/Escena extra 6/

Una obsesión capaz de llevarla a cometer los peores delitos.

Todo comenzó cuando él tenía la edad de dieciséis años.

Arnold Brownbear era un jovencito alegre y muy adelantado para el tiempo en el que vivía. Le gustaba leer y aprenderse los significados de palabras raras o poco comunes. Siempre estaba centrado en el estudio. Le encantaba el idioma español, por lo que estaba inscrito en un curso de español cada sábado. Le gustaba tanto que ya estaba en el nivel avanzado. Lo que más le llamaba la atención de ese idioma, era lo diverso que podía llegar a ser, y el hecho de que una misma palabra pudiera tener muchos significados o viceversa.

De hecho, sus padres al principio se preocuparon porque Arnold fuese a perder el rumbo y que quisiera tomar otra vía. Temían que quisiera irse por idiomas, u otra carrera, y no tomar el control de sus empresas.

Arnold fue tan centrado que pudo cumplir el sueño de sus padres y al mismo tiempo hacer todo lo que quería. El que tuviese muchos títulos logró que ampliara el negocio y se expandiera por todo el mundo. Tuvieron que abrir muchas sucursales de las empresas en otros países. Con el pasar del tiempo, ya no había lugar alguno donde no llegara la famosa revista ICON. Estaba en todos los rincones del planeta.

Incluso se enamoró de una mujer llama Rebeka Klein. Y no es como si a él le importase la calidad de vida que ella llevaba en cuanto la vio por primera vez, porque en cuanto la detalló, él cayó redondito en los encantos de aquella mujer. Sin todavía conocerla, hizo hasta lo imposible por llevar a cabo una conversación con ella.

Le llamó mucho la atención que los padres de la chica fuesen muy controladores, y que, aun así, ella tuviera la más cálida y sincera de las sonrisas.

La verdad es que le fue dificil lograr que —esa noche, en medio de ese restaurante inmenso —, la chica se dignara a verlo.

Le envió una nota, luego, otra y otra. La chica lo miraba con miedo. Miedo de él, y miedo de lo que pudieran pensar sus padres si llegaban a darse cuenta de lo que ocurría. En una de las dos idas que tuvo hacia el tocador, Arnold la interceptó.

—No respondes a ninguna de mis notas.

—No te conozco.

—Pues, es justamente porque te quiero conocer que te envío esas notas —respondió él, sin dejar de detallar su rostro. La belleza de esa mujer era impresionante.

Ella tragó saliva con fuerza y bajó su mirada. Estaba avergonzada. Y tenía sus mejillas súper coloradas, y no era porque se hubiese aplicado rubor.

—No vas a conseguir lo que todos quieren. Es inútil. Hazte un favor y házmelo a mí… ve a tu mesa y olvida que me has visto —sugirió ella en un susurro. Todavía no se atrevía a subir su mirada. Se sentía cohibida y temerosa, pues, había visto a ese joven. Era guapísimo, pero estaba fuera de su alcance.

—¿Cómo podría alguien que llega a conocerte olvidarte inmediatamente? Es imposible. Esos ojos tan oscuros como una noche sin luz y con un brillo tan escandaloso como el de la luna, te hacen única —la chica se sobresaltó cuando sintió la mano de él tocando su mejilla y haciéndola levantar su vista, y mirarlo —. Cabello y cejas negras, labios carnosos y con un toque rojizo que hacen que tu pálida piel resalte y te haga sobresalir, siendo superior ante todas las chicas presentes hoy aquí. Repito: imposible olvidarte.

Y no se atrevía a decir nada con respecto a lo que pensaba de ese vestidito de flores que llevaba hasta las rodillas. La hacían ver más inocente de lo que parecía. Ni siquiera era un atuendo descubierto, pero la hacían verse hermosa ante sus ojos.

No dijo más porque no quería hacerla sentir más nerviosa. Pero debía hacer algo para que ese encuentro no quedara como uno fugaz. Quería conocerla todos los días. Quería conocerla toda la vida.

