La puerta, cerrada detrás de ella, parecía un símbolo de todo lo que los separaba del mundo exterior. Aquí, en este espacio privado, no había jerarquías, ni contratos, ni reglas. Solo estaban ellos, enfrentándose a una verdad que ninguno de los dos estaba listo para admitir en voz alta.Ha-na caminó hacia él, con pasos lentos y decididos. Al estar lo suficientemente cerca, extendió una mano para tocar ligeramente su brazo.—¿Esto es real? —susurró ella, casi como si estuviera hablando consigo misma.Heinz la abrazó, arropándola con ternura. La calidez de su piel era una confirmación verídica de que todo aquello no era un sueño.—Es tan real como tú y yo —respondió él, acercándose un poco más.El espacio entre ellos desapareció en cuestión de segundos. Sus labios se encontraron en un beso que no tenía prisa, pero sí una intensidad contenida, como si ambos estuvieran explorando un territorio nuevo y desconocido. Era diferente a los besos anteriores; este llevaba un deseo que ya no podía
El espacio que quedaba entre ellos desapareció en un instante cargado de tensión acumulada. Ha-na, alzando apenas su rostro hacia Heinz, encontró sus labios con los de él en un beso que, aunque comenzó con cautela, rápidamente se volvió más apasionado. No había timidez, solo un deseo contenido que ahora se liberaba como un torrente indetenible.El contacto fue cálido, con una presión suave que prometía mucho más. La boca de Heinz era firme, pero se adaptaban con una sorprendente delicadeza a los de Ha-na, que eran suaves y seductores, aún con un leve sabor a chocolate que invadía los sentidos de él. Sus respiraciones se entremezclaron, cortas y desiguales, como si ambos estuvieran intentando contener algo que ya no podía ser controlado.Ha-na deslizó sus manos hacia el pecho de Heinz, sintiendo los latidos acelerados de su corazón bajo la camisa perfectamente ajustada. Era como tocar la esencia misma de su fuerza contenida. A medida que el ósculo se intensificaba, sus dedos se aferrar
Heinz la tomó por la cintura con firmeza, pero sin brusquedad, y con un solo movimiento fluido la cargó y la colocó sobre el escritorio. La superficie fría contrastaba con el calor que sus cuerpos irradiaban, una dualidad que parecía amplificar cada sensación. Sus manos, grandes y seguras, se mantuvieron en la cintura de Ha-na por un instante, como si necesitara asegurarse de que ella estaba perfectamente en su lugar, pero pronto se deslizaron hacia sus caderas, buscando un punto de anclaje mientras él se acomodaba entre sus piernas.Desde esa nueva proximidad, Heinz la contemplaba con una intensidad que casi quemaba. Los ojos de Ha-na, ligeramente entrecerrados, se alzaron hacia los de él. Su respiración era rápida y descompasada, dejando escapar pequeños suspiros entre cada beso que había marcado el comienzo de este momento. Sus mejillas estaban teñidas de un rubor profundo, y sus labios, ahora hinchados y brillantes, eran una invitación irresistible. Los gestos en su rostro, desde
Heinz no podía contenerse más. Dentro de él había roto todas las barreras de la contención, dejando espacio solo para el deseo abrumador que Ha-na provocaba. Su respiración era pesada mientras sus manos, trabajaban en el vestido de Ha-na, deslizándolo lentamente por sus hombros. Era un movimiento deliberado, como si cada segundo que pasaba admirándola aumentara la intensidad de su anhelo. Sus ojos nunca abandonaron a los de ella, buscando en su mirada una señal de objeción que nunca llegó.Ha-na solo lo observaba, con su respiración acelerada y las mejillas teñidas de un rubor que la hacía lucir aún más exquisita. Su piel parecía relucir bajo la tenue luz del despacho y las expresiones sutiles de ella, era una invitación silenciosa que lo hacía continuar.Al deslizar la prenda, el torso de Ha-na quedó expuesto parcialmente, revelando el contraste entre su piel de porcelana y el brasier negro que realzaba su figura. Los ojos de Heinz recorrieron el paisaje que de nuevo se presentaba an
