La propiedad estaba realmente al abandono, las maderas parecían rendirse al tiempo y el jardín estaba descuidado. Era un lugar que requería de al menos quince hombres y mujeres de servicio, no era de extrañar su estado lamentable si tan solo se ocupaba de toda una pobre ama de llaves. Pero podía verse que había sido una propiedad suntuosa. Una autentica lastima.
Llamo a la puerta principal varias veces, y al final una señora mayor abrió.
-Hola buenos días, quisiera ver al señor Walden. Soy el capitán William Adams.
La mujer asintió con la cabeza y le hizo pasar al recibidor.
- Espere aquí por favor voy a ver si está disponible.
El interior de la casa no estaba mejor, las humedades habían empezado a hacer mella las todas las paredes y el frio era sobrecogedor dentro de ella. Aquí alguien no tardaría en morir de una gripe.
Al cabo de unos minutos eternos, volvió a buscarlo.
-Le recibirá en la biblioteca. Sígame.
En la biblioteca se agolpaban cientos de libros en estanterías altísimas recubiertas de polvo. Un fuego ardía en la chimenea. Y delante de este pudo ver una figura sobre una butaca que observaba el fuego.
-Buenos días capitán dijo. Disculpé que no me levanté, mis piernas ya no me sostienen y guardo las pocas fuerzas que tienen para desplazarme a la cama. Mi ama de llaves no tendría la fuerza de cargarme. Pero venga acérquese. No recibo muchas visitas.William se colocó frente a él.
- Capitán William Adams a su servicio. -Dijo este formalmente.
-Adams- dijo el hombre pensativo- Conocí muy bien a su familia. Siento profundamente el fallecimiento de su madre.
-Mi padre también falleció recientemente - le informó William
-Lo sé - contesto el apretando los labios, pero sin decir nada más, ni tan siquiera las condolencias de rigor.El ama de llaves entró con una bandeja con dos vasos.
-Me temo que como no tengo muchas visitas. En la casa sólo tenemos Oporto, espero que no le importe.
-En absoluto. -Dijo
-Y bien, por muy placentera que sea, -inició el señor Walden. - ¿A qué debo el placer de su visita?
-Es un asunto un poco extraño el que me trae, pero tengo algunas preguntas sin respuesta y me han dicho que quizás usted podría aclarármelas. - Comenzó a decir William.
-No veo quien puede haberle dicho tal cosa.
-Mi madre. - Contesto William cortante.
Walden suspiro ruidosamente
-Lo dejo escrito en una carta, que me fue entregada tras su fallecimiento. En ella me ruega que cuide de Octavia su hermana, y me habla vagamente de unos sucesos que podrían haberla llevado a su estado de ánimo. Pero si aclarar nada. Finalmente me dice que si necesito respuestas usted quizás puede ayudarme. Así que aquí estoy. Se lo agradecería eternamente siguió- no creo que pueda ayudarla sin saber que mal la aflige.
-Octavia hermosa criatura, tan vital. - Dijo el anciano como recordando.
Pudo ver cómo temblaba el pulso al hombre al coger la Copa de Oporto. Dio un sorbo y volvió a colocarla en la bandeja.
-Hay puertas que más vale no abrir hijo. - Dijo.
-Eso mismo pensé yo y escribió mi madre en su carta. He dejado pasar unos días. dijo, pero me temo que de alguna manera esa puerta ya ha sido abierta. ¿De qué conocía usted a mis padres? -Pregunto William
-Era muy amigo de la familia de su madre. De hecho, me crie junto a ella, éramos inseparables. Dijo tiernamente mientras se adentraba en sus recuerdos. William vio como le cambiaba la expresión seria del rostro hacia una ternura recordando el pasado.
-Incluso cuando nos hicimos mayores, la gente decía que algún día nos casaríamos, - sonrió nostálgico. - Nos hubiera gustado en una época.
