capítulo 20

John había conseguido convencer a Iliana de un breve encuentro con William, no sin dificultad.

Ella no quería ni oír habla de la posibilidad de volver a verse, tras el fortuito encuentro en la calle Iliana había estado sin dormir durante días, no podía comer, no podía dejar de pensar en William, estaba perdida y luchaba contra el deseo de ir a su encuentro a pesar de que ya habían pasado dos años.

Le había costado mucho superarlo, para ponerlo todo en peligro otra vez.

William le había hecho muchísimo daño gratuitamente y no quería volverle a dar oportunidad de ello otra vez.

Pero recibir noticias de Jamaica fue clave para que cediera.

Había intentado comunicarse con su hermana en estos dos años en vano, y las noticias escuetas que llegaban de la isla eran desoladoras.

Quizás el capitán tuviera noticias sobre su familia.

Accedió a encontrarse con el capitán en un parque al final de la tarde, en su hora libre. Le pareció que un lugar público ambos evitarían cualquier efusión dictada por los sentimientos.

Cuando Iliana llegó William ya estaba sentado en un banco. Al verla se incorporó de inmediato. Al llegar a su altura hizo una reverencia.

-Señorita Iliana, gracias por venir - dijo William.

A pesar de querer evitarlo el corazón de Iliana empezó a acelerarse apenas lo vio.

-Volvemos a vernos capitán. -Dijo ella devolviéndole el saludo. -Se lo ruego siéntese.

Ambos se acomodarnos en el banco intentando mantenerse lo más alejados el uno del otro.

- ¿Le gusta Londres señorita Iliana? ¿Y su trabajo? -Pregunto William intentando entablar conversación. Quería parecer cordial y distante, a pesar de que deseaba irremediablemente tirarse a sus pies y rogarle que lo perdonara.

-Si gracias - contestó Iliana. - Pero he accedido a venir porque John, quiero decir Sir John, me dijo que usted deseaba compartir información de Jamaica conmigo. -Contesto cortante, dejando claro que no pensaba intimidar más de lo necesario y que no había venido a compartir banalidades.

-Sí, claro - continuó el. -Disculpe mi indiscreción. Llevo todo el día preguntándome como debo decirle lo que se. Como sabe tras los acontecimientos de aquellos días decidí marchar hacia Jamaica en su búsqueda, de nada sirve que lo niegue.

- Capitán se lo ruego -Exclamó ella incómoda.

-No, tranquila. -Continuó el - es sólo para que entienda lo acontecido después. No pretendo incomodarla. En Jamaica tuve mucho tiempo libre así que recorrí la isla de punta a punta. Dos meses antes de mí llegada toda la isla había sido devastada por un huracán. El paisaje era desolador. La hambruna se apoderó de todos. Mis hombres tuvieron serios problemas para mantener el orden y proteger las propiedades ajenas.

Fui recorriendo todas las propiedades. En toda la misma desolación. Campos arrasados. Inundaciones. Hambre. El cólera pronto se abrió paso. Para cuando encontré la propiedad de su padre, el caos se había apoderado de ella. No quedaba nada en pie, y apenas cuatro almas estaban ahí.

Podía ver como Iliana apretaba cada vez más fuerte los guantes entre sus manos, y como a medida que el relato salía de los labios de William su respiración se aceleraba.

En ese momento infringió el alejamiento y le tomo las manos.

-Uno de los pocos que quedaban allí me informó de lo acontecido. -Dijo lentamente. -Lamento decirle que su hermana sucumbió al brote de cólera que asoló la plantación.

Noto las manos de Iliana aferrarse a las suyas, tratando de mantener la compostura.

-Dicen que su padre perdió la razón. Una noche empezó a disparar a todos acusándoles de su desgracia. Los hombres lo lincharon allí mismo. -Continuo William. -Sepa que hice todo lo necesario para que su hermana recibiera cristiana sepultura. Jamás pudimos recuperar el cuerpo de su padre. Quisiera haber recuperado algunas cosas personales. Pero no quedó nada en pie, todo fue saqueado. Lamento mucho ser portador de semejantes noticias. Pero me prometí que si volvía a verla la pondría al corriente de la suerte de su familia. Lo siento mucho.

Le pareció que Iliana dejaba de respirar por unos segundos. Después está soltó su mano, y con un hilo de voz dijo:

-Le agradezco muchísimo el esfuerzo por informarme. Lamento profundamente la suerte de mi hermana. Estábamos muy unidas. Siempre pensé que un día volveríamos a vivir juntas. Era mi única familia. Gracias de corazón. Ahora le agradecería me dejará a solas. Debo volver a mi casa. Me estarán esperando.

