Ha-na sentía el calor de sus mejillas mientras comía en silencio, consciente de la intensidad de su mirada. Había algo en él que la inquietaba, que la mantenía alerta, aunque al mismo tiempo le ofrecía una sensación de calma inexplicable. La forma en que la había tratado hasta ahora era contradictoria a la imagen del hombre autoritario que había irrumpido en su boda. ¿Quién era realmente este joven que la miraba con una mezcla de posesión y dulzura? ¿Por qué se preocupaba tanto por ella?
Por más que se esforzaba en recordar, en encontrar alguna pista en sus recuerdos, no podía ubicarlo en ninguna parte de su vida. Su nombre, su rostro, todo en él era desconocido, y sin embargo, se movía a su alrededor como si tuviera un derecho natural sobre ella, como si todo esto fuera parte de un plan que ella desconocía. La extraña amabilidad con la que la trataba la desarmaba aún más. Había esperado rudeza, había esperado ser arrojada a un mundo de amenazas y demandas, pero él la trataba con una delicadeza que la dejaba perpleja.
Ha-na levantó la vista, encontrando nuevamente esos ojos azules. Había una intensidad en ellos que la hacía estremecerse, una promesa de algo que no podía comprender. Y en ese momento, mientras lo observaba, se dio cuenta de que, por mucho miedo y desconcierto que sintiera, había algo más creciendo dentro de ella: una curiosidad insaciable por saber quién era este hombre y por qué la había elegido a ella.
—¿Quién es usted? —preguntó Ha-na al fin. Luego de salir su estado de trance y de su confusión—. ¿Por qué me dio un beso y dice que yo le pertenezco?
El sonido de su propia voz resonó en sus oídos mientras pronunciaba aquellas palabras, rompiendo finalmente el silencio. Su pregunta flotó en el aire, cargada de incertidumbre. No había podido evitarlo más, la necesidad de entender lo que estaba pasando superaba su miedo y su confusión. Mientras esperaba una respuesta, observaba cada movimiento de aquel joven frente a ella. ¿Quién era realmente? No lo conocía, o al menos eso creía. Sin embargo, había algo en él, en la manera en que la miraba, que le resultaba extrañamente familiar. No podía explicarlo. Cuando él habló, el mundo alrededor de Ha-na pareció detenerse. Sus palabras fueron como un puñal que cortó su calma.
—Así que me olvidaste —dijo aquel con una pasividad escalofriante, como si todo aquello fuera un juego en el que él tenía el control total. Su tono no era de enojo, ni siquiera de decepción, sino más bien de una certeza inquietante que la hizo sentir aún más pequeña ante él. Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de recordar algún detalle, algún momento de su vida que pudiera darle una pista sobre quién era él, pero no encontraba nada. Era como si él estuviera jugando con su mente, desafiándola a encontrar la respuesta que él ya conocía.—. Pero yo no voy a decirle, tú misma debes recordarlo. Lo que te puedo contar es que tú misma me entregaste tus besos, tu cuerpo y tu voluntad de forma voluntaria a mí.
La afirmación la dejó sin aliento. ¿Cómo podía decir algo así? Ha-na sabía con certeza que nunca había conocido a alguien como él. Era imposible que hubiera entregado algo tan íntimo a un hombre que no recordaba. Y, sin embargo, convicción y la seguridad con la que lo decía la hizo dudar de su propia memoria. ¿Acaso había algún fragmento de su vida que había olvidado?
Él se puso de pie y se apoyó en los brazos de la silla con sus manos. El aire a su alrededor pareció volverse denso cuando él se inclinó hacia ella, apoyando las manos en los brazos de su silla, acercándose tanto que podía sentir su aliento cálido rozando su piel. Sus palabras siguientes, susurradas con una voz baja y ronca, hicieron que todo su cuerpo se tensara.
—De ahora en adelante debe tener cuidado con sus labios, porque se ven muy apetitosos y yo solo quiero degustarlos —dijo él con voz ronca y con firmeza—. Tú eres el postre que más ansió comer, mi flor.
El rubor subió rápidamente a sus mejillas mientras. En un acto reflejo, se cubrió la boca con las manos, protegiéndose de la intensidad de sus ojos azules.
El ardor en su rostro aumentó. Su corazón latía con fuerza, acelerando a un ritmo que no podía controlar. La forma en que él la miraba, con esa mezcla de deseo y poder, la hacía sentir como una presa acorralada. Era como si fuera un león acechando a su presa, un cazador que estaba dispuesto a esperar el momento justo para atacar. No podía apartar la mirada de sus ojos azules, tan penetrantes y fríos, como si estuvieran desnudando su alma. Un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras intentaba recuperar la compostura. Lo peor del asunto era que no se sentía incomodaba o acosada, porque él se manifestaba tan seguro, como si de verdad le hubiera otorgado esos privilegios sobre ella. ¿Quién era ese muchacho tan atractivo y dominante?
