Capítulo 8

Al día siguiente tocaron tierra por primera vez.

Las órdenes eran que sólo podían desembarcar los soldados cuyo destino fuera ese puerto, ya que no querían arriesgarse a tener que ir a recuperar soldados ebrios por las calles de esa ciudad, felices por la vuelta al hogar. Aun así, John, Iliana y el capitán consiguieron escabullirse, con la condición de estar de vuelta antes del anochecer.

Por primera vez desde hacía mucho tiempo volvían a pisar una ciudad digna de ese nombre, y mucho más: una ciudad inglesa. Los tres estaban entusiasmados, con los ruidos, los olores, el ritmo…por fin en casa.

Los caballeros acompañaron a Iliana a un almacén para conseguir un par de cosas que necesitaba con urgencia. Sólo tenía las monedas de plata que le dio aquel maldito tabernero, así que fue muy parca en sus gastos. Aun así, cuando se dispuso a saldar su cuenta, la dependienta le dijo que el caballero ya se había hecho cargo del pago. Señalando en dirección a William.

Su primer impulso fue decirle que no aceptaba, en un arranque de dignidad.

-Muchas gracias- dijo en conteniéndose su

lugar.

-No es nada, -contesto el capitán con aire distraído.

Siguieron paseando el resto de la tarde sin rumbo. Simplemente perdidos entre el bullicio. Comieron en un restaurante recuperando viejos sabores, y regaron el festín con whisky alejándose del maldito vino francés.

Iliana pidió una infusión, ya que no sería bien visto que una dama bebiera, y menos a esas horas del día. Discretamente, John se encargaban de aromatizar su infusión, lo que les provocaba auténticos ataques de risa.

-Si tenemos que cargarla en brazos para salir de aquí, tú te encargaras de justificar el efecto de esa infusión. -Dijo William con sorna. Lo que volvió a causar la risa de los dos jóvenes, como niños traviesos.

Llegó la hora de volver al barco.

Una vez a bordo, Iliana decidió que se quedaría el resto de la noche en su camarote, estaba tan cansada que podían atravesar el mismísimo cabo de hornos y dormiría como un lirón.

Al llegar a su camarote, vio un paquete de papel de seda delicadamente atado sobre su cama. Lo abrió y vio que era una capa de abrigo de color verde con capucha, que había captado su atención en el almacén. Preciosa. Apenas la había mirado de reojo y acariciado la tela distraídamente, pues sabía que no podía permitírselo. Como diablos había llegado ahí, y como pudo William saber que se había fijado en ella. Seguramente había mandado que la llevaran al barco cuando estaban de paseo. Acaricio la capa de terciopelo y sonrió, para que resistir, pensó. Mañana le daré las gracias. Y se la echo por encima en la cama. Era preciosa y tan calentita. Al minuto cayó en un sueño reparador y profundo.

Se despertó con el barco ya en movimiento. Realmente se acostumbraba a la vida marítima, quizás podría ser marinero pensó sonriendo.

Cuando subió a cubierta, la brisa del mar le alboroto el pelo y les dio color a sus mejillas. Los dos hombres la observaron caminar hacia ellos sonriente. Estaba realmente hermosa. Tranquila libre, como una chiquilla que aún no conoce las vicisitudes del mundo adulto.

-Gracias por mi abrigo- dijo sin saludar, mirando directamente a William.

Antes que él pudiera decir nada. John contesto

- De nada Madeimoselle. –

Los dos lo miraron asombrados.

-Me permití observar que carecía de abrigo. Debido al robo seguro. Y pensé que quizás no recordaba cuán cruel puede ser el clima en este continente. Espero haber acertado. ¿Le gusta el verde? -Pregunto John.

-El verde es mi color -contesto ella. Aclarándose la voz. -Muchísimas gracias no hacía falta que se tomará la molestia. -Concluyo educada.

-No es una molestia, para el querida Iliana -dijo William con una voz que denotaba cierta rabia. - Es más bien un vicio que tiene: agasajar a las damiselas. ¿No es así John?

-Noto cierto tono de reproche en tu voz... ¿celoso? ¿Querías una capa tú también? - Dijo este.

