Tiempo a solas.

Kerr pasó la noche en el bosque, las cosas que había llevado, aunque pesadas, no le resultaron nada para su nuevo enorme lobo y le preocupó que un lobo de ese tamaño descomunal dejara un olor más fuerte, pero por más que extendió la conciencia en todas direcciones, no logró percibir nada en absoluto más que un par de animales.

Las distancias que separaban a la ciudad de Pradera de la suya eran bastante enormes, y aunque hubiera podido ganar dinero de alguna forma para pagarse un boleto de avión que lo llevara a San Narciso, el pueblo contiguo a Pradera, y que lo llevaría en apenas un par de horas, le pareció agradable pasar un par de días completamente a solas para poder estar con sigo mismo.

Su habilidad mental había explotado, a tal punto que casi cualquier cosa que pudiera imaginar podía lograr, y las pequeñas ardillas fueron los conejillos de indias de sus descansos entre carreras.

Logró no solo controlar su voluntad a tal punto que pudo hasta hacer que olvidaran como respirar, hasta hacerles ver cualquier cosa que se le ocurriera. Su única limitación era su propia creatividad, ya que no podía proyectar algo que él mismo no hubiera experimentado antes.

Tenía un pedernal y creaba hogueras para asar a las ardillas que llegaban hasta él atraídas por olores a nueces y macadamias y Kerr evitaba que sintieran dolor cuando les rompía el cuello. Por alguna razón se extrañó, como si la conexión con los pequeños animalitos le produjera cierta clase de empatía por ellas, pero igual se las comió, debía comer y nunca había escuchado hablar de un hombre lobo vegetariano.

Las largas noches en el frío bosque le sirvieron para pensar, para afianzar los rencores y tratar de perdonar, pero no pudo hacerlo.

La imagen de Vanya lo atormentó ¿qué era esa expresión que había visto en sus ojos? ¿remordimiento? ¿miedo? Pero ¿Cómo podría juzgarla? Él la había privado de la libertad y ella únicamente estaba haciendo lo necesario por sobrevivir, pero no supo, no en ese momento, si se sentía listo para querer entender estas razones, se sentía más cómodo estando enojado con ella.

Víctor, por el contrario, entre más lo pensaba, más rabia le producía. Era su hermano, y entendió que cuando eran jóvenes su mente inmadura no era capaz de comprender de verdad lo que pasaba, pero el hombre tenía treinta años y era al Alpha de la manada, no podía pensar en serio que era culpa de Kerr el que su familia se hubiese roto y que su madre lo hubiera abandonado.

Lo odió, no se mintió a sí mismo con eso, y aunque también fue consciente de las veces que sintió como el hombre intentó protegerlo, como cuando se interpuso entre él y Rak la noche en que atacó la fábrica, pero sin duda eran más las veces que lo humilló, lo hizo al lado y lo trató como si fuera la peor persona del mundo por algo que Kerr ni siquiera tenía idea.

Descargó su ira varias veces contra los gruesos árboles de lo más profundo del bosque, su puños desnudos entraban sobre la dura madera como si fueran de cal y solo cuando el árbol caía se sentaba a descansar antes de continuar con el siguiente.

Físicamente, se sentía como un tanque de demolición imparable, capaz de enfrentar cualquier cosa y eso lo tranquilizó un poco, dejando de lado la misteriosa procedencia de sus nuevas habilidades, pero mentalmente estaba cansado, frustrado y triste, sobre todo eso, triste.

Había considerado varias veces dejar la manada, pero ahora que estaba realmente lejos no podía evitar extrañar la comodidad que le brindaba pertenecer a algo.

A pesar de todo la soledad le sentó bien, y logró meditar intentando conectar con su nuevo lobo interno, era un fuerza brutal en un equilibrio perfecto con él y eso le subió los ánimos, por lo menos sabía que no perdería el control del tremendo animal en que se había convertido.

Cuando llegó a la ciudad de Pradera comprobó que era tan alegre y vistosa como decían los folletos, las casas estaban pintadas de varios colores llamativos y las tiendas exhibían sus productos con mesas repletas de cientos de artículos en las aceras de las calles.

Kerr pensó que era un buen lugar para asentarse después de que visitara la manada de su madre, estaba lo suficientemente lejos de la fábrica sin necesidad de salir del país como le había dicho al dueño del salón. 

Dejó la ciudad a pie caminando por la autopista pavimentada hacia el pueblo de San Narciso, y cuando calculó que era la mitad del camino se desnudó a la orilla de la carretera y empacó la ropa dentro del bolso. Cuando se transformó agarró el bolso con las enormes fauces y corrió bosque adentro.

Había muchas cuevas naturales por aquellos lares, excelentes lugares para pasar la noche, pero Kerr deseó poder llegar ese mismo día a la manda y esperó poder ser bienvenido en ella, por lo menos mientras trataba de averiguar sobre su madre y sobre lo que le estaba pasando.

Le tomó apenas un par de horas llegar hasta el río, de aguas cristalinas y turbulentas. Le sorprendió lo increíblemente frío que estaba, como si sus aguas bajaran directamente de un glacial.

La carta decía que debía ir río arriba, pero, ¿qué tanto? ¿Cómo podría saber si estaban justo a la orilla o si debía alejarse?

Corrió por varias horas con la conciencia extendida al máximo para poder sentir la presencia de cualquier otro ser, pero por momentos le pareció era la parte del bosque más estéril en la que él había estado. Parecía como si ni siquiera las ardillas se aventuraran a entrar tan profundo.