Nunca antes se había sentido tan vulnerable, tan expuesta ante alguien. En ese momento, se dio cuenta de que él, un joven con tanta seguridad y poder, tenía la capacidad de destruirla si lo deseaba. Y lo peor de todo era que, por alguna razón que no comprendía, también había algo en él que la atraía de una manera que le resultaba incomprensible. Era como si estuviera bajo un hechizo, atrapada en una red de emociones contradictorias: miedo, atracción, confusión y una creciente curiosidad por saber más sobre él. Estaba segura de que, si descuidada o bajaba la guardia, ese muchacho, la iba a devorar.
Heinz la observaba desde su posición con una mezcla de satisfacción y paciencia. Ver cómo Ha-na reaccionaba a sus palabras, cómo el rubor inundaba sus mejillas, y la forma en que se cubría los labios con nerviosismo le resultaba fascinante. A pesar de la confusión que dominaba su rostro, había algo en sus gestos que le recordaba a la Ha-na que había conocido tiempo atrás, aunque claramente ella no lo recordaba. Eso no le molestaba. En su mente, sabía que eventualmente lo haría, porque, para él, todo estaba bajo control. Este era un simple obstáculo en el camino que ya había planeado.
No podía evitar sonreír ligeramente al ver cómo ella se cubría la boca. Era un gesto inocente y reflejo, como si creyera que podía protegerse de él. Pero Heinz sabía que ya había cruzado una línea con ese beso, y que había plantado algo en su mente. Ella ya no podría olvidarlo, ni a él ni a lo que había hecho. Esa era la primera victoria, la primera grieta en su mundo controlado y seguro. Ahora él estaba dentro, y aunque ella no lo reconociera, eso le daba el poder que necesitaba.
Volvió a su puesto con calma, mirando cómo Ha-na seguía tratando de procesar lo que había pasado. Él podía ver la confusión en sus ojos marrones, el conflicto interno que la mantenía en silencio. Pero no tenía prisa. Entendía que la mente de ella estaba trabajando a su favor, tratando de recordar, de entender, de encontrar alguna explicación a lo que estaba sucediendo. Y aunque ella no podía articularlo aún, él sabía que eventualmente llegaría a la conclusión correcta: que él era alguien que había llegado para reclamar lo que le pertenecía.
Heinz no dejaba de admirarla. Su postura rígida, la manera en que mantenía las manos sobre sus labios, como si aún no pudiera creer lo que había sucedido. Y esa expresión en su rostro, en una mezcla de sorpresa, vergüenza y algo más, algo que él reconocía como el primer indicio de que lograba alterarla.La atmosfera estaba llena de tensión, pero Heinz tenía en control absoluto. Había esperado mucho tiempo para este momento. Aunque ella no lo recordara, se mantendría firme. Su corazón latía con fuerza, no por ansiedad, sino por la emoción de saber que estaba un paso más cerca de cumplir su objetivo. Había reclamado lo que le pertenecía, y nada ni nadie se interpondría en su camino.La muchacha coreana que había admirado desde lejos, ahora estaba en su poder. Años había esperado para poder tenerla. Sintió una oleada de satisfacción. Estaba dispuesto a esperar, a dejar que los recuerdos volvieran lentamente. Porque sabía que, una vez que eso sucediera, ella no tendría otra opción más que
Heinz no dijo nada, pero su sonrisa se mantuvo, como si supiera que, tarde o temprano, ella cedería. Contempló esas facciones asiáticas tan lindas y esos parpados un poco cerrados como caracterizaba a las coreanas. Ella tenía treinta años, pero lucía tan joven y bella como de su edad, veinticinco. Su cara era de proporciones hermosas, con esa nariz griega, boca pequeña y los labios delgados. En complemento con su piel blanca y su maquillaje era como una muñeca de porcelana.Ha-na lo miró con los ojos entrecerrados, intentando desentrañar las intenciones de ese extraño que, de alguna manera, se había metido en su vida con una autoridad que ella no había concedido. No podía evitar sentir desconfianza, y mucho menos después de todo lo que había pasado en las últimas horas. Pero sus palabras tenían una coherencia inesperada, y aunque odiaba admitirlo, algo en su tono le transmitía seguridad.—¿Qué es lo que deseas hacer? —preguntó Heinz con una calma inquietante—. ¿Manejar un auto a toda
Heinz era consciente de que no estaba actuando de manera convencional, pero algo en lo profundo de su ser le decía que esto era lo correcto. No tenía malas intenciones, pero su deseo de protegerla, de estar cerca de ella, de hacerla suya de una manera que nadie más pudiera, lo impulsaba a seguir adelante.Mientras se dirigían al club privado que Ha-na había mencionado, Heinz no pudo evitar pensar en lo surrealista de la situación. Apenas unas horas antes, ella estaba a punto de casarse con otro hombre, y ahora estaba con él, buscando refugio en el alcohol para calmar su dolor. Había una parte de él que se sentía culpable por estar feliz de que el prometido de Ha-na la hubiera dejado plantada. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir que, de alguna manera, las cosas habían salido como debían. Ahora, ella estaba allí, con él. No la había perdido.Al llegar, el sitio se manifestaba elegante, pues reservado para la élite. Las luces eran tenues, una mezcla de neones azules y púrpuras
