio que eres un...
—Cuidado con lo que dices, Ramsés...
—NO VOY A ACOMPAÑARTE. Una esposa se respeta…, así sea de mentiras. Es regla de la familia
—Bueno, iré yo solo. Dos para mí..., mucho mejor —acoto sonriente.
—No eres un hombre de la familia —acusa—. Se respeta a las esposas.
—No sigo normas obsoletas, Ramsés. Es mi vida.
—Has lo que quieras, pero ya no cuentes conmigo.
—No me importa —respondo desinteresado y luego, me levanto de mi asiento para salir de mi bar.
—Señor —me intercepta uno de mis hombres a la salida.
—Que sea importante —le digo al caminar hasta mi auto personal.
—Es importante, señor —precisa; y yo me detengo par girarme a verlo.
—IMPORTANTE —advierto; y él me mira con sumo temor—. Habla
—Señor... —titubea un poco.
—Habla ya, no tengo todo tu tiempo —articulo grave y fastidiado.
—Señor, nos acaban de informar que la señora ha salido de la mansión.
—¿QUÉ COSA ESTÁS DICIENDO? —increpo de muy mal humor—. ¡¿POR QUÉ LA DEJARON SALIR?! ¡¿A DÓNDE FUE?! —exijo al tomar el cuello de su camisa.
—Señor..., señor...
—¡SIN TITUBEAR!
—Perdón, perdón, señor...
—¡Baya! Pero ¿qué pasa? —escucho la voz de mi amigo—. Suelta al hombre. Es de los fieles.
—¿De los fieles? ¡De los idiotas! —insulto al soltarlo—. ¡HABLA YA! ¡DÓNDE ESTÁ!
—Señor, mis hombres me informaron que la señora dijo que usted le había dado autorización de salir.
—¡Yo no le he dado ningún permiso!
—Señor, eso fue lo que dijo...
—¡No quiero esos detalles! QUIERO SABER DÓNDE ESTÁ —pregunto frontal— ¡HABLA!
—La señora salió con uno de mis hombres. Le pidió que la llevara a su casa...
—Bien, entonces está en su casa.
—No, señor.
—¿CÓMO QUE NO?
—No, señor. La dejaron ahí, la señora pidió que la dejaran entrar sola...
—¿Y no me digan que ustedes la dejaron entrar sola? —pregunto sarcástico y furioso.
—Señor, era la casa de la señora.
—¡Menudos idiotas! —insulto al abrir la puerta de mi auto—. ¿DÓNDE ESTÁ LA SEÑORA? Porque ya no creo que siga en su casa ¿O SÍ? —pregunto de mayor mal humor.
—Lo siento, señor, no.. no... no sabemos dónde está.
—GGGGHHH —reniego al golpear mi auto.
—Bayá, cálmate —me pide Ramsés.
—¡¿Que me calme?! ¿Quieres que me calme cuando sé que trabajo al lado de ineptos?
—Bayá, ¡ya! —grita al tomarme del saco—. CÁLMATE —ordena muy serio al mirarme fijamente—. La encontraremos —me dice, pero yo no hago más que quitar sus manso de mi saco y entrar a mi auto sin decir palabra alguna—. Bayá, ¿a dónde vas? —pregunta mi amigo por la ventana.
—A hacer lo que los inútiles hombres de seguridad que tengo no han hecho.
—Encontrar a mi esposa —preciso con molestia.
—¿A dónde vas? Te acompaño.
—VE CON LOS INÚTILES —ordeno al referirme a mi seguridad—. Que vayan a la clínica Gibraltar. Ella debe estar ahí —menciono con molestia al encender mi auto.
—Su abuela... —menciona mi amigo.
—Sí, su abuela —confirmo y, sin más, echo a andar mi carro.
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * *
—Ay, abuela —susurro al continuar acariciando sus blancos cabellos.
—Mi Merlí —susurra al continuar sonriendo.
—Me gustaría quedarme más tiempo, abuela, pero... —me quedo en silencio al pensar lo que diría—, pero debo air trabajar —le miento, ya que, si le decía la verdad, no sabría cómo reaccionaría y lo último que quería era que se pusiera mal.
—Gracias, mi amor —musita muy contenta.
—Aquí te seguirán cuidando muy bien hasta que termine tu tratamiento, abuela... —informo al estrechar sus tiernas y arrugadas manitos.
—Gracias, mi amor, y... dale gracias a esa persona de buen corazón que me ayudó —precisa; y yo sonrío.
—Claro que lo haré, abuela.
—Gracias, mi amor... —me sonríe contenta y tranquila; y yo le respondo del mismo modo.
