Ha-na es una mujer coreana, cuyos padres se mudaron a América. En el día de su matrimonio y el que debía ser el más feliz de su vida, a último momento, se convierte en una auténtica pesadilla cuando se revela una cruel verdad de parte de su prometido, que la deja plantada en el salón de bodas. En medio de su desesperación y con su corazón hecho pedazos, aparece Heinz Dietrich, un magnate posesivo y arrogante que, ante toda la audiencia, le da un asfixiante beso y luego se la lleva, cargándola en sus brazos ante toda la multitud. Ahora, a pesar de la diferencia de edad, Ha-na debe darle al menos un beso cada día a ese hombre más joven por un contrato que firmó años atrás y que había olvidado. ¿Mantendrá su resentimiento hacia el amor o sucumbirá al fervor de nuevos sentimientos por Heinz? —He venido a buscar lo que me debes… No puedes casarte con nadie más, solo conmigo, porque… Tú, me perteneces, Ha-na… Mi flor.
Leer másHa-na estaba encantada y como poseído por el espíritu de la lujuria. Sus ojos oscuros resplandecieron ante la fortaleza y las palabras de Heinz. En serio, ese hombre le fascinaba cada vez más, aunque al principio lo hubiera odiado. Estaba loca por el chico con el que había hecho un contrato de besos, pero que había trascendido al acto cúspide que podían hacer los amantes. Se colocó encima de Heinz, su cuerpo desnudo y radiante bajo la tenue luz de la habitación. Desde esa posición, podía ver su rostro con claridad: esos ojos azules intensos que la observaban con una mezcla de deseo y admiración. Ella lo miró desde arriba, sintiendo cómo su propio corazón latía con fuerza mientras sus manos se deslizaban por su pecho musculoso. Con un movimiento lento pero seguro, levantó la cadera y, con su mano derecha, guió la firme virilidad de Heinz hacia su intimidad. La sensación de llenarse con él una vez más la hizo contener el aliento, y por un momento, sus ojos se cerraron, disfrutando de la
Así, sus batas cayeron al suelo, el sonido fue casi imperceptible, pero marcó el inicio de algo que ambos habían anticipado en silencio. Heinz no perdió tiempo. Recorrió los hombros de Ha-na, acariciando su piel suave y pálida hasta llegar a su busto. Ella contuvo el aliento, sintiendo cómo sus dedos exploraban cada detalle.Heinz inclinó la cabeza y llevó sus labios a uno de los pechos de Ha-na. Lo rodeó con su boca, caliente y húmeda, y comenzó a chupar con una intensidad que hizo que ella arqueara la espalda. Sus manos no se quedaron atrás; apretaban y masajeaban con firmeza, dejando marcas rojizas que contrastaban con la blancura de su piel. El morado era una marca de posesión, una señal de que, en ese momento, ella por fin era suya.Ha-na no podía evitar los estremecimientos que recorrían su cuerpo. Los movimientos de Heinz, los mordiscos, la llevaban a un estado de éxtasis que apenas podía controlar. Jadeaba, intentando mantener la compostura, pero la rudeza y voracidad de Heinz
Las embestidas encendían más su piel, en un ardor que recorría sus cuerpos y los envolvía en un torbellino de emociones. Los suspiros entrecortados se mezclaban con el sonido de sus respiraciones aceleradas, creando una melodía íntima que solo ellos podían entender. Era como si el universo entero conspirara para intensificar ese momento, para hacer que cada segundo fuera eterno.Allí, acoplados, sus cuerpos se entendían como si hubieran sido creados el uno para el otro, encajando con una perfección que desafiaba cualquier lógica.No había barreras, no había miedos. Solo existía esa entrega total, ese deseo de fundirse en uno solo, de perderse en la intensidad del momento. Era más que pasión; era una danza entre dos almas que se buscaban, que se reconocían y que se encontraban en el abismo de sus emociones más profundas. El acto de unirse superaba y borraba todas las fronteras de sus países y continentes, pero también su diferencia de edad y de estatus social se hacía nula al fundirse
Ha-na llevó sus dos manos al atributo de Heinz; era duro y la sensación era áspera. Ni siquiera lo sabía, solo fue un acto reflejo de su instinto femenino. Acumuló saliva en la boca y la echó sobre el talento erguido de él y sus palmares. Empezó a frotarlo de manera intermitente y sin cadencia.Heinz la miraba desde arriba. El contemplarla allí, haciendo eso, hacía que se endureciera más.Ha-na se apoyó en los muslos de él. Abrió la boca y percibió la franqueza de Heinz en su paladar. Inició a mover la cabeza, lagrimeando por la acción primeriza. Sus ojos oscuros se cristalizaron al estar degustando tal virilidad en su interior. En algunas ocasiones tomaba aliento y luego lo intentaba de nuevo. No podía abarcarlo por completo y golpeaba en su garganta. Ella jadeaba con dificultad, al igual que él.Heinz le recogió el cabello y puso sus manos a los costados de la cabeza de Ha-na, mientras ella continuaba su maravilloso acto en su firme virtud. Minutos después, ella lo hizo llegar al cl