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, Heinz se dirigió hacia su penthouse con pasos medidos, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper el delicado equilibrio que existía entre ellos en ese momento. El largo pasillo hacia su habitación parecía infinito, y durante todo ese tiempo, no podía apartar la vista de su rostro. Incluso en su estado de vulnerabilidad, ella era hermosa. Sus facciones suaves y delicadas, su piel impecable y esos ojos que, aunque ahora estaban cerrados, eran una puerta a un alma que él anhelaba conocer más profundamente.Al llegar a la habitación, la depositó con cuidado en la cama, como si fuera un tesoro frágil. Se arrodilló a su lado para quitarle los tenis que había comprado antes, sin dejar de observar su rostro. Era como si no pudiera apartar los ojos de ella, como si temiera que, si lo hacía, este momento perfecto pudiera desvanecerse en el aire.Cuando terminó de quitarle el calzado, quedó sentada a su lado, observándola en s
La cocina era moderna, minimalista, con superficies limpias y de acero inoxidable. Heinz se movía por ella con una calma inusual, preparando algunos platillos sencillos pero reconfortantes. Mientras cocinaba, sus pensamientos vagaban. El beso de Ha-na seguía fresco en su mente, ese breve contacto que había sacudido su mundo. Había pasado tanto tiempo soñando con ella, idealizándola, que ahora, tenerla allí, en su hogar, era casi irreal. Sabía que no debía aprovecharse de su vulnerabilidad, y aunque la tentación era fuerte, había decidido que la dejaría tomar las riendas de lo que sucediera entre ellos.Mientras cortaba algunos ingredientes, sus pensamientos volvieron al pasado, a aquellos días en los que había conocido a Ha-na por primera vez. Ella siempre había estado fuera de su alcance, una mujer que parecía inaccesible, intocable. Pero Heinz no había podido evitar enamorarse. Ahora, en circunstancias completamente distintas, ella estaba allí, en su casa, y él tenía una oportunidad
El silencio inminente se apoderó del lugar, mientras todos se veían, confundidos y sorprendidos por la petición tan directa y atrevida del niño. Todos esperaban su respuesta. Sentía las miradas de sus amigos, especialmente la de su compañera que había iniciado la conversación. ¿Qué debería hacer? Incapaz de formular una respuesta clara. Era claro que debía rechazar la petición del muchacho de manera tajante. No era correcto, no era apropiado que alguien, y menos un niño, la tratara de esa manera. Pero otra parte de ella, una mucho más insegura, sentía que rechazarlo podría traer consecuencias. Después de todo, él tenía poder sobre el concurso, sobre la competencia. Podría decidir su destino, y el de su grupo, con un simple gesto.Era solo un beso, ¿verdad?, se decía a sí misma. Pero no podía evitar sentir que aquel gesto no era tan inocente como parecía. No era un beso cualquiera. Era algo más, algo que no sabía cómo definir. El chico la miraba con una intensidad que la hacía sentir e
En la universidad sus amigas, al principio mencionaban aquel episodio con frecuencia, riéndose de lo fácil que había sido ganar el concurso. "Solo un beso", solían decir entre risas. "Eso fue todo lo que tuvimos que hacer", “Sin darlo”. Ha-na sonreía a veces, aunque siempre sentía una punzada de incomodidad cuando el tema salía a la luz. No era algo de lo que quisiera hablar, y mucho menos recordar. ¿Por qué me sigue molestando esto? Pensaba en los momentos en que su mente volvía a esa tarde en el internado.El muchacho que la había señalado con su mirada penetrante se había convertido en una figura borrosa en su memoria. Recordaba el color helado de sus ojos, el tono impasible de su voz, pero no podía recordar detalles concretos, ni siquiera su nombre. Lo que sí recordaba con claridad era la sensación que le había provocado: una mezcla de incomodidad y vulnerabilidad que nunca había podido sacudirse por completo.Durante mucho tiempo, trató de racionalizarlo. Era solo un niño. Esa er
La novia estaba en el cuarto de espera del hotel de eventos. Su padre estaba allí y miraban la hora en su reloj de forma constante. Harada Ha-na que, en kanji Hana significaba Flor y en coreano, La primera, aunque tenía otras variedades. Era una mujer de treinta años, cuyos padres se habían mudado a América y se habían radicado allí. Había crecido en tierras extranjeras sin ningún inconveniente, adaptándose a la cultura y las tradiciones de ese lugar. Su papá era japonés y fue Corea donde conoció a su madre surcoreana.Ha-na estaba vestido con un maravilloso vestido de bodas, blanco. Su figura era esbelta, delgada. El atuendo tenía un escote en su torso que le dejaba ver su piel blanca y sus huesos de la clavícula. Su rostro era fino y con su maquillaje, aparentaban menor edad de la que tenía, como si tuviera entre veinte o veinticinco. Era típico de las coreanas parecer más jóvenes. Su cabello liso, oscuro, estaba recogido en un moño. En su cabeza había una tiara que soportaba el vel