capítulo 17

CAPITULO 17

Con la llegada del buen tiempo, Alexander decidió ir a Londres durante unas semanas. A pesar de la tentación William resistió. En lugar de ello se le ocurrió una idea descabellada. Partiría junto a Octavia, su cuñada y las niñas. Pasarían unas semanas en un balneario cerca del mar. Donde su madre solía llevar a Octavia a pasar largas temporadas.

A todos les sentaría bien el cambio de aires. Diana hacia una eternidad que no salía. Para las niñas era su primer viaje, toda una aventura. Octavia estaba más inquieta, no le gustaba salir de sus rutinas, pero seguro que rodeada por ellos no sería un trance que no pudiera superar.

Para William podría suponer, las respuestas a algunas dudas que quedaban sobre su madre y su hermana. Quizás alguien las recordará.

Quizás alguien supiera alguna cosa. Ya se sentía con fuerzas para acabar ese capítulo y conocer toda la historia, además ¿qué podía ser peor que lo que ya sabía?

Pero, sobre todo, suponía pensar en algo más que no fuera Iliana.

El viaje fue divertido pero agotador, ya que la excitación de las pequeñas no les dio ni un minuto de respiro.

El balneario estaba situado cerca de Folkestone. Una prometedora ciudad costera.

Era bastante antiguo, pero estaba bien conservado.

Los acomodaron en unos apartamentos de varias habitaciones con vistas al mar.

Octavia no presentó ningún problema. Pero pudieron notar como su semblante se oscurecido al acercarse a la región, y como se tornó aún más silenciosa si cabía. Se sentaba durante horas en la ventana mirando a la mar distraída.

Diana y las niñas disfrutaban de los baños y de los largos paseos por la playa.

William vagaba por las instalaciones, tratando de mantener su mente ocupada. Y encontrar alguien que pudiera haber conocido a las dos mujeres.

Todo el personal parecía bastante joven, casi todas sus pesquisas fueron infructuosas. Hasta que alguien le indicó que el más veterano de ellos era el señor Wilburg, el encargado de los barros curativos. Llevaba ahí desde que los barros eran piedra habían bromeado.

Esa es mi última oportunidad, si él no sabe nada, olvidaré esta historia para siempre pensó.

Encontró al señor Wilburg atareado removiendo enormes tinajas de barro burbujeante. Era grande y fuerte, pese a que debía tener la edad de sus padres. Como era posible se preguntó William. Ese barro debía ser realmente benéfico se dijo finalmente.

-Buenos días. ¿Señor Wilburg? - Le interrumpió William

El hombre dejó su tarea y lo miro desde lo alto de la escalera sorprendido.

-Si señor ese soy yo, - respondió. - ¿En qué puedo ayudarle Sir?

-Buenos días. Soy el capitán William Adams. Me indicaron que quizás usted pudiera responderme a algunas preguntas. -Comenzó. - Estoy buscando alguien que hubiera coincido aquí con mi madre Lady Anabel Adams, y mi hermana pequeña Miss Octavia Adams. Parece ser que usted lleva tanto tiempo aquí que podría haber sido el caso.

El hombre los siguió mirando aún más sorprendido. Finalmente dejó de remover el barro y se secó las manos. Bajo de la escalera para ponerse a la altura del capitán.

Le tendió la mano.

-Buenos días, señor Benjamín Wilburg a su servicio. - Dijo

William volvió a quedar impresionado por la fuerza de esa mano para un hombre de su edad.

-Si señor - continuó Wilburg tras la presentación. - Si, Tuve el honor de conocer a su madre y a su hermana. Fue hace mucho tiempo. Más de treinta años creo. Pero las recuerdo perfectamente porque venia cada año en la misma época. ¿Cómo están? No volvieron en mucho tiempo. ¿Han venido con usted? - Pregunto.

-No. Lamentablemente mi madre falleció hace unos años. Octavia si nos acompaña - dijo William.

-Siento muchísimo oír eso, Lady Adams era una dama exquisita. La señorita Octavia debe ser mayor ya. Yo lo recuerdo muy jovencito. Y a usted, no lo hubiera reconocido jamás sonrió. Era muy pequeño cuando corría por aquí.

-Yo no vine nunca aquí señor -dijo William sorprendido.

