02/ ¡¿Qué caraj*s hacen aquí?!

21 de febrero de 2022.

New york.

Farah Brownbear.

Desabrocho el cinturón que pertenece a mi asiento y espero pacientemente a que todos los pasajeros bajen del avión, hasta que llega mi turno de bajar, y lo hago. No quise comprar un vuelo en la zona VIP porque he aprendido desde hace pocos años a no darme esos lujos. He invertido el dinero en la enfermedad de mi hija y no me arrepiento en lo absoluto. Podría quedar sin absolutamente nada y no me importaría, siempre y cuando Estrella esté bien.

Me entregan las maletas y salgo del aeropuerto, trato de ignorar todos los puestos que están con periódicos o cualquier medio informativo. Ese bendito compromiso cubre cada página principal o portada de cualquier revista, hasta en ICON lo pusieron de primera plana, y no he podido hacer o decir nada al respecto porque eso es lo que está vendiendo y lo más importante y sonado del momento.

Ya superé a Archer Alarcón, así que no me importa lo que haga con su vida. Puede casarse, divorciarse y estar con quien le dé la gana las veces que quiera. Es su vida, puede hacer con ella lo que quiera.

Admito que no deja de molestarme ver la estúpida noticia en todos lados. Me abruma, pero ya va una semana, ya me tiene sin cuidado.

Suspiro, Dios mío, qué contradictoria soy. Ni siquiera yo misma me entiendo.

—Buenos días, señorita Brownbear. ¿Cuál es nuestro itinerario para el día de hoy? —Pregunta Winston, el chófer que contraté para mí. Antes tenía varios autos, pero los vendí. Solo me quedé con uno y decidí tener un chofer porque soy un desastre andante que, todo lo contrario, a lo que las personas piensan, se deja llevar por sus emociones. Estuve a punto de chocar dos veces por culpa de mis distracciones.

—Buen día, Winston. Vamos directamente a la oficina —le digo, mientras veo como guarda mi pequeña maleta en el baúl del auto. Ambos rodeamos el auto y mientras él sube en el lado del piloto, yo me voy como su acompañante. Siempre suelo subir en la parte trasera, pero esta vez no estoy pendiente de qué estoy haciendo.

No puedo dejar de pensar en las portadas de cada revista. Ella sale muy sonriente frente a él y la caricia que él le da a su rostro…

-

—¿Ves las estrellas? Son muy hermosas.

—Lo son… Son tan deslumbrantes, me recuerdan a ti. Siempre estás allí, porque aun cuando hay una tormenta y las nubes las cubran, cuando ellas se despejan, siguen estando. Tú eres una estrella Farah.

—En ese caso sería al revés, porque eres tú quien siempre está para mí, Archer —le recuerdo.

—Creo que siempre estamos el uno para el otro.

—Siempre estaré para ti, Archer —le aseguro, acariciando su nuca. Él lleva su mano a mi rostro y lo acaricia con suma delicadeza. Me mira con amor, devoción y admiración.

—Eres mi estrella, Farah. Siempre lo serás.

-

—¿Señora? ¿Se encuentra bien?

—No. —Soy sincera —. Fue un terrible error haber venido. No quiero estar aquí, pero es necesario.

—¿Estarás por mucho tiempo?

—No por mucho. Me quedaré por esta semana, el viernes me regreso. Igual, estaré viniendo muy seguido, así que espero que estés atento.

—Sabes que sí. Nadie tiene un mejor puesto de trabajo que yo. Sigo cobrando todos los meses a pesar de que casi no estás aquí. Casi no trabajo. De todas maneras, hago otras cosas en mis tiempos libres. Todo sea por el bienestar de mi hija.

—¿Necesitas más dinero? Yo podría…

—Usted ya ha hecho mucho por mí. En ningún otro trabajo ganaría lo que gano con usted y menos sin hacer prácticamente nada —sonríe. No deja de mirar la carretera en ningún momento.

