Ha-na apartó la vista rápidamente, sintiéndose atrapada por la intensidad de su mirada. Intentó tragar el nudo en su garganta. ¿Qué debía hacer? La tienda era un lugar público. Podía salir corriendo, pedir ayuda. Pero cuando trató de imaginarse abriendo la puerta y huyendo, sintió que sus piernas no responderían, como si el miedo las hubiera paralizado. Además, había algo en él que la hacía dudar, algo en la forma en que la había sostenido al sacarla de ese salón, en la determinación de sus palabras. Como si realmente creyera que le pertenecía.
Se volvió a mirarlo, buscando algo, cualquier indicio de quién era él o de qué planeaba. Pero su rostro era inescrutable. Sus ojos, fríos y oscuros, no revelaban nada de sus pensamientos. Estaba completamente atrapada en una red de preguntas sin respuestas. ¿Qué quería de ella? ¿Por qué la había llevado hasta allí? La incertidumbre la desgarraba por dentro, y en su pecho, una mezcla de miedo y una extraña y frustrante fascinación se enredaban, intensificándose con cada segundo que pasaba.
Las palabras de Edwuard, las imágenes del video, la traición que acababa de presenciar se desvanecía lentamente, reemplazadas por la figura imponente de este hombre que había irrumpido en su vida como una tormenta. Intentó ordenar sus pensamientos, encontrar alguna lógica, pero todo escapaba a su comprensión. Lo único que sabía con certeza era que ya no estaba a salvo en su propia vida. Todo lo que había conocido se había desmoronado, y ahora estaba bajo el control de un hombre que la miraba como si fuera la respuesta a todas sus preguntas, como si ella realmente le perteneciera.
Él abrió la puerta del coche y salió. Ha-na lo siguió con la mirada mientras rodeaba el vehículo, su mente girando en espiral. Finalmente, abrió la puerta del copiloto, y ella sintió el aire frío de la noche golpearle el rostro. Tragó saliva, su corazón martillando dolorosamente contra sus costillas. Estaba a punto de enfrentarse a lo desconocido, y por más que quisiera resistirse, no podía ignorar la sensación inquietante de que su vida había cambiado para siempre en el instante en que él la había besado.
Ha-na seguía sumida en un estado de incredulidad y desconcierto mientras la llevaba de la mano hacia la tienda. Todo a su alrededor parecía irreal, como si se encontrara en una burbuja donde el tiempo y el espacio se habían distorsionado. El extraño la guiaba con seguridad, su mano firme sosteniendo la suya. Sentía la calidez y la fuerza de su agarre, una presión constante que le recordaba que aquello estaba sucediendo de verdad. Pero, ¿cómo podía ser real? En cuestión de minutos, su vida había dado un giro tan brusco que se sentía mareada, como si estuviera al borde de perder el equilibrio en cualquier momento.
Sus ojos se posaron en la tienda frente a ella, pero su mente estaba en otra parte, atrapada en el caos de pensamientos que la abrumaban. Ni siquiera podía formar palabras para preguntarle quién era o qué pretendía. Algo dentro de ella se resistía a romper el silencio. Era como si la presencia de este hombre la mantuviera en un trance, una mezcla de miedo, confusión y una extraña fascinación que la dejaba sin aliento. Sentía su cuerpo moverse automáticamente, como una marioneta, mientras él la guiaba a través de la entrada de la tienda.
El interior estaba lleno de ropa, zapatos y accesorios de todo tipo. Las luces brillantes y los colores vivos de las prendas a su alrededor apenas lograban atravesar la neblina en su mente. Él la llevó hasta una zona específica, señalando algunas prendas que las empleadas rápidamente recogieron y le llevaron al probador. Ha-na se dejó hacer, permitiendo que la ayudaran a ponerse los vestidos, las blusas y los pantalones. Todo era un borrón de telas y texturas contra su piel, una sucesión de cambios que no le importaban. Lo único que tenía claro en esos momentos era que aquel extraño seguía allí, observándola con esos ojos azules que parecían penetrar hasta el fondo de su ser.
