22/ Madre de mi hija y mi futura esposa.

Archer Alarcón

Me atrevo a apretar sus caderas con fuerza, sosteniendo su agarre, para que no deje de restregarse contra mi erección la cual hace crecer cada vez más. Ella lleva una de sus manos hacia mi cuello, y voltea su cabeza un poco, dejando algo de acceso para que pueda encargarme de hacer eso que a ella tanto le gusta: lamer su cuello. Ese siempre fue y veo que sigue siendo su punto débil, una zona donde el cosquilleo y las sensaciones que brotan de allí la hace estremecerse y encenderse.

Ella de verdad quiere esto al igual que lo quiero yo.

No veía el momento de estar con ella así, estando solos junto con nuestra hija, siendo felices, cocinándonos, ayudándonos con las cosas del hogar, saliendo como familia, y el sexo. Tocarla, sentirla, probarla…, es algo que de solo pensar en que estoy a nada de hacerlo, me acelera el corazón y me roba el aliento.

Primero juego con mi nariz en lo que sería el pulso de su cuello, el cual se encuentra errático. Ella está igual que desesperada que yo. Lo sé cuándo su espalda y trasero se aprietan todo lo que pueden contra mí, quedando tan juntos, como si fuésemos uno, y entonces desde su garganta sale un sonidito lastimero junto con un suspiro cuando comienzo a dejar pequeños besos en todo desde arriba hacia abajo y cuando voy en viceversa hago un arrastre con toda mi lengua lamiéndolo.

—Deja todas las marcas que quieras en mí, Archer. Tómame, por favor. Ya no aguanto estar sin ti.

—Siempre he tenido muy en claro que, de los dos, eres tú quien me tiene a mí, Farah. Por completo. Siempre tuyo y solamente tuyo.

—Deja de decirme ese tipo de cosas, que me pones mal. Pero mal de la buena forma —aclara y yo me echo a reír. Siento su piel erizarse cuando mi aliento choca contra ella.

—¿A qué tipo de cosas te refieres? —tomo el tirante de su corto vestido que usa para dormir y lo muevo hacia un lado con mi dedo índice. La tira cae por su hombro y me inclino para besarlo desde el cuello hasta el final del hombro.

—Me haces mojar mucho, muchísimo Archer. Mi cuerpo… Dios, no tienes idea de todas las reacciones que está teniendo mi cuerpo por tu culpa.

Sí que lo sé, porque yo estoy igual o peor que ella. No soy tan suelto en cuanto a palabras morbosas se refiere, en ese aspecto la pervertida de la relación es Farah, y creo que nos complementamos a la perfección justamente porque a ella la gusta mi romanticismo y a mí me fascina su perversión. Ese carácter endemoniado que se carga con otros, mientras que a mí y a su hija nos mira y trata con adoración y devoción. Solo pocas personas conocemos a la verdadera Farah. Con nosotros se quita la careta y se muestra tal cual es: única, valiente, imponente, inteligente y el amor de mi vida.

Sin darle una respuesta que conlleve palabras, prefiero hacerla girar en mis brazos para que nos miremos frente a frente y disfrutemos de las facciones del otro. Del amor que ambos derrochamos y de las inmensas ganas que nunca vamos a dejar de tenernos.

—Es increíble el hecho de que siempre has sido tú —no dejo de mirar sus carnosos labios al hablar, lamo los míos por instinto y con toda la delicadeza del mundo llevo mis manos a sus mejillas y con mis pulgares las acaricio. Voy bajando mis manos y las paso por sus brazos y espalda, llevándolas detrás de ella y buscando su larga trenza para desatarla.

Poco a poco me adueño de su cabello, y cuando acabo de soltarlo y lo largo cae por detrás de su espalda y su flequillo se suelta, dándole más énfasis y delicadeza a su rostro, yo trago saliva con fuerza y suelto un pequeño gemido al sentir que una de sus manos se cuela desde mi bajo vientre hasta tocar mi erección por sobre el pantalón.

—Si sigues diciéndome ese tipo de cosas voy a enloquecer, y no seríamos buenos padres si Estrella se despierta y nos ve aquí haciendo estas cosas.

Es cierto. Mi hija. Volteo a mirar hacia mi habitación, es la única que hay en el departamento.

No puedo pensar con claridad porque Farah no deja de acariciarme en ningún momento. A pesar de sus palabras, ella baja la bragueta de mi pantalón y la otra mano se le une para comenzar a acariciar mi falo, masturbándome.

