5. Los postres

Ha-na sentía el calor de sus mejillas mientras comía en silencio, consciente de la intensidad de su mirada. Había algo en él que la inquietaba, que la mantenía alerta, aunque al mismo tiempo le ofrecía una sensación de calma inexplicable. La forma en que la había tratado hasta ahora era contradictoria a la imagen del hombre autoritario que había irrumpido en su boda. ¿Quién era realmente este joven que la miraba con una mezcla de posesión y dulzura? ¿Por qué se preocupaba tanto por ella?

Por más que se esforzaba en recordar, en encontrar alguna pista en sus recuerdos, no podía ubicarlo en ninguna parte de su vida. Su nombre, su rostro, todo en él era desconocido, y sin embargo, se movía a su alrededor como si tuviera un derecho natural sobre ella, como si todo esto fuera parte de un plan que ella desconocía. La extraña amabilidad con la que la trataba la desarmaba aún más. Había esperado rudeza, había esperado ser arrojada a un mundo de amenazas y demandas, pero él la trataba con una delicadeza que la dejaba perpleja.

Ha-na levantó la vista, encontrando nuevamente esos ojos azules. Había una intensidad en ellos que la hacía estremecerse, una promesa de algo que no podía comprender. Y en ese momento, mientras lo observaba, se dio cuenta de que, por mucho miedo y desconcierto que sintiera, había algo más creciendo dentro de ella: una curiosidad insaciable por saber quién era este hombre y por qué la había elegido a ella.

—¿Quién es usted? —preguntó Ha-na al fin. Luego de salir su estado de trance y de su confusión—. ¿Por qué me dio un beso y dice que yo le pertenezco?

El sonido de su propia voz resonó en sus oídos mientras pronunciaba aquellas palabras, rompiendo finalmente el silencio. Su pregunta flotó en el aire, cargada de incertidumbre. No había podido evitarlo más, la necesidad de entender lo que estaba pasando superaba su miedo y su confusión. Mientras esperaba una respuesta, observaba cada movimiento de aquel joven frente a ella. ¿Quién era realmente? No lo conocía, o al menos eso creía. Sin embargo, había algo en él, en la manera en que la miraba, que le resultaba extrañamente familiar. No podía explicarlo. Cuando él habló, el mundo alrededor de Ha-na pareció detenerse. Sus palabras fueron como un puñal que cortó su calma.

—Así que me olvidaste —dijo aquel con una pasividad escalofriante, como si todo aquello fuera un juego en el que él tenía el control total. Su tono no era de enojo, ni siquiera de decepción, sino más bien de una certeza inquietante que la hizo sentir aún más pequeña ante él. Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de recordar algún detalle, algún momento de su vida que pudiera darle una pista sobre quién era él, pero no encontraba nada. Era como si él estuviera jugando con su mente, desafiándola a encontrar la respuesta que él ya conocía.—. Pero yo no voy a decirle, tú misma debes recordarlo. Lo que te puedo contar es que tú misma me entregaste tus besos, tu cuerpo y tu voluntad de forma voluntaria a mí.

La afirmación la dejó sin aliento. ¿Cómo podía decir algo así? Ha-na sabía con certeza que nunca había conocido a alguien como él. Era imposible que hubiera entregado algo tan íntimo a un hombre que no recordaba. Y, sin embargo, convicción y la seguridad con la que lo decía la hizo dudar de su propia memoria. ¿Acaso había algún fragmento de su vida que había olvidado?

Él se puso de pie y se apoyó en los brazos de la silla con sus manos. El aire a su alrededor pareció volverse denso cuando él se inclinó hacia ella, apoyando las manos en los brazos de su silla, acercándose tanto que podía sentir su aliento cálido rozando su piel. Sus palabras siguientes, susurradas con una voz baja y ronca, hicieron que todo su cuerpo se tensara.

—De ahora en adelante debe tener cuidado con sus labios, porque se ven muy apetitosos y yo solo quiero degustarlos —dijo él con voz ronca y con firmeza—. Tú eres el postre que más ansió comer, mi flor.

El rubor subió rápidamente a sus mejillas mientras. En un acto reflejo, se cubrió la boca con las manos, protegiéndose de la intensidad de sus ojos azules.

El ardor en su rostro aumentó. Su corazón latía con fuerza, acelerando a un ritmo que no podía controlar. La forma en que él la miraba, con esa mezcla de deseo y poder, la hacía sentir como una presa acorralada. Era como si fuera un león acechando a su presa, un cazador que estaba dispuesto a esperar el momento justo para atacar. No podía apartar la mirada de sus ojos azules, tan penetrantes y fríos, como si estuvieran desnudando su alma. Un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras intentaba recuperar la compostura. Lo peor del asunto era que no se sentía incomodaba o acosada, porque él se manifestaba tan seguro, como si de verdad le hubiera otorgado esos privilegios sobre ella. ¿Quién era ese muchacho tan atractivo y dominante?

Nunca antes se había sentido tan vulnerable, tan expuesta ante alguien. En ese momento, se dio cuenta de que él, un joven con tanta seguridad y poder, tenía la capacidad de destruirla si lo deseaba. Y lo peor de todo era que, por alguna razón que no comprendía, también había algo en él que la atraía de una manera que le resultaba incomprensible. Era como si estuviera bajo un hechizo, atrapada en una red de emociones contradictorias: miedo, atracción, confusión y una creciente curiosidad por saber más sobre él. Estaba segura de que, si descuidada o bajaba la guardia, ese muchacho, la iba a devorar.

Heinz la observaba desde su posición con una mezcla de satisfacción y paciencia. Ver cómo Ha-na reaccionaba a sus palabras, cómo el rubor inundaba sus mejillas, y la forma en que se cubría los labios con nerviosismo le resultaba fascinante. A pesar de la confusión que dominaba su rostro, había algo en sus gestos que le recordaba a la Ha-na que había conocido tiempo atrás, aunque claramente ella no lo recordaba. Eso no le molestaba. En su mente, sabía que eventualmente lo haría, porque, para él, todo estaba bajo control. Este era un simple obstáculo en el camino que ya había planeado.

No podía evitar sonreír ligeramente al ver cómo ella se cubría la boca. Era un gesto inocente y reflejo, como si creyera que podía protegerse de él. Pero Heinz sabía que ya había cruzado una línea con ese beso, y que había plantado algo en su mente. Ella ya no podría olvidarlo, ni a él ni a lo que había hecho. Esa era la primera victoria, la primera grieta en su mundo controlado y seguro. Ahora él estaba dentro, y aunque ella no lo reconociera, eso le daba el poder que necesitaba.

Volvió a su puesto con calma, mirando cómo Ha-na seguía tratando de procesar lo que había pasado. Él podía ver la confusión en sus ojos marrones, el conflicto interno que la mantenía en silencio. Pero no tenía prisa. Entendía que la mente de ella estaba trabajando a su favor, tratando de recordar, de entender, de encontrar alguna explicación a lo que estaba sucediendo. Y aunque ella no podía articularlo aún, él sabía que eventualmente llegaría a la conclusión correcta: que él era alguien que había llegado para reclamar lo que le pertenecía.

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