La chica tenía el corazón muy acelerado, y aunque se sentía deseada y le gustaba, también sabía que debía ir con cuidado.

Desde que llegó a ese lugar junto con sus padres había notado que el joven que está frente a ella era saludado por muchas personas. Personas refinadas. Y, ella no era pobre. Pero era de clase media. Y él…, él era alguien demasiado importante. Muchísimo para ella.

El tema de las clases sociales todavía era de mucha importancia para esos tiempos, y los padres de ella odiaban a los millonarios. Decían que eran creídos y arrogantes. Ellos solo querían dinero y dinero, y no les interesaba a quienes pisoteaban para llegar a sus metas. La mayoría de las personas perjudicadas eran los pobres.

Los padres de la chica eran de los que creían que los pobres eran creados por los ricos.

En fin, un tema muy controversial, incluso en el ahora.

Así que ella, sabiendo que conocer a ese chico jamás sería una opción viable, decidió tomar valor y ser sincera:

—Vinimos acá porque estamos celebrando el cumpleaños de un amigo de mi familia. Nuestras familias quieren comprometernos hoy. Es un joven humilde, y tiene todas las cualidades que mis padres quieren para quien vaya a ser mi pareja. No importa lo que yo opine o si él no me gusta, debo hacer lo que ellos dicen. Son mis padres.

Ella no sabía por qué estaba contándole aquello a un desconocido, pero estaba desahogándose. Era algo que se dio cuenta que necesitaba hacer. Él se acercó un poco más. Ahora sentía más curiosidad.

—¿Cuáles serían esas cualidades que ellos quieren para quien vaya a ser tu pareja? —Preguntó él, con interés.

—Alguien que sea sencillo, que ayude al prójimo, y más importante: que sea musulmán.

—¿Musulmán…?

—Verás…, hay personas que no se lo toman tan a pecho como otras, pero mis padres… ellos son extremistas con este tema. No puedo estar con una persona fuera de nuestro circulo, ya sea por cuestión económica, religiosa o lo que sea. Yo quedaría como una hija desterrada si eso llegara a suceder. Nuestras reglas, más que nada familiares, sugieren que, si alguien llega a romper alguna, debe ser completamente ignorado por su familia. Eso no forma parte tanto del musulmán, sino en sentido familiar, pero es lo que hay. Si llego a caer en la tentación y me llegara a gustar alguien fuera de esta religión, seré desconocida por mi familia, no tendré a nadie.

—Escucharte decir eso me hace pensar que, en vez de avanzar como sociedad, estamos retrocediendo. Sin embargo, respeto las creencias de cada quien. Las respeto, pero no las comparto —aclara.

—¿Qué haces en Bangladés?— Curioseó ella.

—Negocios.

—Sigue atento en tus negocios. Te deseo buena fortuna y…

—¿Cómo es que hablas inglés tan bien?

Ella sonrió.

—Me encantan los idiomas.

Él trago saliva con fuerza y ella retrocedió dos pasos cuando lo observó dar tres.

—Cásate conmigo, mujer.

Ella jadeó, mirándolo como si hubiese enloquecido.

—No nos conocemos. No hablas en serio. Por favor… vete —suplicó ella, mirando hacia la entrada del pasillo donde se encontraban. Tenía miedo de ser vista por alguien —. Está prohibido hablar con desconocidos. Menos si son hombres, y peor todavía, si no es mi prometido. Si llegan a verme, seré vetada, y no solo por mi familia, sino por toda la sociedad.

—Si casarte con alguien a quien es obvio que no amas fuese tu decisión, yo te haría caso, aceptaría lo que me dices y me marcharía, pero no es así. No eres feliz. Se nota que te esfuerzas por aparentarlo, pero esta vida que llevas… —él negó con su cabeza y tomo sus manos —. Hazme caso. Hablo muy en serio. Cásate conmigo. Hablaré con tus padres…

—Yo…

Lo primero que pensó fue: sí. Quiero huir de acá. Ya no soporto que me estén dando latigazos en la espalda por cualquier mínima cosa que hago mal o que no quiero hacer.

