* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *
—¡AAAGGGGGHHHH! —me enfado y tiro el celular, terminando así por destrozarlo.
—BAYÁ, TRANQUILÍZATE —demanda Ramsés.
—¡¿Tranquilizarme?! ¡¿Tranquilizarme?! ¡¿Cómo pretendes que haga eso?!
—¡BAYÁ! SI SIGUES ASÍ DE DESESPERADO, NO LOGRARÁS NADA. ¡DEBES TRANQUILIZARTE PARA PENSAR! —ordena; y debía admitir que tenía razón.
—Vale..., vale —pronuncio al intentarlo.
—Bien, así..., está bien. Tranquilízate y actuemos. Tú eres el jefe, tú mandas, pero ahora yo podría...
—NO. Este asunto es mío. Ella quiere hablar conmigo.
—¿Irás a donde te citó? —cuestiona serio; y yo niego con la cabeza.
—JAMÁS HARÍA ESO —aclaro muy firme al mirarlo fijamente.
—¿Entonces?
—Entonces..., pretendo hacerle una visita sorpresa...
—Bayá, recuerda que tu esposa está ahí.
—LO SÉ. Y es por ella que lo haré —respondo al terminar de abrir la puerta d emi auto y subirme en él.
—Bayá —escucho a mi amigo, al tiempo en que veo cómo toma el asiento de copiloto—, tu esposa está ahí. Creo que lo mejor es que asistas a donde Danaí te citó.
—JAMÁS. La conozco. Es confiada y.. no hay mejor trampa para una persona confiada que un ataque sorpresa.
—Bayá, por favor...
—Ordena a todos ir al punto rojo.
—Bayá...
—¡Que hagas lo que te digo, Ramsés! —ordeno; y él resopla—. ¿Desconfías de mí?
—Sabes que no.
—¿Entonces?
—Entiendo que tu esposa sea una completa desconocida, pero, aun así, me preocupa. Tu ex novia está loca y... si la tomamos por sorpresa, podría actuar impulsivamente
—. De eso me encargaré yo —sentencio tajante—. Ahora, ordena a todos ir al punto rojo —preciso y, sin esperar alguna confirmación, empiezo a conducir.
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********En el Punto Rojo***********
Bajo de mi auto e ingreso a mi verdadero hogar, mi fortaleza, aquella en la que yo era el amor y señor y aquella en la que me sentía más cómodo que en cualquier otro lugar.
—Señor —me saluda uno de mis hombres al seguirme el paso.
—Quiero saber dónde están
—Lo averiguamos, señor...
—¿DÓNDE?
—La mansión Arenas de Cabanillas
—Díganme, ¿Cabanillas sabe algo de loq ue está haciendo la loca de su mujer?
—Hasta donde sabemos, Cabanillas se encuentra en Sudamérica.
—Así que no sabe nada...
—No, señor. ¿Qué haremos?
—Prepara a todos.
—Ya están preparados, señor.
—Alista el helicóptero.
—Señor, ¿el helicóptero?
—Sí, el helicóptero.
—Señor, llamará mucho la atención.
—¿Me crees idiota? —me detengo y me giro a verlo.
—N... no, no señor... —titubea.
—Yo iré en el helicóptero.
—Señor...
—Seré la distracción...
—Señor...
—¡SILENCIO! —grito y me apresuro en subir las escaleras hacia el segundo piso para, desde ahí, dirigirme a mis hombres (quienes habían cerrado la boca en el acto)—. Y YO IRÉ EN EL HELICÓPTERO. Tres me acompañarán. Tú —señalo a uno de mis hombres—. TÚ PILOTAS.
—SÍ, SEÑOR
—Y ustedes dos —señalo con mi índice—, vendrán conmigo.
—Entendido, señor —responden.
—¡Los demás irán por tierra! Y quiero que sigan la siguiente orden: El lugar es muy aislado. No hay civiles, así que quiero que lleguen y LLAMEN TODA LA ATENCIÓN QUE LES SEA POSIBLE, ¡¿ENTENDIDO?!
—¡ENTENDIDO! —gritan a coro.
—¡Ramsés!
—¡Bayá!
