Humo y sangre.

Sebastián siguió a Aleck por los estrechos túneles, para él no eran más que estrechos laberintos que se entrecruzaban los unos con los otros en interminables pasillos, pero el vampiro parecía que tenía impreso en la memoria cada pequeño rincón del lugar.

Corrieron chocando con vampiros que iban y venían desesperadamente y eso comenzó a preocuparlo, ¿qué pasaba si lograban secuestrar a Walter? Sin el trasformista que liderara a ese aquelarre, sería más complicado convencerlos de poder pelear a su lado, o todo lo contrario.

En el camino se encontraron con Exequiel, el trasformista del aquelarre de la cascada lucía asustado y más pálido de lo normal, de seguro la idea de caer en las manos de Jábico nuevamente lo asustaba, y Sebastián recordó su propia estadía en la cede de los laboratorios, la energía atravesándole el cuerpo y el hambre a la que fue sometido para que confesara donde estaba la fábrica.

Llegaron al final del pasillo, había por lo menos dos decenas de puros con ropas negras amontonados para evitar que alguien al otro lado de la multitud escapara y cuando ellos llegaron Aleck comenzó a abrirse espacio entre los presentes, Sebastián y Axel lo siguieron y cuando llegaron al final encontraron a tres vampiros acorralados, uno de ellos sostenía el cuerpo de Walter, el trasformista tenía los ojos negros y parecía paralizado, Sebastián pensó que de seguro le habían aplicado algún suero que le anulaba los poderes.

— ¿Cómo entraron? — preguntó Aleck, uno de los puros, con el cabello blanco y la cara arrugada se dirigió hacia él.

— Son de los nuestros, ¿Cómo íbamos a imaginarlo? — Sebastián recordó que eso mismo le pasó a él la primera vez que vieron a Stiven, no sabían que estaba pasando y por eso logró herirlo.

Los tres vampiros frente a ellos estaban en posición de ataque, pero en la cara no tenían ninguna expresión, nada, parecían cascarones vacíos y sin alma y eso le puso los pelos de punta.

Estiró la mano y acarició la espalda de Aleck, estaba tenso y apretaba los puños.

— Si Walter me hubiera escuchado esta mañana… — dijo, un puro dio un paso al frente.

— Suéltenlo ahora o atacaremos — les dijo con autoridad, pero los tres vampiros parecían no entender sus palabras, como si fueran únicamente muñecos vacíos a control remoto.

De la parte trasera de los bolsillos sacaron algo que pusieron sobre sus narices, como si fueran cubrebocas negros y metálicos y Sebastián abrió los ojos.

— ¡No! — gritó el lobo dando un paso al frente y poniendo a Aleck detrás de él para protegerlo, pero todo pasó muy rápido. Uno de los vampiros controlados sacó algo del bolsillo, pequeño, del tamaño de su puño y luego lo lanzó al aire. La cosa voló y explotó con tanta fuerza como una granada y un espeso humo azul invadió todo el lugar.

Los vampiros comenzaron a toser descontroladamente, Sebastián se había lanzado sobre Aleck al momento de la explosión, pero el menor logró aspirar el humo y tosía con fuerza.

Sebastián también olió el humo, pero en él no tenía efecto, de seguro los laboratorios Jábico no llegaron a sospechar que en el aquelarre habría un lobo.

— Mis poderes — dijo Aleck en medio de los ataques de toz después de que Sebastián lo sacara de la cortina de humo que no parecía disolverse — no están.

— Volverán — le dijo Sebastián y lo tomó de las mejillas para que lo mirara — te prometo que volverán, solo no desesperes — Aleck tosió, luego miró algo detrás de Sebastián y cuando el lobo se volvió se encontró con los tres vampiros, dos de ellos traían a Walter y a Exequiel, los únicos transformistas que estaban ahí.

El humo azul comenzó a meterse por los ductos de ventilación y se comenzaron a escuchar quejidos provenientes de todos los rincones del aquelarre. Sebastián dejó a Aleck recostado en la pared y se enfrentó a los vampiros.

El que estaba libre dio un paso al frente y luego atacó a Sebastián corriendo hacia él, pero el lobo aún en su forma humana era bastante fuere y contratacó dando un golpe seco en la tráquea del puro que se tambaleó, de haber sido un humano hubiera muerto al instante.

Después de un segundo el vampiro se abalanzó sobre él mientras los otros salían corriendo con los transformistas al hombro.

Sebastián se preparó, no solo sería salvarlos a ellos, sería salvar también a su manada, si Jábico utilizaba el veneno de Exequiel y Walter para aumentar el número de su ejército les afectaría a todos.

En medio de la pelea, cuando logró someter al puro contra el suelo, una idea le llegó a la cabeza « Kerr escapó » se dijo, era la única explicación del por qué los laboratorios estaban buscando transformistas, de lo contrario, Kerr solo bastaría para derrotar a todo un ejército.

De un golpe seco dejó al puro inconsciente en el suelo y se volvió hacia Aleck que estaba tosiendo mientras intentaba ponerse de pie. Por todo el lugar se escuchaban gemidos.

— Ve — le dijo el muchacho y Sebastián le sonrió de lado, saltó hacia el frente y se transformó rasgando la ropa que tenía puesta e irremediablemente se preguntó si le llamarían la atención por romper el mono café.

Los túneles eran estrechos, pero lo suficiente como para que él pudiera correr con soltura, y cuando alcanzó a los vampiros los atropelló como un auto sin frenos y los transformistas cayeron y rodaron por el suelo.

Sebastián se volvió hacia ellos y uno saltó sobre él, tenía un chuchillo en la mano que le encajó sobre el lomo varias veces antes de que Sebastián lograra enterrarle las fauces en la puerta hasta el hueso y lanzarlo sobre la pared.

El otro aprovechó para saltar y colgarse de su cuello apretando con fuerza, le cortó la respiración de golpe, parecía que el vampiro tuviera una prensa hidráulica en los brazos, y por más que Sebastián intentó quitárselo de encima, el vampiro no se movió.

El del cuchillo hizo una pirueta corriendo por la pared para caer de nuevo en el lomo de Sebastián, pero el lobo pensó rápido, se tiró boca arriba dejando al que lo estaba ahorcando expuesto y el otro cayó sobre él encajándole el cuchillo por la parte trasera del cuello y la sangre del vampiro se resbaló por el cuerpo de Sebastián mezclándose con la suya.

El lobo aprovechó la situación para morder la cabeza del otro en uno de sus descuidos, tan fuerte que crujió y cayó al suelo inerte.  

Cuando Sebastián se puso de pie la sangre manchaba todo, suya y de los dos vampiros, el lomo le ardía con fuerza. Solo tenía que permanecer trasformado para que su lobo lo sanara.

Cuando miró hacia la entrada el trasformista de ese aquelarre, Walter, lo miraba con gesto de aprobación, los ojos estaban oscurecidos por la falta de poderes y Sebastián levantó la cabeza, esta vez sí que sería más fácil convencerlo de pelear.  

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