¿Un hogar de verdad?

43

Cuando Kerr salió de la cabaña tenía en el cuerpo una extraña sensación. La conversación con Moira le había ayudado al menos a entender que lo que le había pasado era meramente un acto evolutivo y que no iba a explotar en cualquier momento, pero el qué hacer con eso le dejó un gran vacío.

Las antiguas leyes decían que, si un lobo era expulsado no podía regresar jamás a la manada, a menos de que se posesionara un nuevo Alpha y le permitiera regresar, pero las antiguas leyes ya no aplicaban, las manadas dejaron de creer en cuentos fantásticos y actuaban con más libertad, él podía volver si quisiera a la manada, estaba seguro que si ayudaba en la guerra a Víctor no le quedaría más opción que aceptarlo de vuelta si le juraba de nuevo lealtad, pero ¿quería en realidad?

Todas las personas, lobos o humanos, que pertenecían a allí lo habían tratado como si nunca hubiera existido, no supo si acreditarles el hecho de que era el hijo de dos lobos o que simplemente eran desagradables por naturaleza, pero ¿podía juzgarlos? Él mismo rechazó la fuerza que quería salir de dentro de él por miedo a lo que podía ser, miedo a lo desconocido, él era lo desconocido que ellos habían tenido que enfrentar y Kerr no supo si culparlos por ello.

Cuando comenzó a recorrer las tiendas en busca de su tío, las personas se le acercaban para saludar, como si fuera una celebridad, y Kerr sintió en sus mentes, sin permiso, que más que el hecho de ser un lobo de raza superior, era un extranjero, alguien que había salido del bosque y que conocía más que la mayoría que nunca había salido del campamento.

No recordó cuántas manos estrechó ni cuantos piropos ocultos por parte de mujeres y hombres tuvo que disimular no escuchar, hasta que al fin encontró a su tío Irán ayudando a un grupo de hombres a montar una tienda.

A Kerr se le hacía extraño pensar en ello «mi tío» el hombre se le acercó cuando lo vio y le dio otro fuerte abrazo.

—No me puedo creer aun que pueda conocerte al fin —le dijo y Kerr se dejó abrazar, comenzaba a descubrir que aquel contacto no estaba tan mal. Cuando se alejó, pudo notar en el rostro del hombre una similitud con el suyo tan palpable que le produjo escalofríos, era como ver su versión de adulto, pero con el cabello oscuro —ven, te quiero presentar a alguien —lo tomó de la muñeca y lo llevó a donde estaban los demás hombres que le sonrieron —te presento a Bélice, mi esposo —Kerr le tendió la mano, era un hombre tan alto y robusto como su tío, con la piel canela y la barba poblada trenzada y un gran abrigo de leñador. El hombre le estrechó la mano y luego le dio un abrazo fuerte con un sonoro beso en la mejilla.

—Cuando Irán me contó esta mañana que su sobrino había venido casi no le creo —le dijo —mírate, ya eres todo un hombre… cuánto te pareces a ella —Kerr sonrió con tristeza.

—¿A mamá? ¿la conociste? —le preguntó y el hombre asintió.

—Claro que sí, tu tío y yo ya estábamos juntos cuando ella se fue, lamento escuchar que ya no está, lo siento —Kerr asintió con la cabeza. Irán le presentó a los demás hombres, y le contó alegremente las funciones que tenía él en la manada. Su tío era el segundo al mando, y Kerr no pudo negar que disfrutó el recorrido por todo el campamento.

Ayudó a una señora humana a cargar la leña que traía. Le enseñaron cómo levantar una tienda en media hora y también ayudó a desescamar los pescados que los menores habían traído del río. En el lugar se sentía un ambiente familiar que Kerr nunca había experimentado y se sintió sobrecogido por  la emoción.

—¿Cuánto tiempo te quedarás? —le preguntó Irán después de que terminaran de arrastrar un árbol para la construcción de una cabaña comunitaria, Kerr había descubierto que incluso en su forma humana, era más fuerte que todos los demás.

—No lo sé —contestó al fin después de un rato —es bonito, acá —Irán le apretó el hombro.

—Eres parte de esta manada por ser el hijo de Victoria, por ley puedes quedarte y ser parte de nosotros —le comentó y la idea de quedarse ahí le gustó, levantó la cabeza y miró alrededor, todo parecía en paz y alegre, como la aldea de los pitufos perfectamente organizada en una enorme familia, pero luego una sensación, inconfundible y arrolladora de incomodidad lo invadió. ¿sería capaz en serio de abandonarlos sin remordimientos?

Pensó que se había quedado sin nada, y ahora tenía dos tíos y una manada nueva que más que respetarlo, lo admiraba, incluso Moira le había ofrecido un lugar en su manada aunque fuera de invitado, pero ¿era lo que realmente quería?

—Están en guerra —dijo después de otro largo rato, el sol comenzaba a esconderse detrás de la montaña y dejaba tras de sí una estela amarillosa y cálida.

—Una guerra que intentaste acabar de la mejor manera pero que Víctor no permitió —le dijo Irán y Kerr se vio obligado a darle la razón, pero no por eso dejó de sentir esa sensación incómoda en el cuerpo.

—Lo sé, pero no dejo de sentir que los estoy abandonando — Irán lo abrazó nuevamente, parecía que se le daban realmente bien los abrazos.

Esa noche en la tienda que le dieron a Kerr se acostó boca arriba en la cama cubierto únicamente por la ropa interior, afuera hacía un frío desgarrador, pero él notó que podía regular su temperatura y cerró los ojos disfrutando de la sensación de la suave piel de conejo que tenía a la cama. 

