Era un hombre acostumbrado a tener lo que deseaba, a tomar lo que consideraba suyo. Y Hana era suya. Lo había decidido desde hacía mucho tiempo, aunque ella no lo supiera. La visión de ella sentada junto a él, aún en su vestido de novia, lo llenó de una satisfacción oscura y profunda. Nadie más la tendría. Nadie más podría reclamarla. Él se había asegurado de eso cuando subió a esa tarima y la sacó de aquel lugar. La rabia que lo había impulsado se convertía lentamente en una determinación serena, en una seguridad fría que se extendía por cada rincón de su ser.
Los faros del coche iluminaban el camino que se extendía frente a ellos. A su alrededor, la ciudad comenzaba a desvanecerse, reemplazada por las sombras de los árboles y las colinas. La velocidad del Ferrari aumentaba, como si fuera un reflejo de la tormenta interna de Heinz, una tormenta que se apaciguaba solo al sentirla cerca. No se atrevió a mirarla de nuevo, no todavía. Sabía que ella tenía preguntas, que había confusión y quizás miedo en su interior. Pero también sabía que, tarde o temprano, entendería que esto era lo mejor. Que él era lo mejor para ella.
La ruta era familiar para él; la había elegido de antemano para la huida en casa de emergencia. Una casa apartada en las afueras de la ciudad, rodeada por un vasto terreno y sin curiosos que los interrumpieran. Era el lugar donde él podría finalmente tenerla solo para él, lejos de todo y de todos. Lejos del dolor que había sufrido, lejos de las traiciones y de las expectativas que otros habían puesto sobre ella. Mientras conducía, su mente viajaba a esos momentos del pasado, a la primera vez que la vio, a la obsesión silenciosa que había crecido dentro de él como una flor oscura.
Hana siempre había sido un enigma, un misterio que lo había atraído desde el primer momento. Y ahora, la tenía allí, a su lado, finalmente suya. Apretó el volante con fuerza, sus nudillos palideciendo por la tensión. Se obligó a respirar profundamente, a calmar la intensidad que latía en su interior. No era el momento de dejarse llevar por la pasión o el deseo. Era el momento de protegerla, de cuidarla como lo había prometido. Ella estaba en shock, lo sabía. Había sido arrancada de su propia boda, de todo lo que había conocido, y ahora se encontraba en un coche veloz, junto a un hombre que apenas recordaba.
La idea lo hizo sonreír con una mezcla de amargura y satisfacción. Ella no lo recordaba, no realmente. No como él la recordaba a ella. Pero eso cambiaría. Él se encargaría de que ella lo conociera, de que entendiera quién era él y por qué había hecho lo que había hecho. Él no era un hombre común, no era alguien que simplemente la dejaría ir. Había esperado demasiado tiempo, había visto desde las sombras mientras otros intentaban acercarse a ella, y había contenido su deseo, su ira, su necesidad. Pero ya no más. Ya no tenía que esperar.
El Ferrari se deslizó suavemente hacia un desvío, alejándose aún más de la ciudad. La casa se alzaba a lo lejos, una silueta oscura contra el horizonte. Sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible. Pronto, estarían allí. En ese lugar, lejos de todo, podría cuidarla, protegerla y, sobre todo, hacerla comprender. Ella había sido destinada a ser suya desde el principio. El destino había trazado un camino para ambos, aunque ella no lo hubiera visto. Y ahora, él la había llevado por ese camino, la había arrancado de un futuro que no merecía y la estaba guiando hacia el que siempre había imaginado para los dos.
El viento se colaba por la pequeña rendija de la ventana abierta, acariciando su rostro mientras conducía. Era un viento frío, pero no le importaba. En su interior, el fuego de la determinación ardía con demasiada intensidad como para que el frío lo afectara. La carretera se volvía cada vez más solitaria, y eso era lo que él deseaba. Soledad. Tranquilidad. Un lugar donde ella pudiera ver la verdad, donde pudiera entender que lo que había sucedido hoy era solo el comienzo. Que él la había salvado de sí misma, de un futuro lleno de mentiras y traiciones.
