La textura de los labios de Heinz era firme, que resultaba en una combinación de suavidad y un leve sabor salino, como si en cada beso le transmitiera la misma declaración silenciosa de posesión y dominio. Ha-na notaba la intensidad con la que él la retenía; no había escape posible. Aunque tampoco quería huir de él, porque en vez de asustarla, aquello la embriagaba y la hacía estimular más. Su mente divagaba en pensamientos confusos y fugaces, mezclando la idea de la libertad y el sometimiento en una sola sensación que iba más allá de sus propios deseos.Heinz ante cada segundo se excitaba, en lo que era una reafirmación de lo que sentía por Ha-na. Había esperado tanto por un beso, pero ahora tenía decenas de ellos, y eso lo había vuelto adicto a ellos, a ese lenguaje silencioso que ambos compartían cuando estaban juntos. Ese acto era como una droga y en cada oportunidad necesitaba aumentar la dosis para quedar satisfecho. Se habían separado y ella había estado a punto de casarse con
Heinz la miró, a merced de su poder. Sus mejillas estaban calientes, ruborizadas y un poco sudadas, con mechones de su cabello oscuro despeinado. Sus rostros estaban tan cercanos que apenas podían contener las respiraciones entrelazadas. En ese momento, él era consciente de que Ha-na estaba completamente en sus manos, de que su vulnerabilidad en ese lugar tan cerrado dependía únicamente de su voluntad de continuar. Podía ver en sus ojos la mezcla de nervios y deseo, y esa combinación de emociones solo servía para aumentar la determinación en él. Su virtud estaba tan dura que se le marcaba en el pantalón y le generaba una consistente incomodidad. Giró su rostro hacia la puerta y respondió a Erik con una severidad que bordeaba la frialdad. En ese momento no aceptaría interrupción de nadie, y menos del hombre que le estaba coqueteando a su mujer.—Sí. Termina y puedes retirarte. Iré en unos minutos —dijo él.Así, volvió a darle otro beso a Ha-na, mientras Erik estaba allí afuera. La sost
Mientras trataba de arreglarse la camisa y la falda arrugada, sus pensamientos se arremolinaban, confusos y llenos de preguntas. ¿Estaba loca? Se había dicho muchas veces a sí misma que todo lo que tenían era un contrato, que solo había besos y nada más. Eran besos que, aunque intensos, no significaban una relación real, al menos eso había querido creer. Pero lo que había sucedido hace unos minutos en el baño parecía desmentir todo eso. Cada vez que él la miraba, cada vez que le lanzaba aquella mirada posesiva, algo dentro de ella se encendía. Y, en lugar de resistirse o insistir en apartarse, había dejado que él la cargara, que la sostuviera, como si su cuerpo y su voluntad ya no le pertenecieran. En verdad, estaba enferma o enloqueciendo. Debía ir al médico, al psicólogo y con un sacerdote a confesarse, porque cada parte de ella estaba quemándose en un fuego de pecado y malos pensamientos.Apoyó ambas manos en el borde del lavabo, respirando profundo, intentando recuperar la calma.
