14/ Es mía. Es mi hija. p2

—Vas a ver, Archer, que esa mujer volverá a jugar contigo y te destruirá peor de lo que lo hizo la primera vez —dice Adelaida, con sus dientes apretados. Se sacude y hace que Ángel la suelte, antes de dar media vuelta y salir con mucha rapidez de la iglesia.

Miro a mi padre y levanto el mentón, esperando a que diga algo, pero prefiero adelantarme, así que le digo:

—Si tú también quieres reprocharme, vas a tener que esperar porque tengo a una niña a la que cuidar de la gente que no acepta la realidad. Es mi hija —trato de decirle lo más calmado posible, pero la verdad es que mi voz es tan amenazadora como llena de veneno.

Todos están sorprendidos con esta faceta de mí, y no es para menos…, Archer Alarcón suele ser el más tranquilo, pacífico y mediador, pero eso se acabó.

—¿Cómo te atreves, Archer? Pareciera que no me conocieras. Por Dios, esa niña es prácticamente una copia tuya. Es tu hija, eso está más que claro.

Trago saliva con fuerza y siento un claro alivio al escuchar sus palabras.

—Es que no entiendo por qué ella tuvo esa reacción —digo, refiriéndome a mi abuela.

—Bueno. Todo esto está ocurriendo muy de repente. Obviamente vamos a tener distintas maneras de reaccionar. Esto es muy impactante, incluso para mí.

—Yo… —respiro profundamente y estiro mis brazos a mis costados —, solo quiero estar con mi hija. ¿Podría ser posible?

Nadie responde. Algunos bajan sus cabezas, otros están llorando, otros sorprendidos, pero todo lo que sé que, mañana, o incluso en este mismo momento, los medios de comunicación se deben de estar dando un festín con todo lo que ha ocurrido el día de hoy.

Sin esperar respuesta de nadie, me volteo hacia Estrella, quien corre hacia mí y trepa a mi pecho. La cargo y la sujeto fuerte contra mí para que no se caiga. Ella me abraza el cuello y esconde su rostro en mi cuello. Camino con decisión, saliendo de la iglesia e ignorando las estupideces que los paparazzis empiezan a preguntar, aunque no hace falta, porque puedo notar como Ángel discute con dos y como Aarón siguen intentando dame el paso para salir de allí.

Camino toda una cuadra con mis amigos detrás de mí y con Jezabel y Rebeka, a quienes eventualmente noto. Entramos en un garaje donde se encuentra mi auto y con una mano sigo sujetando a mi hija mientras que con la otra arranco el lazo gigantesco que estaba sobre el capó. Abro una puerta y la meto dentro del asiento del copiloto.

—Archer… —escucho a Rebeka hablar detrás de mí y cuando veo que mi hija se sienta bien en el asiento es que volteo a mirarla. Ella me mira con una mezcla de súplica y disculpa. Está avergonzada. Cierro la puerta del auto, tratando de que mi hija no nos escuche porque presiento que ya comenzaré a soltar todo lo que siento —. Perdóname…

—¿Por qué? ¿Por el hecho de hacerme creer que yo había hecho algo para que tú dejaras de hablarme de repente? ¿O porque dejaste que tu hija me quitara seis años de paternidad junto a la mía? —Respondo de manera irónica.

—Si tan solo supieras…

—¡Es que de eso se trata! ¡No sé nada! ¡No entiendo nada! ¡Estoy cansado de esta situación de m****a y se acabó! —Exploto. Grito con fuerza y volteo a mirar hacia el auto, escuchando como una canción suena desde él y como mi hija se encuentra bailando. Al parecer sabe ponerse ella sola la música.

Mejor así, para que no escuche nada de esto.

—No seas injusto, por favor… —suplica. Comienza a llorar y yo niego con mi cabeza.

—¿Injusto yo? ¡Me acabo de enterar que soy padre de una niña que tiene seis años! ¡Seis años en los que no la crié! ¿Y yo soy el injusto? ¿Es en serio?

