La Flor del Magnate
La Flor del Magnate
Por: Hernando J. Mendoza
Prefacio: La verdad

La novia estaba en el cuarto de espera del hotel de eventos. Su padre estaba allí y miraban la hora en su reloj de forma constante. Harada Ha-na que, en kanji Hana significaba Flor y en coreano, La primera, aunque tenía otras variedades. Era una mujer de treinta años, cuyos padres se habían mudado a América y se habían radicado allí. Había crecido en tierras extranjeras sin ningún inconveniente, adaptándose a la cultura y las tradiciones de ese lugar. Su papá era japonés y fue Corea donde conoció a su madre surcoreana.

Ha-na estaba vestido con un maravilloso vestido de bodas, blanco. Su figura era esbelta, delgada. El atuendo tenía un escote en su torso que le dejaba ver su piel blanca y sus huesos de la clavícula. Su rostro era fino y con su maquillaje, aparentaban menor edad de la que tenía, como si tuviera entre veinte o veinticinco. Era típico de las coreanas parecer más jóvenes. Su cabello liso, oscuro, estaba recogido en un moño. En su cabeza había una tiara que soportaba el velo que caía detrás de ella y que le ocultaba su rostro con sus facciones asiáticas, propia de una mujer coreana.

En la sala principal había una mezcla de personas de oriente y de occidente. Ya llevaban esperando más de media hora. Se suponía que el prometido era el primero en llegar para recibir a la novia en el altar. Mas, no estaba allí y no había rastro de él por ningún lugar. El cura aguardaba de forma impaciente, los invitados, cercanos y los familiares de ellos.

Ha-na recibió una llamada de su mejor amiga, la cual no había podido asistir, debido a que tuvo que viajar. Contestó de inmediato al tocar su móvil.

—Mi querida Ha-na —dijo Kate Williams—. ¿Cómo va tu matrimonio?

—Kate, Edwuard no llega. ¿Sabes que le ha pasado? —preguntó Hana con un acento diferente, debido a sus raíces extranjera. Ni siquiera en todos los años viviendo allí lo había perdido.

—Ve al salón principal, hay algo que debes ver —comentó Kate de manera sagaz.

Hana se puso de pie y salió del salón para ir al sitio principal. Allí había una enorme tela blanca, en la que apuntaba un proyector. Este de inmediato se incendió y comenzó una grabación. Era de noche, había música y varias personas.

—Edwuard, ¿mañana te vas a casar? —le preguntó Kate.

—Claro que no —respondió él, mientras sostenía un vaso de licor.

—¿Te gusta Ha-na? —preguntó Kate.

—No, sabes que no.

—Entonces, ¿por qué le propusiste matrimonio?

—En la universidad tú me hiciste la apuesta de enamorar a la china y de llevarla a la cama —respondió Edwuard sin ningún pudor—. Pero ella era difícil. Debido a sus creencias y tradiciones, no quería acostarse conmigo, a menos que me casara con ella.

—¿Y lo conseguiste? ¿Quitarle la virginidad? —preguntó Hana de forma astuta.

—Sí… Pero fue difícil. Solo una vez y al proponerle matrimonio fue que cedió —respondió Edwuard de manera vitoriosa y orgullosa.

—¿Quién te gusta? —preguntó Kate.

—Tú, cariño. —Edwuard la abrazó y le dio un beso ante la cámara.

Así, la grabación del vídeo terminó de proyectarse y comenzó a transmitirse una videollamada en vivo. Allí se mostraba a Kate bajo las sábanas blancas con el dorso de Edwuard que dormía de forma plácida a su lado.

—Me disculpo por el novio —dijo Kate con una expresión mordaz y tono burlesco—. Está cansado y creo que no podrá ir a la boda. Estuvimos ocupados toda la noche. Ya saben a qué me refiero. —Guiñó el ojo y lanzó un beso—. Esa es la verdad de todo este asunto. Chao... Feliz ceremonia a todos. Más a ti… Ha-na. Disfruta la boda.

Ha-na sintió que el aire se volvía más denso con cada palabra que salía del altavoz. El mundo a su alrededor se desmoronaba en una realidad que nunca imaginó posible. Permaneció de pie frente al proyector, congelada como una estatua, mientras las imágenes se proyectaban con cruel claridad. Cada frase, cada risa y cada gesto de Edwuard la atravesaban como cuchillos afilados, desgarrando sus ilusiones y su corazón. No podía moverse, ni siquiera cuando las voces a su alrededor se transformaron en murmullos horrorizados y risas ahogadas. Su pecho ardía, y un dolor profundo y punzante la dejó sin aliento.

El silencio cayó con fuerza en la sala, uno que retumbaba en sus oídos con más violencia que cualquier grito. Apretó los puños, con sus uñas clavándose en la palma de sus manos. Dolía, pero nada comparado con la herida que sentía en su interior. Era como si todo lo que había construido, todo en lo que había creído, se desvaneciera en un instante. Edwuard, el hombre que había elegido para compartir su vida, no era más que un cruel impostor. Las palabras de la grabación resonaban una y otra vez en su mente, formando un eco interminable que la hacía estremecer. "¿Enamorar a la china?" Sintió como si le faltara el aire. Todo había sido una apuesta, un juego para él. Su amor, su entrega, su vulnerabilidad... todo había sido utilizado y desechado con desprecio. Muchas veces se había negado a entregarse a él antes del matrimonio y solo lo había hecho una vez y, esa había sido su peor decisión. Ese traidor le había robado su pureza, su virginidad; se la había entregado a alguien que no la merecía.

Las lágrimas ardían en sus ojos, amenazando con escapar, pero se negó a dejarlas salir. No quería darle a nadie el espectáculo de verla derrumbarse, de verla rota por dentro. No en ese momento. No frente a esa multitud que ahora la miraba con lástima y conmoción. Giró la cabeza lentamente, buscando desesperadamente a alguien, algo que la anclara a la realidad, pero lo único que encontró fueron rostros confusos, algunos de ellos con expresiones de horror, otros con sonrisas de satisfacción morbosa.

La voz de la Kate, cargada de burla y triunfo, hacía eco en ella y era un zumbido desagradable en sus oídos. Experimentó una oleada de náuseas y el impulso de salir corriendo de ese lugar. Quería gritar, pero su garganta se cerró, atrapando todo ese dolor y rabia en un nudo sofocante.

Por un instante, su vista se desvió hacia la puerta, su posible escape de esa pesadilla. Pero sus piernas no le respondían. Era como si pesaran toneladas, como si estuviera atrapada en arenas movedizas, hundiéndose lentamente en un abismo de humillación. La risa de Kate se apagó cuando la videollamada terminó abruptamente, dejando la sala sumida en un silencio insoportable. La pantalla quedó en blanco, pero las imágenes y las palabras seguían grabadas en su mente con una nitidez aterradora.

Hana cerró los ojos, intentando contener la tormenta interna que amenazaba con consumirla. Las enseñanzas de sus padres, la cultura en la que había sido criada, la habían formado para ser fuerte, para soportar el dolor con dignidad. Sin embargo, esto iba más allá de cualquier lección de fortaleza. Era una traición que atravesaba cada fibra de su ser, un insulto no solo a ella como mujer, sino a todo lo que representaba. Había sacrificado tanto por ese hombre, había dejado de lado sus propias dudas y temores para abrirle su corazón, solo para descubrir que, para él, ella nunca había sido más que un desafío, un trofeo que mostrar.

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