Ahora, a comparación de unas horas, me sentía mucho más tranquila. Ya pude ver a la persona más importante en mi vida y..., tal y como aquel hombre había prometido, ella estaba recibiendo una atención de primera e iba a ser tratada para curar su enfermedad cardíaca. Me sentí mucho, pero mucho más aliviada y feliz de verla muy bien... y eso era lo único que necesitaba para darme cuenta de que, tal vez, el trato con ese tipo no había sido tan malo, ya que mate dos pájaros de un solo tiro. Primero, la cuenta de mi padre había desaparecido y... la segunda y más importante...es que la mujer que más amaba estaba, por fin, siendo atendida en un buen hospital, el cual yo, JAMÁS, habría podido pagar.
Aparte, había otro punto que no me lo esperaba y era que... aquel hombre no había osado a tocarme y eso me tranquilizaba demasiado, aunque no podía confiarme al 100%, pero...
«Tal vez, no sea tan mala persona» pienso.
«Aunque es un cretino al que le gusta amenazar», me recuerdo.
«Mmmm..., pero más parece de esos perros que muerden y no ladran», preciso en silencio y sonrío algo burlona.
—Mi amor, ¿todo bien?
—Sí, abuelita... —acaricio su frente— solo pensaba en un perro...
—¿Un perro?
—Sí, un perro. De esos grandes, fuertes y rudos que son los más mansos de todos —digo con suma diversión; y mi abuela se ríe.
—Ay, hija. Tienes unas ocurrencias.
—Ay, abuelita —suspiro al mirarla—. De verdad, me encantaría quedarme más tiempo aquí.
—Yo lo sé, mi amor, pero no puedes descuidar tu trabajo.
—Gracias por comprender, abuelita, pero te prometo que vendré muy seguido a verte.
—Ve con la virgen, mi amor
—Gracias, abuelita —le doy un beso en su frente—. Te amo —le susurro y, luego, me voy.
Salgo del hospital y lo primero que pienso es en cómo regresar. Debo admitir que, cuando entré a mi casa y tomé todo el dinero que había ahorrado (el cual no era mucho) para llevar a mi abuela a un hospital, pensé en venir a verla y huir con ella. No obstante, ya había cambiado de decisión y... sabía que lo mejor era... regresar.
—Me pregunto si alguien conoce "Margaritas" —musito al pensar en si tomaba un taxi o bus—. Taxi... —paro a uno y se detiene.
—Buen día —saluda.
—Buen día. Una pregunta, ¿usted conoce "Margaritas"?
—¿Margaritas?
—Sí, señor, Margaritas. Creo que queda por un lugar llamado el Brigal o Bigal o... —tarto de recordar el nombre que me dio el hombre de seguridad que hizo de mi chofer y el cual era un poco (por no decir MUY) ingenuo, ya que respondía casi todo lo que le preguntaba.
—¿Tal vez quiera decir "Brinham"?
—¡SÍ! ¡ESO! ¡BRIMHAM! —exclamo; y el hombre sonríe.
—Suba, señorita. Conozco "Brimham" y un poco de esas "Margaritas". Lo que pasa es que hay otro lugar llamado igual, pero a donde iremos es uno más alejado y exclusivo.
—Bueno, muchas gracias —le digo y subo a su taxi.
Después de casi una hora y media en el taxi, me bajo de aquel y casi se me va todo el dinero.
—Bien, Merlí..., cinco euros de todo tu ahorro, son los que te quedan —musito—y aún no has llegado a la casa —preciso desanimada, ya que el hombre no pudo dar con la dirección y a mí me tocó bajarme del taxi para preguntar a las personas.
Hago eso de inmediato, pero casi nadie me daba razón alguna y yo no podía reconocer muy bien el camino.
—Creo que era por acá —susurro y, de pronto— ¡AY, SÍ! ¡ES POR ACÁ! —celebro al reconocer la enorme avenida (la cual se veía muy desolada)—. Bonito, pero da un poco de miedo —susurro al empezar a caminar por aquella avenida tan solitaria.
Llevo mucho tiempo caminando sin rumbo hasta que, de pronto, a lo lejos, diviso el enorme portón de la mansión.
—Ah... ¡por fin! —celebro y a empiezo a acelerar un poco más mi paso para llegar más rápido cuando, de repente, un vehículo se atraviesa y se estaciona frente a mí.