-Oh disculpe -exclamó el hombre. -Pensé por deducción que usted debía ser uno de los dos niños que venían con ellas. Su pelo pelirrojo me llevo a conclusiones erróneas. Perdone.

- ¿Dos niños dice usted? -siguió intrigado...

-Sí. Siempre venían con dos niños pequeños. -Continuó relatando. - Aunque no pernoctaban aquí. Aquí sólo venían a los baños, y a la playa. Arrendaban la casa de la señora Freeman en el pueblo. Lo sé porque mi trabajo mientras duraba su estancia, era llevarlas en el carruaje, donde me indicarán. Por eso las recuerdo.

- Una dama exquisita su madre como le dije. Y muy generosa, además. Me gustaban sus visitas. Me alejaban un poco de aquí. -Comentó.

William hubiera querido hacerle miles de preguntas. ¿Quiénes eran esos niños?, ¿qué edades tenían?, ¿de dónde venían? Había alguien más con ellas. Pero pensó que su impaciencia podría abrumarlo.

Era un hombre mayor. Quizás su memoria le jugaba alguna pasada. Debía tener cautela para que el relato no se tergiversase.

- ¿Esa tal señora Freeman, sigue viva? - Pregunto cauteloso

- ¿La señora Freeman? Sí. Es un poco excéntrica. Esta loca según dicen algunos. Pero a mi simplemente me parece una anciana que ha vivido demasiado tiempo sola. Su marido murió en la guerra, al quedar viuda y sin recursos. Tubo que dedicarse a alquilar su casa a pasantes. Yo la visito una vez por semana para hacer los arreglos que necesite en el jardín o en la casa. Mañana debo ir, si desea acompañarme. Seguro que agradecerá la visita. Aunque ciertamente es un poco rara y su mente le juega malas pasadas. Pero quizás le pueda contar algo más. -Concluyo.

William pasó el esto de la tarde con las mujeres de su casa. Las niñas adoraban pasearse por la playa y hacer enormes castillos de arena. Octavia simplemente se sentaba en la arena y observaba el ir y venir de las olas perdida en sabe Dios qué pensamientos. Si solamente ella pudiera contarle lo que había ocurrido ahí. Ella conocía todas las respuestas. Pero ciertamente debía ser inmensamente doloroso para ella. William temía que cualquier intento por su parte de sonsacarla desembocará en una crisis de dimensiones épicas. Traerla aquí ya la había puesto en un estado delicado. No podía infringirle eso.

Mañana visitaría a la señora Freeman.

William se sentó junto a Octavia en la arena.

-A madre le hubiera gustado estar aquí- le dijo abrazándola.

Octavia asintió apoyando la cabeza sobre su hombro y comenzó a llorar en silencio.

El tiempo había sido clemente con ellos. Esa mañana también amaneció soleada. Diana decidió dejar a las niñas al cuidado de una nana, e ir a la ciudad con Octavia a comprar algún recuerdo para su partida al día siguiente. Harían una parte del camino con William y el señor Wilburg, al final de la tarde las recogería de vuelta.

La casa de la señora Freeman era una típica construcción de la región. Un bonito pabellón ingles rodeado de un pequeño jardín lleno de rosas en esa época del año. Había ocas correteando por el jardín que rápidamente alertaron de su llegada con sus graznidos.

Una sirvienta de acudió rápidamente a la puerta a recibirlos.

Buenos días- dijo el señor Wilburg. - ¿Esta Lady Freeman en casa?

La sirvienta asintió y lo invito a seguirla.

Lady Freeman estaba en el jardín sobre un banquito de piedra atareada dando de comer a los pájaros que se amontonaban a sus pies.

-Muy buenos días, señor Wilburg -dijo ignorando a su otro visitante. - Menos mal que ha venido. Las azaleas necesitan que se las pode con urgencia. Y esas malditas ocas han vuelto a hacer de las suyas.

-Muy buenos días, señora Freeman- le contesto el hombre. - Enseguida me pondré a ello. Pero permítame que le presente al capitán William Adams. Ha venido desde Rochester para hablar con usted.

- ¿Conmigo? ¿Que podría querer está joven de mí? - Dijo extrañada la anciana. - ¿Acaso nos conocemos?

-No. -Contesto William. No tengo aún el placer de conocerla. Pero tengo entendido que conoció usted a mi madre y su hermana. Solían alojarse aquí durante largas temporadas.

