* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * *
—Mi esposa, QUIERO VER A MI ESPOSA —exijo angustiado, al no tener respuesta alguna del médico.
—Señor, Costantini, por favor, le pedimos que se cal…
—MI ESPOSA. QUIERO VER A MI ESPOSA —arremeto al querer entrar a la sala de partos, pero mi amigo me detiene.
—¡SUÉLTAME, RAMSÉS!
—¡BAYÁ! Tu hijo… Lo has asustado —reclama; y de pronto soy consciente de que la pequeña criatura que estaba en mis brazos, estaba llorando muy fuerte.
Mi corazón se oprime, pero no puedo hacerlo, no podía tranquilizarme y no podía darle tranquilidad a él. Necesitaba verla…, necesitaba ver a su madre, necesitaba ver a mi esposa, necesitaba…
—Necesito verla. Necesito ver a mi esposa, doctor. DÍGAME DÓNDE ESTÁ
—Enfermera, por favor, llévese al bebé a la sala de cuidados para recién nacidos.
—NO. No quiero que se lo lleven —preciso adusto al mirar a la enfermera con sus brazos estirados hacia mí—. Mi hijo se queda conmigo. No quiero que se lo lleven.
—Está bien, señor Costantini, pero solo serán unos minutos más.
—Mi esposa está bien, ¿no es así? Porque si fueran malas noticias, ya me las habría dado, ¿cierto? —confronto; y el médico se queda mirándome atentamente y muy serio (al igual que yo a él).
—Sí…, es cierto —contesta no muy animado, pero no me importaba, ya que lo que quería escuchar, ya me lo había dicho de algún modo.
Ella estaba bien…, ella…, ella estaba viva.
—¿Dónde está? Quiero verla. Debo ver a mi esposa.
—Señor Costantini, la verá en unas horas. Por el momento, solo le debo informar de algo.
—¿Qué cosa? ¿Qué sucede? Sin rodeos, doctor.
—Señor Costantini, la salud de su esposa es muy delicada. Necesitará de muchos cuidados para su completa recuperación, por lo cual no podrá ser dada de alta muy pronto. Ella deberá quedarse en la clínica, por lo menos, dos semanas más bajo observación. No puede irse a su casa.
—No hay problema con eso, doctor. Si es necesario para su recuperación, que se quede el tiempo que usted considere necesario.
—Bien. Entonces…, eso era todo. En unas horas, se le autorizará la visita a su esposa.
—Gracias, doctor.
—Señor Costantini, no me gustaría hacer esto, pero… debo llevarme a su hijo a observaciones.
—¿Lo puedo llevar yo?
—Claro que sí, no hay problema —contesta amable; y yo asiento agradecido meintras vuelvo mi mirada al ser más hermoso que haya visto nunca.
Era… tan hermoso que no podía creer que fuese verdad. También se veía tan frágil que tenía un enorme temor de dañarlo sin querer, sentía que mis manos y brazos temblaban hasta el punto de pensar que, en cualquier momento, se podía caer de mis brazos.
—¿Nunca ha cargado a un bebé? —escucho la voz del médico mientras caminamos por un enorme pasillo y yo lo miro.
—No…, nunca…
—Tranquilo. Ya aprenderá. Yo lo hice —responde relajado al detenerse frente a una puerta—. Debe entregarme a su hijo, señor Costantini —dice de pronto; y yo no quiero hacerlo.
Quería seguir teniéndolo en mis brazos, quería ver su carita, su nariz tan pequeña, quería tenerlo conmigo, no quería dejarlo ir con alguien más.
—Él estará bien. Solo estará en observaciones unas horas. A pesar del estado de salud de su esposa, su hijo nació en perfectas condiciones. Es un bebé muy sano. La revisión es solo parte de la rutina. Pronto volverá a tenerlo en sus brazos.
—¿Lo veré junto con mi esposa? También quiero verla a ella.
—También la verá, le doy mi palabra. En este momento, lo que más necesitará su esposa, mi paciente, es el cuidado de las personas que ella ame. Ya sabe. Un buen estado de ánimo es fundamental para la recuperación de cualquier paciente —señala; y yo no puedo evitar sentirme algo incómodo y culpable, ya que estaba seguro de que yo no sería la persona indicada para que Merlí tuviera mejores ánimos, sino todo lo contrario.
Estaba seguro de que, si me veía, ella iba a entristecerse más. Aquella idea no me gustaba. No me gustaba saber que, si su estado de ánimo era bajo, era por mi culpa. No me gustaba, no me gustaba, pero… era la verdad, yo era el culpable de su tristeza.