—¡Ay dios! —exclamo asustada, al tiempo en que veo que se bajan dos hombres—. ¡¿Ustedes son ciegos o qué?! —les reclamo— ¡¿Pudieron haberme llevado?! ¡Caray! ¡Me habrían matado! —exclamo molesta, cuando, de pronto, veo a uno sacar un arma y, ene se instante, todo mi cuerpo se paraliza.
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *
—Quiero saber si tuvo visitas —exijo al personal a cargo.
—¿Cómo dijo que se llamaba?
—Mérida..., Mérida Escalante viuda de Fernand
—¿Usted...?
—Soy el hombre a cargo —le entrego mi documento—. ¿Recibió visitas?
—Bien —termina de revisar mi identificación—, señor Costantini, la señora recibió la visita de su nieta, pero se retiró hace como dos horas y media.
—Dos horas y media, ¿está seguro?
—Sí, señor. Si la conoce, dígale que venga más seguido. Le hizo muy bien a la señora De Fernand —enfatiza, pero no le hago caso, ay que solo salgo del hospital.
—¡Tranquilízate, Bayá! —me pide Ramsés, al estar fuera del nosocomio
—¡¿Cómo quieres que me calme?! ¡Salió como hace tres horas y no hay rastro de ella! —increpo—. ¡SE ESCAPÓ! ¡ES LO MÁS SEGURO! ¡ME QUISO VER LA CARA DE IMBÉCIL!
—Bayá, TRANQUILÍZATE.
—PERO NI CREA ESA MUJER QUE SE BURLARÁ DE MÍ...
—Bayá...
—¡Silencio, Ramsés! ¡No la defiendas!
—Bayá...
—¡Silencio he dicho!
—¡Señor!
—¡¿Y ahora qué pasa?! —pregunto exasperado.
—Debe ver esto —me dice el jefe de mi seguridad y me muestra su celular.
—¿Qué quieres que vea? —pregunto y él pone a reproducir un vídeo.
Cuando inicia, me quedo petrificado, viendo con asombro la imagen de la mujer a la que acababa de hacer mi esposa, esposa manos atrás y con una venda en sus ojos.
—¡PERO QUÉ CARAJOS ES ESTO! —grito al tirar el teléfono.
—¡Bayá! ¡Pero qué pasa! —pregunta Ramsés al recoger el móvil y mirar lo que yo había visto.
—¡¿QUIÉN FUE?! —exijo.
—Todo indica que fue la señorita Danaí, señor —responde de pronto.
—¿Qué? —pregunto desconcertado y con furia contenida y, de repente, suena mi celular (el cual contesto de inmediato, al ver un número desconocido)—. Quien sea, le pone un dedo a mi esposa y juro que deseará morir rápidamente, antes de que yo lo encuentre —amenazo; y escucho una risa.
—¿Así es como saludas al amor de tu vida?
—Toca a mi mujer y me conocerás
—Yo también te extrañé, Maxi...
—¿DÓNDE ESTÁ?
—Pues... —alarga sensual— conmigo...
—¿DÓNDE ESTÁ? —pregunto más demandante.
—Shhhh, a mí me bajas el tono que no estás en posición de exigir. Tu harapienta está bien —articula despectiva—. Saluda, gitanita —dice y, de pronto...
"¡Déjame salir! ¡Loca! ¡Te lo exijo! No sé qué lío tengáis tú y ese cabrón, pero a mí no me metan en sus asuntos, ¡gilipollas!", la escucho insultar.
—¡Cállate! —oigo responder a Danaí al a vez que escucho un fuerte golpe.
—DIME QUE NO TE ATREVISTE A TOCAR ¡A MI MUJER!
—Por favor, Bayá —me habla divertida—. Sé que no es tu mujer —me responde con toda seguridad—. Tú y tú, enciérrenla —ordena de pronto—. Hay que enseñarle modales.
—TOCA A MI ESPOSA, PONLE UN SOLO DEDO ENCIMA Y TE JURO QUE ME SUPLICARÁS TERMINAR CONTIGO TAN RÁPIDO COMO ME SEA POSIBLE.
—Tú no harías eso..., cariño
—CLARO QUE LO HARÉ —prometo.
—Hoy —habla seria—, a las veintitrés horas, en nuestro lugar especial. No faltes, cariñito —concluye y... corta.
¡Aquí otro capítulo de fin de semana!