—Tú vas con tus hombres, familia —le digo con mucho respeto.
—Sí, familia.
—QUIERO SABER DÓNDE PODRÍA ESTAR ELLA.
—¡Lugar adjunto, señor! —grita el encargado—. La casa tiene un lugar adjunto en el ala...
—Izquierda. La conozco. Dame más detalles.
—Sótano 2.
—¿Seguro?
—Sí, señor. Hay dos, según nuestros informes.
—¿Acceso?
—Dos, señor. Uno desde uno de los jardines pequeños; una especie de escape para el propio Cabanillas por si algo pasaba.
—¿Nuestro informante es confiable?
—SÍ, SEÑOR.
—Bien, Ramsés, tú te haces cargo de..
—Yo la encontraré, Bayá —parece prometer.
—Gracias. Y si no es por el jardín, quiero que tus hombres y tú aprovechen la distracción que les otorgaremos.
—Traeremos a tu esposa a salvo, Bayá.
—Lo sé, Ramsés. Sé que lo harás.
—¡BUENO! ¡SIN PERDER EL TIEMPO! ¡YA! ¡YA! ¡MUÉVANSE! ¡A LAS ARENAS, SEÑORES! ¡QUIERO A MI ESPOSA SIN UN SOLO RASGUÑO! ¡SI SALE LASTIMADA, TODOS PAGAN! ¡LO SABEN! —advierto; y todos comienza a salir rumbo a las Arenas-
Después de 45 minutos, desde que mis hombres salieron, salí yo en el helicóptero.
—Bayá, ¿me copias?
—Fuerte y claro, Ramsés.
—¿Empezamos? —pregunta; y yo me giro a ver el piloto—. Sí, empezamos —preciso y, sin más, doy la orden a todos por radio—. ¡YA! ¡YA, SEÑORES! ¡QUE COMIENCE LA FUNCIÓN! ¡Y DE AQUÍ NO NOS VAMOS SIN MI MUJER! —concluyo firme.
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* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * *
—¡AY POR DIOS! —grito espantada, cuando empiezo a oír un estruendoso ruido (como de una explosión) y, después de ello, muchos disparos, pero... no de simples armas.
Ante ello, me estremezco de miedo y empiezo a gritar para que me sacaran del oscuro lugar en el que me encontraba y en el que me había mandado a meter la loca que me interrogó sobre temas que ni conocía, hace un par de horas.
—¡DÉJENME SALIR! —exijo al golpear la puerta del lugar—. ¡DEMENTES! ¡DÉJENME SALIR! ¡NO ME DEJEN ENCERRADA AQUÍ! ¡COBARDES! ¡BRUJA! —insulto al golpear la puerta con mis piernas, pero no logro más que lastimarme y, de pronto, escucho otra explosión—. ¡AH! ¡JODER! —me asusto mucho más—. Tranquila, Merlí. Tranquila. Tu vida no va a terminar aquí. No puede. Debo ver a mi abuela. No puedo terminar aquí —me recuerdo—. Otra salida, busquemos otra salida. Este lugar es extraño; es probable que haya otra salida —digo al tiempo en que trato de controlar mi miedo y empiezo a buscar otra salida que pudiese estar escondida—. No, por aquí no hay nada —digo al comenzar a palpar las paredes—. ¡El piso! ¡Puede ser el piso! —se me ocurre y, de inmediato, me arrodillo para empezar a buscar alguna salida con la esperanza de encontrarla—. Por favor, por favor, por favor, que haya una salida —pido al cielo, sin dejar de buscar con mis manos—. ¿Qué? ¿Qué es esto? —me pregunto al sentir unas ranuras y apresurarme en buscar una especie de manija, pero no la hallo—. Dios, por favor, cómo se abre esto —pido al seguir buscando con mis manos, ya que la oscuridad que cubría el cuarto frío era demasiada—. ¡Mierda! ¡Joder! —golpeo aquella parte del piso— ¡Pero dónde carajos está la manija para abrir esta co...! AAAAAHHHH —grito muy fuerte, cuando siento cómo se abre, con una fuerza que venía del otro lado, y, de repente, empiezan a aparecer unos hombres—. ¡NO, NO, NO! ¡POR FAVOR! —suplico inconscientemente, a la vez que me veo cegada por una intensa luz.
