¿Un regalo? Ha-na lo tomó entre sus dedos, algo desconcertada. En su experiencia, no era habitual que alguien a quien acababa de conocer le ofreciera un artículo tan personal. Levantó la mirada y observó la figura de Hee-sook mientras salía del baño. Había algo en ella que era como un desafío en sí mismo. Esa mujer parecía segura de todo, sin importarle la opinión de los demás. Era un rasgo que admiraba y, en cierta medida, una pequeña parte de ella deseaba poder proyectar esa misma confianza con la naturalidad de Hee-sook.Se miró en el espejo por última vez, respirando profundamente, y aplicó el labial en sus labios. Era de un tono rojo vibrante, elegante, pero a la vez llamativo, como si tuviera la capacidad de transformar su rostro en uno que exudara mayor seguridad. Sintió una oleada de energía al mirarse con el color nuevo en sus labios, como si ese pequeño acto le hubiera dado una especie de fuerza renovada. ¿Quién era Hee-sook? Si estaba con Heinz, ¿qué pasaría con su relación
Al llegar la cuenta, Erik se ofreció a pagar, comentando en tono ligero que quería ser el responsable de una velada tan agradable. Heinz aceptó sin insistir demasiado, dándole una palmada en el hombro como señal de agradecimiento. A pesar de la tensión latente entre todos, la despedida fue cordial. Se pusieron de pie, y Hee-sook, con su porte refinado y segura de sí misma, fue la primera en encaminarse hacia la última salida, lanzándole una mirada profunda a Ha-na, como si quisiera recordarle que estaba observándola.Mientras se dirigían hacia la salida, Ha-na sintió la mano de Heinz posarse sutilmente sobre la parte baja de su espalda, guiándola con firmeza, pero de una forma casi imperceptible para los demás. La intensidad en su toque fue suficiente para recordarle que él estaba allí, que seguía siendo una presencia inquebrantable en su vida, y que esa cena, con todas sus sutilezas y secretos, había sido solo el inicio de algo mucho más emocionante y peligroso.Al salir del restaura
El mundo se quedó en suspenso mientras se miraban, como si lo que fuera a pasar ahora fuera una continuación natural de todo lo anterior.Heinz y Ha-na obtuvieron permiso para acceder al edificio mirador. Abordaron el ascensor manteniendo la distancia el uno del otro. Al llegar, caminaron por un piso de cristal y llegaron hasta el borde, que tenía un sistema de seguridad.El viento nocturno se colaba entre los mechones de cabello de Ha-na, mientras el murmullo lejano de la ciudad parecía un eco distante que envolvía la escena. Las luces urbanas se extendían hasta donde alcanzaba la vista, creando un espectáculo de reflejos y destellos bajo el cielo estrellado. Ambos permanecían quietos, absorbidos por la inmensidad del panorama ante ellos. Sin embargo, ninguno de los dos observaba realmente la ciudad; sus pensamientos estaban centrados en el otro, en la energía que se desbordaba en aquel lugar aislado y, a la vez, completamente abierto a la vista de las estrellas.El vidrio del suelo
Heinz mantenía su abrazo firme, con sus manos envolviendo su cintura, acercándola aún más a su cuerpo, mientras sus palabras resonaban en el espacio vacío entre ambos. Lo que estaba sucediendo era un sueño que había esperado por tanto tiempo. Pero que ya era una realidad.Ha-na no apartaba los ojos de él, perdida en la intensidad que Heinz dejaba escapar sin pudor alguno. La suavidad y la ternura eran algo que raramente se mostraba, pero en aquel momento, él era tanto protector como poseedor, y eso la reconfortaba y le gustaba."Yo soy tu dueño y tú mi flor". Esas palabras se repetían en la mente de Ha-na, como un eco que se iba quedando grabado en su corazón. Su piel se erizaba, un escalofrío recorría su espalda al escuchar la convicción en la voz de Heinz. Algo dentro de ella se quebraba y, al mismo tiempo, se fortalecía, como si su alma estuviera reescribiéndose. Deseaba esa posesividad, esa intensidad que él irradiaba solo para ella.Sin responderle, simplemente se dejó llevar, ac
