Negación

* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *

—Eres un completo imbécil, Bayá —insulta Ramsés; y yo no puedo refutarlo.

Era cierto; había sido un completo imbécil. Yo debí ser el que no actuara impulsivamente y detener todo lo que ya había pasado en su momento, pero..., pero no lo había hecho y había sido porque... no quise, no quise parar. El haberla visto expuesta ante mí fue suficiente para que aquel deseo, que no sabía que existía, se apoderara de mí y de mis instintos y... no pensé en más que hacerla mía de todas las formas posibles y sin medir mi rudeza.

—Si hubiese sabido que era virgen, yo...

—¿Tú qué?  ¿Te habrías detenido? —inquiero molesto; y yo guardo silencio, ya que no es lo que habría hecho.

Estaba ansioso, estaba deseoso y ella..., dios ella era muy atractiva, así como exasperante y... yo creí que también lo quería.

«Carajo, eso no puede estar pasando», me regaño en silencio.

—¿Cómo está ella?

—No lo sé —contesto extrañamente desanimado—. Me pidió que saliera de su habitación ni bien terminamos —informo; y mi amigo bufa, al tiempo en que empieza a negar con la cabeza.

—No cabe duda de que la has jodido.

—Ramsés...

—¿Qué? Solo digo la verdad. La has jodido, metiste las cuatro y bien metidas.

—¿Qué?

—Nada, no entenderás.

—¿Qué debería hacer? —pregunto muy serio, al tomar mi copa de whiskey.

—Debes hablar con ella; eso es lo que tienes que hacer. Es tu esposa, ¿qué sucederá después?

—¡Carajo, Ramsés! ¡Nada de esto estaba en mis planes! —reniego al golpear mi escritorio con uno de mis puños.

—¿En serio? —cuestiona irónico; y yo me enfado más.

—¿No me crees?

—No es lo que he dicho.

—Es lo que prácticamente has dicho —acuso.

—Lo siento, Bayá, pero tienes que reconocer que fuiste un completo imbécil. Tú debiste parar la situación; ella apenas tiene 25 años.

—No es ninguna niña, Ramsés; ya es una mujer. Ella sabía lo que hacía.

—Sí, claro que lo sabía, pero por qué lo hizo; es el asunto —señala al mirarme fijamente, mientras que, con su mano, toma su copa y bebe de ella—. Lo hizo porque estaba alterada, sí; sin embargo, esa no fue la razón principal, ¿o me equivoco?

—¿Qué estás tratando de decir?

—Bayá, te conozco. Sé el difícil carácter que tienes y lo acostumbrado que estás a amenazar cuando alguien no te obedece. Me imagino que habrás hecho lo mismo con ella.

—Sí —admito fastidiado.

—¿La amenazaste con su abuela?

—Sí...

—¿Qué le dijiste? ¿Cómo está la abuela? No le habrás hecho algo, ¿cierto?

—NO, CLARO QUE NO. No haría nada en contra de esa mujer.

—Vaya.... ¿y esa consideración?

—La mujer es mi esposa..., me guste o no.

—¿En serio dices eso?

—¿Qué?

—¿Me guste o no? —ríe ligeramente—. Es demasiado evidente que tu esposa te interesa.

—No es cierto.

—Por favor, Ramsés, no lo sigas negando...

—BASTA, RAMSÉS. YA DEJA DE SEGUIR RIENDO.

—Ay, Bayá.... —suspira como cansado—. Eres un necio; deberías tener cuidado con eso. No la vayas a perder por esa simple y estúpida actitud.

—¿De qué estás hablando? ¿De perder a quién?

—A tu esposa, ¿a quién más? —pregunta serio al mirarme—. Por favor, Bayá, reconoce que la mujer ha empezado a interesarte.

—No es cierto. La mujer no me interesa

—¿De verdad crees en lo que has dicho? Porque yo no —se contesta relajado—. Hablas mucho de ella como para no interesarte ni un poco.

—Hablo de ella porque me saca de quicio; es insoportable.

—¿Solo eso?

—SÍ, SOLO ESO.

—Bueno, como digas. No seguiré hablado con un cabeza dura como tú sobre el tema.

—DEJA DE INSULTAR, RAMSÉS.

—No te tengo miedo, Bayá. Somos hermanos. Sé que no lastimas a la familia.

—No somos hermanos de sangre.

—¿Eso importa? —inquiere serio; y yo niego.

—Eres mi hermano. Perdón por haber dicho lo que dije.