—Entiendo, doctor.
—Bien, señor Costantini. Pronto verá a su esposa y a su hijo. NO demoraremos en ir a buscarlo —afirma y, luego de ello, entra a una pequeña sala de recién nacidos con mi… hijo—. Mi hijo —susurro al tiempo en que una rara sensación de calidez me embarga; era muy extraño, pero se sentía bien—. Mi hijo… —susurro una vez más; y regreso a la sala en la que estaba anteriormente, junto a mi amigo.
Las horas pasaban y me encontraba impaciente por ver a Merlí, por ver con mis propios ojos y asegurarme de que ella estuviese realmente estable. También ansiaba volver a ver a mi hijo…, a nuestro hijo. Quería verlo y cargarlo otra vez, quería volver a sentir aquella sensación que me había dejado muy pensativo. Quería sentir aquella sensación qu… nunca antes había sentido.
—Señor Costantini…
—¿Ya puedo ver a mi esposa? —pregunto como un reclamo, a la enfermera que me había nombrado.
—Ah… sí, señor. Disculpe la demora.
—Su esposa y su hijo están en la habitación de ella. Sígame por favor —pide; y yo obedezco.
Llego hasta su habitación e ingreso muy despacio. La mujer vestida de blanco se retiro y me deja a solas con quienes eran mi…
“Familia”, pienso al observarlos con mucha atención.
Ella…, como siempre, lucía muy hermosa (aunque era notable lo débil que aún se encontraba). Sin embargo, se veía muy feliz alimentando a nuestro hijo; se veía muy feliz con él en sus brazos. Lo miraba con tanta admiración que me hacía sentir celoso, pero la entendía. Yo, tenía que admitirlo, también me sentí como ella cuando lo miré por primera vez. Era mi hijo, nuestro hijo…, mi heredero.
—¿No te parece lo más hermoso que hayas visto? —susurra de pronto; y su mirada recae sobre la mía.
—Perdón, no quise ser imprudente.
—Me dijeron que ya lo viste —musita muy suave; aún estaba muy cansada.
—Solo unos minutos —respondo al acercarme.
—¿No es lo más hermoso que hayas visto? —repite; y yo asiento en respuesta.
—Sí —agrego; y ella sonríe.
—Hoy no quiero que discutamos.
—Claro que no…
—Solo quiero que veamos a nuestro hijo. Solo quiero que él… nos reconozca.
—Así será —contesto muy firme; y ella asiente.
Luego, ambos solo nos quedamos en silencio y admirando a la pequeña criatura que había llegado a nosotros por fin.
—Me contaron lo que pasó en la sala —dice de pronto al mirarme fijamente—. Me contaron… tu decisión.
—Lo siento…, pero no podía dejarte ir…
—Creí que lo elegirías a él sin pensar.
—Perdóname. Fue muy difícil, pero yo no podía dejarte ir porque… —no sabía si decirlo.
—¿Por qué?
—Porque yo…, porque yo te…
—Señora Costantini —interrumpe alguien; y me doy cuenta de que es el médico—, qué bueno verla despierta —dice muy animado.
—Doctor… —sonríe ella.
—Lamento si interrumpí algo, pero esto no me tomará más de un minuto.
—Gracias, doctor.
—Nada que agradecer, señora Costantini. Bueno…, ya terminé. Todo va muy bien. No cabe duda que su esposa y su hijo son personas muy fuertes, señor Costantini —me dice el galeno; y yo solo me limito a asentir serio.
Después, el hombre se retira, no sin antes decirme que debía ir a verlo a su consultorio mañana a primera hora.
—Bayá…
—¿Te sientes bien? ¿Te duele algo?
—No…, yo…, estoy bien. Solo quería saber qué es lo que querías… No, olvídalo.
—Merlí.
—Mejor solo veamos a nuestro hijo. No quiero que nada de lo que vayamos a decirnos arruine este momento. Tomémoslo como… una tregua. ¿Te parece?
—Me parece.
—Bien —musita muy suave y luego, vuelve a poner toda su atención en nuestro bebé.
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * * *
Despierto y lo veo a él con nuestro bebé en sus brazos, arrullándolo y cantándole para que se durmiera. Ante aquella escena, sonrío inconscientemente a la vez que me pongo a pensar en todas estas tres semanas que ya tenía en la clínica. Creí que me darían de alta a las dos semanas, pero él (el alto, frío, misterioso y muy atractivo hombre que estaba en mi habitación) no lo había permitido. Quiso que me quedara una semana más aquí bajo muchos cuidados o, mejor dicho, bajo sus cuidados. Ya que no recuerdo un solo día en el que él no estuviese aquí, atendiéndonos a mí y a nuestro hijo.
