* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * *
—Me estás lastimando. Suéltame por favor —le pido al forcejear con él, pero no me lo permite.
—Camina y deja de comportarte como una niña.
—No me comporto como una niña. Si te digo que me sueltes es porque, de verdad, me estás lastimando —preciso muy seria, pero aquel no tiene contemplación alguna—. YA, SUÉLTAME...
—Cuida el tono con que me hablas, que no estoy de humor como para escucharlo.
—¡Suéltame!
—¡Camina!
—Mi brazo me está doliendo... —me quejo, pero no me hace caso.
Él continúa llevándome del brazo hasta que por fin llegamos a su auto y me suelta de manera abrupta.
—Vamos. Sube de una vez...
—Yo no puedo ir aquí. Necesito regresar a la camioneta. Cassandra está ahí.
—Mis hombres se encargarán de llevarla a su casa. ¡Sube! —exclama algo exasperado.
—¡Que no! Que yo necesito ir con ella —me opongo muy firme al mirarlo fijamente; y él parece molestarse mucho más con mi respuesta.
—SUBE DE UNA VEZ —pronuncia tratando de contener toda su molestia, pero no lo había logrado (no con éxito al menos).
—Debo ir con Cassandra.
—MIS HOMBRES LA LLEVARÁN A SU CASA.
—YA TE OÍ; NO SOY SORDA.
—Pues como si lo parecieses —increpa—. ¡Venga! ¡Sube de una vez que no tengo todo tu tiempo! —ordena al volver a tomar mi brazo para subirme a la fuerza; sin embargo, me rehúso—. ¡Pero carajo! ¡Qué quieres! ¡¿Volverme loco o qué?!
—¡Nada de eso! Lo único que quiero es ir con mi amiga, asegurarme de que llegue a su casa y de que alguien la atienda a ella y a su hijo —explico—. Solo son ellos; están solos. Me imagino que Fabiano debe estar siendo cuidado por Mora, una de nuestras vecinas, pero, aun así, quiero cerciorarme de ello —preciso; y aquel se queda observándome muy dudoso (al parecer, iba a ceder).
—Muy responsable tu amiga ¿no?
—Por favor, no critiques si no conoces la vida de una persona —manifiesto muy seria; y aquel solo frunce más su ceño—. Por favor..., te pido que me dejes ir con ella.
—No haré eso...
—Pero... ¿por qué?
—Porque me desobedeciste...
—Yo no...
—No quiero hablar de eso ahora; lo haremos cuando lleguemos a la casa. Sube de una vez al auto.
—No pienso irme contigo. Debo ver a mi amiga y a su hijo. No pue...
—SUBE AL AUTO...
—Es mi amiga; no puedo abandonarla.
—Y eres mi esposa; no puedes abandonarme —señala; y yo sonrío irónica.
—Una esposa cautiva; debes aclarar eso...
—Esposa de todo modo. Ahora, SUBE.
—NO LO HARÉ.
—¡SUBE YA! ¡MI GENTE SE ENCARGARÁ DE TU AMIGA Y DE SU HIJO!
—Te agradezco mucho la gentileza, pero no pienso dejar a mi amiga y, mucho menos, a su hijo con alguno de tus hombres —preciso muy seria; y él parece querer salirse de sus casillas otra vez.
—SUBE AL AUTO DE UNA... VEZ
—NO
—¡CARAJO! ¡SUBE YA! —ordena al golpear su auto con una de sus manos.
—No lo haré. No dejaré a mi amiga y a su hijo con tus hombres; no confío.
—NADIE actúa si yo no doy la orden —indica muy serio al fijar su mirada oscura en mí—. Alguien se atreve a desobedecer mis órdenes y sabe que lo último que verá será el sótano rojo —precisa mucho más firme y molesto—. Así que sube de una vez y vamos a la casa. Ellos se encargarán y ninguno le pondrá una mano encima a tu amiguita Y MUCHO MENOS A SU HIJO —manifiesta tajante—. Si te preocupa la atención, puedo mandar a alguien para que cuide del niño mientras a tu amiguita se le pasa las botellas que se ha tomado —concluye con molestia y, con esas palabras, decido ceder.