Un par de pájaros merodeaban sobre las copas de los árboles, y a Kerr le pareció que eran sinsontes. Conectó con ellos y pudo leer en sus pensamientos desordenados y simples el recuerdo de un enorme campamento, tan grande que las tiendas disimuladas bajo los árboles se perdían por el horizonte, así que siguió corriendo.

Al menos una hora más adelante sintió la conciencia de alguien a lo lejos, tanto que la percibió fugaz, pero indiscutiblemente una persona. Llegó hasta considerablemente cerca y regresó a su forma humana, no quería que lo vieran transformado, aparte de que podía ser considerada una llegada agresiva, y no le pareció buena idea que lo vieran como un lobo de más de cinco metros de altura.

Con el bolso al hombro y su chaqueta de jean caminó por el sendero, la niebla comenzaba a llenar las copas de los árboles y cuando estaba a solo un tiro de piedra del lobo que estaba custodiando los alrededores, Kerr permitió que sintiera su conciencia, y lo primero que el hombre le envió fue una intensa sensación de alarma.

¿Usted quién es? —Le preguntó ­—¿Qué hace aquí? —Kerr siguió caminando hasta que quedó a la vista del hombre que no resultó ser más que un muchacho.

—Lo siento —dijo Kerr —vengo de la ciudad que está más allá de Pradera —el muchacho pasó saliva asustado, parecía que no era muy normal encontrarse con personas merodeando los alrededores.

—Es mejor que se vaya, no nos gustan los forasteros —le tembló la voz, de seguro lograba percibir la fuerza interna que desprendía Kerr. Era muy joven, Kerr asumió unos quince, con la piel bastante oscura y los ojos abiertos. El cabello largo y chino estaba trenzado sobre su cráneo con finas trenzas.

—Me temo que eso no podrá ser así — le dijo Kerr —he venido hasta aquí buscando algo importante y no me iré hasta encontrarlo —el muchacho retrocedió un paso — ¿podrías hablar con tu Alpha? Mi nombre es Kerr Dow, mi madre era Victoria Dow —Kerr tuvo una irremediable duda en ese momento, trató de recordar cuál era el apellido de Víctor, pero no lo recordó, ¿tendrían el mismo?

—Dame… dame un segundo —el muchacho desapareció por entre los árboles y Kerr lo siguió despacio hacia la manada.

Más pronto comenzó a sentir las conciencias de las personas de la manada, eran muchas, demasiadas, más del doble que la manada de rak y se sintió intimidado por alguna razón. Nunca pensó que una manada pudiera tener tantos miembros.

Cuando llegó hasta la orilla del bosque donde comenzaba el campamento se topó con una enorme cabaña hecha de troncos gruesos, con tejas de barro y ventanas altas y fortificadas.

De la cabaña salió el muchacho moreno seguido por una hermosa mujer de cabello rojo y piel pálida, y Kerr se la quedó mirando al tiempo que ella avanzaba hacia él.

Tenía un paso firme y Kerr supo de inmediato y por la expresión severa en su rostro que era la Alpha de esa manada, claro que lo era.

Cuando la mujer llegó hasta él lo empujó con fuerza contra un árbol y Kerr, aunque pudo evitar cada uno de sus movimientos, le pareció correcto dejar que pensara que tenía el control. De la parte de atrás de su abrigo de piel de zorro sacó un cuchillo que apretó contra el cuello de Kerr.

—¿Quién eres y cómo nos encontraste? —le preguntó ella con rabia y Kerr no quiso ni pasar saliva.

—Vengo a buscar información, alguien me dijo que aquí podría conseguirla —le dijo él, muchas personas comenzaban a reunirse con curiosidad, demasiadas.

—Aquí no hay información para nadie —le dijo ella, sus ojos brillaron y Kerr se preguntó si lo mataría en ese momento, o al menos que lo intentaría.

—Soy el hijo de Victoria Dow, ella era de esta manada —dijo Kerr con urgencia.

—No conozco ninguna victoria —le dijo la mujer — así que será mejor te alejes o…

—Kerr…—dijo alguien detrás de ellos y la pelirroja lo soltó, era un hombre alto de cabello negro y ojos claros que caminó hacia él con rapidez —Kerr —repitió y él asintió.

—¿Cómo sabes mi nombre? —le preguntó y el hombre se acercó, estiró los brazos y agarró el rostro de Kerr entre las manos. Las arrugas que comenzaban a formarse en su rostro se apretaron cuando los ojos se le llenaron de lágrimas.

—El hijo de mi hermana Victoria vino a visitarnos —dijo con alegría y las personas que estaban acumuladas detrás aplaudieron y se llenaron de vítores. Kerr lo miró confundido y encontró en los ojos del hombre el mismo azul que tenía en los suyos y una sensación cálida le invadió el pecho.

—¿Eres hermano de ella? —preguntó y él hombre asintió. Le acarició el cabello con ternura y sonrió ampliamente.

—Bienvenido a casa, sobrino —muchas personas se reunieron alrededor de él y le tocaron los hombros, con amplias sonrisas, le estrechaban las manos y Kerr, a pesar de lo confundido que estaba, agradeció con un sentimiento en el pecho la cálida bienvenida.

La pelirroja, cruzada de brazos, le dio una buena repasada antes de meterse dentro de la cabaña con una peculiar sonrisa en el rostro.   

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