No recuerdo día en el que no me haya dado de desayunar, no recuerdo día en el que no me haya acompañado a almorzar o cenar. No recuerdo día en el que no me haya sacado a dar un paseo por el jardín de la clínica, no recuerdo día en el que no arrullara a nuestro hijo y le diera el beso de las buenas noches. Él… había traído su trabajo a esta habitación de la clínica. Todas las noches lo veía revisando documentos y haciendo llamadas en el poco tiempo libre que disponía. Es más, creo que casi no dormía y sus enormes ojeras eran prueba de ello.
—Merlí, no debes pararte —dice al volver a mí; y yo sonrío.
—Maximiliano —lo llamo por su nombre, después de mucho tiempo, y eso parece sorprenderlo— estoy bien. Déjame ayudarte.
—Debes cuidarte.
—Estoy recuperada al cien por ciento. Sabes que si estoy aquí es solo porque casi amenazaste a los médicos para que me dijeran que era necesario que yo permaneciera una semana más.
—Yo no hice eso.
—Lo hiciste. Les diste, prácticamente, una orden —señalo divertida al recordar aquel día—. Que no te hayas dado cuenta, es otra cosa.
—Merlí, debes descansar —precisa igual de serio; y yo solo sonrío.
Cuando hago ello, cuando le sonrío, puedo notar la forma muy extraña en la que me mira, lo cual me parece divertido, ya que parece asustado de que yo le estuviese sonriendo.
—Tú también debes descansar —respondo muy seria al tomar a nuestro bebé—. No es sano que duermas dos o tres horas al día.
—Puedo con eso.
—Y yo también.
—Debes descansar.
—Deja de insistir, no lo haré. Debo alimentar a nuestro hijo y… quiero pasar más tiempo con él. Quiero ser su favorita —bromeo; y, otra vez, él vuelve a mirarme incrédulo—. Deja de verme así, parece que estuvieses viendo a un ser de otro planeta. Me gusta sonreír, no soy una mujer amargada.
—Y a mí me gusta verte sonreír —dice inesperadamente; y yo no puedo evitar sentirme… nerviosa por sus palabras.
—Debes dormir. Descansa. Yo estaré bien.
—¿Segura?
—Muy segura. Descansa.
—Primero te acompañaré a desayunar. Debes hacerlo ya.
—Está bien, pero luego dormirás sin objeción alguna.
—Está bien —responde extraño; y yo vuelvo a sonreír.
Al parecer, mi buen humor lo estaba tomando por sorpresa.
—Maximiliano…
—¿Sí?
—¿Crees que hoy ya podamos regresar a la casa? Ya no quiero estar aquí.
—Pero…
—Te juro que estoy bien —señalo al mirarlo a sus ojos (los cuales había olvidado lo cautivantes que eran) —. Por favor…, regresemos a casa. Yo… la extraño —susurro sin poder creer lo que había dicho—. Quiero… regresar.
—Merlí…
—Por favor…, regresemos a casa —pido muy deseosa; y él se ve muy, pero muy dudoso.
Sin embargo, después de muchos minutos en silencio, acepta.
Frente a ello, de forma instintiva, dejo a mi hijo sobre mi cama y me acerco a él para agradecerle con un… abrazo, el cual lo deja paralizado.
