* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * *
—¿La señora?
—En su habitación, señor —informa mi mayordomo—. No ha salido en todo el día. Ni siquiera a ver a su abuela —detalla—. Incluso no probado bocado alguno.
—¿No ha salido para nada?
—Para nada, señor. Creo que e siente un poco mal. Tal vez, sería mejor que el señor llamara a un médico. De hecho, me tomé el atrevimiento de llamar al médico, pero la señora no quiso recibirlo; dijo que se sentía bien, pero que solo deseaba estar sola. Sin embargo, sé que no debería inmiscuirme, señor...
—Habla...
—La señora me preocupa. Cuando le llevé sus alimentos de la tarde estaba muy pálida.
—Está bien. Gracias por avisarme.
—¿Desea que llame al médico, señor?
—No. Si la señora dice que está bien, será mejor no importunarla con visitas no deseadas —señalo serio, puesto que sabía que, si ella se sentía mal, era muy probable que se debiese a lo que había ocurrido entre nosotros... en su habitación.
—Como usted diga, señor. Yo me retiro —precisa; y yo le hago un ademán para darle permiso.
Después, solo subo las escaleras al segundo piso y camino en dirección a su habitación. Al llegar a su puerta, me debato entre entrar o no.
«Por dios, Bayá, entra», regaña mi subconsciente cuando estaba a punto de decidir irme.
—Carajo —susurro con cierto fastidio hacia mí, ya que, tenía que reconocerlo, sí me sentía avergonzado por lo que había hecho, a pesar de que ambos fuimos conscientes del acto—. Toca, toca... —me demando; y es lo que procedo a hacer—. Abre la puerta —pido neutral, pero no obtengo respuesta alguna.
Ante ello, empiezo a pensar en que, tal vez, lo mejor es dejarla tranquila y no molestarla; no obstante, una extraña necesidad por cerciorarme de su estado de ánimo y de salud era mucho más fuerte. Quería ser YO MISMO quien comprobara cómo se sentía en realidad.
—Abre la puerta —repito, pero sigo sin obtener respuesta—. Entraré —advierto serio; y es lo que hago.
Cuando ingreso, puedo verla en su cama, acostada en posición fetal y... ya vestida.
—Hola... —decido saludar, pero ella no responde.
Al parecer, no me había escuchado, así que decido acercarme más y colocarme al pie de su cama.
—Hola... —repito, pero esta vez, alzando un poco más mi tono de voz y observándola fijamente.
—Ho... la —responde muy suave, pero sin mirarme.
Aquella mantenía la misma mirada perdida de cuando terminamos de hacerlo y me pidió dejarla sola... La misma mirada..., la misma mirada perdida.
—Me dijeron que no has comido nada.
—No tengo hambre.
—Debes comer —preciso muy serio, pero ella no responde—. Es por tu bien, no puedes estar sin comer —señalo más tranquilo.
—No tengo hambre —musita muy suave.
—Aun así... —respondo; y ella no replica.
Nos envuelve un muy incómodo silencio, el cual dura minutos, y ella seguía sin animarse a articular palabra alguna.
—Ya es tarde...
—Lo sé...
—Ellos me dijeron que... a ti te gustaba el jardín —digo de pronto.
—¿Ellos? —contesta con la voz queda.
—El mayordomo y las empleadas —miento, puesto que ninguno me había dado tal información.
Yo lo había notado. Cada vez que solía llegar temprano, podía verla caminando por los jardines de la casa, totalmente descalza y dando vueltas como si fuera una niña. Yo.. no me dejaba ver, puesto que... no quería importunarla y... no quería que supiera que la observaba, así como tampoco quería admitir que, desde la primera vez que la vi caminando por ellos, empecé a hacer el esfuerzo por terminar mi trabajo antes para regresar a casa temprano y no perderme sus paseos por el jardín. Esa era la verdad y ahora la estaba admitiendo; y ello me hacía sentir débil e incómodo; sin embargo, también me generaba una especie de calor en mi corazón.
