Heinz vio como su orgasmo brotaba de la rosada y hermosa intimidad de Ha-na. Algunas gotas cayeron al piso. Se alzó el pantalón y la cargó en sus brazos al espacioso baño interno del despacho. La luz se encendió, dando claridad. La acomodó con cuidado en el piso. Agarró papel sanitario.Ha-na se apoyó contra la pared, con su espalada inclinada y su trasero sacado, mientras las delgadas piernas las tenía separada. Sonrojada, jadeando y sudada miró por el encima del hombro. Antes cada uno se limpiaba por separado, pero esa barrera también se había derrumbado. Luego de confesarse sus sentimientos y volverse novios, su confianza mutua había vuelto trascender. Ya no había intrigas o malentendidos entre ellos.Heinz comenzó a limpiar con ternura la humanidad manchada de Ha-na. Sus dedos acariciaban su intimidad, recogiendo el viscoso orgasmo blanco con movimientos suaves pero firmes. Ha-na jadeaba y temblaba bajo su toque, cada caricia provocando que su cuerpo respondiera con pequeños estre
Al llegar a la oficina, ambos volvieron a sus papeles de siempre. Heinz, con su porte imponente, caminó con confianza por los pasillos de la empresa que ahora también era parte de su portafolio de inversiones. Ha-na retomó su rol como gerente con profesionalismo, sosteniendo reuniones, revisando informes y manejando a su equipo con la eficiencia y determinación que siempre la habían caracterizado.Pero todos en la empresa sabían lo que había sucedido en su pasado. Muchos de sus compañeros de trabajo habían estado en su boda fallida. Habían visto cómo la dejaban plantada en el altar, cómo el hombre al que se suponía que se uniría para toda la vida la había humillado de la peor manera. Las murmuraciones en los pasillos al principio habían sido inevitables. Pero con el tiempo, esos mismos compañeros vieron cómo el poderoso Heinz Dietrich la protegió y la elevó.Ahora, la mujer que había sido víctima de la traición y el escándalo estaba con un hombre que la amaba con devoción. Un hombre q
Los fines de semana en casa de los Harada se convirtieron en un ritual reconfortante para Heinz y Ha-na. Desde el momento en que cruzaban la puerta de la casa familiar, eran recibidos con calidez y hospitalidad. La señora Harada, siempre diligente y amorosa, les preparaba los mejores platillos tradicionales, mientras el señor Harada conversaba animadamente con Heinz sobre negocios, valores familiares y su país de origen. Entre ellos se había formado un respeto mutuo, aunque el padre de Ha-na aún no comprendía del todo el alcance del amor que su hija sentía por Heinz. Pero lo veía en sus ojos, en su risa, en la forma en que sus hombros se relajaban cuando él estaba cerca.Ha-na disfrutaba de la alegría de estar en su hogar, rodeada por los recuerdos de su infancia, por las voces familiares que la hacían sentir segura. Su hermano menor no tardaba en acercarse a Heinz con admiración disimulada, tratando de aprender de él sin que se notara demasiado. Heinz lo trataba con la misma seriedad
El regreso a la ciudad no fue abrupto, pero sí marcó una nueva etapa en sus vidas. Heinz y Ha-na se reintegraron a la rutina, aunque ahora lo hacían como pareja, aunque en la oficina mantenían el mismo trato profesional de siempre. Él seguía siendo el inversionista de la empresa, una figura respetada y temida por algunos, mientras que ella, su secretaria y ahora gerente, era la encargada de coordinar con todos los departamentos y mantenerlo informado de cada movimiento.Al entrar nuevamente en la empresa, Ha-na fue recibida con cariño. Sus compañeros la habían extrañado, aunque nadie se atrevió a preguntar el motivo de su ausencia. Ella simplemente sonrió y les agradeció por el apoyo. La relación con todos se mantenía estable, pero la tensión en el aire aumentaba cada vez que Heinz pasaba cerca de ella. No se tocaban, no se miraban con intensidad, pero había algo en sus gestos que no necesitaba confirmación verbal.Erik también estuvo presente en su regreso. Al principio, cuando la vi
