Capítulo 7

John Bucham

John vivió desde niño en un pequeño pueblo de pescadores en la costa norte de Inglaterra en la región de Dover.

Lo criaron sus abuelos, quienes le explicaron cuando tubo edad de preguntar que sus padres habían perecido en un accidente apenas meses después de que el naciera.

Vivían en una pequeña casita al borde de los blancos acantilados que hacían famosa a esa región.

Nunca les faltó de nada a pesar de no ser ricos.

Sus abuelos no eran muy expresivos, más bien poco habladores. Tampoco fueron muy dados a las muestras de cariño. Aun así, no recuerda una infancia triste. Siempre tubo regalo en su cumpleaños, o en navidad. Ropa nueva, e incluso pudo ir al colegio, cosa que no estaba al alcance de los hijos de pescadores normalmente. Según le explicaron sus abuelos, el párroco de la región veía gran potencial en él, y se había propuesto que la Iglesia costeará sus estudios. Le extrañaba pues no recordaba haber intercambiado más de dos palabras con el cura más que para reprocharle su falta de asistencia a la iglesia, pero quien era el para contradecir a Dios. Así pues, fue a la escuela. Al acabar los estudios, sus abuelos le dijeron que el mismo párroco, había conseguido un benefactor que se proponía a costear su carrera de cadete militar en la academia.

-Pero abuelo - dijo John - yo había pensado ayudarle en la barca.

-Tonterías -dijo el- eres demasiado, grande y no tienes madera de pescador. No harías otra cosa que estorbarme. Serás militar y no se hable más. -Sentenció el hombre. - Aprovecha la oportunidad.

John estaba decidido a aprovecharla. La idea de salir de ahí y ver país era de lo más alentadora. Pero por un segundo le pareció que traicionaba a sus abuelos. No tenían hijos que cogieran el relevo, y ya se estaban haciendo mayores.

-Estaremos bien -le dijo su abuela el día de su partida, entregándole un sobre con algo de dinero. Antes de que pudiera devolvérselo le apretó las dos manos al sobre. - Todo está bien John.

Recibirás uno cada dos meses para tus gastos, no es mucho, pero adminístralo cuidadosamente. Aprovecha esta oportunidad y conviértete en un hombre de bien.

John los vio hacerse pequeños, mientras la diligencia se alejaba. El mar inmenso tras ellos. Sería la última vez que los vería con vida.

Los primeros tiempos en la academia no fueron fáciles para John. A pesar de haber ido a la escuela, era obvio que no pertenecía a la elite que frecuentaba ese lugar. Y no perdían oportunidad para hacérselo notar.

Le tocaban los trabajos menos gloriosos. Tuvo que trabajar mucho y más duro que los demás. Tanto alumnos como profesores se afanaban para hacerle sentir que ese no era su lugar. Y no pensaban ponérselo fácil. Circularon rumores de cómo había conseguido su plaza. Desde que era el hijo de una prostituta acaudalada de Londres, o el fruto de un amor adúltero. Hasta que era el amante de una vieja rica. Pero John intentaba mantenerse firme.

Alguna vez había estallado, golpeando hasta a cinco cadetes que se habían extralimitado. Pero ello le valía siempre el triple del castigo normal por un altercado así, y la pérdida de todos sus galones. Entonces debía volver a empezar de cero. Aprendió la lección, y se tragó más de una vez su orgullo. Con el paso del tiempo, fue más que evidente que tenía madera de soldado, era excelente en todo. Tiro, estrategia, fuerza, organización…

Con el tiempo, sus superiores se vieron obligados de reconocer su valía. Aunque quedó bien claro que jamás ascendería, como una lacra de su cuna.

Se ganó el respeto de todo el mundo, incluido su compañero de cuarto. Nunca le había prestado atención.

William le parecía pedante, poco hablador, la nariz siempre en los libros, apenas le había mirado el día de su llegada.

Debían tener más o menos la misma edad. Aunque venían de universos diferentes.

Un día durante una salida de permiso, al ver que anochecía todos los soldados volvieron corriendo al cuartel temerosos de la reprimenda.

