* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * * *
—¿Quién es el príncipe más fuerte? ¿Quién es el príncipe más fuerte? Sí, mi amor, tú eres el príncipe más fuerte… —suspiro— y el más hermoso de la Tierra. Te amo, mi pequeño. Te amo mucho —susurro al mirarlo y él emite un suave sonido muy tierno—. ¿Quieres ver a papá? ¿Sí? Pues él dijo que llegaría en unas horas, así que tranquilo, bebé. Papi ya estará aquí. Mientras tanto, vamos a seguir dando un paseo, pero solo aquí. No podemos salir a los jardines. No quiero correr el riesgo de que te vuelvas a enfermar, mi amor —señalo; y sonrío mientras lo apego más a mí.
—Buen día, señora —saluda una de las mucamas.
—Buen día. ¿Cómo está?
—Muy bien, señora. Muchas gracias.
—¿Qué es eso? ¿La correspondencia de mi esposo?
—Sí, señora. Es la correspondencia de hoy. Todo esto es del señor, pero hay una para usted.
—¿Para mí?
—Sí, tome —precisa al entregarme un sobre blanco, pero sin remitente alguno.
“Qué extraño”, pienso al mirarlo fijamente.
—Puedes entregarme la correspondencia de mi marido. La llevaré a su despacho.
—Sí, señora. Estas son todas.
—Muchas gracias. Puedes retirarte —musito suave; y ella me sonríe.
Luego, voy a su despacho y dejo todo lo que le correspondía.
Después, voy a la habitación de nuestro hijo y lo coloco sobre su cómoda cuna.
—Te dejaré un ratito aquí, mi amor. Mami tiene que leer su correspondencia —señalo al abrir el sobre mientras me dirijo al balcón de la habitación—. Veamos… qué es esto… Vaya… mucho más extraño. Es un examen de laboratorio —susurro más que extrañada.
Empiezo a leerlo y, de repente, siento mi corazón quebrarse… otra vez.
Cierro los ojos con fuerza, hago puño mis manos (arrugando así el resultado que estaba en el papel que sostenía) y sin esperarlo, siento una lágrima rodar por mi mejilla.
—No…, esto no puede ser cierto, no —musito esperanzada y vuelvo a abrir mis ojos para revisar los datos de las personas a las que le habían hecho tal prueba.
Su nombre estaba ahí…, “Maximiliano Fisterra” y la prueba había sido compatible.
—No, esto debe ser una mala broma, debe ser una mala broma. ESO DEBE SER —articulo decepcionada mientras mis manos tiemblan sin control—. Debe ser una broma, no puede ser cierto, no puede ser cierto —repito al observar los datos de la otra persona—. Un bebé…, un bebé recién nacido. Entonces… no era mentira. Las fotos…, las fotos eran verdad —recuerdo en voz alta; y comienzo a llorar—. ¿Cómo pude haberle creído? ¡¿Cómo pude haberle creído?! ¡SOLO ERA SU ESPOSA POR CONTRATO! ¡¿CÓMO PUDE CREER QUE PODÍA SER ALGUIEN MÁS PARA ÉL?! ¡¿CÓMO PUDE?! ¡¿CÓMO PUDE SER TAN TONTA?! —me reclamo exaltada, llena de dolor, y de pronto, escucho a mi pequeño bebé llorar.
Ante ello, corro hacia él y lo tomo en brazos, sintiéndome culpable de haberlo asustado con mis gritos cargados de rabia y decepción.
—Perdóname…, perdóname, mi amor. Mami lamenta mucho haberte asustado, perdóname —musito al limpiarme mis lágrimas a como podía.
Respiro profundamente varias veces para tranquilizarme, pero no podía. Me sentía muy decepcionada. Aquella prueba era la muestra irrefutable que él… sí me había mentido. Me había sido infiel cuando decía quererme.
—Me mintió. Solo soy su esposa por contrato. Nada más —acepto; y comienzo a llorar otra vez con mi hijo en brazos—. No, mi amor, tú no llores —le pido al escucharlo llorar más fuerte—. Tú no llores mi amor —susurro al mirarlo muy fijamente; y como por arte de magia, me voy calmando al ver el tierno rostro de la pequeña personita que había venido a alumbrar mi vida—. Maximiliano…, mi pequeño Maximiliano —lo nombro con más tranquilidad; y él deja de llorar mágicamente.
Lo veo más sereno, calmado y aprovecho el momento para admirarlo.
