Heinz admiraba cada detalle de ella, que parecía diseñado para capturar su atención. El escote en V que dejaba al manifiesto su busto. Su rostro, de rasgos delicados y perfectamente proporcionados, irradiaba una belleza clásica y serena. Los ojos rasgados, profundos, con esa forma de hoja de sauce eran fascinantes; tenían un magnetismo que parecían llevarlo al abismo del dulce pecado, como un cuchillo de hoja doblada, que traspasaba sus defensas. Así como el pliegue hinchado del epicanto bajo ellos. Su cabello oscuro, liso y brillante caía como una cascada sedosa alrededor de su rostro, enmarcando su piel blanca con un contraste que la hacía aún más fascinante. Las piernas delgadas, pero los muslos blancos también quedaban expuestos.La figura de Ha-na era esbelta, pero con curvas suaves y femeninas que se insinuaban bajo el encaje y la tela ligera. Sus movimientos eran gráciles, casi como si flotara, y cada paso parecía tener un ritmo propio, pausado y elegante. Sus piernas y muslos
Minutos después, Heinz cayó en el pecho desnudo de Ha-na. Se recostaron en el sofá, cómodos en la cercanía compartida, disfrutando de lo que habían hecho. Era una paz que solo podían encontrar en esos momentos juntos, cuando el resto del mundo parecía quedar en pausa y solo importaban ellos dos.Sin más palabras, simplemente se quedaron así, mirándose de vez en cuando, disfrutando de estar juntos.Heinz recompuso su atuendo ene ella. Apagó el televisor y cargó a Ha-na en sus brazos, llevando la túnica que le había quitado. La sostuvo con una mezcla de delicadeza y firmeza mientras la llevaba en sus brazos hacia la recámara. Ambos mantenían un silencio cargado de deseo, ese tipo de calma que precedía a la tormenta. Al llegar al cuarto, la acostó con suavidad sobre la cama, con movimientos seguros, pero atentos, como si cada acción de aquella noche fuera cuidadosamente planeada para llevarlos al borde de un placer compartido que ninguno de los dos había anticipado cuando comenzó su rela
Ha-na asintió, con sus ojos oscuros que brillaban de fulgor. Heinz le dio un pequeño beso en la boca, como una sutil despedida, y se levantó. Si se quedaba con ella en el mismo cuarto y en la misma cama, la iba a devorar por completo, como si fuera un lobo feroz. Debía alejarse de ella o perdería el control.Heinz caminó hacia su habitación con cada fibra de su ser luchando por calmar el torbellino de emociones que lo embargaban. Su respiración seguía entrecortada, y aún sentía en sus labios el sabor de los besos de Ha-na y sus senos, como si cada roce se hubiera grabado en su piel, resistiéndose a desaparecer. Aún notaba el calor de su cuerpo entre sus brazos, la suavidad de su piel, la forma en que ella se entregaba a cada caricia. Detenerse había requerido más voluntad de la que jamás había necesitado para algo. La atracción que sentía por ella era más intensa de lo que podía explicarse.Llegó a su cuarto, cerrando la puerta con un suspiro profundo. Se quedó apoyado en el marco uno
Hee-sook había regresado a su penthouse. Se quitó su ropa y se duchó. Se puso un baby doll erótico, que la hacía lucir sensual y hermosa. Fue a la cocina por soju coreano. Se sirvió en una copa y en su celular empezó a buscar sobre Hield Dietrich. Revisó las redes sociales, pero los Dietrich eran muy reservados. Ninguno de ellos tenía fotos, solo una familiar de los señores Dietrich y los tres hermanos cuando eran niños. Enseguida distinguió a su pequeño impostor. Era tan dulce e inocente, que le provocaban ganas de tenerlo solo para ella. Estaba comprometido con Heinz por decisión de sus padres, pero había encontrado a una presa más deliciosa y pura de cazar, a Hield Dietrich, el hermano de Heinz, su lindo mentiroso, su concuñado. Lo tomaría bajo su control. Ya tenía todo lo necesario para hacerlo. Él no podría rehusarse a lo que le ordenara. Se convertiría en la dueña de ese joven magnate de ascendencia europea. Moldeó una sonrisa malvada. Hield Dietrich era su nueva presa, virgen,
