Capítulo 6

Hubo lágrimas y vítores en la salida del barco que devolvía a los soldados a casa. Algunas mujeres se quedaron en el muelle, hasta que el barco ya sólo era un punto en el horizonte, llorando a su amor perdido, o sus promesas de una vida mejor.

El sol se estaba poniendo, y el puerto estaba tranquilo. Una hermosa luz bañaba el mar y se podía ver algunos peces jugando en las estelas de los barcos.

Iliana aprovechó para respirar hondo y tranquilizarse. Pasaría la noche en el almacén. Al ser militar nadie la molestaría allí, y ya la habían visto entrar con el capitán, así que su presencia no extrañaría. Al menos eso esperaba.

Ya había anochecido, cuando Iliana se acomodó sobre los sacos de trigo del almacén. Hasta el momento había tenido suerte y nadie la había importunado en su escondite. Sabía que la noche seria larga, y que seguramente no conseguiría dormir. Pero si tenía suerte, al día siguiente podría volver a intentar embarcar.

Oyó un ruido que la sobresalto. Estaba muy oscuro, pero, había visto algo moverse cerca de la puerta. Volvió a oír el ruido, y de pronto un gato salto sobre los sacos, provocándole un sobresalto que casi la mata.

Una vez pasado el susto, no pudo evitar reírse.

- ¿Casi me matas sabes? - Le dijo al felino. - Estas no son maneras. -

El gato le olisqueaba las manos para ver si tenía algo de comer.

- Lo siento, yo también tengo hambre. - Reconoció acariciando a su amigo. Su compañía la reconfortaba. Cuando de pronto oyó unos pasos acercándose.

El gato salto de su falda y se perdió en oscuridad. La puerta se abrió de pronto y el fuego de una linterna la deslumbro. El pánico se apodero de ella.

- ¡Aquí Esta! Llevó horas buscándola por todas las pensiones del puerto -dijo en capitán. - ¿Se puede saber qué hace aún en este lugar? Venga acompáñeme, se lo ruego, me muero de hambre.

Iliana se incorporó como pudo tras el susto y lo siguió sin discutir.

Pidieron dos platos de estofado, queso pan y una jarra de vino. El local estaba lleno de soldados que aún no habían partido, y de algunos lugareños que los miraban de reojo con el rencor aún reciente. La señora que regentaba el local, al ver la graduación del capitán les ofreció un apartado donde estar más tranquilos. Estaba segura de que eran dos amantes pasando su última noche juntos. El capitán aceptó la proposición, no sin antes consultar con Iliana que asintió con la cabeza

.

-Le hacía en el barco con sus hombres rumbo al hogar - dijo Iliana.

-Cogeré el de mañana, no tengo tanta prisa en volver. - Empezó- Además tenía asuntos pendientes aquí.

Ella lo miro curiosa, pero no pregunto.

-No podía irme, sin saber si usted iba a estar bien. - Dijo contestando a las preguntas que ella no había efectuado. - No después de saber que era usted una dama inglesa en apuros.

- ¿Si hubiera sido una dama francesa, no hubiera importado? - le pregunto Iliana irónica acomodándose en la mesa.

No sabía de donde sacaba las fuerzas para dirigirse a él en tamaño descaro, pero parecía que la confidencia se prestaba a ello

-No me refiero a eso, quería decir que sabiendo que no era usted…

-Una prostituta -sentenció ella interrumpiéndolo, y sorprendiendo al capitán con su crudeza.

Sabía que ese no era precisamente el leguaje de una dama, pero el vino había desatado su lengua y ya que importaba. Eran sólo dos desconocidos en un país extranjero compartiendo la cena.

Ayudada por la comida que calentó su estómago y sus ánimos, acompañada por el vino que no acostumbraba a consumir.

Sin darse cuenta fue desvelándole su historia al capitán. Su infancia en Inglaterra, su educación, su madre, su padre, Jamaica, la plantación, su primer amor, la partida a la aventura, el desengaño.

Paro convenientemente el relato antes de la proposición del tabernero, dejando que el capitán rellenara las partes en blanco.

Rememorar esa noche y ponerle palabras era demasiado doloroso y humillante para ella.

