Capítulo 11

Por la mañana cuando Iliana bajo al salón , todos estaban ya desayunando. Los hombres se levantaron cuando entró en la pieza, y William se apresuró a apartarle la silla.

- ¿Has dormido bien querida? -dijo mientras le besaba la mejilla castamente.

-Estupendamente gracias querido- dijo ella sonriendo para salir del paso. -Hace un día precioso, ¿no es cierto? - Continuó.

-Pues yo espero que no hayáis dormido demasiado, los recién casados deben estar por la labor. - Dijo Alexander desde la cabeza de la mesa.

-Por dios Alexander siempre debéis ser tan grosero- dijo Diana exasperada metiéndose una magdalena casi entera en la boca.

-Vamos querida, tan solo quería decir que debían aprovechar el tiempo antes de que partamos para Londres. Quizás su actividad puede que nos motive también para ponernos manos a la obra. -Le dijo a su mujer guiñándole el ojo y se pasó la servilleta por los labios.

-Les ruego me disculpen, -dijo ella al borde del llanto levantándose de golpe. -Acabaré de desayunar en mi habitación.

John y William se levantaron con una reverencia, no así Alexander que parecía estar orgulloso del desasosiego que había causado en su esposa.

Acabaron de desayunar en silencio.

William subió hacia las habitaciones de Octavia delante de Iliana. Al llegar arriba tocó suavemente a la puerta.

Estaba sentada en la mesa distraída sobre un dibujo. Llevaba un gran camisón azul cielo y el cabello suelto, coronado de pequeñas flores como las que asomaban por su ventana.

-Hola preciosa, dijo William sonriente. Ella se levantó de pronto y se abalanzó sobre el comiéndole la cara a besos.

-Veo que me has echado de menos -dijo riendo, mientras la levantaba del suelo, y le daba una vuelta. - He venido con alguien querida, deja que te la presente -dijo dejándola en el suelo otra vez...- Esta es Iliana, mi esposa.

Octavia la miro en silencio. Ella era más alta que Iliana, cosa que la hacía más impresionante.

A un momento dado se cogió el lado su camisón e hizo una reverencia en dirección a Iliana, bajando la vista.

-Hola señorita Octavia. -Empezó devolviéndole la reverencia. -Encantada de conocerla. Me he permitido traerle un regalo de nuestro viaje, -dijo tendiéndole la caja de colores.

Octavia la cogió curiosa y la llevo hasta la mesa donde la abrió, sus ojos se iluminaron de excitación. Dio unas palmadas, volvió a efectuar una reverencia y se abalanzó sobre Iliana abrazándola.

Acto seguido tiro de su mano y se la llevó hasta la mesa, donde le dejó claro que quería que se sentase. Cogió una hoja de papel y comenzó a pintar pequeñas flores.

- Son muy hermosas -se animó a decir Iliana cuando se le pasó la sorpresa.

Octavia le tendió un lápiz y se apartó dejándole lugar sobre la hoja. Iliana pintó una pequeña florecilla intentando copiar a Octavia. Esta asintió con la cabeza. Así siguieron durante una hora, pintando flores de colores una al lado de la otra.

William se había sentado sobre la cama y las observaba tiernamente. Su hermana cada tanto le cogía le mano y la besaba antes de volver a su obra maestra.

Todo ha ido bien pensó. Todo va bien.

- ¿A qué se refería su hermano cuando dijo que partirían hacia Londres? Pregunto Iliana armándose de valor, mientras paseaban por el jardín cogidos del brazo por cuestiones de veracidad teatral.

John les seguía unos metros detrás jugando con un perro.

-Debo ausentarme para firmar unos documentos de mi herencia. Sólo serán unos días.

- ¿Pero tendré que quedarme sola aquí? - dijo ella con un tono de angustia.

-No estará sola, John estará aquí, además el que representa más peligro se irá conmigo a la capital. - Intentó tranquilizarla William.

-Vamos Iliana, así tendremos más tiempo para husmear por este caserío tan tenebroso, ¿dónde está su espíritu de aventura? -Dijo, John dándoles alcance.

- ¿Vos lo sabíais? -Dijo Iliana enfadada. ¿Porque soy siempre la última en enterarme de las cosas? - Pregunto- ¿Es mi sino de doncella desvalida? ¿Deciden ustedes todo por mí?

- ¡Los tres mosqueteros recuerda! ¡Chachan! - siguió John batiendo el aire con su espada invisible.

-Lo lamento de veras - se disculpó William. -Si hubiera otra opción no iría.

Siguieron caminando hacia la casa.

Cuando Iliana se disponía a asearse para la cena, se encontró con su cuñada Diana en su habitación.

Sobre la cama estaban dispuestos diez vestidos. Así como un número indeterminado de zapatos a sus pies.

-Espero que no me tengáis en cuenta el atrevimiento, - dijo Diana. -Estuve pensando anoche después de que contaréis vuestra terrible experiencia, que no debíais haber tenido tiempo de recuperar un guardarropa. Estos son vestidos que yo ya no puedo llevar. Si os molesta sería un placer que los pudierais aprovechar vos hasta que podamos volver a haceros unos a vuestro gusto. -Dijo tímidamente. Quizás podamos aprovechar que los hombres están fuera para ir a alguna tienda del pueblo, hay una modista que no está del todo mal. Esperando que podamos ir juntas a Londres, me hace mucha ilusión.