—Te perdono. Ahora tú, pídele perdón a ella.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste, pídele disculpas.

—¿Por qué? Ella vino hacia mí, sola, por su propia decisión, yo no la obligué a nada.

—Sí, sí, pende jo, pero tú ya la tenías harta; de eso estoy muy seguro. No me imagino con qué más la habrás amenazado como para que recurriera a decirte eso y entregarse a ti por su propia voluntad.

—Me pintas como un...

—Pende... jo; sí. Discúlpate; ella no ha de sentirse bien.

—Pero fue consensuado. Incluso propuse parar...

—De todas maneras. Nunca está de más pedir disculpas. Además, fue su primera vez, Bayá, y no soy tu esposa, pero no creo que le haya gustado.

—Creo que le dolió...

—Era virgen; es normal. Eso lo sabemos tú y yo.

—No fui considerado —reconozco extrañamente avergonzado y preocupado por haberle hecho daño, producto de dejarme llevar por mi insaciable deseo.

—Habla con ella; es mi consejo y llámala por su nombre. Siempre le dices "la mujer", "la mujer" y nunca la llamas por su nombre. Además, tiene un nombre bonito como para que la sigas llamando "la mujer".

—No pienso llamarla por su nombre.

—Por favor, Bayá.

—SILENCIO, RAMSÉS.

—Como quieras. Solo te diré que ella no te es indiferente.

—No eres yo para afirmar eso.

—Pudo notarlo, así que ten cuidado. No la vayas a perder por tonto y necio.

—Mejor cambiemos de tema.

—¿De quién quieres hablar? ¿De Danaí? ¿De ella sí quieres hablar? —interroga con molestia; y yo ruedo mis ojos, cansado de que siga pensando que ella aún me importa.

—¿Qué sabes? Te mandé a averiguar cosas —le digo al hacer caso omiso a sus palabras y tono de voz.

—Hasta donde sé, ha sabido manejar muy bien el poder que obtuvo al convertirse en la esposa de Cabanillas. Te lo pondré en términos muy simples. Tú manejas la mitad de todo.

—LO SÉ —contesto serio.

—Es mucho.

—NO LO SUFICIENTE.

—Bueno, Danaí ha logrado hacerse con la mitad de todo el poder enemigo.

—¿Qué dices? —pregunto sorprendido al prestarle toda mi atención.

—Lo que escuchaste. Danaí supo moverse y ya ha controlado la mitad de todo el poder enemigo. Y lo ha hecho sola.

—¿Y Cabanillas?

—Hasta donde sé, encargándose de unos negocios en Sudamérica.

—¿Todavía? —inquiero curioso; y mi amigo asiente.

—Sí, todavía.

—¿Qué tipo de negocio? ¿Sabes algo de eso?

—No, pero me pondré a indagar ya.

—Te lo agradecería. Quiero saber todo sobre mis principales enemigos Y ÉL es el principal.

—Lo sé, lo sé.

—Bueno, sígueme reportando.

—También me enteré de que Danaí ha intentado controlar la otra mitad del poder enemigo, pero ha fracasado.

—¿Intenta hacerse con la mita de todo?

—Sí, efectivamente. Intenta hacerse con la mitad de todo. Quiere tener el mismo poder que ostentas tú —me señala con su índice.

—Eso jamás sucederá.

—Pues yo no estaría tan seguro. Tengo la ligera sospecha de que Danaí tiene el apoyo de alguien más, pero no sé de quién. Sin embargo, sí sé que ella sola no puede planear todo.

—¿Por qué?

—Porque es Danaí y no tiene el poder que tienes tú para mover otras cosas más.

—En eso tienes razón; esa es nuestra ventaja.

—¿Sabes qué pienso?

—¿Qué?

—Que quiere regresar contigo para terminar de hacerse con todo tu poder.

—ESO QUE NI LO PIENSE.

—Creo que esa es su intención al aparecer en tu vida. ¿Tú qué opinas?

—Opino que es una tonta si eso es lo que pretende.

—Bueno, yo no la subestimo. Puede que lo logre.

—¿Qué estás diciendo? —pregunto molesto; y mi amigo se ríe.

—Garantízame que no sigues interesado en esa mujer.

—POR FAVOR, RAMSÉS. Hace muy poco afirmabas que me empezaba a interesar mi esposa y ahora piensas que....