—¡Es ella! ¡Es ella! —grita el hombre que parecía estar al mando—. ¡VAMOS! ¡PÁRATE! ¡TE SACAREMOS DE AQUÍ!
—¿Cómo sé que puedo confiar en ustedes?
—¡MÍRATE! ¿PUEDES CONFIAR EN ALGUIEN MÁS? —pregunta serio; y yo niego con mi cabeza—. ¡Vamos! ¡Bayá nos mandó a rescatarte! —informa y, sin mayor detalle, toma mi bazo y comienza a dirigirme por aquella especie de salida misteriosa, la cual, inesperadamente, daba a un camino subterráneo que, al final, significó mi... adorada LIBERTAD.
Cuando volví a ver la luz y fuera de aquel lugar al que me llevaron, me sentí muy aliviada; no obstante, el sonido de explosiones y disparos seguían atemorizándome.
—¡SUBE! ¡SUBE! ¡SUBE YA! ¡QUÉ ESPERAS! —me reclama el mismo hombre, cuando nota que me quedé absorta en mi lugar.
—Perón, perdón —pido al apresurarme en hacerle caso y así marcharnos del lugar cuanto antes.
—¡YA! ¡YA! ¡VENGA! ¡MANEJAD MÁS RÁPIDO! ¡NO LOS QUIERO NI CERCA! —precisa para después tomar una lata, abrirla y extendérmela—. TOMA, BEBE...
—No quiero, gracias —digo temerosa aún y también desconfiada.
—Bebe; es solo una cola. Te ayudará a tranquilizarte. Estás temblando —señala; y yo me miro para confirmar que lo que decía sí era cierto, así que no tengo más remedio que aceptar.
Después de casi tres horas de camino, siento un enorme alivio de ver aquel enorme portón de rejas negras, del cual quise escapar hace unos días. Al llegar a aquel, el tipo que me rescató me hace ingresar rápidamente al interior de la casa.
—Señor Ramsés, buena noche —saluda el personal al verlo.
—BAYÁ, ¿Dónde está? —pregunta preocupado.
—Está terminando de ser atendido, señor.
—¿Qué tan grave? —pregunta; y yo, por alguna razón, me preocupo.
—Solo un roce, señor Ramsés —informa un hombre; y el tipo interesado se tranquiliza.
—Dígale que lo veo mañana. Que yo termino de encargarme y, por favor, que alguien le traiga algo a la señora para que termine de calmar sus nervios.
—Sí, señor Ramsés. Como usted ordene —le contesta el hombre de unos 70 años y, luego de ello, el tipo (el cual parecía tener la misma edad que... él...
«Mi... esposo», completo insegura, en silencio.
—Señora, por favor, sígame. La llevaré hasta su habitación —me habla el hombre de unos setenta; y yo lo obedezco sin replicar.
En mi habitación, me esperaban dos mujeres de servicio, quienes ya habían terminado de preparar una tina de baño para mí, así como ropa y un poco de comida. Ante ello, yo decido tomar una ducha primero para después comer en la comodidad de mi cama.
—Ah... —suspiro al ver las paredes de mi nueva habitación; y debo decir que... nunca habría imaginado lo gustosa que me sentiría estando aquí, puesto que me sentía... protegida—. Mañana debo ir a ver a mi abuela de todas maneras —musito con suavidad, al llevarme un bizcochuelo a la boca, cuando, de pronto, mi puerta se abre intempestivamente, logrando que mi delicioso postres (el cual estaba a punto de devorar) saliese volando.
—¡¿POR QUÉ?! —se aparece él..., mi esposo.
—¿Qué pasa? "¿Por qué?" ¿Qué? —cuestiono al ponerme de pie, a un lado de mi cama
—¡A MÍ NO ME VENGAS CON JUEGOS! ¡QUE NO ESTOY PARA ELLOS! —me grita; y eso no me había gustado para nada—. ¡¿POR QUÉ SALISTE SIN PERMISO?!