—¡Perdón!

—¡Ya deja de pedir perdón!

—¡Es que no sé qué más hacer!

—Yo sí —respondo con determinación. Dime donde está Farah, porque es con ella con quien debería estar teniendo esta conversación.

Su rostro se torna pálido de un momento a otro. Ella empieza a negar con su cabeza y a temblar.

—En el departamento de tu hermano. Allí es donde pretende que le llevemos a Estrella para irse en dos horas a Los Ángeles —Responde Jezabel. Ella ni siquiera está mirándome, tan solo mira sus uñas mientras habla.

—Definitivamente, eres una víbora —murmura Ángel, para nada por lo bajo, y ella todo lo que hace es reír y sentirse superior.

—¡Jezabel! —Reprocha Rebeka.

—¿No estás cansada de todo esto, Rebeka? ¡Porque yo me enteré de esto hace dos días y estaba que moría asfixiada por este enorme secreto! ¡Llegó el momento de que todo esto sea enfrentado! ¡Punto! —Se impone la chica, dejándonos a todos con la boca abierta.

—Farah no se va a llevar a mi hija —advierto.

—Las llevaré a todas a mi departamento. Habla con Farah y luego, cuando se haya solucionado todo o tomado una decisión, vienen a mi departamento donde estará ella conmigo.

—Júrame que no dejarás que Rebeka se la lleve —le suplico a mi mejor amigo.

—Nadie volverá a separarte de tu hija, Cura Joven —promete Ángel y yo asiento.

—Bien.

Camino hacia mi auto y abro la puerta del copiloto. Mi hija voltea a mirarme y me regala una sonrisa radiante. Yo le sonrío y vuelta y la observo como apaga la radio, para luego inclinarse hacia mí. Nuestros rostros quedan muy cerca.

—Quería encender también el aire, tengo mucho calor.

—Puedes encender lo que quieras, siempre y cuando no toques las llaves o intentes manejar.

—Sé que eso no lo debo hacer hasta que cumpla los dieciocho. Eso dijo mami.

Trago saliva con fuerza al pensar en Farah. La verdad es que el corazón me duele.

Siento que me lo han arrancado por completo, siento que he quedado sin uno; pero también siento que, al mirar a mi hija, todo el dolor desaparece. Ella es capaz de hacerme sentir vivo, completo.

—Bien.

—Peeeero. Es en serio, papi. Tengo calor.

—Ya tío Archer traerá su auto y le pediré que ponga aire para ti. Deberás ir con ellos y tu abuela hasta que yo regrese.

Miro como su cuerpo se pone rígido y como lentamente baja su mirada.

—¿No vendrás conmigo? ¿Vas a dejarme?

—Jamás te dejaré —respondo con rapidez y tomo su carita entre mis manos, haciéndola mirarme —. Necesito hablar con tu mamá, pero ya regresaré contigo. Y nunca más estaremos separados. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Ella se lanza a abrazarme y yo le correspondo. Me aferro a ella con mi cuerpo, con mi alma, con mi vida. Es tan pequeña y frágil, pero al mismo tiempo es fuerte, y sé que es una guerrera cuando remueve los lentes de su cabeza y se quita la peluca que ya había notado que tenía.

Mis ojos se empañan una vez más y toco el poco cabello liso que tiene.

—Tranquilo, papi. La enfermedad se fue y el médico prometió que, si seguía mis controles y sus instrucciones, nunca más iba a regresar.

Asiento y vuelvo a atraerla hacia mí, abrazándola una vez más.

—Mi pequeña guerrera… —susurro.

Media hora después estoy de camino hacia el departamento de mi hermano y todo lo que digo en cuanto noto quien me abre la puerta es:

—No tienes idea de cuánto te odio, Farah. Te odio como jamás pensé odiar a nadie en este mundo.

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