—Prométeme que así ser´.
—A algo limpio, no me dedico —señala de pronto—. En mis negocios, lo que más valor tiene es la palabra y MI PALABRA me ha llevado hasta donde estoy, así que sube al auto ya porque estoy a punto de perder los papeles aquí —precisa; y yo, sin mayor objeción, subo a su auto.
Luego, él sube detrás de mí y empieza a conducir hasta la enorme mansión en la que vivíamos. Al llegar a aquella, él sale del auto, golpea la puerta al cerrarla y después, viene hacia la puerta de co-conductor.
—Apresúrate, sal de ahí...
—Es lo que estoy haciendo, ¿no lo ves?
—Muévete —articula de pronto; y vuelve a tomar mi brazo para llevarme hasta el interior de la casa.
—¡Ya! ¡Suéltame! ¡Que yo no soy ningún juguete o algo por el estilo!
—Se puede saber ¿qué carajos hacías en un club nocturno? Te di permiso de ir a ver a tu abuela, no de andar en bares.
—¡Yo no he andado en bares! ¡Yo fui a ver a mi abuela!
—Entonces cómo explicas el que te haya encontrado en ese burdel...
—¿Burdel? —pregunto asustada; y él sonríe irónico.
—¿No me digas que no lo sabías?
—No lo sabía, claro que no...
—¿Qué hacías ahí?
—Fui a ayudar a mi amiga.
—¿Qué hacías ahí?
—Ya te lo dije; fui a ayudar a mi amiga.
—Se supone que debías estar en el hospital, ¡NO AYUDANDO A TU AMIGA! —grita furioso al tiempo en que tira algo de una pequeña mesa—. ¡Qué hacías en ese lugar?!
—¡PUES YA TE LO DIJE! ¡AYUDANDO A MI AMIGA! ¡Y SÍ! ¡TÚ ME MANDASTE A VER A MI ABUELA, PERO DE REGRESO A CASA, VI A CASSANDRA ENTRANDO EN ESE LUGAR, ASÍ QUE NO LO PENSÉ MÁS Y FUI TRAS ELLA
—¡¿POR QUÉ?!
—PORQUE ES MI AMIGA ¡CARAJO! ¡NO IBA A DEJARLA AHÍ PARA QUE ALGO MALO LE PASARA!
—¡NO DEBISTE HABER HECHO ESO!
—¡PERO LO HICE! ¡Y LO HARÍA OTRA VEZ! ¡CASSANDRA ES COMO MI HERMANA! ¡NO LA ABANDONARÍA! ¡ESTABA EBRIA, CUALQUIER COSA LE HUBIESE PASADO SI YO NO LA SEGUÍA!
—¡¿Y POR QUÉ NO ESPERASTE A QUE EL CHOFER TE ACOMPAÑARA?!
—YO NO IBA A ESPERARLO. ¡MEJOR RECLÁMALE A ÉL POR LO LENTO QUE ES!
—¡¿Y CREES QUE NO LO HARÉ?! —pregunta furioso; y, ante ello, exhalo con mucha pesadez.
—Espero que no se te ocurra hacerle daño...
—ESE NO ES ASUNTO TUYO
—SÍ, SÍ ES ASUNTO MÍO.
—¿POR QUÉ?
—Porque es mi chofer y no quiero tener un esposo, así como tú ya sabes que eres. Quiero al mismo chofer.
—Tú a mí no me amenazas, niña —precisa muy serio al venir hacia mí y tomar una de mis muñecas.
—Ya no me intimidas como antes —reto al mirarlo a sus ojos fieros.
—¿Ah no? Pues más vale que sí lo hagas porque, en cualquier momento, se me agota la paciencia contigo y quien lo va a pagar no serás tú, sino tu abuela o tu amiga.