—PORQUE SÍ, PORQUE QUISE —respondo firme; y él reniega.
—¡¿TE VOLVISTE LOCA O QUÉ?! —increpa al llegar a mí y tomar una de mis muñecas.
—¡SUÉLTAME! —exijo.
—¡RESPONDE! ¡¿POR QUÉ SALISTE?!
—¡YA TE DIJE! ¡PORQUE QUISE! ¡NECESITABA IR A VER A MI ABUELA! ¡YO QUE IBA A SABER QUE ESA LOCA ME IBA A SECUESTRAR POR TU CULPA! —increpo— ¡ES MÁS! ¡NI SIQUIERA SE ME HUBIESE PASADO POR LA MENTE QUE ALGUIEN QUERRÍA SECUESTRARME!
—¡FUISTE UNA IRRESPONSABLE! ¡NO TENÍAS POR QUÉ SALIR!
—¡MENTIRA! ¡SÍ PODÍA! ¡SÍ PUEDO! ¡Yo cumplí con casarme contigo! ¡Soy libre ahora! ¡Yo ya cumplí mi promesa!
—¡ESO NO SIGNIFICABA QUE PUDIESES SALIR CUANDO TE VENGA EN GANA!
—¡CLARO QUE SÍ! —refuto—. ¡ME CASÉ CONTIGO, CUMPLÍ, SOY UNA MUJER LIBRE AHORA!
—¡ERES MI ESPOSA! —me recuerda al presionar un poquito más mi muñeca y atraerme hasta su cuerpo para mirarme muy fijamente y enfadado—. ¡MI ESPOSA! ¡Y HOY TE PUSISTE EN RIESGO DE MANERA TONTA! ¡SI QUERÍAS IR A VER A TU ABUELA, PUDISTE AVISAR!—¡¿Y ACASO TÚ ME HABRÍAS DEJADO IR?!
—¡NO ME ALCES LA VOZ!
—¡TE LA ALZO PORQUE TÚ ESTÁS HACIENDO LO MISMO! —respondo al instante; y eso parece exasperarlo.
—¡INCONSCIENTE! —me grita y suelta al mismo tiempo—. ¡ESTO PUDO HABER TERMINADO MAL!
—¡¿Y cómo iba a saber eso?!
—¡YA! ¡SILENCIO!
—¡NO ME GRITES!
—¡SILENCIO HE DICHO!
—¡QUE NO ME GRITES!
—¡AAAAGGGHH! —reniega; y se gira para ir contra una pequeña mesa y tirar una lámpara, producto de la cólera.
Cuando hace ello, puedo ver cómo su camisa empieza a mancharse de rojo por la zona de su omóplato derecho; y eso me preocupa y... me hace pensar por qué había sucedido; y... no se me vino más respuesta que...
«¿Fue por mí? ¿Fue en ese lugar?», me pregunto en silencio, al tiempo en que empiezo a caminar hacia él de manera inconsciente.
—Pe... pero... ¿qué te pasó? —pregunto al llevar mi mano hasta su espalda.
—¡No me toques! —ordena al volver a girarse para quedar frente a frente a mí.
—Estás sangrando —le digo desconcertada.
—ESE NO ES ASUNTO TUYO —responde adusto al poner distancia y terminar por llegar a la puerta—. NO VAS A SALIR DE AQUÍ —demanda muy serio, pero sin gritar (solo me mira muy fijamente y podía notar que estaba, notablemente furioso)—. TE QUEDARÁS EN TU HABITACIÓN HASTA QUE YO ORDENE
—Pero ¿y mi abue...
—HASTA QUE YO ORDENE
—Debo ir a ver a mi abuela. Ella sigue muy delicada.
—TU ABUELA ESTÁ BIEN. LOS MÉDICOS ME LO HAN CONFIRMADO. TODOS LOS DÍAS TENGO UN REPORTE.
—Necesito verla aun así. No estaré tranquila si no...
—¡YA HE DICHO QUE NO IRÁS!
—DEBO VERLA
—¡PUES NO AHORA! ¡TE QUEDARÁS ENCERRADA! ¡TÚ TE LO BUSCASTE!
