Capítulo 12

Londres.

La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que William había estado ahí. Fue antes de embarcar hacia su primer destino. Su padre había insistido para que comieran juntos a fin de darle algunos consejos sobre el campo de batalla, que curiosamente no había pisado jamás. Paso toda la comida hablando con sus compañeros políticos, y rápidamente el joven se dio cuenta que era una treta política. Seguramente quedaba bien tener un hijo en la contienda que se avecinaba.

Londres le pareció, más grande y ruidoso. Un trasiego imparable de gentes, carros y caballos que lo abrumaba. Alexander en cambio estaba en su salsa. Insistió en hacer la última parte del camino hasta el despacho del abogado a pie, e iba saludando a diestro y siniestro.

Era un pequeño despacho, donde se amontonaban desordenados cientos de documentos.

-Es un trámite que jamás hubiera querido hacer. -Dijo el hombrecillo. - Apreciaba mucho a vuestro padre, una gran pérdida. Se le echa mucho de menos. Supongo que vuestro hermano os puso al corriente.

-Si, en líneas generales lo hizo, -contesto William

-Bien, pues entonces si no tienen nada que añadir esto será una mera formalidad, -dijo tendiéndole unos papeles al capitán. -Firme aquí y todo estará listo.

William se ejecutó sin ni siquiera leerlos.

-Perfecto- siguió el abogado. -Ahora el segundo tema. También conocí a su madre, una mujer admirable. Hace unos años vino a pedirme que fuera el custodio de una serie de voluntades bien particulares. Así como a exigirme que estas fueran secretas hasta su muerte. Sobre todo, para su difunto padre. La petición me resultó como mínimo extraña, pero me debo a mi trabajo así que aquí estamos.

Su madre le dejó a usted una serie de fondos con la condición de que fueran exclusivamente invertidos en mejorar la vida de su hermana Octavia , a pesar de haberla adoptado legalmente su padre no la tubo en consideración en su testamento , así pues su madre temia que quedara desamparada. Usted puede invertirlos en parte, si deseara que fructifiquen, pero jamás en su totalidad. Los beneficios también serían para el mismo fin. Estamos de acuerdo -puntuó. -Así mismo me dejó una carta para usted. Si desea leerla, con gusto le dejó mi despacho. Si el señor Alexander desea me, podemos tomar un brandy en mi salón.

William cogió la carta de la mano del abogado y asintió con la cabeza. Los dos hombres abandonaron el lugar.

Querido William

Mi valiente capitán. Esta es una carta que espero leerás muy tarde en tu vida.

He dispuesto una serie de fondos, para que puedas hacerte cargo como consideres mejor del bien estar de nuestra amada Octavia, y que ello no represente un incordio económico para ti o la familia que hayas podido formar. Sé que carece de toda lógica que esta petición sea dirigida a ti, y no a tu padre o a tu hermano que te preceden. Pero los dos sabemos que los lazos que tú y Octavia compartís, no tienen ni punto de comparación con los suyos.

Octavia es un ser complejo, pero no siempre fue así. De niña fue un ser lleno de luz y pasión. Su risa llenaba los pasillos de nuestro hogar. Muy amante de su familia. Siempre cantaba y bailaba por los jardines. Así es como me gusta recordarla. Te parecerá imposible pero así es. O más bien era, hasta que sucedió algo que la arrastró a la locura. Mi amado hijo, lamento dejarte con esta tarea, y tantos interrogantes, a los cuales no tengo fuerzas de responder. Lo siento en lo más profundo de mi corazón. Esta es la petición desesperada de una madre. Sólo puedo confiar en ti. Sé qué harás lo correcto.

Si aun así crees que no puedes vivir sin ciertas respuestas: hay un viejo amigo de la familia. El señor Ellis Walden, que podrá responder a algunas de ellas si ello aligera tu carga. Aunque hay puertas que es mejor no abrir. Yo simplemente no puedo.

Espero que sepas que estoy muy orgullosa del hombre en el que te has convertido, y que te amo profundamente.

Deseo que vuelvas a nuestro hogar sano y salvo. Cuida también de Alexander. Que Dios os bendiga a todos.

Tu madre que te quiere y te lleva en el corazón allí donde vaya.

Anabel

William la leyó hasta dos veces. Obviamente pensar en el suceso que pudo trastornar a Octavia lo llenaba de curiosidad, pero también de recelo. Quedó claro que era algo que Alexander también debía ignorar, algo que dolía a su difunta madre hasta el punto de que no podía mencionarlo.