-No seas estúpido, no tengo tiempo para tus niñeras. Os dejo hablando de trapos, tengo cosas realmente importantes que hacer. --Y se dio media vuelta, alejándose de paso firme.

-Creo que hemos vuelto a ofender al capitán -dijo John guiñándole un ojo a la muchacha.

Los siguientes días pasaron tranquilos. No coincidieron en muchas ocasiones los tres solos.

Cuando atracaron en los siguientes puertos, Iliana bajaba sólo un momento a estirar las piernas y comprar alguna pieza de fruta o pan y volvía a subir al barco.

Comía en cubierta con alguno de los grupos de soldados que se formaban. Como era la única mujer a bordo, todos querían ejercitar sus modales, cediéndole un sitio, trayéndole el plato o la bebida. Cuando el vino ya había desatado las lenguas, cantaban y contaban historias obscenas, y en cuanto recordaban que había una dama entre ellos, se disculpaban efusivamente. Pero ella siempre acababa riendo sin decoro, así que rápidamente volvían a empezar.

Las cenas las últimas noches las había tomado en su camarote.

La última noche de viaje, el mar estaba revuelto, y ya se estaba arrepintiendo de cenar en su recámara. El apetito la había abandonado, y los mareos que creía olvidados volvieron a asediarla.

Entonces oyó llamar a la puerta. Se incorporó intentando que no se notara su malestar.

-Adelante -dijo con voz firme.

El capitán William entró en el camarote,

agachado la cabeza ya que la puerta era muy bajita.

-Buenas noches -dijo. -He venido a ver si necesitaba algo. El mar está caprichoso está noche.

-Si ciertamente es menos agradable que los días pasados. Pero estoy bien - dijo disimulando.

- ¿Seguro? - pregunto el-. La noto más pálida que de costumbre.

-Seguro acabó de cenar ahora mismo. Gracias por el interés.

-También quería proponerle algo -dijo en un tono intrigante. - ya que nuestra llegada a puerto es inminente y nuestros caminos se separarán. Estuve hablando con John y en vista de que él no tiene familia a la que volver, y el tiempo no le apremia. Va a acompañarme a mi casa en Rochester para pasar una temporada. Quizás ayudarme con las cosas que se deban hacer. Hemos pensado que quizás sería buena idea de que usted nos acompañará, si lo desea claro está.

- ¿A su casa?, pregunto ella incrédula. - ¿con su familia? ¿Cómo su esposa? ¿Y qué pasa con el abandono?

Él sonrió como para quitarle hierro al asunto.

- Siempre puede abandonarme allí, pasado un tiempo. Le daría más realismo si pueden ponerle rostro a mi esposa.

-Y odiarla más -exclamó Iliana -una cosa es una historia, y otra bien distinta mentirle a la cara a sus seres queridos bajo su propio techo.

- ¿Acaso aquí no mentimos? - Pregunto William

-Si lo hacemos. Pero no son su familia, y además aquí nadie espera por decoro, que tengamos gestos de intimidad y cariño. ¿Qué pasará en la intimidad del hogar? Quizás al único que me sabe mal engañar en este barco es a Sir John. - Continuó Iliana.

-No se preocupe por estas cosas, allí nadie es dado a las demostraciones de afecto. Tampoco pasará nada porque camine alguna que otra vez de mi brazo - espetó William. - En cuanto a John, conoce la historia.

- ¿La conoce? -pregunto ella sobresaltada

-John, es mi amigo, mi compañero de batalla, lo sabe absolutamente todo de mí. No creerá que se tragó que ya nos conocíamos, cuanto jamás antes la había visto. Le expliqué una parte de la historia, tranquila. Jamás diría nada que pudiera perjudicar su reputación. Sabe que es una compatriota a quien por mes aventura robaron. Estaba usted en un lugar peligros y sola. Mi deber era ayudarla. Sólo eso. Nada más, se lo aseguro.

Iliana se tranquilizó un poco. Aun así, tan solo rememorar por un instante esa noche, y la vergüenza que le provocaba acentuaron su mal estar. William noto su pesar.

Llevaba rato de pie frente al capitán y el barco no había dejado de zarandearse.