Se preguntó irremediablemente cuántos conejos se necesitaron para poder armarla cuando un ruido en la entrada de la tienda lo alertó. Estiró la conciencia y notó una fresca y fuerte, con una pizca de maldad y una buena determinación.

Cuando entró por la puerta lo primero que notó fue el cabello rojo fuego que se coló y luego la sonrisa maliciosa. Karina entró dentro de la tienda con un grueso abrigo de pieles y miró el semi desnudo cuerpo de Kerr lascivamente.

—Sabía que me sentirías llegar —le dijo ella y Kerr pasó saliva, había entendió muy claramente en sus pensamientos y lo que pretendía hacer ahí.

—Lo siento, no quise entrar en tu mente —se disculpó Kerr y la mujer ladeó la cabeza, los rizos rojos se voltearon rozando su cuello desnudo.

—No importa, ¿te quedarás en esta manada? Eres bienvenido —Kerr no supo qué contestar.

—Aún no lo sé —le dijo y se sentó en la cama, por alguna razón sintió el impulso de cubrir el bulto que sobresalía de su ropa interior, pero no lo hizo.

—Tal vez te falta un aliciente —le dijo ella y avanzó un paso —acá está tu manada de sangre, tus tíos y…

—¿Y qué? —le preguntó Kerr sabiendo por donde iba la cosa.

—Mucho placer —le dijo ella —verás, en esta manada no existen restricciones, puedes tener a cualquier mujer que desees, u hombres, o yo —dejó caer el abrigo de pieles y Kerr le miró el cuerpo desnudo y pálido. La mujer era hermosa, tenía unos perfectos senos redondeados y unas caderas angostas y Kerr se puso de pie seguido por un instinto que no sabía que tenía.

Cuando llegó a la altura de ella la mujer levantó la mano y acarició el pectoral bien marcado del hombre, sus manos estaban frías como un trozo de hielo y Kerr pasó de nuevo saliva.

No era la primera vez que tendría sexo con una desconocida, pero esta era la Alpha de una manada y una de las mujeres más hermosas que había visto en su vida y se sintió intimidado.

Karina estiró la mano y agarró la muñeca de Kerr para guiarlo hacia uno de sus pechos y Kerr lo tanteó como tocando una bolsa llena de diamantes, era suave y muy firme.

Los dedos de ella dibujaron una línea por el medio de su pecho, bajando por su ombligo y cuando llegó a la ropa interior apretó con fuerza el miembro por encima de la tela y él dejó escapar un jadeo.

—Sabrás que aquí no habrá nada que no puedas hacer —le dijo ella y comenzó a masajear con estudiada habilidad. Kerr estiró las manos y le acarició los endurecidos pezones, y buscó el cuello de la mujer como el sediento busca el agua. Trazó con la lengua una línea entre la clavícula y el lóbulo de la oreja y ella arqueó la espalda.

Karina metió la mano dentro del bóxer y agarró en endurecido miembro de Kerr sacándolo y masajeandolo con firmeza.

Kerr tomó las caderas de Karina y la apretó contra él, buscando el calor de su cuerpo, pero era más frío de lo que esperaba. La mujer buscó los labios de él pero Kerr deslizó la mano entre sus piernas y sumergió un dedo en la húmeda entrada y ella dio un respingo dejando caer la cabeza hacia atrás.

Se quedaron ahí un momento, cada uno dándole al otro un buen y preciso masaje hasta que Karina se deshizo de la ropa interior de Kerr y lo empujó con fuerza sobre la cama, lanzando la maleta de él al suelo y desperdigado todas las cosas que tenía dentro.

Caminó seductoramente y se subió a horcajadas sobre él y con la entrada húmeda se deslizó sobre la endurecida erección de él y Kerr cerró los ojos.

Cuando Karina buscó sus labios él volteó ligeramente la cara y la mujer le lamió el cuello, estaba tan húmedas que la fricción contra él se sentía exquisita y deliciosa. 

Kerr abrió los ojos, y entre las cosas que se habían salido de su bolso estaba el lobito de peluche que le había dado Vanya. Alphita lo miraba como si lo acusara de un crimen y Kerr sintió que el calor del momento se convirtió en un nudo en el estómago.

La imagen de Vanya le llegó, sus ojos verdes y labios rojos, las mejillas sonrojadas, recordó el calor de su cuerpo debajo de él y la estrechez de su entrada y la erección que tenía comenzó a bajar considerablemente.

Karina lo notó de inmediato y detuvo sus movimientos de cadera mirando hacia abajo.

—¿Todo bien? —le preguntó, pero Kerr no fue capaz de mirarla a la cara, con delicadeza la apartó para que se bajara de encima de él y estiró la mano para tomar a Alphita , el lobito de ojos grandes le recordó nuevamente a Vanya —Hay una chica —le dijo Karina y él asintió sentándose en la cama y dándole la espalda —Nunca he entendido eso de la fidelidad, pero, en fin.

—Es que…—Kerr no sabía ni cómo decirlo —me siento mal por dejarla, justo ahora que la manada está en guerra y que cada criatura del submundo la busca —Karina detrás de él dejó escapar aire.

—¿Por qué la buscan? —preguntó y Kerr le contó como si fuera cualquier cosa.

—Es la hija de un ex empleado de Jábico que está secuestrando especies del sub mundo —Karina se puso de pie de un golpe y corrió hacia donde estaba su abrigo de pieles y se lo puso de un tirón.—¿Qué pasa?  —preguntó Kerr asombrado y ella lo miró levantando el mentón.

—Si Jábico aún vive, es problema de todas las mandas —salió de la tienda con paso apresurado y luego una alarma sonó por todo el campamento.

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