«Joder, Bayá. Qué carajos estás pensando», me reclamo en silencio.
—¿No saldrás a darlo? —interrogo neutro; y ella empieza a negar con su cabeza—. ¿Por qué? —agrego al fruncir mi ceño.
—No quiero... —contesta en otro susurro; y ello ya empezaba a preocuparme.
—Hoy se mandaron a traer otras amapolas.
—¿Otras? —pronuncia de pronto, con cierta emoción, y cuando nuestras miradas se cruzan, aquella emoción parece esfumarse.
Ella vuelve a desviar su mirada y perderse; y yo... yo solo estoy furioso por no saber cómo solucionar y controlar toda esta situación.
«Ni siquiera debería estar aquí, tratando de animarla», me regaño con fastidio.
«Eso. No sé qué hago aquí, No debería estar aquí», me digo en silencio.
«Ella sabía lo que hacía, yo no la obligué a nada», recalco muy serio; sin embargo, a pesar de ello, no podía evitar sentirme culpable por algo, así como... malditamente preocupado.
—Te dejo sola...
—Gracias —es lo único que contesta; y después, me voy.
No camino a mi habitación, sino bajo al primer piso y voy a mi despacho para buscar el informe que Rashad me había enviado, el cual imprimí, pero no leí por completo.
—Aquí está —articulo al encontrar lo que buscaba para después ir a buscar a mi mayordomo—. Wight... —lo nombro cuando lo veo.
—¿Señor?
—Toma este número. Quiero que llames a la mujer; es la mejor amiga de mi esposa. Dile que... su amiga la invita a su casa y que irán a recogerla muy pronto, que esté lista —ordeno.
—Está bien, señor. Me encargaré de que la señorita... Cassandra —lee el papel— esté aquí cuanto antes.
—Es probable que esté con su hijo, así que si desea venir con él, no hay problema. Alisten una de las habitaciones de huéspedes y... atiéndalos cuando venga.
—Claro que sí, señor. Yo, personalmente, me encargaré de atender bien a los invitados de la señora. ¿Desea algo más?
—No, eso es todo por ahora. Me avisa cuando lleguen a la casa.
—Claro que sí, señor.
—Yo saldré a ver unos negocios. Espero noticias.
—Sí, señor. No se preocupe. Yo le notificaré cuando la amiga de la señora esté en esta casa.
—Bien —contesto serio y, sin más, tomo mi saco, el cual había dejado en la entrada de la casa, y me voy.
Voy a mi auto, entro, veo mi reloj y me doy cuenta de que tenía el tiempo justo para conducir hasta el lugar en el que ella me había citado.
—Veamos que tiene que decir —articulo sin mucho ánimo y enciendo mi auto para empezar a manejar.
Luego de 3 horas, llego al lugar (el cual era un lugar bastante escondido). Este, hace unos años atrás, iba a ser el lugar en el que se realizaría mi boda, puesto que fue el mismo en el que me comprometí por primera vez; sin embargo, ahora no era más que un estanque mal cuidado.
—Por un momento, creí que no vendrías... —escucho su voz; y yo me doy media vuelta para así observarla venir hacia mí.
—¿Para qué me citaste? ¿Qué es lo que quieres?
—¿Te acuerdas cuando solíamos venir aquí... a despejarnos de los estresantes días de trabajo que siempre teníamos?
—¿Para qué me citaste?
—Yo sí lo recuerdo...
—No lo volveré a preguntar. ¿Para qué me citaste?
—Para hablar... —responde relajada al acercarse a mí y llevar una de sus manos hasta la solapa de mi traje.
—NO ME TOQUES —ordeno adusto al tomar su muñeca y empujarla.
—Ay... pero qué tosco
—¿QUÉ QUIERES?
—Tú NUNCA había sido así conmigo. Siempre me tratabas con delicadeza. Era todo un caballero.
—SOY UN CABALLERO. Tengo palabra y respeto a las damas.
