06/ El tú y yo jamás sucederá.

23 de febrero de 2022.

Archer Alarcón.

—No. No, no, no, no, no. ¡¿Por qué?! —La escucho gritar y golpear la puerta con una mano, pues la otra la tiene ocupada intentando sujetar bien tanto el postre como su cartera —. ¡Maldición!

—¿Tan malo es? Digo, puedes llamar a los vigilantes que estaban allá afuera…

Ella voltea a mirarme, y, por un momento, vuelvo a ser ese chico tímido que le avergonzaba decir estupideces. Farah se molestaba porque luego de que dijera las cosas, no las sostenía. Decía que por más vergüenza que uno sienta, lo hecho, hecho está, y no cambiará, así que hay que vivir con ello y no pensar tanto en las cosas.

Solo se debe seguir adelante intento superarlo. Punto.

—Ya cambiaron de turno, pero los que se fueron, tuvieron que haberle avisado a los que entraron que estamos acá, así que esperar a los vigilantes sería una buena opción, pero hay dos cosas que me hacen afirmarte que ellos no vendrán en nuestra ayuda. Al menos, no pronto.

—¿Qué cosas? —Pregunto, comenzando a recordar todo lo que iba a hacer esta noche.

Primero, tenía que organizar la llegada de mi familia. Y no me refiero a mi madre y mi padre, hablo de toda la demás gente que la conforma, y que son muchos. Muchísimos. Hablaría con Ángel y rentaría uno de sus hoteles para que estuviesen allí por una semana, a partir de este viernes, que sería cuando llegarían desde las diferentes partes del mundo en las que viven. Luego, tenía una cena con mi prometida a las veintitrés horas.

Ayer, luego de estar pensando en el pasado y todo lo que viví con Farah, incluyendo nuestras escenas intimas —que, por cierto, me hicieron sentir un pecador de lo peor —, decidí invitarla a salir, como si estuviese compensando algo de lo que ella no tenía ni idea. Anoche no pudo ir a cenar conmigo porque tenía algo de las tantas cosas para realizar con respecto a nuestra boda. Ella le está poniendo todo el empeño, se está encargando de casi todo y yo, en vez de inmiscuirme más, lo que estaba haciendo era pensando en un pasado que no regresará.

Todavía me siento culpable por pensar en todo lo que la mujer que ahora está frente a mí y yo vivimos.

—Ellos no suelen molestarme mientras estoy. Es una regla estricta. Y mi oficina siempre está cerrada, desde afuera no hay manera de saber si estamos o no y ellos no tocarán la puerta, por miedo a que yo los despida si perturban mi paz mental. Y lo segundo es que, podría llamarlos desde mi celular…

—Esa es una buena idea —digo entusiasmado, pensando que finalmente conseguimos una solución, mientras saco mi celular del bolsillo interno de mi saco y lo desbloqueo. Mi sonrisa se va borrando poco a poco, y es entonces cuando escucho como termina de hablar ella.

—…pero aquí no hay señal —acaba su oración.

Suspiro y miro la puerta como si fuese un enemigo. Necesito los poderes de Superman para derribar la bendita puerta, que encima es de acero y muy gruesa, de seguro, si llegan a venir los vigilantes, ni siquiera escuchan nuestros gritos para que nos saquen.

¡Eso es!

—¿Y si esperamos a que bajen? Porque ellos tienen la entrada prohibida a tu oficina, pero no hacia acá abajo.

—De hecho, si la tienen. Este es un depósito donde hay cosas muy importantes de la empresa y hacia acá casi nunca baja nadie, solo Edward, en ocasiones mi secretaria, y la que más lo hace soy yo. Y si yo vengo cada mes, ellos deben bajar cada tres meses, como mínimo.

—Estamos jodidos —vuelvo a guardar mi celular en el saco y suspiro.

Farah respira profundamente y suelta el aire con suavidad. Cierra sus ojos y mueve su cuello de lado a lado, intenta masajear uno de sus hombros, pero lo hace muy pésimo. Me están dando unas tremendas ganas de acercarme a ella y rodearla con mis brazos, tocar su piel y aliviar eso que tanto la aflige con mi tacto.

Dios mío, Archer, contrólate.

Ella camina hacia uno de los estantes, que es el único que no está lleno de carpetas, y coloca en él, tanto su cartera, como su postre.

Oh, ese postre. Lo recuerdo tan perfecto. Desde que me dijo una noche que era su favorito de todo el mundo, yo no podía parar de comprárselo. Quería complacerla en todo. Y luego, comenzaron los experimentos… esos donde ella colocaba parte de ese postre en mi piel, para después… sacudo mi cabeza, intentando olvidar el pasado.

Olvida el pasado, Archer, olvídalo.

Dios mío. ¿Qué demonios me pasa? Tengo una pareja y debo respetarla. De nada vale que le entregue mi cuerpo a Darla, si mis pensamientos están en otro lado.

Y mi corazón…

Quisiera decir que mi corazón está dividido porque incluso eso sería mejor que la verdad, pero estaría mintiendo.