—Dios…, díganme que estoy loca, pero siento que eres el vivo retrato de tu padre —musito sin querer; y me es imposible no pensar en él.
“Solo te pido tiempo y confianza”.
Esas palabras, sus palabras, vienen a mí repentinamente y me quedo en absoluto silencio y mucho más pensativa.
—Tiempo y confianza… —musito muy suave—. Tiempo y… confianza…, confianza, Merlí. Confianza —recalco extrañamente culpable y vuelvo a ver el sobre en blanco y la hoja de resultados.
Reviso bien el interior del sobre y me doy cuenta de que hay un mensaje.
“Bayá me ama. Pronto te dejará, así que deja de crearte el cuento de la familia con su final feliz porque no lo tendrás”.
Termino de leer el mensaje y, extrañamente. Eso me tranquiliza más.
—Esa mujer…, esa mujer es capaz de cualquier cosa —señalo molesta—, aunque no puedo confiarme —admito—. Es probable que los resultados de este examen sean verdad, aunque… aunque deseo que no, Bayá —expreso muy deseoso y aún un poco nerviosa.
Nerviosa porque… no quería que fuera verdad. Yo… tenía que aceptarlo. Me había enamorado perdidamente de ese hombre que me salvó aquel día de lo que era muy evidente, sería un terrible y asqueroso destino en manos de aquel cerdo que me había comprado como si fuese yo un pedazo de carne fresca.
Me había enamorado del frío, extraño, adusto y también sensible hombre de mirada profunda y sonrisa malditamente encantadora. Me había enamorado completamente de él…, de Maximiliano Fisterra, de Bayá…
“Mi Bayá”, pienso y sonrío, pero no muy animada.
—No puedo poner por delante la palabra de esta mujer. No puedo; sería traicionarlo, aunque, como ya dije, no puedo confiarme tampoco. No puedo hacerlo —sentencio firme y, de repente, escucho la puerta abrirse.
Veo hacia ella y lo veo a él. Tenía una hermosa rosa roja y otra rosa blanca en sus manos, mientras que una sonrisa se asomaba de su boca. De pronto, se pone muy serio, frunce su ceño y viene hacia mí rápidamente.
—Merlí —ahí estaba esa adusta voz que me gustaba y a la cual me había acostumbrado—. Merlí, ¿qué te pasa? —pregunta con suma preocupación al tomar mis mejillas y verme directamente a mis ojos—. Merlí, ¿qué sucede? ¿Algo le pasa a nuestro hijo?
—No…, no…, él está bien.
—Estás llorando. ¿Por qué? ¿Qué es lo que pasa?
—Maximiliano —susurro su nombre y le extiendo el sobre.
Él lo toma, parece reconocerlo y lo lee. Después, agacha su cabeza, lleva sus manos a su nuca y exhala con mucha pesadez.
—Lo envió esa mujer.
—Merlí…
—Solo quiero saber la verdad por favor.
—Merlí —toma mis manos y me mira muy fijamente.
—Ya no quiero seguir siendo lastimada, Maximiliano —digo muy sincera; y él parece apenarse—. Mira… si eso es verdad, dímelo. Si piensas separarte de mí, dímelo ahora y no después.
—Merlí, no
—Si quieres formar una familia con ella, dímelo y yo te dejo el camino libre. Me voy con mi hijo y no te molestare…
—NO, no digas eso —articula al tomar más fuerte mis manos.
—Ya no quiero estas cosas, Maximiliano.
—Merlí, perdóname —susurra; y yo cierro mis ojos para llorar.
—Es tu hijo entonces…
—Merlí, mírame.
—No puedo, Maximiliano.
—Merlí, por favor, mírame. Te lo pido…, te lo suplico, Merlí —señala muy firme; y yo decido hacerlo.
—Ya no quiero pasar por esto otra vez. Ya no quiero hacerme ilusiones. Si la amas, si la amas a ella
—YO NO LA AMO —objeta muy serio al clavar su mirada en la mía—. NO LA AMO. No amo a esa mujer.
—Entonces no entiendo nada…
—¿Me dejas explicarte?
—Quiero escucharte —señalo muy triste; y, al verme así, él se acerca a mí y me abraza para reconfortarme, teniendo cuidado de no lastimar a nuestro hijo.
—Ven, vamos a nuestra habitación —susurra muy sereno al tomar a nuestro hijo en sus brazos y, después, libera una de sus manos para tomar una de las mías.