Mientras se probaba la ropa, sus miradas se cruzaban ocasionalmente a través del espejo del probador. Sus ojos eran tan intensos, tan llenos de un propósito que ella no lograba entender. Cada vez que la miraba, sentía una oleada de calor recorriéndole el cuerpo, una sensación inquietante que la hacía querer apartar la vista, pero al mismo tiempo, la atraía como un imán. Él tenía una presencia que llenaba todo el espacio, como si cada movimiento suyo, cada mirada, estuviera cargada de un significado que se le escapaba. Era desconcertante cómo podía sentirse tan expuesta y tan perdida al mismo tiempo.
Luego llegaron a la sección de calzado. Él seleccionó unos tenis deportivos y se arrodilló frente a ella para probárselos. Ha-na miró hacia abajo, observándolo con los ojos abiertos de par en par, su respiración se volvió irregular. El hecho de que él, un completo desconocido, se arrodillara frente a ella y la ayudara a ponerse los zapatos, le provocó un escalofrío. Era una imagen que se alejaba completamente de la realidad que ella conocía. Le quitó los tacones con una suavidad inesperada, sus manos firmes y precisas mientras desabrochaba las tiras y se los sacaba. Luego tomó los tenis y, con la misma calma, se los puso, ajustando los cordones como si fuera lo más natural del mundo.
La mirada de Ha-na se desvió hacia él mientras estaba agachado frente a ella, concentrado en su tarea. Sus manos trabajaban con destreza, y por un breve momento, se sintió como una niña a la que estaban cuidando. La confusión en su interior se mezcló con un extraño sentimiento de vulnerabilidad. ¿Por qué hacía esto? ¿Quién era él para preocuparse tanto por ella, para mostrarle una amabilidad tan inesperada después de irrumpir en su vida de esa forma? No podía entenderlo. No podía encontrar una sola razón que explicara su comportamiento.
Cuando él terminó de colocarle los tenis, se incorporó y volvió a mirarla, esos ojos azules se encontraron con los suyos. Sintió un nudo formarse en su garganta. Sus palabras seguían ausentes, atrapadas en algún lugar entre el miedo y la incertidumbre. Él la miraba con una expresión serena, como si todo esto tuviera un sentido claro para él, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Pero para ella, todo era un misterio.
Salieron de la tienda con bolsas en las manos, y él volvió a llevarla al coche. El contacto de sus dedos entrelazados la mantenía anclada a la realidad, aunque no dejaba de sentirse como un sueño extraño y distorsionado. El mundo exterior apenas la tocaba mientras él la guiaba. La brisa cálida del día acariciaba su piel, pero no lograba sacarla de ese trance en el que estaba sumida. El viaje fue breve y silencioso hasta que llegaron a una pastelería. La vista del lugar fue como un golpe de realidad. El aroma dulce del chocolate y los pasteles flotó en el aire, despertando sus sentidos.
Él la condujo al interior y seleccionó algunos chocolates y pasteles, ofreciéndole uno tras otro. Ha-na lo miraba, confundida por esta inesperada amabilidad. Cuando él la animó a probar un trozo de pastel, ella tomó un pequeño bocado. La dulzura se extendió por su lengua, pero su mente seguía demasiado revuelta como para disfrutarlo. Él se sentó frente a ella, con esa misma expresión seria y concentrada, observándola. Sus ojos azules brillaban bajo la luz del local, haciéndola sentir como si la estuvieran analizando, evaluando cada uno de sus movimientos.