—¿Y qué hay de mí? ¿No soy una dama? —pregunta; y yo sonrío irónico—. Veo que crees que no, pero aún así, recuerdo que, a esta mujer —se señala—, le dabas todo...
—¿QUÉ ES LO QUE QUIERES?
—Ya te dije: hablar. Hace mucho no lo hacemos.
—¿DE QUÉ?
—De nosotros, ¿de quién más?
—NO EXISTE UN NOSOTROS.
—Mmmm... ya veo. Sigues molesto por lo que te hice.
—NO ME MOLESTA.
—Pues tu tono de voz te delata.
—¿QUÉ ES LO QUE QUIERES ESPECÍFICAMENTE?
—Sigues igual de impaciente, Maximi...
—Bayá. Para ti soy Bayá.
—¿Y qué pasó con mi... Maxi? —pregunta de pronto, al atreverse a llevar una de sus manos hasta mis mejillas y acariciarlas.
—NO VUELVAS A TOCARME —preciso muy molesto al volver a tomar su muñeca y sujetarla con fuerza.
—Au... me estás lastimando —se queja muy seria, pero yo no la suelto, solo miro la forma en la que se retuerce de dolor—. Maximiliano, ya suéltame, Me lastimas.
—BAYÁ...
—Maxi, suéltame.
—BAYÁ...
—¡Ya! ¡Suéltame!
—BAYÁ
—¡Está bien! ¡está bien! ¡Ya suéltame, Bayá! —exclama; y yo lo hago, pero sin delicadeza alguna.
—¡Tosco! Me estabas lastimando.
—ME ESTÁS HACIENDO PERDER EL TIEMPO.
—¿Ahora soy eso? ¿Una pérdida de tiempo? Recuerdo cuando antes, lo único que querías era pasar la mayor parte de tu tiempo conmigo.
—NO SABÍA LO QUE HACÍA. AHORA, HABLA —ordeno; y ella me mira con fastidio.
—Te voy a perdonar lo que acabas de hacer porque entiendo que aún estés molesto por lo que te hice.
—NO LO ESTOY.
—Mientes. Sí, lo estás. Me amaste mucho; es imposible que no lo estés.
—HABLA. ME ESTÁS HACIENDO PERDER EL TIEMPO CON TUS TONTERÍAS. ¿PARA QUÉ ME CITASTE?
—Para hablarte de nosotros —señala; y eso no lo creía.
—ENTONCES ME HAS HECHO VENIR HASTA ACÁ PARA HACERME PERDER MI TIEMPO.
—Entiendo que estés molesto, Maximiliano —señala al mirarme a los ojos—. Pero te juro que yo no tuve la culpe de nada. YO QUERÍA CASARME CONTIGO. YO IBA A CASARME CONTIGO —aclara muy firme, pero no le creía y ahora... tampoco me importaba.
Así que, ante ello, decido dar media vuelta y marcharme.
—Por favor, Maxi, no te vayas. Escúchame —pide al tiempo en cómo siento que me sujeta del saco.
—QUITA TUS ASQUEROSAS MANOS DE MÍ —ordeno con molestia al volver alejarla de forma brusca.
—Maxi..., YO NO QUISE DEJARTE —pronuncia muy fuerte, al terminar de pararse frente a mí e impedir que siguiese con mi camino.
—QUÍTATE.
—Maxi...
—BAYÁ...
—Está bien, está bien... Bayá...
—MUÉVETE.
—Bayá, YO QUISE CASARME CONTIGO.
—MUÉVETE...
—Pero Santiago Cabanillas no me lo permitió. Él fue a mi casa, un día, y me amenazó. Me pidió que yo... te traicionara a ti y me casara con él a cambio de que no te hiciese daño a ti y nuestra familia.
—¿FAMILIA? ¿DE QUÉ FAMILIA HABLAS?
