42.

Alba

La fecha de la boda pronto se decidió: dos de mayo. Sería demasiado pronto, lo que me daba ventaja. Mi embarazo no se notaría en tres meses. La desventaja era mi falta de atención prenatal. Fue por eso que tuve que escaparme a una clínica cercana a mi casa. Tal vez no fuese el mejor sitio para llevar mi control, pero era mejor que nada.

La amable doctora me mostró a mi bebé en la pantalla y no pude evitar derramar lágrimas. La emoción y el sufrimiento fueron los sentimientos que se disputaron dentro de mí, pero si algo tenía muy claro era que él o ella sería lo más importante en mi vida y que, si mi embarazo hubiera corrido riesgo, me habría marchado en ese momento.

Pero no lo estaba. El embarazo marchaba muy bien; el corazón de mi pequeño latía muy fuerte y estaba muy bien sujeto a mí. No se iría, se quedaría conmigo para siempre y se convertiría en el centro de mi mundo. Ya lo era.

Al salir, regresé muy deprisa y, por suerte, no hubo ningún testigo de mi ausencia. Papá seguía e
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