—¡YA BASTA! —me exalto de pronto al empujarlo—. ¡Ya estoy cansada de que siempre hagas lo mismo!
—¡Deja de gritarme!
—¡NO! ¡Deja de gritarme tú! ¡Y sobre todo, DEJA DE AMENAZARME CON MI ABUELA O MI AMIGA! ¡YA ESTOY CANSADA DE ESO! ¡ES COMO SI FUESE LO MISMO QUE TENER LA TONTA DEUDA! ¡IGUAL AMENAZAS!
—¡BÁJAME LA VOZ!
—¡NO! ¡NO LO HARÉ! ¡PORQUE YA ESTOY CANSADA DE ESTAR EN ESTA CASA Y BAJO TUS TÉRMINOS Y AMENAZAS! ¡YA ME CANSÉ DE SER YO QUIEN TENGA LA PACIENCIA!
—¿TÚ QUIEN TIENE LA PACIENCIA? —interroga sarcástico; y yo asiento muy firme.
—Sí, yo. Porque siempre soy yo la que debe acatar órdenes: ¡LAS TUYAS! —señalo molesta—. ¡Y ya estoy cansada porque, aunque no te hayas dado cuenta, he querido cooperar para llevar la fiesta en paz; sin embargo, ¡TÚ NO LO HAS PERMITIDO!
—¿YO NO LO HE PERMITIDO? ¿DE QUÉ MANERA?
—¡GRITÁNDOME! Nunca me das tregua a explicarte bien las cosas, siempre actúas impulsivamente.
—Pero tú no te quedas atrás eh...
—ESO YO LO SÉ ¿O QUÉ? ¿CREES QUE NO CONOZCO MI CARÁCTER? Aparentaré ser una mujer débil, pero te aseguro que no hay nada más alejado de la realidad que eso —expreso muy seria; y aquel solo reacciona observándome muy fijamente—. De verdad, de verdad, de verdad que quiero llevar la fiesta en paz —señalo al bajar, drásticamente, mi tono de voz—, pero no puedo si tú no colaboras —agrego con toda lo honestidad que hay en mí—. Te aseguro que puedo hacer un buen papel de esposa delante de ti y, sobre todo, delante de tu familia, que es tu principal interés, según lo que leí en el contrato que me diste a firmar —señalo; y con ello me gano toda su atención.
—Es cierto —menciona muy serio, pero más calmado también.
—Puedo hacerlo muy bien, pero... así como yo cumpliré con esa parte, necesito que tú cumplas con la tuya...
—¿A qué te refieres?
—A que, por ningún lado, en el contrato, se mencionó que yo perdiera mi libertad
—Eso...
—Déjame terminar de hablar por favor. Espero que no hayas querido refutar lo que dije porque no tendrías fundamento alguno, ya que es lo que has estado haciendo desde que me trajiste aquí.
—Eso es porque eres exasperante...
—Esa no es razón para encerrar a alguien. Tú también eres exasperante, NO LO NIEGUES, y no por ello estás encerrado. Desde que vine aquí, he estado casi todos los días en mi habitación y, para ser honesta, no puedo vivir así.
—¿Qué dices?
—Lo que escuchaste. Amenaza a quien quieras, pero... yo ya no puedo seguir viviendo así.
—Explícate.
—Que, si no me das mi libertad, cancelo el contrato que tenemos. No importa si me amenazas. Simplemente, no puedo vivir así..., encerrada y discutiendo a toda hora. Tú, al menos, cuando estás molesto, sales a divertirte, pero yo no puedo hacerlo. Yo debo aguantarme y quedarme llorando en mi habitación. No tienes idea de lo horrible que es eso. Quedarse llorando por horas..., por tristeza y saber que la persona que te tiene ahí, te escucha sollozar, pero que, a pesar de ello, no se conmueve.
—Tú...