-Aquí se aloja mucha gente joven. - Sentencio ella sobriamente. -No recuerdo a todo el mundo. Si pudiera ser más preciso. Aunque he de reconocer que mi memoria no es la que era.

-Mi madre se llamaba Lady Anabel Adams y Octavia era su acompañante. Fue hace unos treinta años. El señor Freeman me comentó que posiblemente estuvieran acompañadas de dos niños pequeños durante sus estancias. - Dijo William intentando dar todos los detalles que poseía.

-No las recuerdo- sentenció la mujer.

-Pero quizás…-Empezó William.

-He dicho que no las recuerdo y eso es todo. Además, a usted no le conozco de nada. No sé por qué compartiría con usted cualquier información sobre mis huéspedes. Aquí vienen en busca de anonimato y tranquilidad. Le agradecería me dejará con el señor Freeman. Debo darle las instrucciones para su trabajo. Puede tomar una taza de té en el salón si lo desea mientras espera. - Concluyo tajante.

William no intentó sonsacarla más. Quedaba claro que no quería hablar. Si sabía alguna cosa no la iba a decir. Y no estaba en su educación forzar a una anciana a revelar sus secretos. Pensó que, a mejor opción era retirarse, a pesar de su decepción. Quizás si fuera solo una vieja excéntrica cascarrabias

Espero al señor Freeman en el salón como le indicó la mujer, aunque un té no le apeteció en absoluto.

Los veía a través de la ventana hablando. Se fijó que a un momento dado la discusión pareció acalorase un poco. El señor Wilburg gesticulaba y se tocaba la cabeza.

Ella negaba tajantemente. Estuvieron así durante más de media hora. Parecía algo serio.

Pasado ese tiempo el señor Wilburg se reunió con el capitán.

- La señora Freeman le pide acepte su invitación a cenar. Este todo dispuesto para que usted pernocte aquí. Yo volveré mañana a buscarlo. No se preocupe informare a su familia. Creo que quiere compartir con usted algunos recuerdos. Esta loca, pero no es mala persona una vez que se la conoce. Simplemente excéntrica como pocas. -Dijo alejándose.

Williams no supo que decir. Sorprendido, pero comprendió que, si se negaba, jamás volvería a tener la ocasión de saber el resto de la historia. ¿Porque se habría negado en un principio? ¿Acaso la convenció el señor Wilburg? Quizás sólo divagaría toda la velada por tener compañía. Fuera como fuera se quedaría a cenar y a dormir.

Estaba perdido en sus pensamientos cuando la sirvienta que les había recibido entró en el salón.

-La señora me envía a decirle que serviremos la cena en el comedor pequeño en diez minutos. Si quiere usted refrescarse hay un aseo justo aquí al lado. Sígame.

En el comedor pequeño sólo había lugar para dos comensales. Los huéspedes seguramente debían cenar en otro lugar.

William recorrió la estancia curioseando los retratos de la pared. Casi todos eran cuadros de la campiña. En verano, en invierno. Algunos platos de cerámica decorada colgaban aquí y allí.

Cuando de pronto un pequeño dibujo enmarcado llamo su atención.

Hubiera reconocido ese trazo en cualquier lugar. Lo había visto una y otra vez. Era un dibujo de un niño jugando en la arena. Era un dibujo de Octavia.

- Sí. Es un dibujo de su hermana o su tía nunca me quedo claro el parentesco. - Oyó tras de sí.

-Cielo santo me ha asustado -dijo él.

-Usted también me asusto presentándose así de improvisto esta tarde, como un fantasma del pasado. Octavia dibujaba realmente bien- continuó ella - espero que haya continuado perfeccionando su trazo. Aunque su temática era un poco recurrente. Usted y su pequeño…

Y se quedó en silencio como viajando a un lugar lejano de su memoria.

-Yo jamás estuve aquí señora. -Dijo William

-Puede que no lo recuerde capitán. -Sonrió ella- Pero no olvidaría esos ojos verdes y el insolente color de su cabello.

- A pesar de que de pequeño era mucho más rojizo. Usted era uno de los dos niños de los que me habló. Le conozco desde el día que nació. A los dos. Pero por favor sentémonos.

La sirvienta entró con un bol de sopa humeante. Y tras servir a William se retiró.