El amanecer apenas asomaba en el horizonte cuando Heinz y Ha-na salieron a correr. La brisa matutina refrescaba sus cuerpos mientras sus pasos resonaban sobre el pavimento. Corrían a un ritmo sincronizado, respirando acompasadamente, sintiendo el latido de su corazón elevarse con el esfuerzo. La ciudad aún dormitaba, lo que les permitía disfrutar de la tranquilidad de esas primeras horas del día, donde solo el sonido de sus zancadas y el susurro del viento los acompañaban.Ha-na, con su cabello oscuro recogido en una coleta alta, tenía gotas de sudor resbalando por su frente. Su piel blanca resplandecía bajo la tenue luz del sol naciente, y sus ojos en forma de hoja de sauce se entrecerraban mientras corría, concentrándose en la sensación de libertad que el ejercicio le brindaba. Heinz mantenía el paso con facilidad. Su cuerpo atlético se movía con gracia y determinación, su respiración era firme y controlada. Los músculos de sus piernas se tensaban con cada zancada, demostrando su fo
El viento arremolinó las faldas de Ha-na, envolviéndolos en un abrazo invisible, mientras Heinz, sin soltar su mano, la atrajo de nuevo hacia él. Esta vez, el beso fue más lento, más dulce, como si quisieran memorizar cada segundo. Sus lenguas se encontraron en un baile conocido, pero siempre nuevo, explorando, saboreando, prometiéndose cosas que solo el corazón entendía.Las luces de la ciudad seguían brillando, testigos mudos de su amor, mientras la luna, ahora alta en el cielo, los envolvía en su luz. No había prisa, ni preguntas, ni dudas. Solo ellos, el viento, y la noche que los cobijaba.Se quedaron allí por largos minutos, abrazados en la inmensidad de la noche, sabiendo que en ese instante no existía nada más. Ni el pasado, ni el miedo, ni las dudas. Solo ellos, y la certeza de que su amor trascendía cualquier obstáculo, cualquier sombra del ayer. Entonces, decidieron terminar su velada romántica en otro lugar más privado.El ascensor que los llevó a la suite era un espacio í
La novia estaba en el cuarto de espera del hotel de eventos. Su padre estaba allí, junto a ella, aguardando el momento en que su prometido llegara al salón. Se suponía que el novio ya se debía encontrar en el sitio, esperándola en el altar. Ellos miraban la hora de forma constante en su reloj.Ha-na, que, en kanji significaba, “Flor”, y, en coreano, “La primera”. Aunque tenía otras variedades. Ella era una mujer de treinta años, cuyos padres se habían mudado a América y se habían radicado allí. Había crecido en tierras extranjeras sin ningún inconveniente, adaptándose a la cultura y las tradiciones de ese lugar. Su papá era japonés, pero viajó a la península, y fue en Corea, donde conoció a su madre surcoreana.Ha-na llevaba puesto un maravilloso vestido de bodas blanco. Su figura era esbelta, delgada. El atuendo tenía un escote en su torso que le dejaba ver su piel blanca y sus huesos de la clavícula. Su rostro era fino y con su maquillaje, aparentaba menor edad de la que tenía, como
Ha-na recordó las noches que pasaron juntos, las promesas susurradas al oído, las caricias que ahora se sentían como golpes. Cada uno de esos momentos parecía teñirse ahora de una mentira amarga, una farsa bien ejecutada por alguien que nunca la valoró realmente. Le había entregado su virginidad, su amor, su confianza... y él había pisoteado todo eso sin remordimiento alguno. Su rostro comenzó a arder de vergüenza, una vergüenza que se enredaba con la rabia y la impotencia. Podía sentir las miradas sobre ella, como si estuvieran escudriñando cada rincón de su alma desnuda. ¿Qué pensarían ahora? Que era una tonta ingenua que había caído en las trampas de un hombre sin escrúpulos. La cultura a la que pertenecía la juzgaría, no a él, sino a ella, por no haber sido lo suficientemente cautelosa, por haber permitido que alguien la engañara de esa manera.Tragó con dificultad. Su garganta dolía, como si un grito atascado la ahogara. Respiró hondo, intentando calmar el torbellino que se desata