—Al final, si voy a vivir amenazada, quiero que sea en libertad y no en esta prisión que..., aunque muy bonita, no me gusta —señalo al tiempo en que siento una lágrima caer por mi mejilla; y eso parece sorprenderlo—. Prefiero vivir amenazada y visitando a mi abuela, cuidando de mi amiga y... ayudando a mi padre..., no encerrada —concluyo muy firme—. Así quetú decides. Te escucho —le digo finalmente; y aquel se queda seriamente pensativo por unos muy largos minutos.
Me da la espalda y continúa reflexionando cuando, de pronto, lo veo y escucho inhalar y exhalar de manera profunda y pesada.
—Está bien... —pronuncia; y no sabía a qué se refería.
—Está bien... ¿qué? —pregunto; y él comienza a girarse, muy lentamente, hacia mí.
—Tendrás un poco más de libertad.
—Quiero toda mi libertad.
—No puedes; es peligroso.
—Tus hombres pueden acompañarme a cualquier lugar; yo no tendría problema con eso.
—Es peligroso.
—Si es una libertad a medias, entonces no acepto nada.
—No seas terca por favor —pide muy incómodo y fastidiado.
—No se trata de ser terca. Se trata de pedir a lo que cualquier persona tiene derecho: su libertad.
—Es peligroso.
—No pienso aceptar algo a medias.
—Está bien, está bien —acepta poco gustoso—, pero estarás acompañada por cinco de mis hombres y; además de ello, debes informarme de a dónde vas.
—Por favor, no me vas a controlar.
—Se trata de tu seguridad. Eres mi esposa por contrato, pero aun así tengo la obligación de protegerte, así que... es eso o...
—¿Es eso o...?
—No voy a amenazarte ahora porque estoy cansado y molesto y lo único que quiero es dejar de verte.
—Bueno, ya tenemos algo en común: no querer vernos —señalo; y a él parece no gustarle lo que le dije—. TÚ EMPEZASTE...
—Eres peor que una niña de tres.
—Soy como una bebé, cariño —respondo burlona; y ello parece molestarlo, pero no le presto atención.
—Eres peor que una bebé —enfatiza y, aunque no me haya causado gracia su comentario, decido no hacerlo evidente.
—Bueno... ¿entonces?
—Entonces deberás comportarte como una buena esposa y deberás dejar de dar tantos problemas.
—¿Libertad total?
—Cinco hombres te acompañarán siempre.
—Pueden ser los que quieras. No tengo ningún problema.
—Bueno, ve a tu habitación de una vez; ya es tarde.
—No mi amor, yo no iré a mi habitación porque tú me lo pidas, sino porque necesito un delicioso baño en la tina. ¿Entendido?
—SUBE a tu habitación —responde sin mucho ánimo; y yo sonrío a la vez que decido acercarme a él y, sin pensarlo, llevar una de mis manos hasta una de sus mejillas (las cuales estaban cubiertas por su perfecta barba) y darle un beso.
Ante mi acción, él se apresura en poner distancia; y yo sonrío.
—Sabía que te molestaría.
—Entonces no quieres llevar la fiesta en paz.
—Te equivocas. Sí quiero, pero es muy difícil cuando tienes que cumplir tu rol de esposa y que tu marido no quiera tus cariños. En fin —me encojo de hombros—, el que se lo pierde eres tú —preciso; y me doy media vuelta para empezar a subir las escaleras e ir a mi habitación.
—Yo no me pierdo nada, eh. No quiero tus caricias. Ya te lo dije; no me provocas; no me parces atractiva —señala; y debo decir que aquellas palabras no me habían gustado, pero ya no tenía ánimos de seguir discutiendo.
—Bien... como digas —respondo aburrida y, sin más, continúo con mi camino.
Llego a mi habitación y me encierro en ella para después, sonreír de la felicidad. Ahora que lo pensaba bien, quien tenía al toro de las astas era yo, pues él no podía cambiar de esposa aunque quisiera. Ya se casó conmigo, me necesita para su familia y si rompo su contrato, su teatro se le cae y sé que eso lo perjudicaría. No sabía la razón, pero sí estaba segura de que no lo favorecería.
