102. Lo vivido

Heinz estaba enardecido. De joven, su más grande sueño era un ósculo de aquella muchacha coreana que había conocido y que lo había embelesado. Esperó mucho tiempo y, ahora, años después, había obtenido su deseo imposible. Sin embargo, ya se habían besado tantas veces que había perdido la cuenta. Lo que había empezado de forma exacta y puntual se había vuelto un acto que despertaba en él mucho más. Era un hombre y ella una mujer adultos, sin ningún límite legal dictado por la ley o la moral, más que el que ellos mismos colocaran. Hasta ese momento su idea del beso no había llegado más allá. Pero eso había cambiado. Una posibilidad lasciva se revelaba ante él, como si sus anhelos estuvieran trascendiendo una frontera que no había llegado a pensar con Ha-na.

Heinz contempló a Ha-na, que mostraba su cuerpo esbelto y femenino. Sus medias veladas, que dejaban al descubierto una parte de sus afables muslos. Allí sentada sobre el escritorio con los tacones y el brasier. Ese rostro asiático,
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