Pero sus abuelos no lo vieron con buenos ojos. Supongo que tenían otro plan para su primogénita. La prometieron vuestro padre. Eran muy hermosos los dos. Y poderosos.
A pesar de ello, seguí frecuentando a vuestra familia. He visto, nacer a vuestro hermano y después vi llegar a la joven Octavia a vuestra casa.
En la casa siempre había fiestas y reuniones sociales. Vuestra madre no faltaba jamás de hacerme llegar una invitación. A vuestro padre parecía no molestarle demasiado. Supongo que así tenía el placer de demostrarme que había ganado. Siempre fue muy competitivo. De hecho, le gustaba tanto ganar, que algunas veces organizaba partidas de cartas y juegos de azar que se alargaban por días. Eso a vuestra madre le gustaba menos. Hay que decir que el público que asistía a esos eventos era menos… digamos menos refinado. Aun así, ella también me invitaba. Supongo que la tranquilizaba tener a alguien de confianza cerca. Yo por aquel entonces había hecho fortuna, y no tenía familia a la cual rendir cuentas así que asistía encantado.
-No me imagino mi casa con fiestas, música y gente- dijo William.
-Pues puede imaginarse las fiestas más suntuosas que había. No reparaban en gastos. -Contesto.
- Pero ¿qué tiene que ver eso con lo que le pasó a Octavia? - Dijo el capitán.
-De veras - digo inquieto el hombre. - Fue hace mucho tiempo. No sé porque su madre pensó que debía ser yo el que recordará. Pero mi salud ya no es la que era. Ni mi memoria. Podría confundirte más aún.
-Corramos el riesgo, por favor, no me iré sin una respuesta. -Amenazó William educadamente.
El hombre volvió a suspirar, cerró los ojos y con la cabeza hacia el cielo dijo:
-Cielo santo querida. ¿En que estabas pensando? ¿Por qué? ¿Porque yo? -Trago saliva y continuo
-Como he te explicado hijo -dijo olvidando toda formalidad. Fue hace muchísimo tiempo, tu no habías nacido, ni estabas imaginado. A tu padre las fiestas que más le gustaban eran sus noches de juego. Y tu madre las aborrecía.
Se reunían un montón de nobles, venidos a menos, capataces ávidos de fortuna, políticos de poca monta y mujeres de moralidad dudosa. Todos jugaban, reían y bebían. Bebían sin parar. A medianoche aquello ya era un gallinero.
Fue durante una noche de esas, en la cual los acontecimientos que te interesan sucedieron.
Habíamos estado bebiendo sin parar. Vuestro padre y sus amigos más que los demás. Yo me retire a dormir a uno de los cuartos de invitados, para al día siguiente volver a mi casa en mejores condiciones. Estaban exaltados. Completamente idos. Cantaban y jaleaban cada vez más fuerte. Ya no era cuestión de juego. Las damas, por llamarlas de alguna manera, rápidamente perdieron los papeles y se prestaron a juegos de carácter menos recatados. En un momento de la noche vuestra madre, que se había retirado hacia horas, volvió al salón, y con aire serio instó a vuestro padre a detener esa debacle. En ningún caso iba a permitir ese comportamiento en su casa.
Su marido estaba completamente fuera de sí en los brazos de una damisela apenas cubierta por una camisa. Se levantó y la saco a rastras del salón. Dispuesto a demostrar que ninguna mujer le iba a decir cómo actuar. La tiro sobre las escaleras ordenándole que se fuera a su habitación, y volvió al salón donde fue recibido con vítores como un emperador romano que vuelve de la batalla.
William podía sentir la bilis subirle por la garganta recordando a su padre, imaginándolo tan siquiera rozando a su madre con violencia, pero sabía que podía ser capaz de ello a pesar de no haberlo visto nunca.