—Bueno, Merlí. Algo positivo ha sucedido hoy —me señalo algo triunfante y, sin más, ingreso a mi baño para tomar una refrescante ducha en la tina.
Los días fueron pasando y yo iba a visitar a mi abuela con normalidad, pero siempre acompañada de 7 hombres y no 5 como lo había dicho él.
—Bueno... es mejor que quedarse encerrada —susurro frente a mi espejo, mientras me quito mis aretes— y solo perdiendo el tiempo en...
—Buena noche —escucho, de pronto, su adusta voz inundar mi habitación.
Ante ello, torno mi mirada hacia la entrada de mi recámara y lo veo parado en el marco de la puerta, luciendo una blanca camisa que se apegaba mucho a su cuerpo, haciéndolo lucir extremadamente sexi y....
«Carajo, Merlí. ¿Qué estás haciendo?», me pregunto al darme cuenta de que lo había estado viendo... lujuriosamente.
—¿Te comieron la lengua los ratones?
—¿Qué pasó? ¿Qué haces aquí?
—Nada —responde neural al mirarme fijamente—. Vístete, vamos a salir —menciona de repente y sin más, se da media vuelta para salir de mi habitación.
—Perdón, ¿qué? —le pregunto; y aquel se gira a verme
—Lo que escuchaste. Cámbiate, ponte un vestido, zapatos y lo que sea. Vamos a salir.
—Pero... ¿a dónde?
—Ese no es asunto tuyo. Vístete —es lo único que dice y luego, desaparece mi recámara.
—Y a este... ¿ahora qué mosca le picó? —me pregunto y, sin detenerme a pensar más, me levanto para ir a mi armario a buscar algún vestido.
¡Hola! :) Les comento que aceptaron mi solicitud para que la novela siguiera GRATIS un tiempito más. Yo les quería pedir, por favor :( , que pudiesen apoyarme dejando sus reseñas del libro, agregando la historia a su biblioteca y recomendándola. Ayúdenme a que Maximiliano Fisterra llegue a más personas y así se pueda considerar dejarla por mucho tiempo más libre. ¡Gracias a miles! ¡Quedo atenta a sus comentarios!
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¿Se puede saber a qué estás jugando? —pregunta impaciente y fastidiado, al haber abierto mi puerta sin permiso, y entrado a mi habitación. Al parecer, el que le haya enviado, con el personal, el recado de que ya no iría a la fiesta, no le había gustado. —Se toca antes de entrar... —Es mi m*****a casa. ¿Se puede saber a qué juegas? —Yo, a nada... —No juegues con mi paciencia... —advierte muy serio; y yo sonrío levemente. —Primero, te pediré que te calmes porque no quiero que discutamos. —¿A QUÉ JUEGAS? —A nada; ya te lo dije. Cálmate; solo quiero hablar contigo. —Irás a esa fiesta. —Claro que iré —preciso; y él empieza a relajarse—, pero con una condición —agrego; y aquello provoca que su gesto adusto se recomponga. —A mí no me vengas con juegos, niña. TÚ, A MÍ, NO ME PUEDES PONER CONDICIONES. NO LAS ACEPTARÉ. —Bueno, si no aceptas la condición que te pediré, entonces no iré a la fiesta. —TEN CUIDADO CON LO QUE ME ESTÁS DICIEND