Intentó servirse un vaso de agua cuando un golpe de mar hizo saltar la nave y la pilla desprevenida lanzándola al suelo. Choco con el cuerpo del capitán.

Noto su pecho contra él y sus firmes manos asiéndola por los brazos. Su boca quedó a la altura de su cuello, podía oler la sal de la mar pegada a su piel cálida.

Sus brazos la rodearon para afianzarla, a la vez que apoyaba la barbilla contra su pelo.

- ¿Está bien pregunto? - sin dejar esa postura.

-Si - contesto ella temblorosa, la mejilla pegada a los botones de su uniforme. - Sólo un poco mareada.

- ¿Un poco? - pregunto el suavemente a la vez que la cogía por la barbilla y la obligaba a mirarle a los ojos.

-Yo no…-empezó a decir bajo su penetrante mirada. - Yo…

Y entonces, se apartó bruscamente de un empujón y vómito toda su cena sobre las botas del capitán.

- ¡Cielo santo! - exclamó este.

-Lo siento, lo siento- decía ella desconsolada- no quería. Ha sido sin querer que vergüenza, por Dios que vergüenza.

-No pasa nada Iliana, no es nada. Porque no has dicho que te sentirás tan mal, tú y tu m*****a cabezonería orgullosa, no pasa nada por dejarse ayudar. M*****a sea deja que me ocupe de ti. -Dijo nervioso cogiéndola por el brazo y la cintura para llevarla a la cama. - Siéntate aquí. Te traeré un vaso de agua.

-Estoy bien de verás, lo siento. Si me deja me repondré enseguida. -Se disculpaba ella al borde de las lágrimas

-Basta de decir lo siento, si lo dices una vez más te tiro por la borda. - Le espetó el capitán. –Toma- dijo tendiéndole el agua. - Si me hubieras dicho antes que estabas tan mal te hubiera subido a cubierta.

Mientras la reprimendaba estaba humedeciendo un trapo en agua. Se acercó a ella quitándole el vaso de las manos.

- Dame -le dijo autoritariamente. Lo dejo sobre la mesa y procedió a limpiarle suavemente la cara con el trapo. -Todos podemos mostrar debilidad en alguna ocasión, no pasa nada por pedir ayuda.

Le aflojó el cuello de encaje. Y le pasó el trapo por la nuca, lo cual fue sorprendentemente agradable.

-Me late la cabeza William, parece que me vaya a estallar, - le confesó rindiéndose.

-Túmbate- le dijo el acompañándola con la mano en su nuca. Al verla tan desvalida solo había querido protegerla, cuidarla, la tuteaba olvidando toda convención. Después le colocó el paño frío sobre la frente. Ella cerró los ojos.

-Prometimos en lo bueno y en lo malo -señorita dijo el acercándose a su oído.

-En la mentira. - Contesto ella sin abrir los ojos.

-Bueno, -dijo el irónico - pues estamos en ello así que de momento soy tu esposo y me debo de cuidarte, mujer orgullosa. -comenzó a acariciarle el pelo.

No sabe cuánto tiempo estuvo así, la sensación era agradable, y rápidamente el mareo dio paso al sueño.

Cayó rendida, y cuando despertó ya no quedaba huella del desastre de la noche anterior y el barco había dejado de moverse.

Habían llegado a puerto y ni siquiera había podido contestar a la propuesta del capitán.

Recogió sus pocas pertenencias, se enfundó en su abrigo verde y subió avergonzada a cubierta.

El primero que se encontró fue al capitán, que le tendía la mano para ayudarla en el último escalón. En un acto reflejo bajo la vista hacia sus botas, estaban relucientes. Cuando subió la mirada se encontró con sus ojos verdes mirándola divertidos.

-No pasa nada, todo en orden- le dijo guiñándole un ojo.

Ella se sonrojo.

Enseguida se reunió con ellos John, que venía dando saltos y de muy buen humor.

-Muy buenos días, señora Adams -dijo haciendo una exagerada reverencia. - Me ha informado nuestro capitán que va a acompañarnos en nuestro viaje.

Iliana miro otra vez a William que pareció querer disimular una sonrisa.

-Eso parece- contesto ella dándole su equipaje al capitán y cogiendo su brazo. - Eso parece- concluyo.

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