Heinz estaba enardecido. De joven, su más grande sueño era un ósculo de aquella muchacha coreana que había conocido y que lo había embelesado. Esperó mucho tiempo y, ahora, años después, había obtenido su deseo imposible. Sin embargo, ya se habían besado tantas veces que había perdido la cuenta. Lo que había empezado de forma exacta y puntual se había vuelto un acto que despertaba en él mucho más. Era un hombre y ella una mujer adultos, sin ningún límite legal dictado por la ley o la moral, más que el que ellos mismos colocaran. Hasta ese momento su idea del beso no había llegado más allá. Pero eso había cambiado. Una posibilidad lasciva se revelaba ante él, como si sus anhelos estuvieran trascendiendo una frontera que no había llegado a pensar con Ha-na.Heinz contempló a Ha-na, que mostraba su cuerpo esbelto y femenino. Sus medias veladas, que dejaban al descubierto una parte de sus afables muslos. Allí sentada sobre el escritorio con los tacones y el brasier. Ese rostro asiático,
Pero ahora, después de tantos días y noches compartidas, después de esos besos que habían pasado de ser una obligación contractual a una necesidad visceral, nuevos sentimientos habían emergido, algo cambiado dentro de ella. Se había transformado. Él la había moldeado. Luego de que le explicara la situación de su contrato, que debía darle al menos un ósculo diario o pagarle dinero por incumplir, lo había odiado. Estaba molesta con todo y con todos por su boda fracasada. Sin embargo, desde ese día siempre había estado para ella. La había llevado a desahogarse con alcohol, la había ayudado a mudarse de ciudad y le había conseguido. Si no fuera por él, no sabría dónde ni cómo estaría; no la había dejado sumirse en la tristeza y el dolor de la humillación de haber sido plantada, sino que, con sus besos, la había vuelto adicta a él. En el tiempo que habían pasado y al convivir bajo el mismo techo, en el mismo trabajo, sin darse cuenta se había vuelto más receptiva y afín con él.Cada instan
Heinz se acercó a ella. Extendió su diestra y tocó la mejilla de Ha-na. Puso sus dos dedos en los gráciles labios y descendió por su barbilla, su cuello y su torso; allí se detuvo. Uso ambas manos, abarcando los senos.Ha-na echó su cuerpo hacia atrás apoyándose en la superficie del escritorio con sus antebrazos y separó más sus piernas. Cada parte de ella solo reaccionaba para buscar un mayor estímulo. Podía verlo, al frente de ella.Heinz masajeaba aquellas masas blancas con delicadeza, sintiendo la textura cambiante que ofrecía a cada movimiento. Era como si respondieran al contacto, moldeándose y adaptándose, de forma viva bajo sus dedos. Frotó los rozados pezones que se habían vuelto rígidos, como un botón. La sensación era única, una mezcla de suavidad y resistencia ante cada compresión ejercida. Al apretar ligeramente, se amoldaban, sobresaliendo entre sus dedos como algodón cerúleo.Sus gráciles virtudes eran maleables, pero en el centro también se sentía más riguroso, debido
El himen es una membrana delgada que se encuentra en la entrada de la vagina, y su elasticidad y forma pueden variar mucho entre una persona y otra. En algunos casos, puede no romperse completamente durante la primera experiencia sexual con penetración. Esto puede deberse a que es más elástico de lo habitual o porque solo se produce una ruptura parcial. Es posible que, incluso después de varias experiencias, permanezca parcialmente intacto.Ha-na había tenido una única experiencia que no fue la más intensa, y al no repetirla, su himen podría haber quedado parcialmente intacto. Esto no es inusual y tampoco es indicativo de nada negativo. De hecho, existen personas cuyo himen permanece sin romperse del todo hasta años después, o incluso algunas que lo mantienen intacto a pesar de ciertas actividades físicas o sexuales. La variabilidad es completamente normal y depende de muchos factores individuales, como la anatomía personal, el tipo de actividad realizada y la elasticidad natural del