—¿Cómo está tu hija? Vi fotos de tu estado, se ve inmensa.

—Seis años ya. Es todo un terremoto, pero la sabemos controlar. Está en la escuela, es muy querida y aprende muy rápido. ¿Cómo está la suya? ¿Es definitivo que salió de su enfermedad?

—Winston…

—Sabe que tiene un confidente en mí, señora. Jamás diré nada a nadie. No lo he hecho hasta ahora, no lo haré nunca.

—Lo sé. Ella es… es mi vida. Está completamente sana —mis ojos se cristalizan al recordar todo lo que hemos pasado para que podamos llegar a donde hemos llegado —. Se porta bien, solo quiere ser y hacer lo que hacen las personas normales y últimamente anda muy curiosa. Más curiosa de lo normal. Quiere saber por completo cosas que le he dicho a medias. Me está poniendo contra la espada y la pared, mientras más crece, más preguntas hace, y más quiere saber de él…

—Y con esto de que él se va a casar…

—Se enteró del compromiso de su padre. Eso la tiene un poco cabizbaja.

—Sé que no es problema mío, señora, pero… ¿No has pensado en decírselo al señor Alarcón?

—Odio que nos llames señor o señora a todos cuando tú eres mayor que nosotros —ruedo mis ojos —, pero ya estoy acostumbrada.

—Exactamente, y no me cambie el tema de conversación.

—Él está de puta madre con su vida. Está en su mejor etapa. Amasando un imperio, llevando arriba sus empresas y negocios, va a casarse, y sigue teniendo el apoyo de su familia. No necesita esta complicación en su vida.

—Soy padre, señora. No me hubiese gustado que me ocultaran que tengo una hija, y mucho menos haberme perdido tanto de ella. Es algo que yo jamás perdonaría.

—No. Yo tampoco lo haría. La cosa está en que ya no me importa si él me perdona o no. Pasaron muchas cosas por las que la situación fue como fue, ya nada se puede cambiar. Todo va a seguir así. Archer no sabrá que tuvo una hija, él va a hacer su propia familia con la mujer que tiene y yo estaré por mi lado con mi hija. Punto.

Y sí, soné dolida, aunque no quise.

—Sabes que soy mucho de leer periódicos mientras espero y hace un rato, mientras esperaba su vuelo, me compré uno y lo estuve leyendo. Todo va tan en serio que apenas se comprometieron hace dos semanas y ya se casarán este sábado veintiséis.

Volteo a mirarlo con los ojos muy abiertos y mi sujeto de la puerta del auto justo cuando él frena.

¿Qué m****a ha dicho? ¿Este sábado?

—Hemos llegado —anuncia, volteando a verme —. ¿Qué ocurre? —Pregunta, frunciendo el ceño.

—¿Se casarán este sábado? —Susurro por lo bajo, como si nuestra conversación fuese un secreto.

—Eso es lo que dice aquí… —él saca un periódico de la guantera y quiere abrir la página donde está la noticia, pero yo le arrebato el periódico de las manos y salgo del auto.

—Te aviso para que estés listo cuando regresemos —le digo a través de la ventana.

—Pero mi periódico… —dice, mirándolo entre mis manos.

—Cómprate otro, Winston.

—Sí, señora.

Trago saliva con fuerza y comienzo a caminar hacia el edificio.

¿Por qué tanta prisa en casarse? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

Calma, Farah. Eso no te interesa. Tú solo pensaste que ellos harían sus preparativos con una extensión de un año más o menos, no que lo harían enseguida. Pensaste que tendrías tiempo para procesar que el chico, el hombre al que siempre has amado se casará con otra… Qué ilusa soy.

Me estoy arrepintiendo de haber venido.

Se va a casar… se casará un día después de que yo regrese a Los Ángeles.