-Fue apenas veinte minutos después cuando vuestra madre volvió a entrar en el salón. - continuo Ellis- Iba flanqueada por dos de los hombres que se ocupaban de la finca. Iban armados con sendos mosquetes, y apuntaban a los señores seguramente disfrutando de amenazar a quienes solían tratarlos como basura. Ella les informó que los hombres tenían orden de disparar, si en menos de dos minutos no habían abandonado su propiedad. Era una propiedad muy grande, y no les costaría esconder los cadáveres dijo. Todos salieron corriendo como conejos.Me hubiera encantado ver la escena. Todos esos lores y ladies corriendo en cueros por el jardín. -Dijo el hombre sonriendo.
-Puedo imaginar a mi padre en esa situación -interrumpió William, - Por desgracia su fama y sus vicios jamás fueron un secreto. Pero mi madre, a ella sí que no la imagino actuando así. Siempre fue tan comedida.
-Anabel además de hermosa, era una mujer muy resuelta, inteligente y con un gran carácter. Hubiera hecho cualquier cosa por su familia. Tenía un gran sentido de como se esperaba que actuará en sociedad. Pero eso no iba a permitirlo. Había renunciado a tanto por estatus y el buen nombre de su familia. La echo verdaderamente de menos.
Volvió a dar un trago al Oporto vaciando el vaso.
Miro por la ventana, y mientras su vista se perdía en el jardín continuó si mirar a su visitante.
-Los gritos me despertaron justo antes del amanecer. Me levanté de un salto. Eran unos gritos desgarradores de mujer. Se oía también una discusión muy violenta entre una voz de hombre y otra de mujer, que reconocí como vuestra madre. Pero lo más impresionante eran los chillidos de la otra mujer. Me calcé y salí escalera arriba, hacia la habitación de donde provenían los gritos. Cuando entre. -El hombre hizo una pausa cuando su voz pareció quebrarse. - Cuando entre -siguió sin quitar la vista de la ventana. -Cuando entre vuestra madre estaba allí gritándole a vuestro padre. Maldiciéndole fuera de sí, jurando que lo mataría. En la cama Octavia. Su hermana pequeña, a la que amaba como a una hija, estaba chillando fuera de sí, como un animal en una cacería herido de un tiro incierto. Chillaba, y chillaba. El cabello totalmente revuelto. Los ojos inyectados, con el camisón arrancado y la piel llena de marcas. ¡Apenas tenía diecinueve años por Dios!
Vuestro padre no paraba de repetir: zorras, zorras, zorras. Una y otra vez. A pesar de estar dormido quedó claro lo que había sucedido en esa habitación. El alcance irreparable del acto de vuestro padre. Espero que arda en el infierno por ello. No sé si fue la imagen horrible. Los gritos de Octavia y Anabel, o el alcohol. Pero sólo recuerdo que me abalance sobre vuestro padre sin pensarlo. Hubiera querido matarlo ahí mismo. La ventana estaba abierta. Se precipitó por ella.
- ¡Mentira! - grito William levantándose de un salto y haciendo caer la silla estrepitosamente. - ¡Miente! - grito fuera de sí. -No puede ser verdad. -Sentía náuseas. La sangre le palpitaba en las sienes y sintió el irrefrenable deseo de golpear a ese hombre venido a menos.
- ¡Mentira! - insistió poniéndose entre él y la ventana.
- ¿Que ganó con mentir capitán? -Pregunto el hombre
-Ensuciar el nombre de mi padre, despechado por un amor frustrado -dijo William -Venganza
-Por el amor de Dios, habéis venido vos a buscarme. Querías respuestas. Vuestra madre quería que os las diera. Yo no ganó nada recordando.
-Mi madre nunca habría seguido viviendo bajo el mismo techo que ese monstruo.
-Esa era la intención, si queréis que siga -dijo él. –Sentaos, por favor. Mi médico no quiere que me altere. Os lo ruego volved a sentarnos. El ama de llaves hizo irrupción en el salón alertada por las voces.
- ¿Todo bien señor? - pregunto.