El volante giró suavemente en sus manos mientras tomaba la última curva. La casa estaba cerca, y con ella, el futuro que él había imaginado tantas veces en su mente. En su interior, Heinz sintió una calma fría y calculadora asentarse. Había llegado el momento de forjar ese futuro. Y aunque el viaje acababa de comenzar, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para asegurarse de que Hana entendiera lo que él ya sabía: que ella, desde el primer momento, había sido su flor.
Ha-na permanecía inmóvil en el asiento del Ferrari, su mente luchando por encontrar sentido a lo que había ocurrido en los últimos minutos. Su corazón aún latía desbocado, casi tan rápido como el motor que rugía bajo ellos. El aire dentro del coche era denso, cargado con el olor a cuero y una fragancia masculina que no reconocía. Su mente estaba atrapada en una maraña de confusión y miedo. Apenas lograba respirar con normalidad mientras intentaba procesar la vorágine de emociones que la atravesaban. Sentía los labios arder, un rastro del beso que aquel extraño le había robado frente a todos. La audacia de ese acto la había dejado atónita. No era capaz de comprender por qué él la había besado, por qué la había cargado en brazos y la había sacado de la sala sin que ella tuviera tiempo siquiera de oponer resistencia.
Sus pensamientos giraban, caóticos y entrelazados. Quería gritar, quería exigir respuestas, pero la voz se le había quedado atrapada en la garganta, como si estuviera bajo un hechizo paralizante. Giró la cabeza lentamente para mirarlo. Él estaba concentrado en la carretera, con una expresión fría y determinada. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas del coche, iluminando su perfil. Era joven, más joven de lo que había imaginado en aquel instante de confusión cuando apareció en la tarima. Había algo en su mirada, en la forma en que la había mirado y hablado, que la hacía sentirse atrapada. Era como si él la conociera, como si supiera más sobre ella de lo que ella misma comprendía en ese momento.
¿Quién era él? La pregunta se repetía en su mente como un eco incesante. Intentó recordar si alguna vez lo había visto, si acaso en alguna fiesta o evento social había cruzado miradas con él. Pero no, no lograba reconocerlo. Nada en él le resultaba familiar, ni su rostro, ni su voz, ni esa mirada intensa que la hacía sentir desnuda ante su escrutinio. Sin embargo, él conocía su nombre, conocía su apellido. La había llamado por su nombre coreano, “Ha-na”, y había hablado con tal propiedad, con tal certeza, que le hizo sentir un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Cómo podía alguien que parecía ser un completo extraño tratarla con esa intimidad? La idea de que él pudiera ser un mero conocido descartado la inquietaba aún más. ¿Cuánto sabía de ella realmente?
Se volvió a mirar hacia el parabrisas. La carretera se alargaba frente a ellos como un túnel interminable. Los edificios y las luces de la ciudad habían quedado atrás hacía rato, sumiéndolos en la penumbra de la periferia. El mundo exterior se desdibujaba, y todo lo que podía oír era el retumbar del motor y el incesante golpeteo de su propio corazón. No entendía a dónde la estaba llevando ni qué pretendía hacer con ella. Y lo peor era que, en su estado actual de shock, no sabía cómo reaccionar. Quería ser fuerte, quería exigir respuestas, pero el miedo y la confusión la mantenían anclada a su asiento, incapaz de moverse, incapaz de actuar.
Él se veía tan seguro, tan sereno, mientras conducía con una mano firme sobre el volante. Era como si ya lo hubiera planeado todo, como si cada acción hubiera sido premeditada. Recordó sus palabras: "Voy a robarte, Ha-na, mi flor." Las palabras resonaron en su mente, repitiéndose una y otra vez. ¿Qué quería decir con eso? ¿Por qué la llamaba su flor? Era como si él la viera de una manera en la que nadie más lo había hecho nunca. Una parte de ella, muy en el fondo, temblaba ante la intensidad de esas palabras. No sabía si debía sentirse aterrada o intrigada.