—¡BASTA YA! ¡TÚ NO ERES NADIE PARA ORDENARME LO QUE DEBO HACER O NO!
—¡JODER! ¡¿QUE NO ERES CONSCIENTE DE LO QUE ACABA DE PASAR?!
—¡CLARO QUE LO SOY! ¡FUE A MÍ A QUIEN SECUESTRARON! —explico—. ¡PERO DEBO VER A MI ABUELA! ASÍ QUE, AUNQUE TE GUSTE O NO, LO HARÉ.
—TÚ NO HARÁS NADA. NO SALDRÁS DE ESTE LUGAR. ¡HE DICHO!
—PUES TE INFORMO QUE NO ERES NADIE PARA IMPEDÍRMELO.
—TE EQUIVOCAS. SOY TU ESPOSO Y; ADEMÁS, TENGO LOS MEDIOS PARA HACERLO.
—¡YO IRÉ A VER A MI ABUELA!
—YA NO TENGO TIEMPO PARA DISCUSIONES —dice de pronto; y empieza a salir.
—¡Pues iré a buscar a mi abuela, aunque no quieras!
—¡Inténtalo si quieres! ¡Niña engreída! ¡Inconsciente!
—¡NO SOY NINGUNA NIÑA!
—¡VENGA! ¡TÚ Y TÚ! —señala a dos de sus hombres—. QUE LAS SIRVIENTAS LA VIGILEN.
—¿Cuáles, señor? —pregunta uno.
—TODAS LAS QUE HAYA Y SEA POSIBLE —responde con rudeza, ante mi estupefacción—. Y USTEDES DOS, SIEMPRE ESTARÁN A SU LADO —concluye y, sin más, se retira y cierra la puerta.
—¡Oye, no! ¡Oye! ¡Abre la puerta! —digo al correr hacia ella y pretender abrirla, pero no puedo; solo escucho cómo alguien echa llave—. ¡OYE! ¡ABRE LA PUERTA! ¡TE LO EXIJO!
—¡YA! ¡VE A DORMIR! ¡ES MUY TARDE!
—¡QUE ABRAS LA PUERTA! ¡NO ME PUEDES DEJAR ENCERRADA! ¡SOY UNA PERSONA LIBRE!
—¡DUERME YA! BUENA NOCHE —es lo último que lo escucho articular y después, solo oigo sus pasos firmes alejarse.
Ante ello, a mí solo me queda seguir pateando la puerta hasta que, por el cansancio, decido ir a mi cama y disponerme a dormir.
Los días siguientes a aquel terrorífico, en el que me secuestraron, él se había mantenido muy distante, pero lo que era peor: no me había dejado salir fuera de la casa y, mucho menos, me había dejado ir a visitar a mi abuela. Es más, ni siquiera lo podía ver a él. Parecía estar sumamente furioso conmigo por lo que hice, pero aquello poco o nada me importaba o..., al menos...
ESO CREÍA.
¡último capítulo de fin de semana! ¡Por favor, no olviden dejar su reseña! Eso ayuda mucho a que la historia llegue a más personas.