John vio que William no estaba con los demás, así que dio media vuelta para ver que le podía haber pasado. Lo encontró en un callejón.

Unos maleantes le estaban dando una paliza del demonio bajo pretexto que había incomodarla a una Lady. La Lady en cuestión era una vieja prostituta desdentada compinche de los maleantes, que tan solo quería el dinero del pobre muchacho. Sin pensárselo dos veces, John se abalanzó sobre ellos. Al verlo llegar William se reveló también. Los hombres debieron pensar que la paliza no valdría la pena por el mísero beneficio que les sacarían a esos niños. Echaron a correr. En el suelo quedaron los dos cadetes, maltrechos. Como pudieron llegaron al cuartel. Costillas rotas y magulladuras, algún ojo morado. Les castigaron con dos semanas de letrinas. Se las pasaron borrachos, con todo el alcohol que sus compañeros les pasaban de contrabando, avergonzados de haberlos dejado solos ante el peligro. Acababan siempre riéndose en el suelo, hasta que sus maltrechas costillas les decían basta. Ese fue el principio de su amistad.

Se graduaron con honores los dos juntos, y aunque William llegó rápidamente a capitán, para John sería prácticamente imposible, pero jamás se instaló la rivalidad entre ellos.

Los dos hombres se consideraban iguales. Se consideraban hermanos. Lucharon en las mismas batallas, vieron los mismos lugares. Siempre compartían tienda, comida y abrigo. Podían acabar las frases del otro, saber sus estados de ánimo, sus más íntimos secretos. Se protegían el uno al otro. Aunque se podría decir que el Ángel de la guarda de William era John. Le había salvado la vida en más de una ocasión, sobre todo una en el campo de batalla francés. Cuando a pesar de que su batallón le dio por muerto y se batió en retirada, John cruzó las líneas enemigas en busca de su amigo, y lo cargo dos días a la espalda.

******

El barco tendría buen tiempo toda la travesía. Un milagro en esa época del año.

Era un viaje de seis días. Tras tocar tierra en el primer puerto ingles seguirían costeando, y atracarían en tres puertos más antes de llegar a su destino. Como no era un barco preparado para viajeras femeninas que necesitaran su intimidad, uno de los oficiales propuso su camarote a la pareja. Pero su catre sería algo pequeño comento.

-No se preocupe señor, yo me acomodare con mis hombres, mi esposa le agradece el gesto. -Dijo el capitán

- Si Sir, le estoy muy agradecida -dijo Iliana con voz firme. Haciendo una reverencia con la cabeza, recordándole a su recién estrenado esposo que ella tenía su propia voz. Algo había cambiado en ella, no deseaba dejarse pisar, ni intimidar, la niña que salió de Jamaica había quedado atrás.

William miro a Iliana con semblante entre sorprendido y ofendido.

-Total ahora tienen toda una vida para dormir juntos, ¿no es así? - dijo John, rompiendo la tensión mientras cargaba el equipaje de la dama hacia la habitación. -Después de usted señora Adams - dijo con un rin tintín en la voz.

-Si me lo permite no debería desautorizar así al capitán delante de sus hombres. -Dijo John en confianza. - Es el capitán, los hombres están acostumbrados a que su palabra es la ley.

- ¿Acaso ya no puedo hablar? - pregunto Iliana en tono serio.

-Por supuesto, pero como esposa de militar deberá aprender cuando, y cuando no es oportuno

-Disculpe no he tenido, tiempo de acostumbrarme a los códigos militares. - Respondió ella mofándose

-Espero no haberla importunado con mi indiscreción.

-En absoluto, se lo agradezco, cuento con usted paran ilustrarme, -le dijo sonriendo. - Espero que mi esposo me perdone.

-Déjelo un rato sólo, William es así, cuando se cierra es como uno de esos moluscos de las rocas, hay que darle tiempo, en cuanto se sienta bien volverá a abrirse. - Dijo echando mano de su imaginario de pescador.

-Lo conoce usted muy bien, ¿no es cierto? -Pregunto.

