Harada Ha-na es una mujer asiática de treinta años, cuyos padres se mudaron a América. Está a punto de casarse con su novio. Sin embargo, en el evento que debería ser el día más feliz de su historia, en el último momento, se revela una cruel verdad de parte de su prometido, que la deja plantada en el salón de bodas. En medio de su desesperación y con su corazón hecho pedazos, aparece Heinz Dietrich, un joven magnate, posesivo arrogante y frío, que ante toda la audiencia, le da un asfixiante beso y luego se la roba, cargándola en sus brazos. —He venido a buscar lo que me debes… No puedes casarte con nadie más, solo conmigo, porque... Tú, me perteneces, Ha-na… Mi flor. Ahora, Ha-na debe darle al menos un beso cada día, antes de medianoche, por un contrato que firmó años atrás y que había olvidado. ¿Mantendrá su odio a los hombres o sucumbirá al fervor de nuevos sentimientos por Heinz?
Leer másEl mundo se quedó en suspenso mientras se miraban, como si lo que fuera a pasar ahora fuera una continuación natural de todo lo anterior.Heinz y Ha-na obtuvieron permiso para acceder al edificio mirador. Abordaron el ascensor manteniendo la distancia el uno del otro. Al llegar, caminaron por un piso de cristal y llegaron hasta el borde, que tenía un sistema de seguridad.El viento nocturno se colaba entre los mechones de cabello de Ha-na, mientras el murmullo lejano de la ciudad parecía un eco distante que envolvía la escena. Las luces urbanas se extendían hasta donde alcanzaba la vista, creando un espectáculo de reflejos y destellos bajo el cielo estrellado. Ambos permanecían quietos, absorbidos por la inmensidad del panorama ante ellos. Sin embargo, ninguno de los dos observaba realmente la ciudad; sus pensamientos estaban centrados en el otro, en la energía que se desbordaba en aquel lugar aislado y, a la vez, completamente abierto a la vista de las estrellas.El vidrio del suelo
Al llegar la cuenta, Erik se ofreció a pagar, comentando en tono ligero que quería ser el responsable de una velada tan agradable. Heinz aceptó sin insistir demasiado, dándole una palmada en el hombro como señal de agradecimiento. A pesar de la tensión latente entre todos, la despedida fue cordial. Se pusieron de pie, y Hee-sook, con su porte refinado y segura de sí misma, fue la primera en encaminarse hacia la última salida, lanzándole una mirada profunda a Ha-na, como si quisiera recordarle que estaba observándola.Mientras se dirigían hacia la salida, Ha-na sintió la mano de Heinz posarse sutilmente sobre la parte baja de su espalda, guiándola con firmeza, pero de una forma casi imperceptible para los demás. La intensidad en su toque fue suficiente para recordarle que él estaba allí, que seguía siendo una presencia inquebrantable en su vida, y que esa cena, con todas sus sutilezas y secretos, había sido solo el inicio de algo mucho más emocionante y peligroso.Al salir del restaura
¿Un regalo? Ha-na lo tomó entre sus dedos, algo desconcertada. En su experiencia, no era habitual que alguien a quien acababa de conocer le ofreciera un artículo tan personal. Levantó la mirada y observó la figura de Hee-sook mientras salía del baño. Había algo en ella que era como un desafío en sí mismo. Esa mujer parecía segura de todo, sin importarle la opinión de los demás. Era un rasgo que admiraba y, en cierta medida, una pequeña parte de ella deseaba poder proyectar esa misma confianza con la naturalidad de Hee-sook.Se miró en el espejo por última vez, respirando profundamente, y aplicó el labial en sus labios. Era de un tono rojo vibrante, elegante, pero a la vez llamativo, como si tuviera la capacidad de transformar su rostro en uno que exudara mayor seguridad. Sintió una oleada de energía al mirarse con el color nuevo en sus labios, como si ese pequeño acto le hubiera dado una especie de fuerza renovada. ¿Quién era Hee-sook? Si estaba con Heinz, ¿qué pasaría con su relación
Mientras trataba de arreglarse la camisa y la falda arrugada, sus pensamientos se arremolinaban, confusos y llenos de preguntas. ¿Estaba loca? Se había dicho muchas veces a sí misma que todo lo que tenían era un contrato, que solo había besos y nada más. Eran besos que, aunque intensos, no significaban una relación real, al menos eso había querido creer. Pero lo que había sucedido hace unos minutos en el baño parecía desmentir todo eso. Cada vez que él la miraba, cada vez que le lanzaba aquella mirada posesiva, algo dentro de ella se encendía. Y, en lugar de resistirse o insistir en apartarse, había dejado que él la cargara, que la sostuviera, como si su cuerpo y su voluntad ya no le pertenecieran. En verdad, estaba enferma o enloqueciendo. Debía ir al médico, al psicólogo y con un sacerdote a confesarse, porque cada parte de ella estaba quemándose en un fuego de pecado y malos pensamientos.Apoyó ambas manos en el borde del lavabo, respirando profundo, intentando recuperar la calma.
