El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, Heinz se dirigió hacia su penthouse con pasos medidos, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper el delicado equilibrio que existía entre ellos en ese momento. El largo pasillo hacia su habitación parecía infinito, y durante todo ese tiempo, no podía apartar la vista de su rostro. Incluso en su estado de vulnerabilidad, ella era hermosa. Sus facciones suaves y delicadas, su piel impecable y esos ojos que, aunque ahora estaban cerrados, eran una puerta a un alma que él anhelaba conocer más profundamente.Al llegar a la habitación, la depositó con cuidado en la cama, como si fuera un tesoro frágil. Se arrodilló a su lado para quitarle los tenis que había comprado antes, sin dejar de observar su rostro. Era como si no pudiera apartar los ojos de ella, como si temiera que, si lo hacía, este momento perfecto pudiera desvanecerse en el aire.Cuando terminó de quitarle el calzado, quedó sentada a su lado, observándola en s
La cocina era moderna, minimalista, con superficies limpias y de acero inoxidable. Heinz se movía por ella con una calma inusual, preparando algunos platillos sencillos pero reconfortantes. Mientras cocinaba, sus pensamientos vagaban. El beso de Ha-na seguía fresco en su mente, ese breve contacto que había sacudido su mundo. Había pasado tanto tiempo soñando con ella, idealizándola, que ahora, tenerla allí, en su hogar, era casi irreal. Sabía que no debía aprovecharse de su vulnerabilidad, y aunque la tentación era fuerte, había decidido que la dejaría tomar las riendas de lo que sucediera entre ellos.Mientras cortaba algunos ingredientes, sus pensamientos volvieron al pasado, a aquellos días en los que había conocido a Ha-na por primera vez. Ella siempre había estado fuera de su alcance, una mujer que parecía inaccesible, intocable. Pero Heinz no había podido evitar enamorarse. Ahora, en circunstancias completamente distintas, ella estaba allí, en su casa, y él tenía una oportunidad
El silencio inminente se apoderó del lugar, mientras todos se veían, confundidos y sorprendidos por la petición tan directa y atrevida del niño. Todos esperaban su respuesta. Sentía las miradas de sus amigos, especialmente la de su compañera que había iniciado la conversación. ¿Qué debería hacer? Incapaz de formular una respuesta clara. Era claro que debía rechazar la petición del muchacho de manera tajante. No era correcto, no era apropiado que alguien, y menos un niño, la tratara de esa manera. Pero otra parte de ella, una mucho más insegura, sentía que rechazarlo podría traer consecuencias. Después de todo, él tenía poder sobre el concurso, sobre la competencia. Podría decidir su destino, y el de su grupo, con un simple gesto.Era solo un beso, ¿verdad?, se decía a sí misma. Pero no podía evitar sentir que aquel gesto no era tan inocente como parecía. No era un beso cualquiera. Era algo más, algo que no sabía cómo definir. El chico la miraba con una intensidad que la hacía sentir e
En la universidad sus amigas, al principio mencionaban aquel episodio con frecuencia, riéndose de lo fácil que había sido ganar el concurso. "Solo un beso", solían decir entre risas. "Eso fue todo lo que tuvimos que hacer", “Sin darlo”. Ha-na sonreía a veces, aunque siempre sentía una punzada de incomodidad cuando el tema salía a la luz. No era algo de lo que quisiera hablar, y mucho menos recordar. ¿Por qué me sigue molestando esto? Pensaba en los momentos en que su mente volvía a esa tarde en el internado.El muchacho que la había señalado con su mirada penetrante se había convertido en una figura borrosa en su memoria. Recordaba el color helado de sus ojos, el tono impasible de su voz, pero no podía recordar detalles concretos, ni siquiera su nombre. Lo que sí recordaba con claridad era la sensación que le había provocado: una mezcla de incomodidad y vulnerabilidad que nunca había podido sacudirse por completo.Durante mucho tiempo, trató de racionalizarlo. Era solo un niño. Esa er
