93. El cordero

Hee-sook se había despertado y arreglado. Hizo sus tareas sola. Pero esperó a las dos de la tarde para llamar a Hield.

—Ven de inmediato al hotel, Hield Dietrich —dijo Hee-sook de forma imperativa—. Si no quieres que cuente que mentiste.

Hield mantuvo la expresión seria, pero su corazón estaba acelerado. Distinguía la voz de Hee-sook con ese acento diferente. Se había metido en problemas con una mujer peligrosa. Se dirigió a su automóvil. Iba preocupado y haciéndose ideas en la cabeza. Al llegar, encontró la puerta entreabierta. Entró con calma y divisó a Hee-sook haciendo yoga en la sala de estar, con ropa deportiva.

—Ven y ayúdame —dijo ella de manera inflexible.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Hield con rostro severo—. Ya sabes que te mentí. No soy Heinz, sino Hield Dietrich, su hermano menor, tu concuñado.

Hee-sook se puso de pie con una gracia divina, como una diosa asiática, y lo encaró. El pequeño impostor era más bajo que ella, incluso sin llevar tacones.

Hield no podía apa
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