El coche finalmente disminuyó la velocidad. Ha-na se dio cuenta de que estaban entrando en un área más iluminada, y fue entonces cuando notó la tienda de ropa de lujo hacia la que se dirigían. Él aparcó el coche con suavidad y apagó el motor. En la quietud que siguió, Ha-na sintió que el mundo volvía a cobrar un sentido, aunque distorsionado y confuso. Su cuerpo estaba rígido, sus manos temblaban ligeramente mientras las mantenía apoyadas sobre su regazo. La miró entonces, con una mirada tranquila y calculadora, como si esperara algo de ella.
Ha-na apartó la vista rápidamente, sintiéndose atrapada por la intensidad de su mirada. Intentó tragar el nudo en su garganta. ¿Qué debía hacer? La tienda era un lugar público. Podía salir corriendo, pedir ayuda. Pero cuando trató de imaginarse abriendo la puerta y huyendo, sintió que sus piernas no responderían, como si el miedo las hubiera paralizado. Además, había algo en él que la hacía dudar, algo en la forma en que la había sostenido al sacarla de ese salón, en la determinación de sus palabras. Como si realmente creyera que le pertenecía.Se volvió a mirarlo, buscando algo, cualquier indicio de quién era él o de qué planeaba. Pero su rostro era inescrutable. Sus ojos, fríos y oscuros, no revelaban nada de sus pensamientos. Estaba completamente atrapada en una red de preguntas sin respuestas. ¿Qué quería de ella? ¿Por qué la había llevado hasta allí? La incertidumbre la desgarraba por dentro, y en su pecho, una mezcla de miedo y una extraña y frustrante fascinación se enredaban,
Ha-na sentía el calor de sus mejillas mientras comía en silencio, consciente de la intensidad de su mirada. Había algo en él que la inquietaba, que la mantenía alerta, aunque al mismo tiempo le ofrecía una sensación de calma inexplicable. La forma en que la había tratado hasta ahora era contradictoria a la imagen del hombre autoritario que había irrumpido en su boda. ¿Quién era realmente este joven que la miraba con una mezcla de posesión y dulzura? ¿Por qué se preocupaba tanto por ella?Por más que se esforzaba en recordar, en encontrar alguna pista en sus recuerdos, no podía ubicarlo en ninguna parte de su vida. Su nombre, su rostro, todo en él era desconocido, y sin embargo, se movía a su alrededor como si tuviera un derecho natural sobre ella, como si todo esto fuera parte de un plan que ella desconocía. La extraña amabilidad con la que la trataba la desarmaba aún más. Había esperado rudeza, había esperado ser arrojada a un mundo de amenazas y demandas, pero él la trataba con una
Heinz no dejaba de admirarla. Su postura rígida, la manera en que mantenía las manos sobre sus labios, como si aún no pudiera creer lo que había sucedido. Y esa expresión en su rostro, en una mezcla de sorpresa, vergüenza y algo más, algo que él reconocía como el primer indicio de que lograba alterarla.La atmosfera estaba llena de tensión, pero Heinz tenía en control absoluto. Había esperado mucho tiempo para este momento. Aunque ella no lo recordara, se mantendría firme. Su corazón latía con fuerza, no por ansiedad, sino por la emoción de saber que estaba un paso más cerca de cumplir su objetivo. Había reclamado lo que le pertenecía, y nada ni nadie se interpondría en su camino.La muchacha coreana que había admirado desde lejos, ahora estaba en su poder. Años había esperado para poder tenerla. Sintió una oleada de satisfacción. Estaba dispuesto a esperar, a dejar que los recuerdos volvieran lentamente. Porque sabía que, una vez que eso sucediera, ella no tendría otra opción más que
Heinz no dijo nada, pero su sonrisa se mantuvo, como si supiera que, tarde o temprano, ella cedería. Contempló esas facciones asiáticas tan lindas y esos parpados un poco cerrados como caracterizaba a las coreanas. Ella tenía treinta años, pero lucía tan joven y bella como de su edad, veinticinco. Su cara era de proporciones hermosas, con esa nariz griega, boca pequeña y los labios delgados. En complemento con su piel blanca y su maquillaje era como una muñeca de porcelana.Ha-na lo miró con los ojos entrecerrados, intentando desentrañar las intenciones de ese extraño que, de alguna manera, se había metido en su vida con una autoridad que ella no había concedido. No podía evitar sentir desconfianza, y mucho menos después de todo lo que había pasado en las últimas horas. Pero sus palabras tenían una coherencia inesperada, y aunque odiaba admitirlo, algo en su tono le transmitía seguridad.—¿Qué es lo que deseas hacer? —preguntó Heinz con una calma inquietante—. ¿Manejar un auto a toda