—Sígueme, te mostrare el contrato.Heinz la agarró por la mano y la guio por el penthouse. La llevó al despacho y le entregó el documento. Ella empezó a leerlo y hacía gestos al descubrir las cláusulas que estaban allí redactadas.—La parte A denominada con Heinz Dietrich que, al ser menor de edad contara con el permiso y representante legal, hasta cumplir la mayoría de edad. La parte B llamada Harada Ha-na. Clausula una: La parte B debe darle un solo beso a la parte A. Pero como no podías dármelo, el interés de mora ha causado estragos desde entonces. Cláusula dos: Al no cumplirlo, la parte B deberá un beso acumulativo por cada día desde la firma del acuerdo —dijo Heinz, explicando lo escrito—. Si cada año tiene trescientos sesenta y cinco días y han pasado nueve años, esto nos da tres mil doscientos ochenta y cinco besos. Es un cálculo básico. Sin embargo…Ha-na leyó lo demás de forma mental, mientras él lo repetía.Cláusula tres: Este será multiplicado por el precio individual de ca
"Número siete: la parte B otorga su permiso, su cuerpo y su voluntad a la parte A".Esas palabras en particular hacían que su corazón latiera desbocado, que el pánico se apoderara de su pecho. Sus amigas siempre le habían dicho que olvidara el asunto, que no tenía importancia, que era solo un juego estúpido, algo que todos hacían para salir de situaciones incómodas. Pero esto no era un juego. Esto era real. Y ahora estaba atrapada. Miró de reojo a Heinz, que la observaba con una calma perturbadora, una seguridad que contrastaba con el caos que sentía dentro de sí.Heinz la contemplaba en silencio, observando cada pequeña reacción en su rostro. Sabía que esto sería difícil para ella, pero también sabía que el contrato era indiscutible. Lo había diseñado meticulosamente, y había esperado todos esos años para que las piezas cayeran en su lugar. "Tú, me perteneces", había dicho, y en su mente esa frase no era solo una declaración, sino un hecho. Había esperado con paciencia, observando de
Ha-na era una novia abandonada, dejada en el altar por un hombre que nunca la quiso. Y ahora, otro hombre, uno que apenas conocía, le exigía algo que no estaba dispuesta a dar. Se sentía traicionada, humillada, como si todos los hombres en su vida se hubieran confabulado para destruirla.El vestido blanco, que alguna vez había sido símbolo de una promesa de amor, ahora se sentía como una carga. Cada paso que daba hacía que el satén y la tela pesada se pegaran a su piel húmeda por el sudor. El calor era insoportable, pero Ha-na apenas podía concentrarse en eso. Su mente estaba nublada por pensamientos de desesperación y confusión. "¿Cómo fue que llegué aquí?", se repetía una y otra vez, sin poder encontrar una respuesta clara.El sol quemaba su rostro, y al salir a la calle, notó cómo las miradas de los transeúntes se clavaban en ella. Una mujer en un vestido de novia, descalza y claramente angustiada, era una imagen que no pasaba desapercibida. Pero Ha-na no tenía la energía para preo
—Está bien —comentó Heinz—. Colócate de pie. Yo lo compraré por ti.Ha-na se levantó y obtuvo uno de chocolate. Se quedaron unos minutos hasta terminar. Pero los pies le ardían y caminar de regreso la lastimaría más.Heinz se dio cuenta. Le ofreció el paraguas. Entonces, se encorvó y la cargó como princesa por la calle, mientras la sombrilla los ocultaba un poco.Ha-na observó el rostro firme y serio de Heinz. Debido a su mala experiencia al ser abandonada, su estado de trance y su rabia, no había detallado que era atractivo y hermoso. Sin embargo, eso no le importaba. Se supone que le debía millones de besos a ese chico. Debía darle uno cada día. Además, esos labios ya habían tocado los suyos. Se sonrojó al recordarlo como la había sujetado y apretado en el salón de bodas. Al llegar de nuevo al pentohuse, él la sentó en el sillón y le quitó las medias veladas. Se sintió extraña al estar allí, después de lo que había sido un tan caótico. Todo parecía surrealista, desde el momento en q