96. El roce

Hield tenía el peso de Hee-sook en sus brazos, y la cercanía de sus cuerpos provocaba un calor extraño que le hacía arder la piel. Su agarre era firme, y podía percibir cada músculo de ella tensado contra él, como si se negara a soltarse. Ella era intimidante en esa posición, pero también sentía un extraño encantamiento, una atracción tan poco convencional como la situación en la que estaba metido. Él, que hasta ahora había sido el más tranquilo y recto de los Dietrich, el que siempre buscaba evitar problemas, ahora estaba enredado con la prometida de su propio hermano. Y no cualquier mujer; Hee-sook era diferente a cualquier persona que hubiera conocido. Emanaba seducción y poder.

Las piernas de Hee-sook rodeaban la cintura de Hield, y sus brazos se aferraban a su nuca, como si no tuviera intención de soltarse. En el breve forcejeo por evitar sus besos, sus rostros habían quedado a escasos centímetros el uno del otro. Desde esa cercanía, Hield no podía ignorar el rostro de Hee-sook.
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