Yo dejo que lo haga y así salimos de la habitación de nuestro bebé para la nuestra. Al llegar, él lo recuesta en nuestra enorme cama y después, me hace sentar a mí al filo de esta. Mientras tanto, él se acomoda con una de sus rodillas apoyada en el piso.
Toma mis manos nuevamente y comienza a limpiar todo rastro de lágrima.
—¿La amas? —me atrevo a preguntar; y él niega de inmediato.
—No. Mi corazón…, ya lo tiene ocupado una especial mujer. La más cautivante, hermosa, terca y exasperante de todas
—Maximiliano.
—Pero antes de hablar sobre aquella mujer muy especial para mí…, la cual tengo ante mis ojos, aunque ella no lo crea…, quiero hablar de todo lo que pasa porque lo último que deseo es… perderla. No quiero perderla a ella y tampoco al pequeño bebé que trajo al mundo, que dicho sea de paso, tengo el honor de ser su padre.
—Maximiliano —musito al mirarlo y él vuelve a llevar sus manos a mis mejillas.
—No quiero verte llorar, Merlí. No lo soporto; y más cuando é que es por mi culpa.
—Lo lamento…
—No…, yo lo lamento, pero ya no andaré con más rodeos —susurra serio al sentarse a mi lado—. Esa mujer no significa nada para mí, Merlí —expresa al mirarme a los ojos—. Si aún me mantengo en contacto con ella es porque la necesito para poder tener el control de todo el territorio.
—¿El control de todo? ¿Pero eso no es peligroso?
—Debo controlarlo todo. No quiero que tú o nuestro hijo estén expuestos a peligros de mis enemigos. Si tengo el control de todo, lo primero que haré es acabar con cualquier amenaza que pueda existir. Pretendía hacer todo antes del nacimiento de Maximiliano, pero…
—Mi parto se adelantó.
—Sí… y no sabes lo feliz que soy. Más tiempo en la vida con mi hijo —susurra al mirarlo con ternura; y mi corazón siente una hermosa calidez—. Y, aunque no lo quiera, necesito lo que tiene esa mujer. Pero no la amo. Luego de obtener lo que deseo, me encargaré de ella. No permitiré que siga dañando a mi familia. No permitiré que te siga haciendo daño a ti, señora Fisterra.
—Entonces… ¿la prueba es mentira?
—Esa prueba es…, supuestamente verdad.
—¿Es tu hijo?
—No, Merlí. Ella le pagó a un médico para que falsificara los resultados.
—¿Cómo lo sabes?
—No se puede confiar en una mujer así. Mandé a rehacer la prueba de ADN. Estos son los verdaderos resultados y si quieres, podemos mandar a hacer otro examen en el lugar que tú quieras —señala al darme otro sobre.
Lo leo y veo que, al contrario del otro examen, este decía que no había compatibilidad alguna con el bebé a quien le habían hecho la prueba.
—Perdóname —susurro culpable; y él sonríe mientras acaricia mis mejillas muy suavemente.
—Yo no tengo nada que perdonarte. Es normal que reaccionaras así.
—Me dijsite que confiara en ti y no lo hice.
—¿En serio crees que no?
—Creí que me habías traicionado.
—Eso ya no importa. Lo único que me importa es que… sigues aquí, a mi lado y que… no hayas huido como la última vez.
—Lo siento mucho…
—Ese día me volví loco, ¿lo sabes? Y, en ese momento, no sabía bien por qué, pero ahora lo tengo claro. Lo tengo muy claro y no puedo seguir engañándome.
—No entiendo lo que dices.
—Merlí…, mi Merlí —articula al acercarse a mí y juntar su frente a la mía.
—Perdóname por favor…
—Te amo, Merlí —suelta de pronto; y yo me quedo incrédula mientras lo miro a sus ojos.
—¿Qué?
—Te amo. Te amo, Merlí. Te amo, Merlí Fernand.
—Maximiliano…
—Eres la mujer especial que ocupa mi corazón
—Maxi…
—Tú y nuestro hijo son los únicos que ocupan mi corazón —señala; y yo empiezo a llorar de la emoción.
—Discúlpame por haber dudado de ti.
—Tienes mi corazón en tus manos, Merlí. Es solo tuyo…, es solo de usted…, dulce, hermosa, cautivadora, terca y obstinada mujer —señala; y yo sonrío al igual que él.
—Perdón…
—Ya le dije que no hay nada por lo que yo deba perdonarla.
—Perdón por ser tan terca y obstinada muchas veces
—Creo que yo también me lo busco.