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —Otro día más —susurro al salir de mi habitación, con portafolio en mano, para dirigirme a mi comedor para desayunar. —Señor, buen día — saluda mi mayordomo cuando me ve. —¿Cómo se está comportando? —La señora ha estado tranquila, señor —¿Sigue durmiendo? —pregunto serio al dirigirme al comedor—. No la he escuchado gritar —señalo algo sorprendido, pues lo que había venido haciendo los últimos días. —Sí, señor. Ayer la seño... —No digas nada. No me importa lo que haga la mujer. Con que se quede callada, me doy por servido —expreso sincero—. Hoy solo tomaré un jugo y una fruta, quiten todo lo demás que hayan puesto en la... —me quedo completamente en silencio, de manera imprevista, cuando llego al comedor y veo una mesa perfectamente servida, decorada y repleta de... muchos platos. Sin embargo, lo que había robado mi atención, más allá de la mesa, era... ella «¿Qué hacía ella aquí?» «¿Querrá presumirme su desayuno y devorarlo frente a
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —Me estás lastimando. Suéltame por favor —le pido al forcejear con él, pero no me lo permite. —Camina y deja de comportarte como una niña. —No me comporto como una niña. Si te digo que me sueltes es porque, de verdad, me estás lastimando —preciso muy seria, pero aquel no tiene contemplación alguna—. YA, SUÉLTAME... —Cuida el tono con que me hablas, que no estoy de humor como para escucharlo. —¡Suéltame! —¡Camina! —Mi brazo me está doliendo... —me quejo, pero no me hace caso. Él continúa llevándome del brazo hasta que por fin llegamos a su auto y me suelta de manera abrupta. —Vamos. Sube de una vez... —Yo no puedo ir aquí. Necesito regresar a la camioneta. Cassandra está ahí. —Mis hombres se encargarán de llevarla a su casa. ¡Sube! —exclama algo exasperado. —¡Que no! Que yo necesito ir con ella —me opongo muy firme al mirarlo fijamente; y él parece molestarse mucho más con mi respuesta. —SUBE DE UNA VEZ —pronuncia tratando de cont
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¿Se puede saber a qué estás jugando? —pregunta impaciente y fastidiado, al haber abierto mi puerta sin permiso, y entrado a mi habitación. Al parecer, el que le haya enviado, con el personal, el recado de que ya no iría a la fiesta, no le había gustado. —Se toca antes de entrar... —Es mi m*****a casa. ¿Se puede saber a qué juegas? —Yo, a nada... —No juegues con mi paciencia... —advierte muy serio; y yo sonrío levemente. —Primero, te pediré que te calmes porque no quiero que discutamos. —¿A QUÉ JUEGAS? —A nada; ya te lo dije. Cálmate; solo quiero hablar contigo. —Irás a esa fiesta. —Claro que iré —preciso; y él empieza a relajarse—, pero con una condición —agrego; y aquello provoca que su gesto adusto se recomponga. —A mí no me vengas con juegos, niña. TÚ, A MÍ, NO ME PUEDES PONER CONDICIONES. NO LAS ACEPTARÉ. —Bueno, si no aceptas la condición que te pediré, entonces no iré a la fiesta. —TEN CUIDADO CON LO QUE ME ESTÁS DICIEND
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¡Ay dios! —exclamo asustado, cuando he escuchado un fuerte ruido fuera de mi habitación. Yo me levanto, me pongo mi bata y salgo. —Señora, perdón por haberla despertado —se disculpa una mucama mientras recoge la bandeja que s ele había caído. —¿Qué pasó? ¿A dónde llevas eso? —Al cuarto del señor, señora. —¿Por qué? ¿Qué es? —Es un remedio. —¿Remedio para qué? —El señor está un poco mal, señora. —¿Qué tiene? —Creo que se debe a que... —No me lo digas; debe ser por todas las botellas que de seguro se tomó en esa boda —preciso fastidiada, ya que, si había algo que odiaba, era las personas que bebían alcohol en exceso (como mi padre). —Lamento la molestia, señora. —No te preocupes, ve a traer algo para la resaca, mucha agua y dejas la bandeja en la entrada de su habitación. Yo me hago cargo de él. —Como diga, señora —responde; y se va. Mientras tanto, yo me dirijo a su habitación y entro sin pedir permiso. —¿Dónde se metió? —me