-La acompañare si me lo permite, no puedo dejarla sola ahora. -Dijo el capitán cortésmente

. - ¡No! - Chillo ella bruscamente mientras le hacía ademan de alejarse con las manos. -Se lo ruego déjeme marchar sola. Estaré bien. Se lo ruego, si me aprecia déjeme necesito estar sola un instante. Por favor.

William quiso insistir, pero le parecía que estaba al borde de la histeria, así que optó por aceptar su petición. Hubiera querido abrazarla, y decirle que todo estaría bien….

-Está bien- dijo -como desee. Señorita Iliana le deseo lo mejor. Cuídese mucho. Y lamento profundamente todo el dolor que haya podido causarle, presente o pasado. Nunca fue mi intención.

Hizo una reverencia.

-Capitán- dijo Iliana devolviéndole la reverencia y comenzó a andar apresuradamente.

Iliana camino sin rumbo por el parque. Jamás se había sentido tan sola y perdida. Sabía que quizás nunca hubiera vuelto a ver a su hermana, y aún menos a su padre. Pero tener la certeza de que ya no eran parte de este mundo, le hacía sentir un vacío aterrador. Estaba sola. Completamente sola. Cuando William le dio la noticia, había sentido el deseo irrefrenable de tirarse en sus brazos y rendirse a la pena. Le costó tanto reprimirse. Lo sabía fuerte, cerca de ella. Su olor familiar. Su voz suave a pesar de los horrores que había vehiculado. Sólo allí se hubiera sentido protegida. Pero resistió como pudo a ese impulso. No podía permitírselo. No volvería a pasar por el calvario de perderlo.

Sintió que todo daba vueltas, le faltaba el aire. Tuvo que apoyarse en un árbol, para recuperar el aliento. No había nadie a su alrededor. Se había hecho de noche, y ya ni tan siquiera sabía dónde estaba. Se sintió aún más perdida, y comenzó a llorar desconsolada sobre el tronco del árbol.

Toda la pena del mundo parecía desbordar la.

Cuando de pronto oyó a su espalda una voz ronca que decía:

- ¿Está usted bien Miss?

Como pudo se limpió las lágrimas disimuladamente y se dio la vuelta.

Un grupo de unos cuatro hombres se acercaba hacia ella. Uno de ellos fue el que se interesó por su estado.

-Estoy bien gracias -dijo apresurándose por seguir su camino.

La respuesta pareció satisfacer su curiosidad pues se dieron la vuelta dispuestos a irse cuando uno de ellos se acercó un poco más y exclamo:

-Vaya, vaya, vaya…. ¿qué tenemos aquí? La señorita Iliana Barnes. Que me parta un rayo si el mundo no es un pañuelo.

Por un instante se le paro el corazón.

Al reconocer esa voz un gélido escalofrió le recorrido la espalda y deseo que fuera tan solo una pesadilla.

Era Neil Carrigan, el capataz de su padre.

Aquel crápula, indigno ser rastrero y odioso. Él causante de todas sus desgracias, estaba ahí plantado delante de ella y no parecía dispuesto a dejarla marchar.

Sintió que iba a desfallecer, la sangre se le helo en las venas al volver a ver su rostro. Como podía ser el destino tan cruel y el mundo tan pequeño.

-Siempre supe que prosperaría- Siguió hablando el hombre. -Parece que me equivoque de caballo. O mejor dicho de yegua.

Los otros tres hombres rieron con él. Mientras él seguía adelantándose hacia ella.

-Permítanme que le presente caballeros a la señorita Iliana Barnes. - Siguió. -En una época fuimos buenos amigos. Se podría decir que estuvimos prometidos.

-Tú tienes siempre buenas amigas. - Río uno de los hombres. - Igual esta estaba llorando tu ausencia Neil -añadió burlonamente.

-Disculpe sus modales- siguió diciendo Carrigan - son unos perros del arroyo.

Ahora estaba solo a unos pasos de ella. Podía oler el alcohol de su aliento.

Alcanzó a ver que el tiempo no había sido piadoso con él.

Parecía diez años mayor de lo que era. Había perdido todo su brío de joven fuerte y capaz. Y apestaba.

-Vamos caballeros no vamos a dejar a mi amiga así, sin más… La he visto muy acongojada. Si tiene usted unas monedas, podríamos ir a celebrar este reencuentro y hacerle olvidar lo que sea que la pone tan triste ¿no le parece Iliana? - Dijo

-Otra vez será señor Carrigan, ahora debo volver a casa se ha hecho tarde. Me alegro de haberlo visto. Le aseguro que estoy muy bien gracias por su interés -Alcanzo a decir Iliana sin que se le quebrar la voz.

Estaba aterrorizada.

- ¡Vamos! - Exclamó él. -No sea reacia. Además, estas no son horas para que una dama ande sola por el parque. Quien sabe que podría ocurrirle -añadió guiñándole el ojo, y mostrando su sonrisa mellada.

- La acompañaremos, no se hable más.

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