-Si gracias querida. Acérquenos la botella de Oporto la vamos a necesitar.
La mujer se ejecutó y salió de la estancia. El hombre intentó llenar las copas, pero su pulso temblaba muchísimo. William le cogió ya más calmado la botella y sirvió los vasos. No podía más, pero necesitaba más de ese relato dantesco, como un suicida que se acercaba al abismo, a pesar de saber que ese sería su fin.
-Gracias -dijo- Por deducción lógica sabe que su padre no murió en la caída. En su lugar se rompió las dos piernas y un hombro. Estaba muy maltrecho cuando los hombres de la finca llegaron hasta él. Vuestra madre me suplico que no bajará a acabar con el cómo era mi intención. Esa misma noche, lo dispuse todo para llevarme a su madre y a su hermana a mi casa. Tuvimos que confiar en la vieja ama de llaves de la familia para que nos ayudara. Así como su hijo que trabajaba en las caballerías. Ellos nos ayudaron a ocultar lo sucedido.
Dieron a Octavia leche de amapola que la hundió en un sueño inquieto. Teníamos poco tiempo antes de que llegara el médico alertado por los hombres. Vuestro hermano no fue problema, porque estaba estudiando en Londres. Vuestra madre recogió todo lo que podría necesitar y partimos.
Yo volví al día siguiente. Fui directamente a la habitación donde habían instalado a vuestro padre. Estaba en un estado deplorable. Completamente vendado inmóvil. Envuelto en sudor que indicaba el dolor que estaba sufriendo. Aun así, me pareció poco castigo.
Le informe que las dos mujeres estaban en mi casa. Que si jamás osaba acercarse me encargaría en hacer saber a todo Londres, y a toda Inglaterra, los actos innombrables que había infligido a su propia hija. Y después lo mataría. Me miro con todo el odio del mundo. Yo apreté una de sus piernas vendadas y lo juré. Después de eso me fui. Todos pensaron que vuestro padre había caído sólo por aquella ventana tras la noche de debacle. Fue un accidente.
Vuestra madre y su hermana estuvieron todo el invierno en mi casa. Anabel no se apartaba del lado de ella. No pudimos hacer nada.
La vimos perder toda su vitalidad. Sufría horribles crisis, pesadillas que despertaban a toda la casa. Trataba de lastimarse. Pasó gran parte del tiempo en una neblina, con las decocciones de amapola. Era la única manera. Vuestra madre lloraba desconsolada. Ella también perdió parte de su luz en esos días. Yo me desvivía por consolarla. La quería tanto que no soportaba verla sufrir.
-Pero volvió a la casa. -Dijo William
-Sí. Tuvo que hacerlo. -Casi un año después, hasta entonces habíamos logrado una rutina estable, vuestro hermano no se dio cuenta de nada, vuestro padre lo visitaba en Londres y le decía que Octavia había caído enferma y estaba fuera con vuestra madre. Pero -Dijo tragando saliva. -Cuando no pudimos ocultar más su estado tomó esa decisión.
-Pero… - dijo William abriendo los ojos como platos.
-Tienes que entender que nos queríamos. No pudimos evitarlo. Estaba tan pérdida, tan vulnerable que yo quería protegerla del mundo. La quería tanto y ella a mí. Durante aquellos meses fuimos el uno para el otro una balsa en la tormenta. Yo jamás intente…yo la respetaba. Pero fue más fuerte que nosotros.
Durante unos meses, tuvimos la ilusión de saber cómo hubiera sido. Pero en cuanto supo de tú llegada, tomo otra decisión.
William sentía sus manos sudar. Todo su cuerpo en tensión. No podía emitir el más mínimo sonido ni mover el más mínimo músculo. Quería desaparecer, volver a cerrar esa caja de Pandora que acababa de estallarle en el rostro.
