La carta de Anabel
La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que William había estado ahí. Fue antes de embarcar hacia su primer destino. Su padre había insistido para que comieran juntos a fin de darle algunos consejos sobre el campo de batalla, que curiosamente no había pisado jamás. Paso toda la comida hablando con sus compañeros políticos, y rápidamente el joven se dio cuenta que era una treta política. Seguramente quedaba bien tener un hijo en la contienda que se avecinaba.

Londres le pareció, más grande y ruidoso. Un trasiego imparable de gentes, carros y caballos que lo abrumaba. Alexander en cambio estaba en su salsa. Insistió en hacer la última parte del camino hasta el despacho del abogado a pie, e iba saludando a diestro y siniestro.

Era un pequeño despacho, donde se amontonaban desordenados cientos de documentos.

-Es un trámite que jamás hubiera querido hacer. -Dijo el hombrecillo. - Apreciaba mucho a vuestro padre, una gran pérdida. Se le echa mucho de menos. Supongo que vues
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