Heinz en un impulso, se puso una bata y fue al cuarto de Ha-na. Halló la puerta cerrada y fue al baño. Estaba agitado por la idea de colarse en la habitación de ella.—¡Ha-na! —dijo él con voz temblorosa.Ha-na lo escuchó y cada parte de ella tembló. Si estaban cerca, no sabía lo que pasaría. Ya hasta escuchaba la voz de Heinz de forma nítida.Heinz accedió y vio el cuerpo desnudo de Ha-na a través de los cristales empañados. Estaba de espalda, por lo que la observaba en la retaguardia, el dorso y sus virtudes, mientras el cabello oscuro, lacio y largo, se adhería a su espalda como una segunda piel. Se quitó la bata y se adentró en el pequeño lugar. La abrazó por detrás, colocando sus manos en el vientre de ella.Ha-na se estremeció y sus vellos se erizaron ante el contacto de Heinz. Se dio vuelta y admiró el torso marcado de él. Alzó la cabeza y lo miró directo a los ojos azules. Su contrato solo estipulaba besos, pero ya habían dado tantos. Esos mismos ósculos habían sido una bomba
Hee-sook envuelta en una toalla que apenas cubría su figura alta y esbelta. Sus piernas largas y torneadas brillaban con las gotas de agua que aún no se habían secado. Era consciente de su propia belleza, de cómo sus movimientos parecían hipnotizar a cualquiera que la viera. Pero lo que más le intrigaba no era Heinz, su prometido. Era Hield Dietrich.Sonrió ligeramente, en una curva apenas perceptible en sus labios llenos. Había algo excitante en la idea de tentar al hermano menor, de jugar con él como un gato con un ratón. No era amor lo que sentía por él, sino una atracción peligrosa, casi lúdica. Lo había observado durante la cena, había notado cómo evitaba mirarla directamente, pero también cómo sus ojos se desviaban hacia ella cuando creía que no lo notaba. Era inocente, sí, pero esa misma pureza lo hacía más interesante.Hee-sook dejó que su cabello húmedo cayera sobre sus hombros, dejando que las puntas mojadas rozaran su espalda. Sus pensamientos eran claros, directos. Hield e
Heinz en un impulso, se puso una bata y fue al cuarto de Ha-na. Halló la puerta cerrada y fue al baño. Estaba agitado por la idea de colarse en la habitación de ella.—¡Ha-na! —dijo él con voz temblorosa.Ha-na lo escuchó y cada parte de ella tembló. Si estaban cerca, no sabía lo que pasaría. Ya hasta escuchaba la voz de Heinz de forma nítida.Heinz accedió y vio el cuerpo desnudo de Ha-na a través de los cristales empañados. Estaba de espalda, por lo que la observaba en la retaguardia, el dorso y sus virtudes, mientras el cabello oscuro, lacio y largo, se adhería a su espalda como una segunda piel. Se quitó la bata y se adentró en el pequeño lugar. La abrazó por detrás, colocando sus manos en el vientre de ella.Ha-na se estremeció y sus vellos se erizaron ante el contacto de Heinz. Se dio vuelta y admiró el torso marcado de él. Alzó la cabeza y lo miró directo a los ojos azules. Su contrato solo estipulaba besos, pero ya habían dado tantos. Esos mismos ósculos habían sido una bomba
Ellos rememoraban lo lascivo que había sucedido en la oficina. Heinz se llevó los dedos a la boca, con la fragancia de Ha-na aún impregnada en ellos. Ha-na aún se mantenía con un hormigueo y comezón en la entrepierna.En sus respectivas habitaciones, Heinz y Ha-na dejaron que el silencio los envolviera mientras se enfrentaban a los recuerdos que aún ardían en sus mentes y cuerpos. La oficina, el escritorio, los besos cargados de lujuria, el acto que había cruzado barreras que antes consideraban inquebrantables. Era imposible escapar de esas sensaciones, tan vívidas que parecían estar inscritas en sus pieles.Heinz se puso de pie y fue el primero en comenzar a desvestirse. Se desabotonó lentamente la camisa, dejando al descubierto un torso marcado por músculos definidos y un pecho amplio. Sus hombros anchos y brazos fornidos hablaban de su disciplina.El lugar iluminado tenuemente por la luz de una lámpara que proyectaba sombras suaves en las paredes. El silencio reinaba, roto únicamen
Heinz accedió al baño para limpiarse también. Después arreglaron el escritorio. Recogieron sus cosas. Ha-na salió primero y fue al estacionamiento. Luego lo hizo Heinz para que no los vieran juntos. Así, se dispusieron al retorno de su lujosa morada en la que antes habían estado distante el uno del otro, hasta hace poco. Era el sitio donde ambos compartían para descansar y nunca habían considerado hacer nada más. Pero esas fronteras habían desaparecido de ellos, para dar paso a otras lascivas intenciones.El silencio entre ellos en el trayecto de regreso electrizante, pero ligero. Ha-na se acomodó en el asiento del copiloto, con la vista fija en el horizonte nocturno. Su mente divagaba entre los recuerdos recientes, en todo eso que había experimentado con Heinz. Lo que habían hecho era el acto más lascivo entre hombres y mujeres.Heinz, al volante, mantenía una expresión neutral, casi estoica, aunque internamente su pecho se sentía como si estuviera siendo estrujado. Cada kilómetro qu