¿Un regalo? Ha-na lo tomó entre sus dedos, algo desconcertada. En su experiencia, no era habitual que alguien a quien acababa de conocer le ofreciera un artículo tan personal. Levantó la mirada y observó la figura de Hee-sook mientras salía del baño. Había algo en ella que era como un desafío en sí mismo. Esa mujer parecía segura de todo, sin importarle la opinión de los demás. Era un rasgo que admiraba y, en cierta medida, una pequeña parte de ella deseaba poder proyectar esa misma confianza con la naturalidad de Hee-sook.Se miró en el espejo por última vez, respirando profundamente, y aplicó el labial en sus labios. Era de un tono rojo vibrante, elegante, pero a la vez llamativo, como si tuviera la capacidad de transformar su rostro en uno que exudara mayor seguridad. Sintió una oleada de energía al mirarse con el color nuevo en sus labios, como si ese pequeño acto le hubiera dado una especie de fuerza renovada. ¿Quién era Hee-sook? Si estaba con Heinz, ¿qué pasaría con su relación
Al llegar la cuenta, Erik se ofreció a pagar, comentando en tono ligero que quería ser el responsable de una velada tan agradable. Heinz aceptó sin insistir demasiado, dándole una palmada en el hombro como señal de agradecimiento. A pesar de la tensión latente entre todos, la despedida fue cordial. Se pusieron de pie, y Hee-sook, con su porte refinado y segura de sí misma, fue la primera en encaminarse hacia la última salida, lanzándole una mirada profunda a Ha-na, como si quisiera recordarle que estaba observándola.Mientras se dirigían hacia la salida, Ha-na sintió la mano de Heinz posarse sutilmente sobre la parte baja de su espalda, guiándola con firmeza, pero de una forma casi imperceptible para los demás. La intensidad en su toque fue suficiente para recordarle que él estaba allí, que seguía siendo una presencia inquebrantable en su vida, y que esa cena, con todas sus sutilezas y secretos, había sido solo el inicio de algo mucho más emocionante y peligroso.Al salir del restaura
El mundo se quedó en suspenso mientras se miraban, como si lo que fuera a pasar ahora fuera una continuación natural de todo lo anterior.Heinz y Ha-na obtuvieron permiso para acceder al edificio mirador. Abordaron el ascensor manteniendo la distancia el uno del otro. Al llegar, caminaron por un piso de cristal y llegaron hasta el borde, que tenía un sistema de seguridad.El viento nocturno se colaba entre los mechones de cabello de Ha-na, mientras el murmullo lejano de la ciudad parecía un eco distante que envolvía la escena. Las luces urbanas se extendían hasta donde alcanzaba la vista, creando un espectáculo de reflejos y destellos bajo el cielo estrellado. Ambos permanecían quietos, absorbidos por la inmensidad del panorama ante ellos. Sin embargo, ninguno de los dos observaba realmente la ciudad; sus pensamientos estaban centrados en el otro, en la energía que se desbordaba en aquel lugar aislado y, a la vez, completamente abierto a la vista de las estrellas.El vidrio del suelo
Heinz mantenía su abrazo firme, con sus manos envolviendo su cintura, acercándola aún más a su cuerpo, mientras sus palabras resonaban en el espacio vacío entre ambos. Lo que estaba sucediendo era un sueño que había esperado por tanto tiempo. Pero que ya era una realidad.Ha-na no apartaba los ojos de él, perdida en la intensidad que Heinz dejaba escapar sin pudor alguno. La suavidad y la ternura eran algo que raramente se mostraba, pero en aquel momento, él era tanto protector como poseedor, y eso la reconfortaba y le gustaba."Yo soy tu dueño y tú mi flor". Esas palabras se repetían en la mente de Ha-na, como un eco que se iba quedando grabado en su corazón. Su piel se erizaba, un escalofrío recorría su espalda al escuchar la convicción en la voz de Heinz. Algo dentro de ella se quebraba y, al mismo tiempo, se fortalecía, como si su alma estuviera reescribiéndose. Deseaba esa posesividad, esa intensidad que él irradiaba solo para ella.Sin responderle, simplemente se dejó llevar, ac
La novia estaba en el cuarto de espera del hotel de eventos. Su padre estaba allí, junto a ella, aguardando el momento en que su prometido llegara y la esperara en el altar. Se suponía que el novio ya se debía encontrar en el sitio. Ellos miraban la hora de forma constante en su reloj.Ha-na, que, en kanji significaba, "Flor", y, en coreano, "La primera". Aunque tenía otras variedades. Ella era una mujer de treinta años, cuyos padres se habían mudado a América y se habían radicado allí. Había crecido en tierras extranjeras sin ningún inconveniente, adaptándose a la cultura y las tradiciones de ese lugar. Su papá era japonés, pero viajó, y fue en Corea donde conoció a su madre surcoreana.Ha-na estaba vestido con un maravilloso vestido de bodas, blanco. Su figura era esbelta, delgada. El atuendo tenía un escote en su torso que le dejaba ver su piel blanca y sus huesos de la clavícula. Su rostro era fino y con su maquillaje, aparentaba menor edad de la que tenía, como si tuviera entre ve