-Es muy amable, pero son preciosos. Ni siquiera creo que haya llevado nunca unos tan finos. -Contesto Iliana tocando las delicadas telas.

-No es nada querida, antiguos trapos. Los zapatos son de nuestra desaparecida suegra. Seguramente los míos no os calzarían.

-Es realmente muy amable. No sé qué decir.

-Bobadas, somos hermanas ahora. Así pues, son tuyos. -le dijo en confianza dándole un tímido abrazo. -Te dejo prepararte para la cena. El rojo te sentaría de maravilla, -le dijo cómplice antes de salir.

Aquel vestido rojo le sentaba realmente de maravilla, era como si lo hubieran cosido sobre ella.

Era todo de gasa y terciopelo muy entallado, bordado de pequeñas perlas, y dejaba al descubierto sus hombros y su espalda hasta debajo de sus omoplatos. Había adelgazado unos cuantos quilos durante las travesías y se le marcaban las clavículas, pero un pequeño hilo de perlas conseguía disimularlo. Se recogió el cabello, pero se permitió la osadía de dejar caer unos rizos aquí y allá para quitarle severidad al peinado. Acabo el tocado con unas pequeñas flores que Octavia le había dado a modo de despedida por la mañana.

Se puso unos zapatos a juego. Le bailaban un poco, pero los ajustó tanto como pudo.

Mientras bajaba la escalera recogiéndose la cola para no pisarla, podía oír la tela frotándose, y el peso del vestido le dio seguridad. Hacia tanto tiempo que no se sentía así. Entró en el comedor erguida como una estatua, la mirada segura y el paso firme. Todos los caballeros se levantaron. Podía ver en sus ojos la sorpresa.

-Cielos- dijo John rompiendo el silencio, y retirando la silla para Iliana - Estáis preciosas si se me permite. Casi me arrepiento de no haberos rescatado yo en lugar del capitán. Realmente creo que el verde no es vuestro color querido, el rojo resalta vuestra belleza.

-Muy amable -dijo sonrojándose Iliana. Mientras buscaba la mirada de William que se limitó a sonreír cortésmente sin mirarla.

-Lo sabía- dijo divertida Diana con una gran sonrisa.

La cena fue poco animada. Diana estuvo comentando como avanzaban las clases de dicción y de piano de las niñas. Hablaron del Faisán que habían comido, y de cómo, según donde se cazaba podía variar su dureza. Finalmente, Alexander monopolizo la conversación hablando de los cambios políticos que estaban aconteciendo.

John se retiró pronto disculpándose de no tomar el brandy con los hombres. Tenía una vital partida de cartas en el bar del pueblo y pensaba desplumar a sus contrincantes

Diana como siempre se retiró la primera, llevándose una provisión de postre con ella.

Iliana decidió salir al porche a admirar las estrellas un instante antes de irse a dormir, el aire le sentaría bien. Quizás había abusado un poco del alcohol. Podía sentir el calor de sus mejillas.

Pudo oír a Alexander seguir con su monólogo político durante un rato.

Se estaba acabando el mes de septiembre y el frío clima ingles no tardaría en agudizarse pensó tratado de cubrirse con su chal.

- Empieza a hacer demasiado frío para estar aquí fuera a estas horas- oyó tras de ella.

Era la voz de William, siempre tan sigiloso. Aun así, ella no se sobresaltó como si hubiera esperado esa visita.

- Me estaba dando cuenta de ello- contesto Iliana.

-Estabais realmente hermosa con este vestido está noche.

Iliana pensó que era el brandi el que estaba desatando la lengua del capitán.

-Pensé que no era de su agrado, no dijisteis nada durante la cena. - Le reprochó ella irónica.

-Ya teníais admiradores, no quería unirme a la horda. Pero si, este vestido os pone realmente en valor. Aunque es demasiado fresco para estar aquí, no queréis enfermaros-. Dijo William acercándose a ella y subiendo aún más el chal sobre sus hombros.

Al hacerlo llevo la mano hasta la parte alta de su cuello y empezó a acariciarle el nacimiento del cabello con su pulgar.

Ella no se apartó. Era una sensación agradable, poco a poco el acerco cada vez más su cuerpo al suyo, ella hizo la última parte de camino apoyando su espalda en su pecho. Él puso la barbilla sobre su cabeza e inhaló profundamente. Se quedaron así unos minutos sin decir nada. Bajo arrastrando la barbilla por su pelo hasta dejar su boca a la altura de su oído y le dijo en voz baja:

-Mañana partimos hacia Londres, ¿estaréis bien? - Pregunto mientras su aliento caliente le recorría el cuello.

-Sobrevire -contesto ella respirando profundamente

Bajo un poco más la cara, depósito un beso en su cuello justo debajo de su oreja y se fue. Ella no recordaba que este vestido le apretara tanto el pecho.

Esa noche el capitán no durmió en la habitación, Iliana tampoco pudo dormir….

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