Ha-na sentía el calor de sus mejillas mientras comía en silencio, consciente de la intensidad de su mirada. Había algo en él que la inquietaba, que la mantenía alerta, aunque al mismo tiempo le ofrecía una sensación de calma inexplicable. La forma en que la había tratado hasta ahora era contradictoria a la imagen del hombre autoritario que había irrumpido en su boda. ¿Quién era realmente este joven que la miraba con una mezcla de posesión y dulzura? ¿Por qué se preocupaba tanto por ella?Por más que se esforzaba en recordar, en encontrar alguna pista en sus recuerdos, no podía ubicarlo en ninguna parte de su vida. Su nombre, su rostro, todo en él era desconocido, y sin embargo, se movía a su alrededor como si tuviera un derecho natural sobre ella, como si todo esto fuera parte de un plan que ella desconocía. La extraña amabilidad con la que la trataba la desarmaba aún más. Había esperado rudeza, había esperado ser arrojada a un mundo de amenazas y demandas, pero él la trataba con una
Heinz no dejaba de admirarla. Su postura rígida, la manera en que mantenía las manos sobre sus labios, como si aún no pudiera creer lo que había sucedido. Y esa expresión en su rostro, en una mezcla de sorpresa, vergüenza y algo más, algo que él reconocía como el primer indicio de que lograba alterarla.La atmosfera estaba llena de tensión, pero Heinz tenía en control absoluto. Había esperado mucho tiempo para este momento. Aunque ella no lo recordara, se mantendría firme. Su corazón latía con fuerza, no por ansiedad, sino por la emoción de saber que estaba un paso más cerca de cumplir su objetivo. Había reclamado lo que le pertenecía, y nada ni nadie se interpondría en su camino.La muchacha coreana que había admirado desde lejos, ahora estaba en su poder. Años había esperado para poder tenerla. Sintió una oleada de satisfacción. Estaba dispuesto a esperar, a dejar que los recuerdos volvieran lentamente. Porque sabía que, una vez que eso sucediera, ella no tendría otra opción más que
Heinz no dijo nada, pero su sonrisa se mantuvo, como si supiera que, tarde o temprano, ella cedería. Contempló esas facciones asiáticas tan lindas y esos parpados un poco cerrados como caracterizaba a las coreanas. Ella tenía treinta años, pero lucía tan joven y bella como de su edad, veinticinco. Su cara era de proporciones hermosas, con esa nariz griega, boca pequeña y los labios delgados. En complemento con su piel blanca y su maquillaje era como una muñeca de porcelana.Ha-na lo miró con los ojos entrecerrados, intentando desentrañar las intenciones de ese extraño que, de alguna manera, se había metido en su vida con una autoridad que ella no había concedido. No podía evitar sentir desconfianza, y mucho menos después de todo lo que había pasado en las últimas horas. Pero sus palabras tenían una coherencia inesperada, y aunque odiaba admitirlo, algo en su tono le transmitía seguridad.—¿Qué es lo que deseas hacer? —preguntó Heinz con una calma inquietante—. ¿Manejar un auto a toda
Heinz era consciente de que no estaba actuando de manera convencional, pero algo en lo profundo de su ser le decía que esto era lo correcto. No tenía malas intenciones, pero su deseo de protegerla, de estar cerca de ella, de hacerla suya de una manera que nadie más pudiera, lo impulsaba a seguir adelante.Mientras se dirigían al club privado que Ha-na había mencionado, Heinz no pudo evitar pensar en lo surrealista de la situación. Apenas unas horas antes, ella estaba a punto de casarse con otro hombre, y ahora estaba con él, buscando refugio en el alcohol para calmar su dolor. Había una parte de él que se sentía culpable por estar feliz de que el prometido de Ha-na la hubiera dejado plantada. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir que, de alguna manera, las cosas habían salido como debían. Ahora, ella estaba allí, con él. No la había perdido.Al llegar, el sitio se manifestaba elegante, pues reservado para la élite. Las luces eran tenues, una mezcla de neones azules y púrpuras