Heinz era consciente de que no estaba actuando de manera convencional, pero algo en lo profundo de su ser le decía que esto era lo correcto. No tenía malas intenciones, pero su deseo de protegerla, de estar cerca de ella, de hacerla suya de una manera que nadie más pudiera, lo impulsaba a seguir adelante.Mientras se dirigían al club privado que Ha-na había mencionado, Heinz no pudo evitar pensar en lo surrealista de la situación. Apenas unas horas antes, ella estaba a punto de casarse con otro hombre, y ahora estaba con él, buscando refugio en el alcohol para calmar su dolor. Había una parte de él que se sentía culpable por estar feliz de que el prometido de Ha-na la hubiera dejado plantada. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir que, de alguna manera, las cosas habían salido como debían. Ahora, ella estaba allí, con él. No la había perdido.Al llegar, el sitio se manifestaba elegante, pues reservado para la élite. Las luces eran tenues, una mezcla de neones azules y púrpuras
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, Heinz se dirigió hacia su penthouse con pasos medidos, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper el delicado equilibrio que existía entre ellos en ese momento. El largo pasillo hacia su habitación parecía infinito, y durante todo ese tiempo, no podía apartar la vista de su rostro. Incluso en su estado de vulnerabilidad, ella era hermosa. Sus facciones suaves y delicadas, su piel impecable y esos ojos que, aunque ahora estaban cerrados, eran una puerta a un alma que él anhelaba conocer más profundamente.Al llegar a la habitación, la depositó con cuidado en la cama, como si fuera un tesoro frágil. Se arrodilló a su lado para quitarle los tenis que había comprado antes, sin dejar de observar su rostro. Era como si no pudiera apartar los ojos de ella, como si temiera que, si lo hacía, este momento perfecto pudiera desvanecerse en el aire.Cuando terminó de quitarle el calzado, quedó sentada a su lado, observándola en s
La cocina era moderna, minimalista, con superficies limpias y de acero inoxidable. Heinz se movía por ella con una calma inusual, preparando algunos platillos sencillos pero reconfortantes. Mientras cocinaba, sus pensamientos vagaban. El beso de Ha-na seguía fresco en su mente, ese breve contacto que había sacudido su mundo. Había pasado tanto tiempo soñando con ella, idealizándola, que ahora, tenerla allí, en su hogar, era casi irreal. Sabía que no debía aprovecharse de su vulnerabilidad, y aunque la tentación era fuerte, había decidido que la dejaría tomar las riendas de lo que sucediera entre ellos.Mientras cortaba algunos ingredientes, sus pensamientos volvieron al pasado, a aquellos días en los que había conocido a Ha-na por primera vez. Ella siempre había estado fuera de su alcance, una mujer que parecía inaccesible, intocable. Pero Heinz no había podido evitar enamorarse. Ahora, en circunstancias completamente distintas, ella estaba allí, en su casa, y él tenía una oportunidad
El silencio inminente se apoderó del lugar, mientras todos se veían, confundidos y sorprendidos por la petición tan directa y atrevida del niño. Todos esperaban su respuesta. Sentía las miradas de sus amigos, especialmente la de su compañera que había iniciado la conversación. ¿Qué debería hacer? Incapaz de formular una respuesta clara. Era claro que debía rechazar la petición del muchacho de manera tajante. No era correcto, no era apropiado que alguien, y menos un niño, la tratara de esa manera. Pero otra parte de ella, una mucho más insegura, sentía que rechazarlo podría traer consecuencias. Después de todo, él tenía poder sobre el concurso, sobre la competencia. Podría decidir su destino, y el de su grupo, con un simple gesto.Era solo un beso, ¿verdad?, se decía a sí misma. Pero no podía evitar sentir que aquel gesto no era tan inocente como parecía. No era un beso cualquiera. Era algo más, algo que no sabía cómo definir. El chico la miraba con una intensidad que la hacía sentir e