Noto que todo mundo comienza a correr a retomar sus actividades cuando me ven llegar. Normalmente les diría algo que los hiciera temblar, pero ahora voy tan desconcentrada y sintiéndome tan impotente que no puedo pensar en nada. No quiero hablar. Muchos me saludan o me dan la bienvenida, pero yo sigo de largo ignorándolos.

Me dan igual. ¡Que se vayan al carajo todos! Sobre todo, el estúpido de Archer y su adorada y futuramente esposa.

Gracias a Dios nadie puede escuchar mi mente porque sueno como una mujer celosa y dolida. ¡Estoy dolida! ¡Sí!

—Oh, jefa. No sabía que venía hoy… —Empieza a hablar Analía, pero yo levanto mi mano en señal de que haga silencio. Ya el poco buen humor que tenía se fue a la m****a.

—Que nadie, absolutamente nadie, venga a molestarme. Te llamaré cuando te requiera y más vale que estés en mi puerta cuando lo haga.

Si. Ya regresó la Farah que ellos conocen.

—Pero, el señor Daniels pidió que le informaran cuando usted regresara. Dice que necesita conversar contigo cosas de la empresa.

—¿No acabas de escuchar lo que acabo de decirte? ¡Absolutamente nadie pasará por esta puerta! Si alguien, escúchame bien —amenazo, señalando todavía la entrada de mi oficina —, si alguien entra a mi oficina, considérate despedida —sonrío cuando la veo palidecer y tragar saliva con fuerza.

—Sí, señora.

Entro en mi oficina y cierro con fuerza. El sonido retumba en todo el edificio y me vale una m****a. Lanzo mi cartera a un lado y aprieto el periódico entre mis manos mientras veo a mi alrededor. Siento una furia inmensa que solo una persona puede borrar, pero para esta hora todavía debe estar durmiendo. Mi hija suele dormir hasta tarde.

Todo está en su lugar y muy bien ordenado. Si hay algo que no puedo negar que Analía hace bien su trabajo. Si no le pongo mano dura volverá a hacer esa chiquilla que no sabe ni donde pararse. Muchas personas trabajan bajo presión y este es su caso. La manera en la que funcione al cien es que yo esté detrás de ella gritándole y explicándole las cosas con determinación. Ahora sabe que debe captar todo a la primera porque no repito las cosas dos veces.

Con mis manos temblorosas camino hacia mi escritorio y me siento detrás de él. No lo puedo creer. Extiendo el periódico frente a mí y lo miro. Esto es algo masoquista, pero debo hacerlo. Debo hacerme a la idea de que él y yo desde hace mucho no somos nada y nunca más volveremos a serlo. Ambos tomamos caminos diferentes, ya es hora de avanzar.

Leo todo, absolutamente todo: le pidió matrimonio en su casa, en una cena familiar. Ella aceptó encantada, celebraron el compromiso en uno de los hoteles de Ángel, uno de los más lujosos y allí fue donde pusieron fecha para la boda. Toda la familia de él está encantada con la novia de Archer, tiene buena situación económica al ser hija de un magnate y futura heredera de su imperio. La familia de ella también ama a Archer.

No hay problema alguno, todo está donde debe estar.

Pero por más que trato de convencerme, muchos recuerdos vienen a mi mente. No puedo superarlo, jamás podré superarlo.

Ya está, Farah. Termina con esto.

No puedes dejar que después de tantos años todo te siga afectando de la manera en que lo haces. Eres una mujer fuerte.

Porque lo soy… ¿verdad?

Eso quiero creer.

Limpio una lágrima que ni siquiera sabía que había rodado por mi mejilla y comienzo a sentirme estúpida por andar llorando.

Arrugo el periódico entre mis manos y lo hago bolita. Ya acabó.

Aquí acabó todo.

Lanzo el periódico en la basura y saco de una de las dos gavetas que posee el escritorio mi maquillaje. Me retoco y miro que mi larga trenza esté bien. Tomo mi celular y marco el número de casa, pero nadie contesta. Ni siquiera mi madre.

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