—Sí, es cierto —comento divertida; y él ríe—. Te amo, Bayá.
—Te amo, Merlí —repite otra vez; y yo suspiro ante aquellas dos hermosas palabras para después acortar toda la distancia entre ambos y… besarlo…, besarlo y disfrutar sí del sabor de sus labios.
¡Aquí les dejo el capítulo! Como les dije, este mes termina la historia de Merlí y Bayá. Espero que disfruten mucho de los capítulos que restan. ¡Lindo día a todas y todos! ¡Quedo súper atenta a sus comentarios!
* * * * * * * * * DANAÍ * * * * * * * * * * —Estoy aquí. —Estaba esperando tu llamada —respondo sonriente al echarme sobre la cama y esperar a escuchar las muy buenas noticias—. ¿Qué sucedió? ¿La camarera esa ya se fue? ¿Dejó a Bayá? Ah… —suspiro y sonrío mucho—. Imagino que sí. La mujer esa es TAN tonta que se cree todo. Jamás me había tocado alguien tan fácil. Pero ya; quiero escucharte. Dime que la tonta esa ya se fue de la vida de Bayá. —Pues te equivocas. —¿Qué estás diciendo? —contesto impresionada al dar un salto de la cama y ponerme de pie. —Lo que escuchaste. Tu estúpido plan no sirvió más que para reforzar lo que sea que tuviesen. —¿QUÉ ESTÁS DICIENDO? —¿Acaso no entendiste? NO SIRVIÓ DE NADA. —¿CÓMO QUE NO SIRVIÓ DE NADA? ¿ACASO LA ESTÚPIDA ESA NO LEYÓ LOS EXÁMENES DEL LABORATORIO? —Lo hizo, claro que lo hizo, pero no sé qué pasó. El asunto es que los dos no solo no se separaron, sino que, por el contrario, parecen más unidos que nunca. Incluso ahora han salido. —¡
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * Le dejo una nota a mi esposa y madre de mi hijo y salgo de la casa para ir hacia mi auto y conducir a toda prisa. Llego al Punto Rojo y veo demasiado alboroto y movimiento; sin embargo, cuando me ven, todos se quedan quietos. —¡Ramsés! ¡Ramsés! —grito al subir las escaleras—. ¡Ramsés! —Estoy aquí, Bayá —escucho detrás y giro. —¿Por qué a esta hora? ¿Qué es tan importante? —Entremos a la sala. Todos están reunidos ahí. —¿QUÉ SUCEDE? NECESITO UNA EXPLICACIÓN YA. —Una guerra, Bayá…, una guerra y… es inevitable. —Danaí… —susurro cansado. —Sí, Danaí. —Bien…, bien…, llegó la hora de acabar con esa mujer. —Entremos. Ya están todos reunidos. —Necesito que manden a llamar a nuestros fieles aliados. —Ya los llamé y ya están aquí, —Bien… —Vamos, entremos. No hay tiempo que perder —agrega muy preocupado; y ambos pasamos al punto de reunión sin perder otro segundo. Luego de una extensa reunión, todos se marchan a hacer lo que les había ord
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * —¿Está seguro de lo que acaba de hacer, señor? —No necesito ser cuestionado por nadie y mucho menos por usted. —Lo lamento mucho, señor, pero… creo que la señora Merlí hubiera entendido. —Yo también lo creo… —¿Entonces señor? ¿Por qué la echó de esa manera? —Porque la conozco —respondo a mi mayordomo—. Si le hubiera dicho que la alejaría para protegerla, ella no habría hecho caso, se habría quedado. Es terca…, habría hecho cualquier locura, se habría expuesto y… habría expuesto a nuestro hijo. Yo… yo no podría soportar el dolor de que algo le pasara a cualquiera de los dos. No soportaría el dolor de perderlos; no lo soportaría y, lo más importante, no me lo perdonaría. —Entiendo, señor… —Prefiero que me odie antes de que alguien la lastime o lastime a nuestro hijo. —Comprendo, señor. En ese caso, le deseo que todo le salga bien. —Así será. Ahora, necesito que envíes a cada trabajador a su casa. La guerra empezará y no quiero arriesga
* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * * —¡Merlí! ¡Qué gusto verte, bebé! —grita Cassandra al mirarme—. ¡Dios, cuánto tiempo sin que nos visitaras! Ay… y mira a esta preciosura —señala muy tierna al agacharse y mirar a mi hijo acostado en su cochecito de bebé—. Qué hermoso y grande está. Pero pasa, pasa, Merlí. Tu abuela está durmiendo, pero ya despertará muy pronto seguro. —No, Cassandra…, no puedo. —¿Qué dices? —susurra confundida; y me mira escrutadora—. Merlí, ¿todo bien? Ati te pasa algo…, ¿qué suce… —se queda en silencio cuando ve dos maletas a mi lado—. ¿Qué pasó, Merlí? ¿Qué haces aquí? ¿Por… qué estás aquí? —Es algo difícil de explicar, Cassandra. —¿Discutiste con tu esposo? —Algo parecido, pero… no vengo por eso. —¿Entonces? —Cassandra, esta casa es muy segura. Nadie vendría aquí, está muy escondida y… nadie sospecharía de este lugar. —¿Qué quieres decir, Merlí? —Cassandra, necesito que cuides a mi hijo. —¿Qué? Pero… ¿de qué me estás hablando mujer? —Debo regresa
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* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * —Maximiliano, mi amor. Mírame, mi amor —escucho; y abro mis ojos lentamente—. ¡PERO QUIÉN FUE! ¡¿QUIÉN LE HIZO ESTO?! —Quiso escapar, señora —¡ESO NO ES JUSTIFICACIÓN! —grita la desquiciada mujer que estaba parada frente a mí. Se pone a discutir con sus hombres, pero lo único en lo que pienso es que había escuchado su voz…, la voz de mi esposa, la voz de… —¿Merlí? —susurro sin poder creerlo, al verla en el lugar donde yo estaba—. Merlí —Maximiliano —responde al mirarme y quiere venir hacia mí; sin embargo, Danaí le apunta con su arma, pero Ramsés se interpone. —¡¿QUÉ HACES?! ¡MUÉVETE DE AHÍ! —No la vas a lastimar —¡¿POR QUÉ?! SI YO QUIERO MA TARLA AHORA MISMO, LO HARÉ. —No lo harás. —¿Y a qué se debe tanta amabilidad, Ramsés? ¿Acaso estás enamorado de esa tonta tú también? —Si la ma tas, no obtendrás lo que quieres. Quieres el poder de Maximiliano, pero si te das cuenta, en este momento, Merlí ha tomado su lugar, sus hombres le han j
* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * —¿Es este un sueño?... ¿Es… es este un sueño? —susurra muy débil al verme. Yo tomo su mano y la llevo hasta una de mis mejillas. —No…, no es un sueño, Maximiliano. Estás aquí…, estás con nosotros. —Merlí…, te hirieron… —Solo fue algo superficial. Nada de importancia. —Es importante para mí. —Estoy bien, Maximiliano —señalo serena; y él se queda observándome por unos largos segundos. —Perdóname —¿Por qué? —Por ponerte en esta situación. —Se supone que somos una familia, ¿no? —Somos una familia, Merlí —aclara muy serio al fruncir su ceño—. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás así? —¿Así cómo? —Así…, así como cuando hago algo que te disgusta. —Tuve miedo de perderte, Maximiliano. Cuando regresé y… vi a todos esos hombres heridos, yo…, por un momento, pensé en lo peor. No puedo creer que no me hayas dicho nada. —Solo quería protegerlos, Merlí. —¿Protegernos? —lo miro fijamente—. ¿Protegernos, Maximiliano? —cuestiono frustrada—. ¿Protegernos c
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * Los días habían pasado y ella seguía un poco callada. Casi no me dirigía la palabra; era evidente lo molesta que aún estaba. De hecho, solo me hablaba cada vez que comíamos o que ella me curara y limpiara mi herida. Ese era un trabajo de las enfermeras, pero… ella siempre decidía hacerlo y eso me daba tranquilidad, ya que era otra más de sus muestras de amor. —Tu herida está casi sana. —Tengo a la mejor enfermera —susurro al acercarme a sus labios y besarla muy lentamente—. Dios…, me vuelves loco, Merlí. Te amo… —Maximiliano… —No me gusta verte callada, Merlí. No me gusta tu silencio…, yo… no quiero perderte otra vez. —Hace días, me alejaste y eso no te importó —responde seria; y yo exhalo con mucha pesadez. —Sé que fui un idio ta, pero… sentí miedo de perderlos, Merlí. Sentí miedo de perderte —confieso serio al mirarla a sus ojos—. Te amo, Merlí Fernand. —¿Cómo están las cosas? —Bien…, gracias a ti. —¿Gracias a mí? ¿Por qué dices eso?