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —¡AAAGGGGGHHHH! —me enfado y tiro el celular, terminando así por destrozarlo. —BAYÁ, TRANQUILÍZATE —demanda Ramsés. —¡¿Tranquilizarme?! ¡¿Tranquilizarme?! ¡¿Cómo pretendes que haga eso?! —¡BAYÁ! SI SIGUES ASÍ DE DESESPERADO, NO LOGRARÁS NADA. ¡DEBES TRANQUILIZARTE PARA PENSAR! —ordena; y debía admitir que tenía razón. —Vale..., vale —pronuncio al intentarlo. —Bien, así..., está bien. Tranquilízate y actuemos. Tú eres el jefe, tú mandas, pero ahora yo podría... —NO. Este asunto es mío. Ella quiere hablar conmigo. —¿Irás a donde te citó? —cuestiona serio; y yo niego con la cabeza. —JAMÁS HARÍA ESO —aclaro muy firme al mirarlo fijamente. —¿Entonces? —Entonces..., pretendo hacerle una visita sorpresa... —Bayá, recuerda que tu esposa está ahí. —LO SÉ. Y es por ella que lo haré —respondo al terminar de abrir la puerta d emi auto y subirme en él. —Bayá —escucho a mi amigo, al tiempo en que veo cómo toma el asiento de copiloto—, tu espos
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —Otro día más —susurro al salir de mi habitación, con portafolio en mano, para dirigirme a mi comedor para desayunar. —Señor, buen día — saluda mi mayordomo cuando me ve. —¿Cómo se está comportando? —La señora ha estado tranquila, señor —¿Sigue durmiendo? —pregunto serio al dirigirme al comedor—. No la he escuchado gritar —señalo algo sorprendido, pues lo que había venido haciendo los últimos días. —Sí, señor. Ayer la seño... —No digas nada. No me importa lo que haga la mujer. Con que se quede callada, me doy por servido —expreso sincero—. Hoy solo tomaré un jugo y una fruta, quiten todo lo demás que hayan puesto en la... —me quedo completamente en silencio, de manera imprevista, cuando llego al comedor y veo una mesa perfectamente servida, decorada y repleta de... muchos platos. Sin embargo, lo que había robado mi atención, más allá de la mesa, era... ella «¿Qué hacía ella aquí?» «¿Querrá presumirme su desayuno y devorarlo frente a
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —Me estás lastimando. Suéltame por favor —le pido al forcejear con él, pero no me lo permite. —Camina y deja de comportarte como una niña. —No me comporto como una niña. Si te digo que me sueltes es porque, de verdad, me estás lastimando —preciso muy seria, pero aquel no tiene contemplación alguna—. YA, SUÉLTAME... —Cuida el tono con que me hablas, que no estoy de humor como para escucharlo. —¡Suéltame! —¡Camina! —Mi brazo me está doliendo... —me quejo, pero no me hace caso. Él continúa llevándome del brazo hasta que por fin llegamos a su auto y me suelta de manera abrupta. —Vamos. Sube de una vez... —Yo no puedo ir aquí. Necesito regresar a la camioneta. Cassandra está ahí. —Mis hombres se encargarán de llevarla a su casa. ¡Sube! —exclama algo exasperado. —¡Que no! Que yo necesito ir con ella —me opongo muy firme al mirarlo fijamente; y él parece molestarse mucho más con mi respuesta. —SUBE DE UNA VEZ —pronuncia tratando de cont
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¿Se puede saber a qué estás jugando? —pregunta impaciente y fastidiado, al haber abierto mi puerta sin permiso, y entrado a mi habitación. Al parecer, el que le haya enviado, con el personal, el recado de que ya no iría a la fiesta, no le había gustado. —Se toca antes de entrar... —Es mi m*****a casa. ¿Se puede saber a qué juegas? —Yo, a nada... —No juegues con mi paciencia... —advierte muy serio; y yo sonrío levemente. —Primero, te pediré que te calmes porque no quiero que discutamos. —¿A QUÉ JUEGAS? —A nada; ya te lo dije. Cálmate; solo quiero hablar contigo. —Irás a esa fiesta. —Claro que iré —preciso; y él empieza a relajarse—, pero con una condición —agrego; y aquello provoca que su gesto adusto se recomponga. —A mí no me vengas con juegos, niña. TÚ, A MÍ, NO ME PUEDES PONER CONDICIONES. NO LAS ACEPTARÉ. —Bueno, si no aceptas la condición que te pediré, entonces no iré a la fiesta. —TEN CUIDADO CON LO QUE ME ESTÁS DICIEND