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —Te juro que no le he dicho a nadie —preciso muy triste y asustada. —¡ESTÁS MINTIENDO! —grita al presionar más mis muñecas contra la cama. —Por favor, créeme. —¡ESTÁS MINTIENDO! —¡NO ES CIERTO! —¡MENTIRA! ¡EL MATRIMONIO FALSO YA ES CONOCIDO POR LOS DEMÁS! —¡Yo no he dicho nada! —¡SILENCIO! ¡SIGUES MINTIENDO! ¡¿QUÉ BUSCABAS EH?! —¿Qué? —¡¿QUIERES QUE LO HAGA MÁS REAL DE LO QUE ES? —¿Qué dices? —PORQUE COMO MI ESPOSA, SIN TREGUA A DIVORCIARNOS DESPUÉS DE UN AÑO, ¡NO TE DEJARÉ JAMÁS! —¡¿QUÉ ESTÁS DICIENDO?! ¡¿TE VOLVISTE LOCO O QUÉ?! ¡TÚ NO PUEDES HACER ESO! —¡TE EQUIVOCAS! ¡CLARO QUE PUEDO! ¡PUEDO NO DEJARTE SALIR DE AQUÍ JAMÁS! —¡CÁLLATE! ¡MENTIROS! ¡TÚ NO PUEDES HACER ESO! ¡YO SOY UNA MUJER LIBRE! —¡ERES UNA MUJER CON DEUDA! —¡YA ME CASÉ CONTIGO! —¡PERO CONTASTE LA FALSEDAD DE NUESTRO MATRIMONIO! ¡SIGUES ES DEUDA! —¡NO ES VERDAD! —¡MIENTES! ¡MIENTES! ¡ES LO ÚNICO QUE SABES HACER! ¡ERES UNA MALAGRADECIDA! ¡YO TE SALVÉ! —¡C
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —Eres un completo imbécil, Bayá —insulta Ramsés; y yo no puedo refutarlo. Era cierto; había sido un completo imbécil. Yo debí ser el que no actuara impulsivamente y detener todo lo que ya había pasado en su momento, pero..., pero no lo había hecho y había sido porque... no quise, no quise parar. El haberla visto expuesta ante mí fue suficiente para que aquel deseo, que no sabía que existía, se apoderara de mí y de mis instintos y... no pensé en más que hacerla mía de todas las formas posibles y sin medir mi rudeza. —Si hubiese sabido que era virgen, yo... —¿Tú qué? ¿Te habrías detenido? —inquiero molesto; y yo guardo silencio, ya que no es lo que habría hecho. Estaba ansioso, estaba deseoso y ella..., dios ella era muy atractiva, así como exasperante y... yo creí que también lo quería. «Carajo, eso no puede estar pasando», me regaño en silencio. —¿Cómo está ella? —No lo sé —contesto extrañamente desanimado—. Me pidió que saliera de su
* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * * —¿La señora? —En su habitación, señor —informa mi mayordomo—. No ha salido en todo el día. Ni siquiera a ver a su abuela —detalla—. Incluso no probado bocado alguno. —¿No ha salido para nada? —Para nada, señor. Creo que e siente un poco mal. Tal vez, sería mejor que el señor llamara a un médico. De hecho, me tomé el atrevimiento de llamar al médico, pero la señora no quiso recibirlo; dijo que se sentía bien, pero que solo deseaba estar sola. Sin embargo, sé que no debería inmiscuirme, señor... —Habla... —La señora me preocupa. Cuando le llevé sus alimentos de la tarde estaba muy pálida. —Está bien. Gracias por avisarme. —¿Desea que llame al médico, señor? —No. Si la señora dice que está bien, será mejor no importunarla con visitas no deseadas —señalo serio, puesto que sabía que, si ella se sentía mal, era muy probable que se debiese a lo que había ocurrido entre nosotros... en su habitación. —Como usted diga, señor. Yo me retiro —prec
* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * * —¿Y cómo te trata él? —pregunta Cassandra mientras estamos en la camioneta de camino al hospital para visitar a mi abuela. —Pues... —pienso de forma involuntaria en cada momento que hemos vivido— es un hombre con un carácter bastante difícil. —¡Uy no! ¡Y contigo! ¡Pues ahora creo que voy entendiendo algo de lo poco que me has dicho! —precisa divertida; y yo sonrío—. Pero venga, dime, ¿qué piensas hacer? —Pues..., en este momento, no tengo más remedio que continuar con el trato y... —alargo al mirarla fijamente— espero que seas muy discreta con lo que te he contado, Cassandra —señalo muy seria. —Merlí, no tienes ni que decírmelo. De mi bica no saldrá ni una sola palabra de loq ue hemos conversado. —Eso espero porque..., después de todo, él y yo tenemos un trato serio. Hasta el momento..., él no ha faltado a ninguno de los puntos. Bueno... —me quedo en silencio al recordar lo que había sucedido, hace ya varios días, en mi habitación. «Aun