/Escena extra 1/

Hace un año.

Stefan conoce al hermano de Jezabel, Zahir.

Un año de casado.

Eso es todo en lo que iba pensando el hombre mientras caminaba por la calle desolada, con tan solo una botella de licor en una mano y su celular en la otra. Poco le importaba si llegaban a robárselo, pues creía que le harían un favor si lo lograban a hacer.

Ese aparato sonaba y sonaba entre sus manos. Su familia había viajado a New York para encontrarse con él y su esposa y así festejar ese año de casado.

Se supone que ellos eran felices, una gran compañía el uno para el otro y que sus padres y abuelos acertaron al elegir a la chica perfecta para él, pero no había mentira más grande que esa, puesto que, en vez de estar en esa perfecta cena de celebración, de aniversario, ella le había gritado a él en su cara, una hora antes, que se iba a celebrar montándole los cachos que le montaba desde el día uno, desde que le dieron la desgracia de noticia de que tendría que compartir el resto de su vida con un hombre al que no amaba y al que nunca amaría.

Él tampoco lo haría, pero al principio quería intentar hacer las cosas de manera correcta para complacer a sus padres, vaya sorpresa se llevó al notar que sería imposible: primero porque por más que trataba, no lograba hacerlo. Y, segundo, porque de todas maneras no quería. Por algún motivo, no quería quererla. No le nacía.

Sin embargo, allí estaba. Caminando desolado, sin un rumbo fijo, sin saber qué hacer. No quería responder las llamadas que le hacía sus familiares para preguntarle dónde estaban y por qué todavía no llegaba. ¿Qué le diría? Espérenme, ya voy de camino, primero debía esperar a que mi esposa terminara de coger con otro.

El celular vibró una vez en su mano, esta vez era Archer quien llamaba. Tenía ganas de responder y mandarlo muy a la m****a.

Respiró profundamente y sus hombros se le pusieron rígidos al notar como una música fuerte comenzaba a sonar frente a él. Se quedó mirando el lugar por un buen rato. ¿Qué haría?

Stefan era de esos hombres que, cuando fueron jóvenes, eran todos unos revueltos que rumbeaban casi a diario, tenían sexo desenfrenado y se portaban mal. Tampoco es que fuese muy mayor en este momento, pues tenía veinticinco años, pero estábamos hablando de sus tiempos de dieciséis, diecisiete y dieciocho años aproximadamente. Luego comenzó su carrera universitaria, y se centró en sus metas, se encerró en sí mismo de un momento a otro, y detrás de ese arranque de locura había una verdad de la que se había dado cuenta, pero que no quería aceptar.

En ese momento, sí que lo pensó, no una, ni dos, pero sí tres veces. Incluso, tiró la botella de alcohol al piso. Avanzó dos pasos, retrocedió cuatro, pero luego de tanto titubeo, decidió ir. Ya no necesitaba de esa botella de alcohol, necesitaba descargar eso que tenía dentro de sí y que ni siquiera sabía qué era. Rabia no era, tristeza menos, decepción… eso podía ser.

Su vida no era ni de cerca interesante. No era ni un poco lo que él pensaba que llegaría a ser. Pensaba que no necesitaba de nadie para ser feliz, pero ya hacía un tiempo en el que notó cuánto le importaba la aprobación de su familia y el cuánto le gustaría ser querido de manera verdadera, y, más importante todavía, cuánto le gustaría a él querer a una persona y que sea esa persona quien le corresponda.

Luego de saltarse toda la fila de la entrada, de haber recibido insultos por lo que hizo, y de pagar dinero para entrar sin tener que regresar a la fila, se quedó asombrado al observar cómo era todo el lugar por dentro: recordó su adolescencia, esa que ya no regresará, pero a la que le haría honor esa noche.

Se adentró más al lugar. Las personas bailaban a su alrededor, el sudor hacía que el calor fuese más intenso, y las metidas de manos que se daban las personas le hicieron saltar su corazón.

Por un momento envidió a esas personas. No sabía si solo estaban comiéndose la boca porque era algo que querían o porque eran pareja y la estaban pasando bien, pero lo importante era que estaban en algo. Disfrutaban de sus vidas… algo que él claramente no hacía.

Después de tanto deambular y lamentarse, se sentó en una de las butacas que estaban alrededor del pequeño bar de donde salían los tragos que tenían alocada a toda la gente del lugar. Justo lo que él necesitaba. Hizo señas y una chica le sonrió levantando su dedo pulgar, indicándole que ya iba hacia él.

Así que, en cuento acabó de atender a otro chico, fue con él. La chica preparó el trago que Stefan le pidió, uno que fuese muy fuerte, que lo hiciera perder el sentido de todo. Le dejó el encargo de llenarlo de miles de esas bebidas hasta que se emborrachara, y la joven, quien solo veía una muy buena paga a costa de ese cliente, estaba muy dispuesta a hacer lo que él pedía.

Se dispuso a servir el trago y se dio media vuelta, pero justamente cuando Stefan tomaría el trago, sintió un pequeño empujón a su lado, y se asombró cuando vio como un estúpido adolescente agarraba su trago y se iba hacia la pista de baile con la bebida entre sus dedos.

Lo primero que pensó fue: soy millonario. Tengo para comprarle trago a cada una de las personas que hay a mi alrededor. Pero luego, una molestia se apoderó de su ser y frunció el ceño procesando una y otra vez lo ocurrido. De un arrebato, se levantó y caminó con decisión y rabia hacia la dirección que el tipo había tomado.

Lo siguiente que pasó fue algo que jamás imaginó que podría llegar a pasar:

El joven estaba solo, en medio de la pista, moviendo sus caderas y bebiendo de su trago muy a gusto. Stefan se acercó, tocó su hombro y lo hizo voltear. En cuanto el chico volteó, un tremendo puñetazo cayó sobre su pómulo derecho, y fue tan, pero tan fuerte, que lo hizo tambalear y casi caerse.