La novia estaba en el cuarto de espera del hotel de eventos. Su padre estaba allí, junto a ella, aguardando el momento en que su prometido llegara y la esperara en el altar. Se suponía que el novio ya se debía encontrar en el sitio. Ellos miraban la hora de forma constante en su reloj.Ha-na, que, en kanji significaba, "Flor", y, en coreano, "La primera". Aunque tenía otras variedades. Ella era una mujer de treinta años, cuyos padres se habían mudado a América y se habían radicado allí. Había crecido en tierras extranjeras sin ningún inconveniente, adaptándose a la cultura y las tradiciones de ese lugar. Su papá era japonés, pero viajó, y fue en Corea donde conoció a su madre surcoreana.Ha-na estaba vestido con un maravilloso vestido de bodas, blanco. Su figura era esbelta, delgada. El atuendo tenía un escote en su torso que le dejaba ver su piel blanca y sus huesos de la clavícula. Su rostro era fino y con su maquillaje, aparentaba menor edad de la que tenía, como si tuviera entre ve
Ha-na recordó las noches que pasaron juntos, las promesas susurradas al oído, las caricias que ahora se sentían como golpes. Cada uno de esos momentos parecía teñirse ahora de una mentira amarga, una farsa bien ejecutada por alguien que nunca la valoró realmente. Le había entregado su virginidad, su amor, su confianza... y él había pisoteado todo eso sin remordimiento alguno. Su rostro comenzó a arder de vergüenza, una vergüenza que se enredaba con la rabia y la impotencia. Podía sentir las miradas sobre ella, como si estuvieran escudriñando cada rincón de su alma desnuda. ¿Qué pensarían ahora? Que era una tonta ingenua que había caído en las trampas de un hombre sin escrúpulos. La cultura a la que pertenecía la juzgaría, no a él, sino a ella, por no haber sido lo suficientemente cautelosa, por haber permitido que alguien la engañara de esa manera.Tragó con dificultad. Su garganta dolía, como si un grito atascado la ahogara. Respiró hondo, intentando calmar el torbellino que se desata
Heinz Dietrich observaba desde la penumbra del salón. Su figura alta y solemne permanecía oculta entre las sombras mientras todos esperaban ansiosos el comienzo de la ceremonia. La sala estaba llena de flores y luces, un escenario perfecto para la boda que se suponía celebraría el amor entre Ha-na y su prometido. Sin embargo, para él, todo aquello era un maldito teatro. Sus ojos, fríos y penetrantes, se clavaron en la tarima donde ella se encontraba. Vestida de blanco, tan hermosa como la recordaba, tan intocable y etérea. Su corazón latía con furia contenida, un tamborileo constante que mantenía su cuerpo en tensión.Habían pasado años desde la última vez que la había visto. Le había perdido el rastro en todo ese tiempo. Solo había vuelto a saber de ella, cuando, al decidir buscarla, se enteró de la noticia de su matrimonio. No era su acosador, ni su obsesivo vigilante. Sin embargo, en su mente, cada detalle de ella permanecía intacto. La primera vez que se cruzaron, la forma en que h
Era un hombre acostumbrado a tener lo que deseaba, a tomar lo que consideraba suyo. Y Hana era suya. Lo había decidido desde hacía mucho tiempo, aunque ella no lo supiera. La visión de ella sentada junto a él, aún en su vestido de novia, lo llenó de una satisfacción oscura y profunda. Nadie más la tendría. Nadie más podría reclamarla. Él se había asegurado de eso cuando subió a esa tarima y la sacó de aquel lugar. La rabia que lo había impulsado se convertía lentamente en una determinación serena, en una seguridad fría que se extendía por cada rincón de su ser.El camino de la ciudad con sus autos y demás vehículos se extendía frente a ellos. La velocidad del Ferrari aumentaba, como si fuera un reflejo de la tormenta interna de Ha-na y la de su enojo, una que se apaciguaba solo al sentirla cerca. No se atrevió a mirarla de nuevo, no todavía. Sabía que ella tenía preguntas, que había confusión y quizás miedo en su interior. Tarde o temprano, entendería que esto era lo mejor, que él era