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, Heinz se dirigió hacia su penthouse con pasos medidos, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper el delicado equilibrio que existía entre ellos en ese momento. El largo pasillo hacia su habitación parecía infinito, y durante todo ese tiempo, no podía apartar la vista de su rostro. Incluso en su estado de vulnerabilidad, ella era hermosa. Sus facciones suaves y delicadas, su piel impecable y esos ojos que, aunque ahora estaban cerrados, eran una puerta a un alma que él anhelaba conocer más profundamente.Al llegar a la habitación, la depositó con cuidado en la cama, como si fuera un tesoro frágil. Se arrodilló a su lado para quitarle los tenis que había comprado antes, sin dejar de observar su rostro. Era como si no pudiera apartar los ojos de ella, como si temiera que, si lo hacía, este momento perfecto pudiera desvanecerse en el aire.Cuando terminó de quitarle el calzado, quedó sentada a su lado, observándola en s
La cocina era moderna, minimalista, con superficies limpias y de acero inoxidable. Heinz se movía por ella con una calma inusual, preparando algunos platillos sencillos pero reconfortantes. Mientras cocinaba, sus pensamientos vagaban. El beso de Ha-na seguía fresco en su mente, ese breve contacto que había sacudido su mundo. Había pasado tanto tiempo soñando con ella, idealizándola, que ahora, tenerla allí, en su hogar, era casi irreal. Sabía que no debía aprovecharse de su vulnerabilidad, y aunque la tentación era fuerte, había decidido que la dejaría tomar las riendas de lo que sucediera entre ellos.Mientras cortaba algunos ingredientes, sus pensamientos volvieron al pasado, a aquellos días en los que había conocido a Ha-na por primera vez. Ella siempre había estado fuera de su alcance, una mujer que parecía inaccesible, intocable. Pero Heinz no había podido evitar enamorarse. Ahora, en circunstancias completamente distintas, ella estaba allí, en su casa, y él tenía una oportunidad
El silencio inminente se apoderó del lugar, mientras todos se veían, confundidos y sorprendidos por la petición tan directa y atrevida del niño. Todos esperaban su respuesta. Sentía las miradas de sus amigos, especialmente la de su compañera que había iniciado la conversación. ¿Qué debería hacer? Incapaz de formular una respuesta clara. Era claro que debía rechazar la petición del muchacho de manera tajante. No era correcto, no era apropiado que alguien, y menos un niño, la tratara de esa manera. Pero otra parte de ella, una mucho más insegura, sentía que rechazarlo podría traer consecuencias. Después de todo, él tenía poder sobre el concurso, sobre la competencia. Podría decidir su destino, y el de su grupo, con un simple gesto.Era solo un beso, ¿verdad?, se decía a sí misma. Pero no podía evitar sentir que aquel gesto no era tan inocente como parecía. No era un beso cualquiera. Era algo más, algo que no sabía cómo definir. El chico la miraba con una intensidad que la hacía sentir e
En la universidad sus amigas, al principio mencionaban aquel episodio con frecuencia, riéndose de lo fácil que había sido ganar el concurso. "Solo un beso", solían decir entre risas. "Eso fue todo lo que tuvimos que hacer", “Sin darlo”. Ha-na sonreía a veces, aunque siempre sentía una punzada de incomodidad cuando el tema salía a la luz. No era algo de lo que quisiera hablar, y mucho menos recordar. ¿Por qué me sigue molestando esto? Pensaba en los momentos en que su mente volvía a esa tarde en el internado.El muchacho que la había señalado con su mirada penetrante se había convertido en una figura borrosa en su memoria. Recordaba el color helado de sus ojos, el tono impasible de su voz, pero no podía recordar detalles concretos, ni siquiera su nombre. Lo que sí recordaba con claridad era la sensación que le había provocado: una mezcla de incomodidad y vulnerabilidad que nunca había podido sacudirse por completo.Durante mucho tiempo, trató de racionalizarlo. Era solo un niño. Esa er