Todo mundo se paralizó. Las personas voltearon a mirar lo que pasaba, queriendo saber qué haría el chico, cómo reaccionaría. Incluso Stefan cuadró sus hombros y se preparó para la pelea. El muchacho se veía como de unos dieciséis, diecisiete años, pero a Stefan poco le importaba ya si terminaba preso por caer a golpes a alguien que le había robado su bebida y que encima podía ser menor de edad. Eso le haría ver súper mal ante el mundo.

La sorpresa llegó ante todos al notar como el joven se echó a reír yéndosele la vida en ello. La carcajada resonó en todo el lugar y algunos rieron con él, mientras otros lo tachaban de loco. Miró con fijeza esos ojos verdes que tanto le gustaron nada más entrar y terminó de tomarse el trago que le robó a ese hombre quien le había arrebatado el aliento en cuanto puso un pie allí. Tiró el vaso de plástico a un lado de la pista, sin importarle si salpicaba a alguien con la poquita bebida que quedaba, y luego caminó con firmeza hacia el hombre de ojos verdes y aspecto intimidante.

Stefan se preparaba para el golpe, pero no quiso reaccionar antes. Estuvo esperando a que el ladrón de bebidas golpeara primero, así que solo por eso no hizo nada.

Lo que jamás imaginó era que ese chico tomaría su cuello con ambas manos, juntaría sus labios con los de él y le daría un beso tan profundo, que terminó manejando su cabeza a su antojo.

Stefan se quedó de piedra. Sus labios se movían porque era imposible no hacerlo debido a que prácticamente estaba en manos del joven.

—Uhhhhhhh….

El grito de las personas lo hizo salir de su estupor. Stefan rápidamente se apartó del joven y bajó su mirada.

En ese momento se recordó quien era. Su familia era reconocida, y su hermano era el más famoso. Stefan no era muy reconocido ya que manejaba la empresa familiar y su vida era muy privada, no era de esos que publicaba cada cosa que hacía o se dejaba ver mucho, pero temía que igual fuese reconocido. Su corazón saltaba como un loco enjaulado que quería huir, pero al mismo tiempo, sus labios picaban y su cuerpo había reaccionado de una manera que debería ser poco natural, de hecho, había una parte exacta que ya estaba muy levantada y que punzaba de sobremanera.

—Mucho gusto, mi nombre es Zahir —se presentó el ojos grises.

Stefan lo vio y luego paseó su mirada por sobre las otras personas que ahora trataban de regresar a lo suyo. La música vuelvió a sonar con fuerza y el grito de emoción no se hizo esperar.

De un momento a otro todos se olvidaron de lo que pasó.

—Tranquilo, nadie de aquí dirá nada. Es un lugar hecho específicamente para personas que no desean ser vistas —volvió a hablar quien ahora Stefan sabía que se llamaba Zahir.

—Zahir… —encontrándose un poco más calmado, Stefan metió sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón y lo miró con el ceño fruncido —. ¿Le robas el trago a todos los hombres que ves y luego los besas?

—Solo me provocó hacerlo contigo —admitió.

—No lo vuelvas a hacer —Stefan se dió media vuelta y regresó a su lugar.

Se sentó y pidió otro trago, cuando estaba por tomárselo, Zahir volvió a quitárselo de sus manos y a tomárselo todo de un tirón. Stefan bufó y Zahir se sentó a su lado entre risas.

—¿Qué te pasa conmigo?

—¿Por qué no puedo volver a hacerlo? —Preguntó —. Tengo curiosidad.

—Deja de fastidiar.

—Me debes la respuesta. Me duele el golpe que me diste, así que responde.

—Te lo merecías.

—¿Por qué no? —Repitió su pregunta.

—Porque no me gustan los hombres.

—Y, sin embargo, respondiste a mi beso. También me besaste.

—Prácticamente me obligaste. Te apoderaste de mi cuello, me atacaste como si fueses un vampiro o algo así.

—Vaya, nunca me habían comparado con un vampiro, pero es válido.

—¿Cuántos años tienes? ¿Siquiera eres mayor de edad?

—Tengo diecinueve.

—Ajá.

—Hablo enserio. ¿Por qué nunca me creen? —Preguntó, encontrándose frustrado. Bufó con resignación y cruzó sus brazos.

—Será por tu carita de cristal y piel pálida. Encima de ojos grises… —Respondió Stefan sin darse cuenta de que le había hecho esa observación.

—Vaya, para que no te gusten los hombres, te has fijado mucho en mi… ¿eh? —Una sonrisa ladeada se apoderó de sus labios y Stefan rodó sus ojos.

—Déjame en paz. Y déjame tomarme este trago ahora sí, por favor. Lo necesito.

—Lo que necesitas es una buena follada. O descargarte follando… yo te ofrezco mi trasero con todo el gusto del mundo —bromeó. O algo así.

—No hace falta, pero gracias. Con el trago me viene bien —respondió Stefan cortante.

Zahir volvió a reír y suspiró antes de mirarlo.

—Ya. Pero hablando en serio, se nota que eres de esos hombres inalcanzables, y que no te gustan los hombres, lo entendí. Prometo que no te volveré a molestar más. Solo quiero que sepas que, si quieres desahogarte, contar algo, puedes encontrarme aquí. Dicen que soy muy bueno escuchando y opinando. A lo mejor eso te ayuda un poco.

—¿Tanto se nota que tengo problemas?

—Se nota que estás roto, pero todos tenemos algo de rotura en el alma.

Sin decir nada más, Zahir se levantó y se fue.

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