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¡Ay dios! —exclamo asustado, cuando he escuchado un fuerte ruido fuera de mi habitación. Yo me levanto, me pongo mi bata y salgo. —Señora, perdón por haberla despertado —se disculpa una mucama mientras recoge la bandeja que s ele había caído. —¿Qué pasó? ¿A dónde llevas eso? —Al cuarto del señor, señora. —¿Por qué? ¿Qué es? —Es un remedio. —¿Remedio para qué? —El señor está un poco mal, señora. —¿Qué tiene? —Creo que se debe a que... —No me lo digas; debe ser por todas las botellas que de seguro se tomó en esa boda —preciso fastidiada, ya que, si había algo que odiaba, era las personas que bebían alcohol en exceso (como mi padre). —Lamento la molestia, señora. —No te preocupes, ve a traer algo para la resaca, mucha agua y dejas la bandeja en la entrada de su habitación. Yo me hago cargo de él. —Como diga, señora —responde; y se va. Mientras tanto, yo me dirijo a su habitación y entro sin pedir permiso. —¿Dónde se metió? —me
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —Te juro que no le he dicho a nadie —preciso muy triste y asustada. —¡ESTÁS MINTIENDO! —grita al presionar más mis muñecas contra la cama. —Por favor, créeme. —¡ESTÁS MINTIENDO! —¡NO ES CIERTO! —¡MENTIRA! ¡EL MATRIMONIO FALSO YA ES CONOCIDO POR LOS DEMÁS! —¡Yo no he dicho nada! —¡SILENCIO! ¡SIGUES MINTIENDO! ¡¿QUÉ BUSCABAS EH?! —¿Qué? —¡¿QUIERES QUE LO HAGA MÁS REAL DE LO QUE ES? —¿Qué dices? —PORQUE COMO MI ESPOSA, SIN TREGUA A DIVORCIARNOS DESPUÉS DE UN AÑO, ¡NO TE DEJARÉ JAMÁS! —¡¿QUÉ ESTÁS DICIENDO?! ¡¿TE VOLVISTE LOCO O QUÉ?! ¡TÚ NO PUEDES HACER ESO! —¡TE EQUIVOCAS! ¡CLARO QUE PUEDO! ¡PUEDO NO DEJARTE SALIR DE AQUÍ JAMÁS! —¡CÁLLATE! ¡MENTIROS! ¡TÚ NO PUEDES HACER ESO! ¡YO SOY UNA MUJER LIBRE! —¡ERES UNA MUJER CON DEUDA! —¡YA ME CASÉ CONTIGO! —¡PERO CONTASTE LA FALSEDAD DE NUESTRO MATRIMONIO! ¡SIGUES ES DEUDA! —¡NO ES VERDAD! —¡MIENTES! ¡MIENTES! ¡ES LO ÚNICO QUE SABES HACER! ¡ERES UNA MALAGRADECIDA! ¡YO TE SALVÉ! —¡C
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —Eres un completo imbécil, Bayá —insulta Ramsés; y yo no puedo refutarlo. Era cierto; había sido un completo imbécil. Yo debí ser el que no actuara impulsivamente y detener todo lo que ya había pasado en su momento, pero..., pero no lo había hecho y había sido porque... no quise, no quise parar. El haberla visto expuesta ante mí fue suficiente para que aquel deseo, que no sabía que existía, se apoderara de mí y de mis instintos y... no pensé en más que hacerla mía de todas las formas posibles y sin medir mi rudeza. —Si hubiese sabido que era virgen, yo... —¿Tú qué? ¿Te habrías detenido? —inquiero molesto; y yo guardo silencio, ya que no es lo que habría hecho. Estaba ansioso, estaba deseoso y ella..., dios ella era muy atractiva, así como exasperante y... yo creí que también lo quería. «Carajo, eso no puede estar pasando», me regaño en silencio. —¿Cómo está ella? —No lo sé —contesto extrañamente desanimado—. Me pidió que saliera de su
* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * * —¿La señora? —En su habitación, señor —informa mi mayordomo—. No ha salido en todo el día. Ni siquiera a ver a su abuela —detalla—. Incluso no probado bocado alguno. —¿No ha salido para nada? —Para nada, señor. Creo que e siente un poco mal. Tal vez, sería mejor que el señor llamara a un médico. De hecho, me tomé el atrevimiento de llamar al médico, pero la señora no quiso recibirlo; dijo que se sentía bien, pero que solo deseaba estar sola. Sin embargo, sé que no debería inmiscuirme, señor... —Habla... —La señora me preocupa. Cuando le llevé sus alimentos de la tarde estaba muy pálida. —Está bien. Gracias por avisarme. —¿Desea que llame al médico, señor? —No. Si la señora dice que está bien, será mejor no importunarla con visitas no deseadas —señalo serio, puesto que sabía que, si ella se sentía mal, era muy probable que se debiese a lo que había ocurrido entre nosotros... en su habitación. —Como usted diga, señor. Yo me retiro —prec