¿Acaso su padre estaba al corriente? Eso no lo sabremos nunca pensó. Fuera lo que fuera quizás lo mejor era que permaneciera en el pasado y en el olvido. Para no hacer más daño. De que serviría ahora pensó.

Fue al encuentro de los dos caballeros que estaban enfrascados en una conversación.

-Ya no tenemos nada que hacer aquí supongo -dijo dirigiéndose a su hermano. - ¿Nos Vamos?

- ¿Puedo saber de qué hablaba la carta de madre? - Le pregunto Alexander disimuladamente en el carruaje que los llevaba a su casa de la ciudad.

-Nada importante, consejos para cuidar a Octavia, cosas que le gustan y cosas que no. -Respondió evasivo.

-La loca va con instrucciones- se mofo Alexander.

-Realmente aún no sé cómo no te he partido la cara en todos estos años, -dijo William perdiendo la paciencia - ¿tanto deseas parecerte a nuestro padre, que haces de ser odioso un deporte?

-Lo siento. Pensé que sería gracioso -se disculpó a regañadientes.

-También me pedía que te cuidara, -añadió mirando por la ventanilla.

- ¿En serio? - exclamó su hermano. - ¿A mí? Debería cuidarte yo a ti que eres el temerario.

Los dos hombres rieron y continuaron su camino en silencio.

Durante los días que permanecieron en Londres, apenas vio a Alexander. Supuso que su carrera política, algo descuidada últimamente requería de su presencia. Seguramente sus amantes abandonadas también, porque raramente dormía en la casa.

Antes de regresar William salió a comprar un presente para Iliana. Hubiera sido extraño que no lo hiciera para su recién estrenada esposa. Alexander lo hacía para Diana y sus hijas.

A pesar de ser una tapadera, William puso mucho esmero en la elección del collar que iba a comprar. Al final se decantó por una elaborada pieza de zafiros entrelazados y en el centro de la gargantilla un rubí de un rojo insolente destacaba sobre el verde de las piedras.

-La celebración de la diferencia, el inconformismo, la piedra única entre las demás, - dijo el joyero con el colgante entre las manos.

-Será perfecto. Me lo llevo -sentenció William

******

Apenas se oyeron los caballos tomando la avenida que llevaba a la casa, las pequeñas corrieron a recibirlos. Delante iba Charlotte con su hermanita de la mano y detrás iba la más pequeña en los brazos de Iliana. Todas reían mientras hacían una carrera.

Iliana estaba despeinada y con las mejillas rojas hasta las orejas, debía llevar un rato correteando con las pequeñas a juzgar por su estado. Alexander cogió a las dos mayores sobre la agrupa de su caballo y William indicó a Iliana que le diera la mano para subir con él al suyo.

-Agarre bien a la pequeña -le indicó mientras la levantaba con un solo brazo hasta sentaría delante de él.

Le rodeó la cintura con los brazos para coger de nuevo las riendas. Ella se acomodó contra su cuerpo para no caer, mientras pegaba a la pequeña contra el suyo.

-Buenos días, señora Adams -le susurró al oído.

-Buenos días capitán -dijo ella mirando al frente.

*****

-Es precioso. No hacía falta que trajerais nada. -Dijo Iliana mirando el colgante.

-Dejádmelo ver querida- decía su cuñada curiosa. -Sí, es muy bonito. Un poco excéntrico para mí gusto, pero seguro que os quedara precioso.

-Permitidme ponéoslo, - dijo William cogiéndoselo de las manos.

Iliana se recogió el cabello, mientras William se lo colocaba alrededor del cuello cerrando delicadamente el broche. Al hacerlo acaricio nuevamente el nacimiento de su cabello con el pulgar. Iliana podía sentir como su corazón latía más fuerte cada vez que el hacía eso.

-Permitidme ponéoslo…-interrumpió burlón Alexander, -Espero que en el lecho conyugal no seáis tan vergonzoso. De lo contrario nunca tendré sobrinos. Aunque si queréis consejo ya sabéis…-Dijo a modo de desafío.

-Siempre y que no quiera un heredero…, -retoco William a modo de venganza.

Aunque se arrepintió inmediatamente en vista del mal estar que había creado en su cuñada. Ese no era su estilo. - Mis disculpas -dijo retirándose.

Estaba paseando por el jardín cuando oyó unos pasos sobre la grava tras de él. Al girarse cual no fue su sorpresa al ver a Octavia del brazo de Iliana. No parecía demasiado confiada, pero al verle esbozó una sonrisa.

-Hemos hecho un trato. Yo ayudó un rato a Octavia con sus dibujos, y ella me acompaña a pasear un rato por los jardines. Llevamos pan seco para los patos del estanque -explicó Iliana, - ¿Quiere acompañarnos capitán? -Pregunto.

