Solos en la guerra.

Al aquelarre le tomó por lo menos medio día volver a una relativa normalidad. La mitad de los vampiros se había quedado sin poderes por culpa del humo que los enviados de los laboratorios habían lanzado y estaban diseminados por todos los túneles como si estuvieran medio muertos.

Sebastián caminaba al lado de Aleck, el muchacho parecía mareado y distraído y se había colgado al brazo del lobo como si en cualquier momento pudiera desmayarse.

No habían tenido una buena noche, cuando Sebastián llegó a la habitación después de quitarse toda la sangre del cuerpo Aleck estaba acostado en la cama con posición fetal y los ojos brillosos.

— Es como si estuviera vacío por dentro — le había dicho y Sebastián lo abrazó, cuando él perdía los poderes no se sentía gran diferencia, aparte de la fuerza que se iba con la telepatía, pero para los vampiros parecía ser algo diferente, como si la fala de poderes les quitara parte de sí mismos, Sebastián no lo tenía muy claro, pero Aleck era de los pocos que había afrontado la situación con una madurez admirable, la mayoría estaba llorando en las esquinas.

Llegaron a la habitación que hacia las veces de sala de reuniones y cuando entraron se encontraron con Walter, el transformista de ese aquelarre estaba sentado en una enorme silla en la cabecera de la mesa con el mapa y no se molestó en ponerse de pie, tenía los los oscuros y eso lo hacía lucir tremendamente diferente.

— ¿Cuándo crees que dure el efecto del suero? — le preguntó él a Sebastián que ayudó a sentar a Aleck.

— No lo sé  — dijo después de un rato — en los lobos se tarda unas doce horas, pero menos si eres más fuerte, supongo que  de todos serás el que primero recupere sus poderes — el transformista asintió con la cabeza, la sala estaba llena de puros que parecían ser del concejo.

— Bien, ¿Cuándo se van? — preguntó el hombre y Sebastián se sentó al lado de Aleck que apretó el ceño.

— ¿De qué hablas? — le preguntó el menor — no nos ayudarás, ¿verdad? — el transformista le apartó la mirada a Aleck y Sebastián bufó.

— Y yo que pensaban que los vampiros eran valientes — dijo, y aunque el otro ya no tenía los ojos rojos, la cara sí que se le enrojeció.

— ¡Yo hago esto por proteger a los míos! — le gritó, pero Sebastián permaneció imperturbable, habló con calma.

— No, lo haces por miedo, un miedo sin sentido — se inclinó hacia la mesa — ¿Cuánto crees que tardará Jábico en entrar al aquelarre? Encontrar a trasformista es difícil, mucho, y no se detendrán hasta que te agarren y pongan tus colmillos en extractores como si fueras una vaca lechera.

— Resistiéremos — Sebastián regresó al respaldo de su asiento, casi que podían ver las manos del vampiro temblar.

— No, no lo harán, ya no sabes en quien confiar, cualquier persona que esté a tu lado podría ser un zombi de Jábico y no lo sabrías, la única forma de que salgan, o salgas, bien librado de esto es que nos ayudes a destruirlos y a terminar la guerra — el vampiro levantó el mentón orgulloso.

— No vamos a a entrar a una guerra que no es nuestra — dijo con rabia.

— Pues lo es ahora — le dijo Aleck que había permanecido todo el tiempo en silencio — si no quieres aceptarlo es tu problema — se puso de pie y les dio una última repasada a los presentes, se había criado con ellos, los conocía de toda la vida y ahora estaba seguro que sería la última vez que los vería con vida, o al menos con su voluntad — ya no hay tiempo para andar mendigando ayuda, pero recuerda algo, Walter — se inclinó hacia el transformista — cuando Jábico esté matándolos a todos por obtenerte, recuerda que pudiste hacer algo al respecto y no lo hiciste — dio la vuelta y se fue, seguido por Sebastián unos metros más atrás.

— ¿Qué haremos ahora? — le preguntó el lobo — estamos solos ahora —  Aleck respiró, sintió como sus poderes comenzaban  regresar poco a poco.

— Solo podemos contar con el aquelarre de la cascada, y será suficiente.

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