-Como a mí mismo- respondió el

-Espero también que me ayude a descifrado - añadió ella.

-Será un placer dijo. Ahora la dejó acomodarse. En cuanto hayamos zarpado le aconsejo la cubierta, mucho mejor para no marearse. Mi lady -y tras hacer una reverencia desapareció por el pasillo.

Estaba claro que después de su experiencia en el “Goëland”, Iliana no iba a estar en el camarote más de lo necesario.

La brisa en cubierta era fresca y tan agradable. Se sentía libre, tranquila tras mucho tiempo. A pesar de no saber qué le depararía el futuro, tenía confianza. Las cosas no habían salido como deseado, pero que se podía esperar….

Aquí estaba, camino a Inglaterra, sin rumbo, sin dinero. En un barco lleno de casacas rojas una de las cuales, era su marido. Con el que había perdido su virginidad antes incluso de haber compartido la primera palabra. Realmente no como lo había planeado.

Cerró los ojos sonriendo y tratando de llenar sus pulmones con el salitre. Esperando que la brisa marina cicatrizar su alma.

-Cuidado con no caer, no creo que al capitán del barco le haría gracia tener que parar por un hombre al agua. - Oyó tras de ella.

-Posiblemente por una mujer ni pararía de navegar.

Era John que amablemente le había traído una manta para cubrirse.

-Está anocheciendo y pronto hará mucho frío.

- ¿Mi esposo sigue ofendido conmigo? No lo he visto en horas. -Pregunto en confianza

- ¿Quién cree que me dio la manta? -dijo poniéndosela alrededor de los hombros.

-Supongo que no quiere que los hombres piensen que se ablanda justo al final de la contienda.

Los dos se echaron a reír.

A su lado se detuvieron dos soldados encargados de repartir la cena. Les sirvieron sendos platos de estofado y un pedazo de pan.

-Me temo que es lo único que hay mi lady -dijo uno de ellos.

-Es perfecto, - dijo ella con una sonrisa, - mis felicitaciones al cocinero.

Los muchachos se alejaron entre risas.

-No creo que el cocinero reciba muchas felicitaciones, espero que no se le suban los humos -dijo John y ambos estallaron en risas.

Era agradable reír abiertamente y olvidar un poco las encorsetadas maneras de su educación. Se sentía tan libre.

Iliana pasó el resto de la velada escuchando a John rememorar historias vividas por los dos amigos. Parecía ser una fuente inagotable de anécdotas, que generalmente no dejaban bien parado al capitán.

Reían a carcajadas cuando una voz detrás de ellos dijo:

-No creáis ni la mitad de lo que cuenta este rufián, siempre omite las partes de la historia que lo dejan en mal lugar. - Dijo William sentándose al lado de Iliana y permitiéndose colocarle bien la manta sobre los hombros.

A Iliana le enterneció ese gesto, se sintió segura por primera vez en muchas semanas.

-Juro por mi honor que no es así- dijo John pasándole el vaso de vino a su amigo.

-Creía que tu honor había quedado en brazos de aquella pelirroja cuyo marido te corrió por toda una aldea francesa. - Dijo William dando un trago.

- ¡Touche! -Exclamó John.

Los tres estallaron en risas.

Durante una hora más fue el turno de William para contar su versión de las cosas, siempre interrumpido por John que estaba disconforme con el orden del relato.

Realmente la amistad de esos dos hombres era fusional pensó Iliana. Admirable.

-Creo que va siendo hora de retirarme, gracias por la distracción. - Dijo levantándose y tambaleándose más por el efecto del vino que por el barco.

- La acompaño -dijo el capitán.

-Creo que puedo sola, - retoco ella altiva. Pero inmediatamente se retomó, - Gracias será un placer. -Corrigió guiñándole un ojo a John que asintió sonriendo cómplice.

-Capitán -dijo dándole la mano.

-Que duerma bien, cualquier cosa no dude en llamar, hay un barco lleno de soldados a su disposición -dijo William dejándola en la puerta del camarote.

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