-Como dije antes, tu madre tenía un alto precepto del honor y el nombre familiar. Intente convencerla de que se quedara, que olvidaremos las convenciones. Juntos podríamos con todo. Pero tu madre sabía lo que hubiera representado para Alexander que pronto volvería. Todo su futuro arruinado. Y el tuyo a pasar de no haber nacido aún. Un bastardo no llegaría a ningún lugar. Y toda su fortuna estaría en las manos de su esposo. Su familia no superaría el escándalo. Ahora ella también tenía algo que ocultar. Decidió volver. Aun así, su estado de buena esperanza podría justificarse, no así el de Octavia.
-Basta, basta. No puedo seguir escuchando -dijo William con la cabeza hundida entre las manos.
-Te lo dije hijo
-No me llame así -grito otra vez.
-No quería decir eso, simplemente lamento el sufrimiento que esto te inflige, de veras que lo siento.
- ¿Porque mi madre querría que lo sepa ahora? Me habéis mentido todos estos años. - Dijo con lágrimas de rabia en los ojos.
-Supongo que temió que ahora que no estaba, alguien pudiera tergiversar la historia y contaros una versión que no fuera la verdad. La verdad es que la quería, ella me quería y que…Adams era un ser monstruoso. Lo siento. Aun así, ella volvió al hogar. La acompañe, informó a vuestro padre, quiero decir a… Adams de la situación. El la escucho en silencio. Imperturbable. Sus condiciones fueron que una vez recuperado por completo dejará la propiedad, que jamás se volviera a acercar a Octavia. Que no habría más bailes, ni fiestas. Que mantendría a Alexander al margen, y que os reconocería como hijo propio. No se negó a ninguna de ellas.
Pero impuso una: que yo no volviera jamás. Me miro directamente y esbozó una sonrisa. Había ganado. Desee haberlo matado.
Cumplí los deseos de vuestra madre. Volví a casa. Me dio una cantidad de dinero para el ama de llaves y su hijo, los únicos testigos de la verdad. Con la condición de que partieran lejos, se comprarán una pequeña casita y no volvieran jamás.
-Cinco meses después supe por una misiva de vuestra madre que habíais nacido. Un hermoso niño, la única cosa buena que salió de todo esto. Naciste en una pequeña casa en la costa, con la excusa de la delicada salud de Octavia vuestra madre se retiró supuestamente a un balneario. Donde Octavia también dio a luz.
Un escalofrío recorrió la espalda de William, Octavia su pequeña Octavia cuanto dolor podía soportar un solo ser
-No quiero ni imaginar el trance que debió suponer para ella. Nunca supe si fue varón o mujer, o siquiera si nació vivo. Vuestra madre se lo llevo con ella. Al poco volvieron con vos. Cuando erais pequeño os vi pasar alguna vez. Ella se las arreglaba para coincidir levemente en algún lugar. Poco a poco mis negocios fueron sufriendo serios reveses. Pedidos anulados, incendios, pagarés sin fondos. Siempre he sospechado de la mano oscura de Adams tras ello, pero no me importaba. Perdí lo único que tenía valor a mis ojos. Lo demás no me importaba.
No sabía ya que decir. William estaba destrozado, absorto, vacío. Todo era una gran mentira. Su vida, su existencia. Y Octavia…lo vivido en manos de ese ser abominable que despreciaba tanto. Que había creído su padre. Había tolerado todos sus desplantes, su tiranía. Pensando que era lo que debía hacer. Ahora solo quería ir en su búsqueda y matarlo de sus propias manos. Pero eso era imposible, por lo menos en esta vida. Estaba hundido. Nunca debió abrir esa puerta.
Salió de la casa sin despedirse. Simplemente se levantó y arrastrando los pies salió de allí. Walden no hizo nada por retenerlo. No dijo nada. Que hubiera podido añadir. Había visto entrar a un joven apuesto, Seguro de sí mismo. Ahora veía partir a un hombre perdido.
- Espero que valiera la pena Anabel. -Dijo al vacío.