Pero luego también pensó: es un desconocido, no tu salvador. Nada te asegura que este desconocido muy guapo que está frente a ti sea realmente una buena persona.

A lo mejor y podría terminar siendo incluso peor.

Sacudió su cabeza con un miedo irracional y casi se congeló en su sitio cuando sintió pasos y luego la voz de su padre llamándola.

—Déjame en paz. Regresa a tu vida y disfruta de tu libertad. No sabes nada de mí, no tienes por qué intentar salvarme.

—No se trata solo de intentar salvarte. No creas que quiero que seas mi obra de caridad. Tú de verdad me gustaste.

—Solo… déjame en paz.

Ella caminó rápido hacia la entrada y se encontró con su padre allí. Tuvieron una pequeña discusión donde él le reclamaba que había estado mucho tiempo en el baño y quería revisar el sanitario, pero luego llegó su madre y los llamó a la mesa, donde pronto se haría el anuncio del compromiso de su hija.

Esa noche, mientras Rebeka Klein se hundía más en su miseria de vida e infelicidad, Arnold cambio la fecha de su pasaje de regreso, decidiendo quedarse una semana más en aquel país donde jamás pensó encontrar el amor…

Fueron días oscuros, pero también pequeños destellos luminosos donde un romance nacía.

Pero…

Volviendo al comienzo, antes de que todo esto pasara…

La vida de Arnold tampoco era del todo color de rosa.

¿Recuerdan que les comentaba que todo comenzó a los dieciséis años?

Pues, vamos a ello.

A los dieciséis años, Arnold con la inteligencia que se gastaba, se adelantó varios cursos y culminó la secundaria un año antes. Lo quiere decir que comenzó la facultad también a esa edad. Se sentía un niño entre personas mayores. El otro joven con menos edad era nada menos que Logan Alarcón, quien tenía diecinueve años.

Ellos dos eran los más chicos del curso, y, por ende, se llevaron bien de inmediato.

Su amistad iba creciendo cada vez más. Tanto era así que se inscribieron para prácticas de futbol juntos ya que Logan quería hacerlo. Arnold no estaba interesado, pero igual se inscribió para distraerse y divertirse junto con su amigo. También gastaban toda su mesada jugando video juegos y perdiendo, porque eran muy malos en eso. Y, por último, en ocasiones Logan iba a casa de Arnold y Arnold a casa de Logan para hacer sus deberes escolares.

El acoso hacia el Arnold adolescente estuvo desde el principio, pero él era un chico tan ingenuo y centrado en su rutina, que, aunque era un joven hormonal, como cualquier otro, no andaba detrás de las chicas en la búsqueda de novias. Al menos, no era como Logan, que sí que estaba interesado en unas cuantas.

Y culpemos a ese hecho, el que Arnold no hubiese notado —sino hasta casi un año después— la manera en la Adelaida le hablaba, lo miraba y lo tocaba.  

Con el pasar del tiempo comenzaba a sentirse incómodo.

Esa mujer casi lo triplicaba en edad, y aunque era muy linda, comenzaba a percibirla como una acosadora: lo buscaba en cuanto él ponía un píe en su casa, acariciaba su pecho, espalda y cintura sin pudor, lanzaba indirectas con frases como: ‘’El aguante que deben tener los jóvenes de tu edad son cosas que me incitarían a probar si es verdad’’.

A los veinte años, luego de haberlo pensado muchísimo, y de ser más consciente de su situación, él decidió alejarse de esa casa. No quería dejar su amistad con Logan, ni quedar mal con él. Así que, prefirió callarse los motivos del por qué ya casi no iba a su casa. La justificación que daba era que ya había pasado mucho tiempo yendo a su casa y que ahora había llegado el momento de que Logan fuese a la de él.

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