-Perdone que no le acompañe -se disculpó la señora Freeman- A mi edad las cenas no acarrean más que mal estar y peor sueño. Pero me encanta ver comer a un hombretón como usted. Salud - dijo levantando su copa.

-Esta mañana cuando vino. Yo no sabía quién era. O si tan siquiera era quien decía ser -continuó. -Sólo sabía que me preguntaba sobre unos acontecimientos, que su difunta madre se guardó bien de que permanecieran secretos. Parece que ha convencido al señor Freeman. Y él me convenció a mí. Así pues, dígame. ¿Qué quiere saber?

William dio un sorbo al vino.

-Me gustaría saberlo todo. - Comenzó. - Al morir mi madre me dejó una carta en la que me relataba una parte de la historia. Una parte que me ha llevado hasta aquí. Hasta usted. ¿Dice usted que nací aquí?

-Así es querido. Aquí mismo en esta casa. Los dos nacieron aquí. Conocí a su madre unos meses antes. Vino con un caballero que pude entender no era su esposo. En el pueblo todos cuchichean sobre mi lo sé. Cuando quede viuda algunos caballeros me hicieron la corte, pero yo nunca quise borrar la memoria de mi esposo así que opte por quedarme aquí sola. Imagínese en aquel entonces. Que blasfemia. Así que rápidamente fui una paria de la sociedad. Un bicho raro. Una loca dicen. Pues bien, que digan. -sentencio- No sé cómo su madre supo de mi pensión. Quizás el párroco del pueblo que cuento entre mis más queridos amigos. Nunca lo supe. - Continuó. -El caso es que su madre vino con una petición muy particular. Quería alquilar mi propiedad por completo. Durante unos meses, ningún otro huésped pernoctaría aquí. Y pedía mi más profunda discreción. Estaba en estado al igual que su hija-hermana menor.

-Quizás porque sabía lo que era ser señalada por la calle. O porque se veía que su madre bien necesitaba un poco de solidaridad femenina en este trance. Fuera lo que fuera, acepte el trato. Y debo decir que nos hicimos muy amigas. A pesar de ello, jamás le pregunté cómo Octavia tan joven, había acabado en este estado. Ya se sabe, los amores de juventud son tan impulsivos.

El semblante de William se ensombrecido y la señora Freeman pareció darse cuenta.

-Bueno quizás usted sepa más que yo de esta parte de la historia. No quiero incomodarlo. -Continuó. -El caso es que meses después nacía usted prematuramente. Su madre ya había tenido hijos así que todo fue como la seda.

-En apenas una hora ya estaba usted aquí con toda la fuerza de sus pulmones a pesar de su temprana llegada. Su madre se recuperó en un santiamén. Ese no fue el caso de Octavia. Quizás debido a su juventud. Su falta de madurez. O su delicado estado mental. Pero esa pobre criatura estuvo agonizando durante dos largos días. Me alegré de que nunca hubiera otros huéspedes. No hubieran aguantado los gritos de la pobre. Tuvimos que mandar a buscar al médico. Incluso el cura del pueblo vino para darle la extremaunción. Pensé que la perdíamos. Finalmente, su pequeño también vio la luz. Aunque era mucho más pequeñito que usted y su vida también parecía pender de un hilo. Octavia estuvo entre la vida y la muerte durante semanas. Deliraba y se debilitaba medida que la fiebre la devoraba. Yo me ocupe de ella día y noche, como si fuera mi propia hija. Mientras que su madre se ocupó de ustedes dos. Los alimentó a los dos y los veló sin desfallecer. Una mujer increíble.

La señora Freeman vio como las lágrimas recorrían las mejillas de William. Pero no dijo nada, simplemente se sirvió más vino y siguió con el relato. Como si se hubiera puesto a manar de una fuente sin fin.

-Finalmente Octavia se recuperó. Aunque no así su cordura. No hablaba y se pasaba las horas con la mirada perdida. Su madre le presentaba al pequeño, pero su instinto maternal parecía haberse perdido con su razón. El pequeño se recuperó y fortaleció. Por usted jamás temimos. Ya nació con esa mata de pelo rojizo insolente, como queriendo avisar al mundo de su llegada. A pesar de ser sietemesino. Su madre los hacia dormir juntos en la misma cuna. Era enternecedor ver como inmediatamente el pequeño de su hermana se tranquilizaba y se dormía a su lado.