—Y para completar la ecuación, no hay manera de abrir la puta puerta, a menos que sea con la llave que tiene Analía o Edward, o con la huella de mi mano, y yo estoy aquí adentro.

—Suena a como que no hay nada que hacer… —susurro.

Aunque quiero centrarme en lo que está pasando, mi mente no deja de pasar recuerdo tras recuerdo y mi ser no deja de sentir culpabilidad por hacerlo, pero no tengo control de ellos. Por más que quiero parar no puedo.

Me digo que debo pensar en los momentos bonitos que hemos vivido mi novia y yo estos días, pero el pasado me pesa más. A veces siento que superar a esta mujer es algo que siempre va a quedarme grande, algo inalcanzable, poco probable de que suceda. Y muy en el fondo tampoco quiero hacerlo.

Vuelvo a mirarla: ella camina de un lado hacia el otro. Se ve impaciente, molesta y atormentada. A lo mejor ella también es esperada por alguien.

El solo pensamiento de que ella pueda tener pareja hace a mi corazón punzar con mucha fuerza a medida que aumenta sus latidos y lo deja adolorido. Estoy jodido.

Un año no es suficiente para dejar de quererla.

La única forma de poder estar con alguien más y ser solo de esa persona, es que Farah no esté en mi vida, porque solo así le daré toda mi atención, pero eso no asegura que tendrá mis sentimientos. Solo basta ver a esta mujer una vez… tan solo una vez, para que todo retumbe y regrese con mucha más fuerza de como lo hizo la última vez.

Ella…

La recuerdo a la perfección.

La extraño tanto…

Juro que no hay peor cosa que extrañar a alguien que está parada a unos pasos de ti.

—No puedo quedarme aquí, ellas me necesitan. Se van a preocupar —la escucho decir, mientras la veo caminar hacia la puerta.

—¿De qué hablas? —Pregunto, arrugando mi frente en confusión.

—Nada…

Ella comienza a golpear la puerta, pero luego de un rato se calma y mira sus manos. Se le han puesto rojas y yo niego con mi cabeza.

—Debe de haber algo por acá que yo pueda usar para abrir la puerta —comento, comenzando a moverme y a buscar entre todo.

Todo lo que encuentro son puros papeles.

—Yo tengo unas pinzas pequeñas que pueden servir, búscalas en mu cartera, estás más cerca del estante —me dice.

Hago lo que me pide, dando el paso que me faltaba para llegar hasta el pedido y tomarlo, cuando comienzo a buscar, esta se voltea y la sostengo con fuerza para que no caiga, pero caen al suelo tanto las pinzas negras puntiagudas, como una hoja, que, cuando la voy a recoger, veo un dibujo que me hace pensar en las fotos que me tomé con Darla para anunciar nuestro compromiso.

Este dibujo… Frunzo el ceño, mirándolo, tocándolo.

—Soy yo…

—¿Qué has dicho? —Farah y yo volteamos al mismo tiempo hasta quedar frente al otro.

Abre sus ojos horrorizada en cuanto levanto mi mano mostrándole lo que he visto.

—¿Se supone que soy yo? —Pregunto, enarcando una ceja.

No deja de ver la hoja en mi mano. Incluso la muevo un poco y ella sigue la hoja con su mirada. Quiere hablar, pero no se atreve a hacerlo. Abre y cierra su boca como si fuese un pez afuera del agua, y finalmente, su labio inferior tiembla y lo muerde.

No entiendo qué demonios pasa. Nunca había visto a Farah volverse tan vulnerable en cuestión de segundos. Mejor dicho: nunca la había visto estar tan vulnerable.

Solo sé que había un dibujo de preescolar en su cartera y que ella ahora está temblando mucho.

—¿Estás bien?

—Dámelo… —susurra.

—¿Qué?

—¡Dame el dibujo! —Grita, dando rápidos pasos hacia mí, y, aunque me asombro por lo que hace, también acciono rápido y levanto mi brazo.

Si quiere el dibujo, tendrá que quitármelo.

Ni siquiera sus tacones la harán ganar, lo pondré en el estante más alto de ser necesario.

—¡Qué me des el maldito dibujo! —Levanta su voz. Su cuerpo impacta contra el mío y noto sus lágrimas salir de sus ojos, mientras se pone de puntillas. Tiembla. Ella tiembla y se deshace ante mí. Pareciera que aquella cosa entre mis manos es algo fundamental para poder existir.

—Ya está, aquí está. —Dejo de estirarme y me coloco a su altura, bajando mi mano y entregándole el dibujo. Ella lo toma y lo lleva a su pecho, incluso lo arruga y lo moja con sus lágrimas.

Lo mira con un puchero en sus labios, tocándolo, acariciándolo. Mi ser nunca había sentido tanto alivio como ahora. No entiendo nada, pero para ella es muy importante ese dibujo. Un dibujo que se supone que soy yo. ¿Eso significa que siente algo por mí? ¿No he estado tan equivocado todo este tiempo?

Me dije, estos años, que ella solo fingía odiarme, pero que, en realidad, no había dejado de amarme. Es solo que… ella fingió tan bien. De una manera tan magistral, que mis pensamientos quedaron en un segundo plano porque no había manera de que eso fuera posible.

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