Heinz la miró, a merced de su poder. Sus mejillas estaban calientes, ruborizadas y un poco sudadas, con mechones de su cabello oscuro despeinado. Sus rostros estaban tan cercanos que apenas podían contener las respiraciones entrelazadas. En ese momento, él era consciente de que Ha-na estaba completamente en sus manos, de que su vulnerabilidad en ese lugar tan cerrado dependía únicamente de su voluntad de continuar. Podía ver en sus ojos la mezcla de nervios y deseo, y esa combinación de emociones solo servía para aumentar la determinación en él. Su virtud estaba tan dura que se le marcaba en el pantalón y le generaba una consistente incomodidad. Giró su rostro hacia la puerta y respondió a Erik con una severidad que bordeaba la frialdad. En ese momento no aceptaría interrupción de nadie, y menos del hombre que le estaba coqueteando a su mujer.—Sí. Termina y puedes retirarte. Iré en unos minutos —dijo él.Así, volvió a darle otro beso a Ha-na, mientras Erik estaba allí afuera. La sost
La textura de los labios de Heinz era firme, que resultaba en una combinación de suavidad y un leve sabor salino, como si en cada beso le transmitiera la misma declaración silenciosa de posesión y dominio. Ha-na notaba la intensidad con la que él la retenía; no había escape posible. Aunque tampoco quería huir de él, porque en vez de asustarla, aquello la embriagaba y la hacía estimular más. Su mente divagaba en pensamientos confusos y fugaces, mezclando la idea de la libertad y el sometimiento en una sola sensación que iba más allá de sus propios deseos.Heinz ante cada segundo se excitaba, en lo que era una reafirmación de lo que sentía por Ha-na. Había esperado tanto por un beso, pero ahora tenía decenas de ellos, y eso lo había vuelto adicto a ellos, a ese lenguaje silencioso que ambos compartían cuando estaban juntos. Ese acto era como una droga y en cada oportunidad necesitaba aumentar la dosis para quedar satisfecho. Se habían separado y ella había estado a punto de casarse con
Ha-na mantuvo los ojos abiertos, luchando por procesar lo que estaba sucediendo. El frío de la pared en su espalda contrastaba con el calor abrasador del cuerpo de Heinz, y el aroma persistente del desinfectante le recordaba, aunque vagamente, el lugar en el que estaban. Sin embargo, poco a poco, la intensidad del beso fue derritiendo sus defensas. Sus manos, que en un principio se colocaron rígidas, empezaron a ceder, hasta que finalmente se rindieron por completo, enredándose en el cabello de Heinz, atrayéndolo aún más hacia ella.Ambos estaban atrapados en un baile apasionado de labios y caricias, en un acto donde parecían dar rienda suelta a toda la frustración acumulada.Heinz besaba con una mezcla de furia y deseo, como si quisiera demostrarle a Ha-na todo lo que había sentido al verla con otro hombre, y, a la vez, reclamar ese lugar en su vida que no estaba dispuesto a perder. Su saliva humedecía su ardiente roce. Ella correspondía cada vez con mayor fervor, dejándose llevar po
Heinz sujetó a Ha-na con una firmeza que no admitía dudas. Sus dedos se cerraron sobre su brazo, transmitiendo un calor que la hizo temblar, un estremecimiento que delataba una mezcla de sorpresa y algo más. Estaban aislados del mundo exterior del restaurante. En aquel espacio reducido, el aire desinfectado tenía una fragancia floral.Sus manos cayeron a los costados con una elegancia innata, recorriéndole los contornos de su delgada silueta. Aunque su rostro delataba la seriedad de quien libra una batalla interna. Su mirada azul, profunda como un océano, se posó en el rostro de Ha-na, absorbiendo cada detalle de su flor asiática. Desde sus pómulos, el brillo de su piel, la forma delicada de su nariz. Sin embargo, se detuvo en su boca. Esos labios que, en ese instante, parecían una promesa silente. El deseo y la racionalidad chocaban en su mente. Ella era hermosa, una belleza que desafiaba las palabras y cegaba su razón.Ha-na experimentaba una combinación de emociones que la dejaban
En el resto de la jornada, Ha-na y Erik con Heinz y Hee-sook estuvieron caminando, comiendo y haciendo algunas actividades en el parque.Heinz no podía apartar la mirada de Ha-na durante toda la tarde. Desde el momento en que accedió a esa “cita doble”, su mente estuvo enfocada en ella, analizando cada detalle de su expresión, cada movimiento. La forma en que Ha-na estaba junto a Erik le parecía una burla, un desafío directo a lo que tenían entre ellos. En su mente, la única justificación posible para que ella estuviera allí con otro hombre era para provocarlo, para encenderle la ira. La miraba con una mezcla de incredulidad y desaprobación, deseando que al menos se diera cuenta de cuánto lo perturbaba. Se preguntaba una y otra vez cómo Ha-na podía ignorar todo lo que él había sentido por ella en los últimos días y aceptar aquella salida con alguien que no podía ofrecerle nada parecido.Ha-na estaba atrapada en una red de pensamientos contradictorios. En algún momento, había tratado d