-Como le dije. Su madre y yo nos hicimos muy amigas. Confidentes. Rápidamente me dijo que debía volver a casa junto a su hijo mayor y su marido. Pero quedó claro que el pequeño de Octavia no sería bien venido. Así pues, en busca de una solución, acordamos junto al padre Charles que nos visitaba asiduamente, que el pequeño de Octavia sería entregado al orfanato de la región. Su madre aportaría una cantidad de dinero considerable para que no le faltara de nada. De momento no sería dado en adopción. Vendrían una vez al año de visita.

-Supongo que su madre siempre espero que quizás el tiempo hubiera hecho reaccionar a Octavia. Y entonces hubiera sacado valor para enfrentar a la sociedad. Pero no fue así. Venían durante dos meses cada verano. Alquilaba la casa entera. Iban a buscar al pequeño, y se pasaban el tiempo paseando por la playa y en el balneario. Era maravilloso ver como los ojos de los dos pequeños se iluminaban al reencontrarse. Pero el brillo que su madre esperaba de su hermana jamás ocurrió. Los llevaba de la mano. Los bañaba. Los alimentaba. Los dibujaba una y otra vez como en el dibujo que vio antes. Pero completamente ajena a su nexo. Jamás lo miro como a un hijo. Yo me hubiera quedado con el gustosamente. Pero Imagínese que le hubiera deparado el futuro al hijo de la viuda loca. Aquel pequeño merecía una familia. ¿Está usted bien señor Williams? Espero no haberlo abrumado. El señor Wilburg dice que soy demasiado directa para una dama. Brusca en la elección de mis palabras.

-Estoy bien -dijo William tratando de recuperar la voz. -Siento si me ha visto usted perder la compostura. Quizás era un poco más de lo que estaba preparado a escuchar. Pero se lo ruego y se lo agradezco infinitamente. Por favor continúe si puede.

Ella le lleno la Copa.

-Lo peor parecía haber pasado -continuó. -Todo se volvió una rutina. Durante tres años duraron sus visitas. Pero pronto nos dimos cuenta de que la situación no podía durar. Los niños empezaban a tener uso de razón. Pronto todo lo que sucediera quedaría gravado en sus pequeñas memorias, y el daño podía ser irreparable. La señora Freeman hizo una pausa. -Con todo el dolor de su alma su madre decidió que ese sería el último verano. Acordó con el padre que le encontrarían al pequeño una familia donde fuera feliz. Ella se encargaría de todos los gastos que pudiera necesitar. Parecía que los niños lo hubieran intuido y no se separaban ni a sol ni a sombra. Fue realmente desgarrador ver a su madre llorar de aquel modo. Pero sabía que no había otra solución por el bien de todos. Jamás volví a verla después de aquello. Durante un tiempo recibía correo suyo. Pero también eso cesó. Supongo que debía ser muy duro recordar. Jamás se lo reproche. -Volvió a dar un trago. -Durante un tiempo seguí visitando al pequeño. El señor Wilburg, que había sido un fiel ayudante durante todos esos años de secretismo me lo traía algunos días para que el cambio no fuera muy brusco. Hasta que un día el padre me trajo la noticia de que había sido adoptado. Jamás pregunté por quién. Desde ese día no permito huéspedes con infantes. Sus pasitos me ponen melancólica.

El silencio se instaló entre ellos durante largo rato.

-Creo que han sido muchas emociones para los dos. Si me lo permite me retirare a descansar. Los años no perdonan. Espero que la historia que le he contado pueda arrojar luz a sus dudas. Lamento no saber más. - Dijo la mujer levantándose y dirigiéndose a la puerta.

-Se lo agradezco señora Freeman, se lo agradezco profundamente. -Dijo William buenas noches.

Estaba ya de espaldas a él, cuando añadió sin girarse.

-Si desea saber que fue del pequeño. Puede usted ir a la parroquia del pueblo. El padre Charles murió hace muchos años. Pero era muy meticuloso. Guardaba diarios y registros de todos sus movimientos y los de sus feligreses. Su vieja ama de llaves sigue ahí trabajando para el nuevo párroco. Si encuentra algo sobre mí…. Se lo ruego quémelo.

William se quedó solo en el pequeño salón, acomodando sobre el tablero de su existencia las nuevas piezas del puzle que la señora Freeman le había dado.

Solo faltaba saber que fue del hijo de Octavia, después regresaría a su vida.

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