—Max... Bayá, Bayá. Yo te amaba y... —me mira fijamente a los ojos al tiempo en que osa a tomar mis manos; y yo no me opongo, quería ver el nivel de cinismo al que llegaba—. Maxi... hasta ahora, yo te amo —señala la mentirosa—. Todo este tiempo que he estado alejada de ti, no he hecho más que preguntarme cómo estarás y qué estarás haciendo.
—¿En serio?
—Sí, Maxi...
—¿Te preguntabas cómo había estado, cuando decidiste huir después de haber traicionado a toda mi familia?
—Maxi...
—No me importa lo que me hayas hecho. No vales nada como mujer. De hecho, todas son iguales —suelto, pero esta vez, extrañamente, mi conciencia había apartado a una del grupo..., a ella, a la mujer que estaba en mi casa y a la cual.... sentí la necesidad de animar hasta el punto de permitir que una extraña y su hijo pusieran sus pies en mi casa.
—Maxi, juro que todo lo que digo es verdad. Yo te he amado, te amo y si no me casé contigo, fue porque Cabanillas me tenía amenazada, pero ahora... —sonríe ampliamente— ahora él ya no está.
—¿Qué dices?
—Lo que escuchaste, ya no está —repite contenta—. Lo quité de nuestro camino —señala mucho más feliz—. Ahora podemos ser felices y no solo eso, sino que yo podría entregar todo el poder que ostento... a ti... —ofrece.
Después de escucharla, solo empiezo a sonreír divertido, ante su desconcertada mirada.
—Sí que finges muy bien —señalo al continuar riendo ligeramente, hasta que de pronto elevo una mano y tomo su cuello con ella para arrinconarla contra un árbol.
—Ma... Maxi... qué haces —pregunta con la voz entrecortada.
—Tú a mí no me quieras ver la cara de idiota. ¿Qué carajos quieres? HABLA AHORA Y YA NO ME HAGAS PERDER EL TIEMPO O TE MANDO A DESAPARECER AHORA MISMO POR QUERERTE PASAR DE LISTA Y, SOBRE TODO, POR HABER DAÑADO A MI ESPOSA. MEJOR DICHO, DAME UNA BUENA EXCUSA PARA NO ACABAR CONTIGO AHORA MISMO.
—Es... está bien..., pe..., pero... suél... —no podía hablar bien, así que la suelto; y ella empieza a toser muy fuerte.
—¡Casi me matas!
—Si lo hubiese querido, había apretado más fuerte —preciso relajado; y ella endurece su gesto.
—HABLA DE UNA VEZ.
—Necesito de tu ayuda para controlar la otra mitad del poder que me falta para igualar el tuyo.
—¿POR QUÉ TE AYUDARÍA?
—Porque luego, cuando el año de tu matrimonio falso acabe, podríamos casarnos y podríamos unir nuestras mafias. Así tendríamos todo el poder, lo controlaríamos todo, tendríamos todo en nuestras manos, nadie estaría sobre nosotros. Seríamos, sin duda, los más poderosos en el negocio.
—¿CASARNOS? —pregunto serio; y ella asiente.
—Sí, casarnos. Tú y yo, como lo habíamos planeado, pero esta vez será mucho mejor.
—Casarnos —musito al darle la espalda y pensar en aquella estúpida posibilidad, la cual jamás aceptaría.
Sin embargo...
«Podría sacarle ventaja», pienso muy serio.
Jamás me casaría con ella; de eso estaba seguro. No obstante, era mejor mantenerla tranquila y; además, podría usarla para extender mis negocios y mi poder.
«Podría hacerme del suyo», señalo muy firme, en mi mente, al tiempo en que me giro a observarla nuevamente a sus ojos
—¿Qué dices? ¿Aceptas?
—NO ESTOY SEGURO.
—Por favor, Maxi, te desharías de dos problemas al mismo tiempo. El primero sería dejar de preocuparte por que mafias rivales te atacaran y el segundo y más importante... —sonríe— te desharías de esa antipática y chillona mujer. No entiendo cómo es que pudiste casarte con alguien así —expresa con desprecio.