¡Aquí el capítulo de hoy! ¡Espero que lo disfruten mucho! ¡Muy pronto, una nueva novela! Como dije, al igual que "Maximiliano Fisterra", solicitaré que esté libre el mayor tiempo posible :') ¡Así que espero que también puedan darle una oportunidad a la nueva aventura que está por escribirse! ¡Mañana hay maratón! Siiiiiiiiii... MARATÓNNNNNNNNN
* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * * * —Tu habitación seguirá siendo la del primer piso —informa cuando entramos a la enorme casa blanca en la que había vivido los últimos meses—. No puedes hacer muchos esfuerzos aún, así que... evitar las escaleras ayudará —precisa como si fuera un tutor imponiendo disciplina. —Entiendo… —susurro al ver a mi pequeño bebé y sonreírle—. ¿Quieres conocer nuestra habitación, mi amor? ¿Sí? Pues vamos, mami te la mostrará…, mi pequeño ángel —musito al admirar su angelical rostro—, mi pequeño… —¿Aún no has decidido el nombre? —No, aún no —preciso muy apenada al verlo—. Tú… ¿tienes alguno en mente? —Algunos, pero… tú puedes elegirlo. —Quiero escuchar alguno. —No son tan buenos…, creo… —Igual. Quiero escucharlos. —Está bien, pero vamos a tu habitación. Tú y el bebé deben descansar. —¿Más de lo que descansamos en el hospital? —articulo divertida; y él esboza una casi inadvertida sonrisa—. Bueno…, vamos —concreto; y juntos entramos a mi dormitorio
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * La veo en la habitación de nuestro hijo, estaba con él en sus brazos, mirándolo de la misma forma en la que yo solía hacerlo. Le susurra algo que no puedo llegar a escuchar y, al final, le sonríe; y nuestro hijo a ella también. —Eres tan hermoso, mi pequeño Maximiliano —musita al suspirar y juntar su bello rostro al de nuestro bebé—. Te amo con mi vida…, eres mi vida —señala; y en ese momento, decido acercarme. —Y ustedes son la mía… —expreso mientras la abrazo por detrás y ella cierra sus ojos —Maximiliano —pronuncia mi nombre; y yo aprovecho en dejar un suave beso en su cuello. —Merlí…, mi Merlí —susurro; y ella sonríe. Me había dado cuenta de que le gustaba que yo le dijera “mi Merlí”; y tenía que confesar que… a mí me gustaba decírselo. —Te amo…, te amo a ti y… amo a nuestro hijo. —Son mi vida, Merlí. —Lo sé, lo sé, mi amor —pronuncia tímida; y yo sonrío. —Parece que tuvieras miedo de llamarme así. —No es miedo… —¿Entonces? —
* * * * * * * * * DANAÍ * * * * * * * * * * —¿Esos son los resultados, doctor? —Sí, señora, estos son —informa al entregarme el sobre blanco que tenían en sus manos—, pero veo que su esposo no está. —No, pero puede entregármelo a mí sin ningún problema. —De todas maneras, si el señor quiere una nueva copia, no dude en acercarse a laboratorio para que se le otorgue nuevamente. —¿Cómo? ¿Laboratorio le puede entregar otra copia? —Sí, claro. Puede hacerlo. —Bien…, entiendo —Yo me retiro, señora. —No. Por favor, no, doctor. Quédese un momento aquí por favor. —¿Se siente mal, señora? —No, doctor. Todo lo contrario, es usted un gran médico. —Entonces, ¿en qué la puedo ayudar? —Verá, doctor… —articulo serena al abrir el sobre y leer los resultados. “Vaya, esto era más que esperado, pero… va en contra de mis planes” —Seré muy franca. Estos resultados no me gustan. —Son los únicos que hay, señora. —Lo sé, doctor, pero no me gustan. Ese hombre atractivo que ha estado aquí es el v
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * * —¿Qué es este lugar, Maximiliano? —escupe con mucha molestia. —Tu nueva casa. —Yo tengo mi casa. —Entonces ve a ella. —NO, TÚ NO ME PUEDES HACER ESTO. ¡NO NOS PUEDES HACER ESTO! —grita al venir hacia mí y enseñarme al bebé—. ¿En serio piensas hacerle esto a nuestro hijo? —Se quedarán aquí hasta que yo termine de resolver algunas cosas. —Esto es otra cárcel. Más bonita, pero otra cárcel, al fin y al cabo. Yo no quiero estar aquí. Yo quiero estar DONDE DEBO ESTAR. EN TU CASA, COMO LA SEÑORA FISTERRA, TU ESPOSA. —Eso no se podrá por ahora. —¡LO SABÍA! ¡SABÍA QUE NO HABLABAS EN SERIO CUANDO DIJISTE QUE LA DEJARÍAS! —¡SILENCIO! ¡YA DEJA DE GRITAR! Si no te gusta este lugar, puedes irte, yo no tengo ningún problema. Pero si quieres quedarte a mi lado, es aquí donde debes estar. —Me hiciste una promesa. Te lo recuerdo. Prometiste que la dejarías. —La dejaré cuando sea el momento. Ahora, me voy. Ah… Danaí… —No te vayas, quédate con noso
* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * * * —¿Quién es el príncipe más fuerte? ¿Quién es el príncipe más fuerte? Sí, mi amor, tú eres el príncipe más fuerte… —suspiro— y el más hermoso de la Tierra. Te amo, mi pequeño. Te amo mucho —susurro al mirarlo y él emite un suave sonido muy tierno—. ¿Quieres ver a papá? ¿Sí? Pues él dijo que llegaría en unas horas, así que tranquilo, bebé. Papi ya estará aquí. Mientras tanto, vamos a seguir dando un paseo, pero solo aquí. No podemos salir a los jardines. No quiero correr el riesgo de que te vuelvas a enfermar, mi amor —señalo; y sonrío mientras lo apego más a mí. —Buen día, señora —saluda una de las mucamas. —Buen día. ¿Cómo está? —Muy bien, señora. Muchas gracias. —¿Qué es eso? ¿La correspondencia de mi esposo? —Sí, señora. Es la correspondencia de hoy. Todo esto es del señor, pero hay una para usted. —¿Para mí? —Sí, tome —precisa al entregarme un sobre blanco, pero sin remitente alguno. “Qué extraño”, pienso al mirarlo fijamente. —P
* * * * * * * * * DANAÍ * * * * * * * * * * —Estoy aquí. —Estaba esperando tu llamada —respondo sonriente al echarme sobre la cama y esperar a escuchar las muy buenas noticias—. ¿Qué sucedió? ¿La camarera esa ya se fue? ¿Dejó a Bayá? Ah… —suspiro y sonrío mucho—. Imagino que sí. La mujer esa es TAN tonta que se cree todo. Jamás me había tocado alguien tan fácil. Pero ya; quiero escucharte. Dime que la tonta esa ya se fue de la vida de Bayá. —Pues te equivocas. —¿Qué estás diciendo? —contesto impresionada al dar un salto de la cama y ponerme de pie. —Lo que escuchaste. Tu estúpido plan no sirvió más que para reforzar lo que sea que tuviesen. —¿QUÉ ESTÁS DICIENDO? —¿Acaso no entendiste? NO SIRVIÓ DE NADA. —¿CÓMO QUE NO SIRVIÓ DE NADA? ¿ACASO LA ESTÚPIDA ESA NO LEYÓ LOS EXÁMENES DEL LABORATORIO? —Lo hizo, claro que lo hizo, pero no sé qué pasó. El asunto es que los dos no solo no se separaron, sino que, por el contrario, parecen más unidos que nunca. Incluso ahora han salido. —¡
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * Le dejo una nota a mi esposa y madre de mi hijo y salgo de la casa para ir hacia mi auto y conducir a toda prisa. Llego al Punto Rojo y veo demasiado alboroto y movimiento; sin embargo, cuando me ven, todos se quedan quietos. —¡Ramsés! ¡Ramsés! —grito al subir las escaleras—. ¡Ramsés! —Estoy aquí, Bayá —escucho detrás y giro. —¿Por qué a esta hora? ¿Qué es tan importante? —Entremos a la sala. Todos están reunidos ahí. —¿QUÉ SUCEDE? NECESITO UNA EXPLICACIÓN YA. —Una guerra, Bayá…, una guerra y… es inevitable. —Danaí… —susurro cansado. —Sí, Danaí. —Bien…, bien…, llegó la hora de acabar con esa mujer. —Entremos. Ya están todos reunidos. —Necesito que manden a llamar a nuestros fieles aliados. —Ya los llamé y ya están aquí, —Bien… —Vamos, entremos. No hay tiempo que perder —agrega muy preocupado; y ambos pasamos al punto de reunión sin perder otro segundo. Luego de una extensa reunión, todos se marchan a hacer lo que les había ord
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * —¿Está seguro de lo que acaba de hacer, señor? —No necesito ser cuestionado por nadie y mucho menos por usted. —Lo lamento mucho, señor, pero… creo que la señora Merlí hubiera entendido. —Yo también lo creo… —¿Entonces señor? ¿Por qué la echó de esa manera? —Porque la conozco —respondo a mi mayordomo—. Si le hubiera dicho que la alejaría para protegerla, ella no habría hecho caso, se habría quedado. Es terca…, habría hecho cualquier locura, se habría expuesto y… habría expuesto a nuestro hijo. Yo… yo no podría soportar el dolor de que algo le pasara a cualquiera de los dos. No soportaría el dolor de perderlos; no lo soportaría y, lo más importante, no me lo perdonaría. —Entiendo, señor… —Prefiero que me odie antes de que alguien la lastime o lastime a nuestro hijo. —Comprendo, señor. En ese caso, le deseo que todo le salga bien. —Así será. Ahora, necesito que envíes a cada trabajador a su casa. La guerra empezará y no quiero arriesga