-Será un placer- dijo, dando su brazo a Octavia.

No podía dejar de mirar a las dos mujeres, mientras tiraban miguitas de pan al agua. Cada vez que los patos se enzarzaban en una trifulca las dos reían como niñas. No sabía cómo lo había conseguido, pero era un milagro. Iliana era un bálsamo para Octavia. Y para él.

Iliana también había obrado su magia en la habitación de Octavia. Juntas había elegido los dibujos más bonitos del niño que jugaba en la playa y los habían enmarcado cuidadosamente. Los demás estaban en una hermosa carpeta sobre la mesa.

Habían dado rienda suelta a su imaginación, y una de las paredes se había convertido en un mural de flores de todos los colores, mariposas de alas brillantes y dibujos varios.

-Lo que algunos consideran locura podría ser genialidad según como se mire- dijo Iliana.

-Ciertamente- dijo William.

Cenaron pronto y charlaron amenamente como ya era costumbre los últimos días, como era costumbre también alexander tomo alcohol exageradamente cosa que exasperaba a su esposa.

Al finalizar la velada todos se retiraron a sus habitaciones.

En mitad de la noche pudieron oír gritos provenientes de la habitación de Alexander y su esposa. Discutían y se oían golpes en la pared. Después, un portazo que debió despertar a toda la casa, las botas de Alexander y el llanto de Diana en su habitación.

Iliana se levantó y fue hacia el salón de su habitación donde estaba William. Lo encontró sobre la mesa con una carta en las manos. La misma carta que había leído decenas de veces como buscando una respuesta.

- ¿Malas noticias? - le pregunto Iliana al ver su semblante.

-No es nada, papeles de Londres -dijo guardando la carta en el cajón.

- ¿Creéis que sería conveniente que vaya a ver como esta Diana? -Consultó Iliana.

-Son cosas de matrimonios. Creo que la pondría incómoda, es de naturaleza muy reservada por lo que he visto. Mejor dejarla calmarse. Él se ha ido. He oído su caballo alejarse, seguramente ha ido a la taberna del pueblo.

-Seguro que ahí se encontrará con John. Espero solamente que el más sereno de los dos traiga al otro a casa sin meterse en líos.

Iliana sonrió mientras se permitía la osadía de hundir sus dedos en el cabello de William acariciándole la cabeza.

-Vos deberíais dormir, parecéis cansado -dijo en un tono protector.

El dejó caer su cara sobre la palma de su mano.

-Siento que esa ciudad me ha quitado más años de vida que todos mis enemigos franceses.

Ella sonrió. La luz de las velas detrás de su camisón hacía que su figura se dibujada sobre la tela.

Tiro de su mano y la sentó sobre sus rodillas. Hundió su cara contra su pecho y volvió a respirarla.

-Dios me perdone. Perdóname tu Iliana. No puedo evitarlo. -Y la beso en los labios. Fue un beso suave, como si temiera que fuera a desaparecer, los labios apenas abiertos dejaron escapar su aliento cálido.

Cuando se separó de ella y la miro a los ojos ella dijo:

-Tenemos que hablar.

- ¿Puede ser mañana Iliana? estoy agotado. Deberíamos intentar dormir.

-Está bien -dijo ella incorporándose, -mañana, - y lo beso tiernamente en la frente.

Sus manos se fueron separando lentamente hasta que se perdieron. Ella fue apagando las velas camino de su cama.

El volvió a abrir el cajón…

Al día siguiente Iliana amaneció con una nota y una flor.

Mi amada esposa, unos asuntos requieren mi presencia. Volveré está noche y podréis decirme vuestros pensamientos. Yo también ansío hablaros de un asunto. Eternamente vuestro Capitán William Adams.

Iliana sonrió y apretó la misiva contra su pecho.

William no pensó que aquella carta de su difunta madre iba a marcarle tanto. Si bien en un principio había decidido ignorar el secreto oculto tras ella, se había vuelto una auténtica obsesión.

Recordaba el nombre escrito en ella: Ellis Walden.

Era un caballero que tenía una propiedad no muy lejos de ahí. Había oído decir que era un hombre de negocios caído en desgracia. Pero en una época anterior, había amasado una auténtica fortuna. Ahora apenas tenía una renta, su destartalada propiedad y un ama de llaves. Era un paria de la sociedad. Sus padres debían conocerle de su época gloriosa.

Pero qué papel jugó en los acontecimientos del pasado era algo que debía descubrir.

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