—CUIDA LA MANERA EN LA QUE TE DIRIGES A MI ESPOSA.
—Si no te conociera, diría que la defiendes porque la quieres, pero estoy completamente segura de que no es así —concreta con mucha autosuficiencia—. Estoy segura de que... —vuelve a acercarse a mí como intentando seducirme— tú, Maxi... —coloca sus manos sobre mi pecho y comienza a acariciarlo— aún me amas —completa; y yo sonrío automáticamente.
—NO ES CIERTO.
—Claro que lo es. ¿Si no por qué otra razón aceptarías mi trato?
—Porque es bueno. Nos conviene a ambos, tengo que reconocerlo.
—No, Maxi, también lo haces porque me amas —precisa; y decido no refutarla, sino guardar silencio.
Tal vez, era mejor para mí que ella creyese tal cosa.
—¿Lo ves? —me mira fijamente a los ojos—. Tu silencio lo dice todo, Maxi.
—¿Eso era todo? —corto bruscamente.
—Sí..., amor...
—Bueno, entonces me voy. Tengo cosas que hacer. Yo te buscaré; tú no lo hagas y... NO TE VUELVAS A METER CON MI ESPOSA. ES MI FAMILIA —me excuso.
—Lo sé; solo queda respetar a la estúpida por ser tu familia —concluye; y sin más, me retiro.
¡Hola! ¡Buen día! Quiero aclarar un punto súper importante antes de que empiecen las confusiones. Para empezar, este libro fue publicado, el año pasado, en otra app (F#I#Z#Z#O), pero debido al cierre, estuve analizando en qué otras apps publicarla. Esta historia perteneció al programa "Buena historia" de la app y a los autores se nos facilitó esquemas para que, a partir de ahí, creáramos la novela a nuestra manera, pero siguiendo cierta línea. Si han encontrado una historia similar, es probable que aquel autor también haya participado. Las versiones, al final, cambian... 1. Porque cada autor tiene su estilo de narrar acontecimientos. 2. Yo modifiqué más de la mitad de esquemas porque se me vinieron muchas ideas locas JAJAJAJA... ¡Así que espero que esto haya quedado muy claro! ¡Yo estoy dando mi mayor esfuerzo para que la historia de Merlí y Bayá les encante! ¡Muchas gracias por su apoyo!
* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * * —¿Y cómo te trata él? —pregunta Cassandra mientras estamos en la camioneta de camino al hospital para visitar a mi abuela. —Pues... —pienso de forma involuntaria en cada momento que hemos vivido— es un hombre con un carácter bastante difícil. —¡Uy no! ¡Y contigo! ¡Pues ahora creo que voy entendiendo algo de lo poco que me has dicho! —precisa divertida; y yo sonrío—. Pero venga, dime, ¿qué piensas hacer? —Pues..., en este momento, no tengo más remedio que continuar con el trato y... —alargo al mirarla fijamente— espero que seas muy discreta con lo que te he contado, Cassandra —señalo muy seria. —Merlí, no tienes ni que decírmelo. De mi bica no saldrá ni una sola palabra de loq ue hemos conversado. —Eso espero porque..., después de todo, él y yo tenemos un trato serio. Hasta el momento..., él no ha faltado a ninguno de los puntos. Bueno... —me quedo en silencio al recordar lo que había sucedido, hace ya varios días, en mi habitación. «Aun
* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * * —Merlí... —Dime... —le contesto a Cassandra, mientras continúo tejiendo la bufanda para mi abuela, en la salita de su nueva casa. «Bueno... salota», corrijo en mi mente al ver el tamaño del compartimiento. —Hay algo que no termino de entender del extraño trato que tienen tú y tu esposo. —¿Extraño trato? —Sí, Merlí. Extraño trato. ¿Por qué, si dices que se aman, tuvieron la necesidad de hacer ese trato que especifica sus funciones? —Ah... pues... porque sí; él es así y yo... no le vi nada de malo —contesto nerviosa, al tiempo en que desvío toda mi atención a mi tejido para que mi amiga no descubriera, en mi mirada, la mentira que le dije. Sí, le había mencionado de un trato; sin embargo, no le había contado toda la verdad, sino... una verdad a medias y... disfrazada. Yo sí llegué a sentir la necesidad de compartirle toda la verdad; sin embargo, sabía que nadie podría enterarse de nuestro matrimonio falso, así que me tocó contarle una ve
* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * *—¡Eres una tonta! Definitivamente, no sabes lo que acabas de hacer.—¿AH NO? PUES YO SÍ. ACABO DE PONER EN SU LUGAR A UNA DELIRANTE —preciso muy seria; y ella enfurece.—¿DELIRANTE? ¿En serio crees que estoy delirando? —ríe burlona al mirarme muy fijamente—. Por favor. Tú no conoces a Bayá tanto como yo lo conozco. Nosotros estuvimos juntos desde que teníamos quince años.—Ese no es asunto mío. Lo que Bayá haya hecho con su vida, antes de conocernos, no me compete.—¿En serio? ¿No te has dado cuenta o qué?—¿Darme cuenta de qué?—No eres más que una tonta ilusa que creo que piensa que se quedará donde está por mucho tiempo más...—No estoy entendiendo.—Ya te lo dije, niña. ¿O eres tonta? —A MÍ NO ME INSULTAS.—Bayá te dejará de aquí a un año; es más, solo quedan pocos meses.—Bayá no hará eso —respondo de manera inconsciente, como deseando que aquello fuera verdad.—Por favor, eres mucho más ingenua de lo que pensé.—¿ESO ERA TODO LO QUE TEN
* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * * —¿Qué es lo que acabas de decir? —¡Lo que escuchaste! ¡¿O estás sordo?! —¡DEJA DE GRITAR! —¡DEJA DE HACERLO TÚ PRIMERO! ¡YA... YA… YA ESTOY CANSADA DE ESCUCHARTE! ¡AHORA TE TOCA ESCUCHARME TÚ A MÍ! —¡¿DÓNDE CARAJOS HAS ESTADO TODOS ESTOS DÍAS?! ¡¿POR QUÉ ACABAS DE DECIR ESO?! ¡TE HE ESTADO BUSCANDO EN TODO LUGAR, HASTA POR DEBAJO DE LAS PIEDRAS! —¡DEJA DE EXAGERAR Y YA... ay dios —susurra de pronto, al cerrar sus ojos y llevar una de sus manos hasta su frente —¿Qué... qué pasa? —cuestiono preocupado al acercarme a ella —Ni se te ocurra tocarme. No quiero que me pongas un solo dedo encima. —Llamaré al médico. —TÚ NO LLAMARÁS A NADIE..., estoy bien, solo muy colérica. ESTOY CANSADA —precisa al mirarme fijamente y recomponer su postura (al parecer. ya estaba bien). —Yo también estoy cansado. Pero necesito saber de dónde sacaste lo que acabas de decir. —Ese no es asunto tuyo, lo importante es que lo sé. Además, ¿qué te preocupa tanto? Y
* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * *—¡Señor! ¡No la mueva! —exclama mi mayordomo al impedirme tocarla.—¡Merlí! —grito desesperado al ver que había quedado inconsciente.—¡Llamen a emergencias! ¡Rápido!—¡Merlí! ¡SUÉLTEME! —ordeno al liberarme de su agarre de forma brusca.—Señor, no la mueva.—Merlí, Merlí, Merlí, por favor, abre los ojos —suplico desesperado al tomar su mano—. ¡Una ambulancia! ¡Rápido! —grito nervioso al notar que no reaccionaba.—Ya llamaron, señor...—Merlí..—¡Llamen al señor Ramsés! —demanda mi mayordomo.—¡Que traigan una de nuestras ambulancias! —ordeno en un grito—. Si hay uno de nuestros doctores, ¡tráigalos ahora!—Señor, debemos esperar la del hospital más cercano. Nuestros médicos no están en la propiedad en este momento.—¡¿DÓNDE CARAJOS SE HAN METIDO?!—Señor, están en el punto rojo!—¡JODER! —reniego desesperado—. ¡QUE VENGA YA LA M*****A AMBULANCIA DEL HOSPITAL ENTONCES!—Están en camino, señor—¡No la toque! —advierto a mi mayordomo cuando se ha
* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * *—No es necesario que hagas todo esto...—Tu jugo —articulo al tomar el vaso y ponérselo en sus manos.—Sé que debes ir a trabajar.—Estoy trabajando en mi despacho —contesto serio al empezar a picar un poco más la fruta.—¿Desde cuándo?—Un par de días —miento al continuar picando la fruta sin si quiera detenerme a mirarla.—¿Por qué lo haces?—Porque eres la madre de mi hijo.—Pero yo ya dije que no iba a...—Sé lo que dijiste —la interrumpo muy serio.—¿Entonces?—Entonces espero que... no lo hagas —expreso sincero, al tiempo en que, sin desearlo, exhalo con pesadez.—De verdad... ¿te importa? —cuestiona dudosa; y yo decido observarla fijamente.—También es mi hijo. Claro que me importa —sentencio firme; y ella parece apenarse un poco.—Será mejor que ya vayas a tu despacho. Eres un hombre muy ocupado, no puedes estar perdiendo tu tiempo conmigo. Yo termino de comer.—NO. Yo quiero cerciorarme de que comas todo lo que el médico te ha dicho.—
* * * * * * * * * BAYÁ* * * * * * * * * *—Pues esa es mi única observación —dice el médico al mirarnos con atención (sobre todo a mí)—. Todo influye en el buen desarrollo de la pequeña criatura que se está formando en su interior, señora Costantini —precisa el médico al desviar su mirada a mi esposa—. Debe... o mejor dicho, DEBEN —nos mira a los dos nuevamente— hacer todo lo necesario para que su ánimo, señora Costantini, cambie —señala con la mayor sutileza posible—. Tal vez, un viaje o hacer lo que usted más desee puede ayudar.—Un viaje o lo que a ella le guste —repito como tratando de anotar ello en mi memoria.—Sí, señor. Su esposa debe mejorar anímicamente. Como ya dije, todo afecta en un embarazo y el estado de ánimo no es la excepción.—Sí doctor..., comprendemos —respondo muy serio; y el médico sonríe amable al tiempo en que asiente con su cabeza.—Bueno, yo me retiro. Eso era todo lo que debía decir. Bueno, señora Costantini, por favor, cuídese mucho —le dice al darle la man
* * * * * * * * * MERLÍ* * * * * * * * * *—Debes tener cuidado —me dice al ayudarme a sentarme sobre el césped, bajo un frondoso árbol.—Descuida, estoy bien.—El médico dijo que no podías hacer mucho esfuerzo.—Sí, pero tampoco dijo que no podía hacer algo sola —señalo divertida; y él sonríe.—Tienes una bonita sonrisa —digo de pronto, sin temor; y él se queda mirándome muy atento.—Gra... gracias —señala algo incrédulo; y yo vuelvo a sonreír por ello.—Siéntate, ven —le pido al dar golpecitos a un lado de mí.—Sí..., claro... ¿No prefieres que pongamos la manta y sentarnos ahí?—No. Me gusta esto..., sentarme directamente en el césped... ah —suspiro al cerrar mis ojos y sentir la suave brisa batir en mi rostro— delicioso aire fresco.—Sí...—¿Por qué no me habías contado de este lugar antes?—Bueno... porque no te despegabas del jardín de amapolas —parece bromear; y yo río por ello.—Gracias por traerme aquí. Me encantan estos lugares. La naturaleza es lo mejor de la vida —señalo al