—Farah…

—La única mujer en tu vida —dice ella. Le gusta que le diga ese tipo de cosas, que le recalque que solo la amo a ella y que soy suyo, todo y completamente suyo.

—Mi constelación favorita.

—Maldita sea —con ambas manos mueve cada vez más rápido sobre mi erección, enviando olas y olas de una exquisita electricidad placentera por todo mi abdomen.

Respiro con dificultad y avanzo dos pasos, haciéndola retroceder y chocar contra el mueble de la cocina, una de mis manos va hacia su seno, el cual iba quedando al descubierto por culpa del tirante que había quitado de su hombro, y, la otra mano, la llevo hacia sus cabellos, enrollando su pelo en mi palma y sujetando su nuca.

—Sin miedo, Archer. Agárrame con más fuerza —ordena. Yo empuño su pelo y la hago llevar su cabeza hacia atrás —. Sí, así —ella ríe. Disfruta. Sus manos se mueven más, mi boca se adueña de su cuello, sus clavículas, sus hombros y senos.

—Me enloqueces, Farah. Te juro que me encantas, me fascinas.

—El closet, vamos hacia el closet.

No es un closet pequeño. Cuando compré este departamento, tenía una habitación y dos baños, uno en el living y otro dentro de la habitación. Como iba a vivir solo y no soy un hombre que reciba visitas, debido a que trato de ver a las personas afuera, en un restaurant, salir a pasear, o en cualquier otro lugar que no sea mi departamento, decidí que no sería necesario el baño, pero si un ropero más grande, ya que en la habitación el closet era grande, pero yo tenía muchas cosas. Así que decidí quitar el balo del living y volverlo una especie de armario grande, donde guardo no solo ropa, sino algunas otras cosas a las que nunca les conseguí espacio. Incluso unos bancos de madera y una cocina eléctrica están allí guardados ya que no les doy uso alguno.

Nos reímos cuando señalamos las puertas, y en medio de la desesperación y por dejar de estar chocando mientras caminábamos con sus manos metidas en mi pantalón y la mía sujetando su cabello, la hago apartarse y la cargo en mis brazos, llevándola hacia el armario con suma rapidez y cerrando la puerta detrás de nosotros. Es un espacio pequeño, pero no tan pequeño, puesto que solía ser el baño más grande del departamento. El baño más pequeño era el que estaba en la habitación.

—Ya necesito que me folles, Archer. Te lo suplico.

—Vamos a eso, mi vida.

Termino de sacar su vestido y ella toda desesperada tan solo baja mi pantalón hasta mis muslos, no llevo puesta ni camisa, y mucho menos tengo bóxer puesto, cosa que le hace más fácil el llevar de lado su ropa íntima y me enciende todavía más saber que vamos a follar con ella puesta. Toma mi erección con una mano y con la otra sigue sujetando su tanga hacia un costado. Me masturba, gimo cuando el líquido pre-seminal hace su aparición, y aprieto mis labios cuando toma de él y se lo lleva a sus labios, saboreándolos.

Nos miramos fijamente y ella sonríe con malicia, antes de posicionarse sobre mis piernas y llevar mi glande hasta su entrada y acariciar su vagina con él. No puedo dejar de ver ese punto exacto donde nuestros cuerpos se unen.

De repente siento que ella deja de moverse y de hacer presión y levanto mi cabeza de golpe. Ella me mira con sus ojos muy abiertos.

—Ay, no…

—¿Qué ocurre?

—Dime que tienes condones.

—¿Por qué tendría condones en mi departamento?

—¿Será porque te ibas a casar y era normal llevar una vida sexual con tu prometida?

—Mi ex-prometida y yo vivíamos en el departamento que nos había regalado mi abuela por el compromiso —le aclaro —, además, si tuvimos uno que otro encuentro sexual, pero no éramos muy activos en esa área.

Contrario a lo que pienso, Farah, en vez de molestarse por el tema que estamos tocando, ella abre sus ojos sin poder creer lo que escucha.

—¿Quién en su sano juicio te tiene como prometido y no te disfruta como se debe? Sin ofender, eres un hombre al que amo por todas sus cualidades, pero no soy ciega. De solo pensar en ti, me entran ganas de raptarte en una habitación que contenga muchos juguetes para adultos y no dejarte salir de allí jamás. Si no tuviese tantas responsabilidades en mi vida, juro que te tendría amarrado a una cama para tenerte todo el día para mi solita. Y hacerte mil cosas…, y que me hagas mil cosas más.

—Esa oferta es muy tentadora.

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