—No, no, yo no he dicho eso. Bueno, puedo pensar que estás confundido, aunque no deberías de estarlo. Deberías amar a tu esposa; es una mujer extraordinaria.

—CUIDADO CON TUS PALABRAS, RAMSÉS —advierto de pronto, sin detenerme a pensar—. Es de mi esposa de quien estás hablando.

—Tranquilo, hermano. Yo respeto a tu mujer —precisa muy serio—. Solo te quiero hacer ver la clase e mujer con la que te casaste; es muy buena. Siempre muy responsable, trabajadora, ha sacado a su familia adelante. Ha cuidado bien de su abuela y sé que ayuda a su amiga con los gastos de su hijo.

—¿Eso hace?

—Sí. Es una buena mujer. Es una lástima que no sepas a quién tienes viviendo bajo tu techo.

—Ya, guarda silencio.. Continúa informándome.

—Bueno, creo que Danaí quiere tener el control de todo.

—¿Piensas que pretende quitártelo?

—Sí, eso pienso. Por eso se ha aparecido en tu vida. La mujer es ambiciosa y también muy astuta; debo reconocerlo.

—Tienes razón; es una gran posibilidad.

—Lo sé. Bueno... —suspira relajado—. Entonces, ¿qué piensas hacer? ¿Piensas seguirle su juego e ir a verla esta noche?

—Pensaba no ir.

—A mí también me parece la mejor decisión.

—Pero acabo de cambiar de opinión.

—¿Por qué, Bayá? No deberías ir. Deja de buscarte problemas y mejor pensemos en una estrategia para detenerla.

—No, Ramsés. Debo ir a verla; necesito hablar con ella.

—¿De qué, Bayá? Ustedes ya no tienen nada de qué hablar.

—Te equivocas —preciso muy serio—. Hoy, más que nunca, tenemos muchas cosas de las que hablar.

—¿Le reclamarás el que te haya dejado plantado? —pregunta como cansado; y yo sonrío con cierto desagrado.

—NO SEAS TONTO. CLARO QUE NO. Eso ya no me importa —miento, pues hasta ahora me seguía provocando mucha rabia e ira.

Sí, claro, se nota —contesta irónico.

—YA BASTA.

—¿Por qué irás?

—Porque la mujer está tomando territorio muy rápido y quiero saber un poco más de sus planes futuros.

—Bayá, esa no es una buena idea. Aquí podemos idear un plan para frenarla y no dejarla seguir avanzando.

—Pues no es lo que quiero hacer o, mejor dicho, sí, pero también quiero verla.

—Bayá.

—No me interesa. Lo único que siento por ella es... repudio.

—Quiere decir que te sigue importando.

—NO —respondo tajante—, pero sí quiero venganza —reconozco ante mi amigo.

—Estás loco.

—Lastimó a mi mujer, Ramsés —le recuerdo; y mi amigo me mira confundido.

—Un momento, ¿quieres venganza porque lastimó a tu esposa?

—¿Por qué otra cosa más querría venganza? —pregunto serio; y mi amigo sonríe.

—Bueno, venga..., esa respuesta sí me gusta.

—¿Qué dices? —pregunto confuso; y mi amigo vuelve a sonreír.

—Nada, no malogremos el momento.

—No entiendo.

—Pues mucho mejor en realidad. Bueno, yo debo retirarme. Tengo que averiguar qué tipo de negocios es el que se ha ido a hacer Cabanillas y lo que pretende Danaí.

—Bien, consigue todo lo que puedas —le pido; y él se levanta de su asiento y camina hacia la puerta para salir de mi oficina.

—Ah, Bayá, por cierto.

—¿Qué cosa? —pregunto serio.

—Habla con tu esposa, pídele disculpas. Piensa bien, ambos se las deben, pero más tú a ella por ser un a**o. Si revisaras el informe completo de tu esposa, te darías cuenta de que no está acostumbrada a tratar de a**os como tú que se la pasan amenazando todo el día.

—Ramsés.

—No digas nada; solo... piénsalo. Pasarás un año con ella. ¿Quieres que todo ese año se la pasen sin hablar? —cuestiona muy serio y, luego de ello, se retira, dejándome a mí... completamente pensativo.

Evelyn Zap

¡Aquí les dejo el capítulo de lunes! Gracias por comentar y reseñar el libro; espero que más lectoras se animen a hacerlo. Por otro lado, agradecería a miles que cada vez que vean una promo de "Maximiliano Fisterra", se animen a comentar y dar like! ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Que tengan bonito día!

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