Al amanecer del día siguiente, Heinz y Ha-na despertaron en sus respectivas habitaciones. El aire en el penthouse parecía distinto, cargado de una energía sutil pero palpable, como si algo invisible hubiera cambiado entre ellos. Ambos lo sentían, una sensación que les presionaba el pecho, no de incomodidad, sino de algo que no podía ser ignorado. Atrás habían quedado los días en los que evitaban cruzarse, atrapados en una disputa que parecía insalvable. Lo que había ocurrido en el edificio mirador y en el sofá la noche anterior había marcado un antes y un después, trazando un camino que ninguno de los dos se atrevería a negar.En su habitación, Heinz se levantó con un movimiento decidido, como si su cuerpo ya supiera que el día estaría cargado de nuevas expectativas. Caminó hacia el baño, dejando que la luz del amanecer iluminara su figura alta y robusta. Su piel clara reflejaba el resplandor matutino, y sus ojos azules, aún somnolientos, brillaban con un tono más suave que de costumb
Heinz la miró, mientras ella bajaba del auto con elegancia, caminando por la acera con paso firme pero grácil. El vestido que había elegido esa mañana se movía suavemente con la brisa, y su cabello caía en ondas perfectas sobre sus hombros. Permaneció en el auto unos minutos más, calculando mentalmente el tiempo que ella tardaría en llegar a la empresa. Contemplarla alejarse le provocaba una mezcla de orgullo y anhelo. Ahora recogía el fruto de sus años de espera, aguardando estar con ella.Cuando consideró que el momento era el adecuado, encendió el motor y condujo hacia el estacionamiento privado de la compañía. Al llegar, subió en el elevador con la misma expresión imperturbable que siempre mantenía en su rostro, esa que inspiraba respeto y un poco de temor entre los empleados. Cuando las puertas se abrieron, todos los presentes se pusieron de pie y le rindieron una reverencia formal. A pesar de ser más joven que la mayoría, era el director ejecutivo por legado de su familia Dietri
Hee-sook se había despertado y arreglado. Hizo sus tareas sola. Pero esperó a las dos de la tarde para llamar a Hield.—Ven de inmediato al hotel, Hield Dietrich —dijo Hee-sook de forma imperativa—. Si no quieres que cuente que mentiste.Hield mantuvo la expresión seria, pero su corazón estaba acelerado. Distinguía la voz de Hee-sook con ese acento diferente. Se había metido en problemas con una mujer peligrosa. Se dirigió a su automóvil. Iba preocupado y haciéndose ideas en la cabeza. Al llegar, encontró la puerta entreabierta. Entró con calma y divisó a Hee-sook haciendo yoga en la sala de estar, con ropa deportiva.—Ven y ayúdame —dijo ella de manera inflexible.—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Hield con rostro severo—. Ya sabes que te mentí. No soy Heinz, sino Hield Dietrich, su hermano menor, tu concuñado.Hee-sook se puso de pie con una gracia divina, como una diosa asiática, y lo encaró. El pequeño impostor era más bajo que ella, incluso sin llevar tacones.Hield no podía apa
A pesar de su actitud aparentemente indiferente, Hield era delatado por el apresurado ritmo de su órgano en su torso. La mirada de Hee-sook no lo dejaba escapar. Cada centímetro de ella irradiaba una energía enigmática y poderosa. Sentía que, en cualquier momento, su propia compostura podría desmoronarse ante el peso de su presencia. Intentaba no mostrar ninguna señal de flaqueza, pero la intensidad de sus ojos le hacía sentir que ella podría ver más allá de lo que él mismo reconocía.Ambos permanecían estáticos, sin ceder ni un solo milímetro. El tiempo se alargaba, como si fueran horas, mientras el silencio se volvía un puente entre ellos, lleno de tensión, como si uno de los dos estuviera esperando que el otro hiciera el primer movimiento. Más estaban perplejos y con su corazón latiendo a toda velocidad, retumbando como tambor de guerra.Hee-sook seguía disfrutando de la situación, con sus labios apenas curvados en una sonrisa de satisfacción. Era tan consciente de su efecto sobre