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4. La tienda de ropa

Ha-na apartó la vista rápidamente, sintiéndose atrapada por la intensidad de su mirada. Intentó tragar el nudo en su garganta. ¿Qué debía hacer? La tienda era un lugar público. Podía salir corriendo, pedir ayuda. Pero cuando trató de imaginarse abriendo la puerta y huyendo, sintió que sus piernas no responderían, como si el miedo las hubiera paralizado. Además, había algo en él que la hacía dudar, algo en la forma en que la había sostenido al sacarla de ese salón, en la determinación de sus palabras. Como si realmente creyera que le pertenecía.

Se volvió a mirarlo, buscando algo, cualquier indicio de quién era él o de qué planeaba. Pero su rostro era inescrutable. Sus ojos, fríos y oscuros, no revelaban nada de sus pensamientos. Estaba completamente atrapada en una red de preguntas sin respuestas. ¿Qué quería de ella? ¿Por qué la había llevado hasta allí? La incertidumbre la desgarraba por dentro, y en su pecho, una mezcla de miedo y una extraña y frustrante fascinación se enredaban, intensificándose con cada segundo que pasaba.

Las palabras de Edwuard, las imágenes del video, la traición que acababa de presenciar se desvanecía lentamente, reemplazadas por la figura imponente de este hombre que había irrumpido en su vida como una tormenta. Intentó ordenar sus pensamientos, encontrar alguna lógica, pero todo escapaba a su comprensión. Lo único que sabía con certeza era que ya no estaba a salvo en su propia vida. Todo lo que había conocido se había desmoronado, y ahora estaba bajo el control de un hombre que la miraba como si fuera la respuesta a todas sus preguntas, como si ella realmente le perteneciera.

Él abrió la puerta del coche y salió. Ha-na lo siguió con la mirada mientras rodeaba el vehículo, su mente girando en espiral. Finalmente, abrió la puerta del copiloto, y ella sintió el aire frío de la noche golpearle el rostro. Tragó saliva, su corazón martillando dolorosamente contra sus costillas. Estaba a punto de enfrentarse a lo desconocido, y por más que quisiera resistirse, no podía ignorar la sensación inquietante de que su vida había cambiado para siempre en el instante en que él la había besado.

Ha-na seguía sumida en un estado de incredulidad y desconcierto mientras la llevaba de la mano hacia la tienda. Todo a su alrededor parecía irreal, como si se encontrara en una burbuja donde el tiempo y el espacio se habían distorsionado. El extraño la guiaba con seguridad, su mano firme sosteniendo la suya. Sentía la calidez y la fuerza de su agarre, una presión constante que le recordaba que aquello estaba sucediendo de verdad. Pero, ¿cómo podía ser real? En cuestión de minutos, su vida había dado un giro tan brusco que se sentía mareada, como si estuviera al borde de perder el equilibrio en cualquier momento.

Sus ojos se posaron en la tienda frente a ella, pero su mente estaba en otra parte, atrapada en el caos de pensamientos que la abrumaban. Ni siquiera podía formar palabras para preguntarle quién era o qué pretendía. Algo dentro de ella se resistía a romper el silencio. Era como si la presencia de este hombre la mantuviera en un trance, una mezcla de miedo, confusión y una extraña fascinación que la dejaba sin aliento. Sentía su cuerpo moverse automáticamente, como una marioneta, mientras él la guiaba a través de la entrada de la tienda.

El interior estaba lleno de ropa, zapatos y accesorios de todo tipo. Las luces brillantes y los colores vivos de las prendas a su alrededor apenas lograban atravesar la neblina en su mente. Él la llevó hasta una zona específica, señalando algunas prendas que las empleadas rápidamente recogieron y le llevaron al probador. Ha-na se dejó hacer, permitiendo que la ayudaran a ponerse los vestidos, las blusas y los pantalones. Todo era un borrón de telas y texturas contra su piel, una sucesión de cambios que no le importaban. Lo único que tenía claro en esos momentos era que aquel extraño seguía allí, observándola con esos ojos azules que parecían penetrar hasta el fondo de su ser.

Mientras se probaba la ropa, sus miradas se cruzaban ocasionalmente a través del espejo del probador. Sus ojos eran tan intensos, tan llenos de un propósito que ella no lograba entender. Cada vez que la miraba, sentía una oleada de calor recorriéndole el cuerpo, una sensación inquietante que la hacía querer apartar la vista, pero al mismo tiempo, la atraía como un imán. Él tenía una presencia que llenaba todo el espacio, como si cada movimiento suyo, cada mirada, estuviera cargada de un significado que se le escapaba. Era desconcertante cómo podía sentirse tan expuesta y tan perdida al mismo tiempo.

Luego llegaron a la sección de calzado. Él seleccionó unos tenis deportivos y se arrodilló frente a ella para probárselos. Ha-na miró hacia abajo, observándolo con los ojos abiertos de par en par, su respiración se volvió irregular. El hecho de que él, un completo desconocido, se arrodillara frente a ella y la ayudara a ponerse los zapatos, le provocó un escalofrío. Era una imagen que se alejaba completamente de la realidad que ella conocía. Le quitó los tacones con una suavidad inesperada, sus manos firmes y precisas mientras desabrochaba las tiras y se los sacaba. Luego tomó los tenis y, con la misma calma, se los puso, ajustando los cordones como si fuera lo más natural del mundo.

La mirada de Ha-na se desvió hacia él mientras estaba agachado frente a ella, concentrado en su tarea. Sus manos trabajaban con destreza, y por un breve momento, se sintió como una niña a la que estaban cuidando. La confusión en su interior se mezcló con un extraño sentimiento de vulnerabilidad. ¿Por qué hacía esto? ¿Quién era él para preocuparse tanto por ella, para mostrarle una amabilidad tan inesperada después de irrumpir en su vida de esa forma? No podía entenderlo. No podía encontrar una sola razón que explicara su comportamiento.

Cuando él terminó de colocarle los tenis, se incorporó y volvió a mirarla, esos ojos azules se encontraron con los suyos. Sintió un nudo formarse en su garganta. Sus palabras seguían ausentes, atrapadas en algún lugar entre el miedo y la incertidumbre. Él la miraba con una expresión serena, como si todo esto tuviera un sentido claro para él, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Pero para ella, todo era un misterio.

Salieron de la tienda con bolsas en las manos, y él volvió a llevarla al coche. El contacto de sus dedos entrelazados la mantenía anclada a la realidad, aunque no dejaba de sentirse como un sueño extraño y distorsionado. El mundo exterior apenas la tocaba mientras él la guiaba. La brisa cálida del día acariciaba su piel, pero no lograba sacarla de ese trance en el que estaba sumida. El viaje fue breve y silencioso hasta que llegaron a una pastelería. La vista del lugar fue como un golpe de realidad. El aroma dulce del chocolate y los pasteles flotó en el aire, despertando sus sentidos.

Él la condujo al interior y seleccionó algunos chocolates y pasteles, ofreciéndole uno tras otro. Ha-na lo miraba, confundida por esta inesperada amabilidad. Cuando él la animó a probar un trozo de pastel, ella tomó un pequeño bocado. La dulzura se extendió por su lengua, pero su mente seguía demasiado revuelta como para disfrutarlo. Él se sentó frente a ella, con esa misma expresión seria y concentrada, observándola. Sus ojos azules brillaban bajo la luz del local, haciéndola sentir como si la estuvieran analizando, evaluando cada uno de sus movimientos.

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