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —¡Ay dios! —exclamo asustado, cuando he escuchado un fuerte ruido fuera de mi habitación. Yo me levanto, me pongo mi bata y salgo. —Señora, perdón por haberla despertado —se disculpa una mucama mientras recoge la bandeja que s ele había caído. —¿Qué pasó? ¿A dónde llevas eso? —Al cuarto del señor, señora. —¿Por qué? ¿Qué es? —Es un remedio. —¿Remedio para qué? —El señor está un poco mal, señora. —¿Qué tiene? —Creo que se debe a que... —No me lo digas; debe ser por todas las botellas que de seguro se tomó en esa boda —preciso fastidiada, ya que, si había algo que odiaba, era las personas que bebían alcohol en exceso (como mi padre). —Lamento la molestia, señora. —No te preocupes, ve a traer algo para la resaca, mucha agua y dejas la bandeja en la entrada de su habitación. Yo me hago cargo de él. —Como diga, señora —responde; y se va. Mientras tanto, yo me dirijo a su habitación y entro sin pedir permiso. —¿Dónde se metió? —me
* * * * * * * * * Merlí * * * * * * * * * * —Te juro que no le he dicho a nadie —preciso muy triste y asustada. —¡ESTÁS MINTIENDO! —grita al presionar más mis muñecas contra la cama. —Por favor, créeme. —¡ESTÁS MINTIENDO! —¡NO ES CIERTO! —¡MENTIRA! ¡EL MATRIMONIO FALSO YA ES CONOCIDO POR LOS DEMÁS! —¡Yo no he dicho nada! —¡SILENCIO! ¡SIGUES MINTIENDO! ¡¿QUÉ BUSCABAS EH?! —¿Qué? —¡¿QUIERES QUE LO HAGA MÁS REAL DE LO QUE ES? —¿Qué dices? —PORQUE COMO MI ESPOSA, SIN TREGUA A DIVORCIARNOS DESPUÉS DE UN AÑO, ¡NO TE DEJARÉ JAMÁS! —¡¿QUÉ ESTÁS DICIENDO?! ¡¿TE VOLVISTE LOCO O QUÉ?! ¡TÚ NO PUEDES HACER ESO! —¡TE EQUIVOCAS! ¡CLARO QUE PUEDO! ¡PUEDO NO DEJARTE SALIR DE AQUÍ JAMÁS! —¡CÁLLATE! ¡MENTIROS! ¡TÚ NO PUEDES HACER ESO! ¡YO SOY UNA MUJER LIBRE! —¡ERES UNA MUJER CON DEUDA! —¡YA ME CASÉ CONTIGO! —¡PERO CONTASTE LA FALSEDAD DE NUESTRO MATRIMONIO! ¡SIGUES ES DEUDA! —¡NO ES VERDAD! —¡MIENTES! ¡MIENTES! ¡ES LO ÚNICO QUE SABES HACER! ¡ERES UNA MALAGRADECIDA! ¡YO TE SALVÉ! —¡C
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * * —Eres un completo imbécil, Bayá —insulta Ramsés; y yo no puedo refutarlo. Era cierto; había sido un completo imbécil. Yo debí ser el que no actuara impulsivamente y detener todo lo que ya había pasado en su momento, pero..., pero no lo había hecho y había sido porque... no quise, no quise parar. El haberla visto expuesta ante mí fue suficiente para que aquel deseo, que no sabía que existía, se apoderara de mí y de mis instintos y... no pensé en más que hacerla mía de todas las formas posibles y sin medir mi rudeza. —Si hubiese sabido que era virgen, yo... —¿Tú qué? ¿Te habrías detenido? —inquiero molesto; y yo guardo silencio, ya que no es lo que habría hecho. Estaba ansioso, estaba deseoso y ella..., dios ella era muy atractiva, así como exasperante y... yo creí que también lo quería. «Carajo, eso no puede estar pasando», me regaño en silencio. —¿Cómo está ella? —No lo sé —contesto extrañamente desanimado—. Me pidió que saliera de su
* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * * —¿La señora? —En su habitación, señor —informa mi mayordomo—. No ha salido en todo el día. Ni siquiera a ver a su abuela —detalla—. Incluso no probado bocado alguno. —¿No ha salido para nada? —Para nada, señor. Creo que e siente un poco mal. Tal vez, sería mejor que el señor llamara a un médico. De hecho, me tomé el atrevimiento de llamar al médico, pero la señora no quiso recibirlo; dijo que se sentía bien, pero que solo deseaba estar sola. Sin embargo, sé que no debería inmiscuirme, señor... —Habla... —La señora me preocupa. Cuando le llevé sus alimentos de la tarde estaba muy pálida. —Está bien. Gracias por avisarme. —¿Desea que llame al médico, señor? —No. Si la señora dice que está bien, será mejor no importunarla con visitas no deseadas —señalo serio, puesto que sabía que, si ella se sentía mal, era muy probable que se debiese a lo que había ocurrido entre nosotros... en su habitación. —Como usted diga, señor. Yo me retiro —prec
* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * * —¿Y cómo te trata él? —pregunta Cassandra mientras estamos en la camioneta de camino al hospital para visitar a mi abuela. —Pues... —pienso de forma involuntaria en cada momento que hemos vivido— es un hombre con un carácter bastante difícil. —¡Uy no! ¡Y contigo! ¡Pues ahora creo que voy entendiendo algo de lo poco que me has dicho! —precisa divertida; y yo sonrío—. Pero venga, dime, ¿qué piensas hacer? —Pues..., en este momento, no tengo más remedio que continuar con el trato y... —alargo al mirarla fijamente— espero que seas muy discreta con lo que te he contado, Cassandra —señalo muy seria. —Merlí, no tienes ni que decírmelo. De mi bica no saldrá ni una sola palabra de loq ue hemos conversado. —Eso espero porque..., después de todo, él y yo tenemos un trato serio. Hasta el momento..., él no ha faltado a ninguno de los puntos. Bueno... —me quedo en silencio al recordar lo que había sucedido, hace ya varios días, en mi habitación. «Aun
* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * * —Merlí... —Dime... —le contesto a Cassandra, mientras continúo tejiendo la bufanda para mi abuela, en la salita de su nueva casa. «Bueno... salota», corrijo en mi mente al ver el tamaño del compartimiento. —Hay algo que no termino de entender del extraño trato que tienen tú y tu esposo. —¿Extraño trato? —Sí, Merlí. Extraño trato. ¿Por qué, si dices que se aman, tuvieron la necesidad de hacer ese trato que especifica sus funciones? —Ah... pues... porque sí; él es así y yo... no le vi nada de malo —contesto nerviosa, al tiempo en que desvío toda mi atención a mi tejido para que mi amiga no descubriera, en mi mirada, la mentira que le dije. Sí, le había mencionado de un trato; sin embargo, no le había contado toda la verdad, sino... una verdad a medias y... disfrazada. Yo sí llegué a sentir la necesidad de compartirle toda la verdad; sin embargo, sabía que nadie podría enterarse de nuestro matrimonio falso, así que me tocó contarle una ve
* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * *—¡Eres una tonta! Definitivamente, no sabes lo que acabas de hacer.—¿AH NO? PUES YO SÍ. ACABO DE PONER EN SU LUGAR A UNA DELIRANTE —preciso muy seria; y ella enfurece.—¿DELIRANTE? ¿En serio crees que estoy delirando? —ríe burlona al mirarme muy fijamente—. Por favor. Tú no conoces a Bayá tanto como yo lo conozco. Nosotros estuvimos juntos desde que teníamos quince años.—Ese no es asunto mío. Lo que Bayá haya hecho con su vida, antes de conocernos, no me compete.—¿En serio? ¿No te has dado cuenta o qué?—¿Darme cuenta de qué?—No eres más que una tonta ilusa que creo que piensa que se quedará donde está por mucho tiempo más...—No estoy entendiendo.—Ya te lo dije, niña. ¿O eres tonta? —A MÍ NO ME INSULTAS.—Bayá te dejará de aquí a un año; es más, solo quedan pocos meses.—Bayá no hará eso —respondo de manera inconsciente, como deseando que aquello fuera verdad.—Por favor, eres mucho más ingenua de lo que pensé.—¿ESO ERA TODO LO QUE TEN