A William no le fue difícil atar cabos.

Ella pudo ver cómo le cambiaba el semblante, apretaba los puños y apuraba su copa.

Las tornas parecían haber cambiado, él era el avergonzado. Sentía que las náuseas le invadan. Se sentía participe en la serie de desgracias que le habían sido impuestas a esa pobre criatura.

Después de eso guardaron silencio durante largo rato. Dejando que el barullo del lugar tomará el espacio.

-Volví por una promesa. -Dijo el capitán rompiendo el silencio. -No podía dejarla a su suerte después de mi comportamiento. Debo de asegurarme que llega a su hogar sana y salva.

-No me debe nada capitán, la vida nos colocó en esa situación, procuremos olvidarlo. Además, realmente no tengo hogar al que regresar. Si consigo llegar a Inglaterra, buscare antiguos conocidos de mi madre, quizás alguno necesite alguna dama de compañía o una niñera, parece que la vida ha sellado mi destino. Ahora con la calma y con el estómago lleno, veo las cosas un poco menos oscuras. Le agradezco su atención capitán, pero no soy su problema.

-Pero sigue estando el problema de que usted pueda embarcar -dijo el pensativo. - He pasado la tarde intentando conseguir que alguien haga la vista gorda, nadie quiere arriesgarse.Y seamos honestos. No puede pasarse los días escondida en un almacén hasta que alguien quiera llevarla. - Siguió-. Estuve pensando largamente y llegué a una conclusión un poco rocambolesca. Quizás con un poco de ayuda y persuasión podamos tramar algo para que pueda embarcar. La única manera es que viaje como mi esposa.

Iliana no sabía si debía echarse a reír. Y lo miraba sorprendida.

- ¿Piensa mentir a su general? - Pregunto

-No, no pensaba en mentir. Tan solo forzar un poco las cosas. Un capitán puede casarnos legalmente. Sois súbdita inglesa, aunque no tengáis papeles que lo demuestren debido a un robo.El matrimonio seria completamente legal. Podrá embarcar y una vez llegados a Inglaterra separamos nuestros caminos. - Concluyo

-Pero estaríamos casados-. Dijo ella. - No es rocambolesco, es una completa locura. Eso no podría deshacerse.

-Volvamos a la sinceridad, ahora que hemos compartido secretos - siguió exponiendo William. - Yo no pensaba casarme a pesar de, las presiones que mi familia ejerce sobre mi desde hace años. No conozco damas de compañía o niñeras casadas, en cambio viudas por ejemplo... Así pues, podemos decir que ninguno de los dos sufriría con un matrimonio en blanco. Yo volvería a casa tras el abandono de mi recién estrenada esposa sin querer volver a oír hablar de matrimonio, y vos podéis si lo queréis ser la viuda de un valiente capitán inglés. Los dos ganamos - Concluyo.

-Valiente y completamente loco -sonrió ella.

-Me siento responsable ahora, aunque os cueste creerlo. Dejadme ayudaros. Vos me ayudaríais a cumplir una promesa -añadió

- ¿Cuál? ¿La de proteger al desvalido, a las damiselas en desgracia? - Pregunto ella divertida.

-No…La de encontrar esposa que le hice a mi madre en su lecho de muerte.... Y la de no engendrar hijos bastardos. - dijo el dando un sorbo al vino.

Ella se quedó mirándolo, el gesto serio. Ni siquiera había pensado en esa posibilidad, en ningún momento se le pasó por la mente hasta ese momento. Sabia como se hacían los niños, pero… Ella también necesitaba un trago. El silencio se hizo pesado.

-Sé que sólo existe una posibilidad infinita. Seguramente preferís ignorarla, olvidarla incluso. olvidar todo lo acontecido anoche. El tipo de compañía que pensé anoche me habían procurado, sabe qué hacer en esos momentos de intimidad, son mujeres acostumbradas a este tipo de situaciones, pero entiendo que usted, quizás... Seguramente lo no hablaríais con un desconocido. Pero si sucediera… Por remoto que parezca, el plan sigue en pie, tenéis la coartada perfecta. Seguís siendo viuda y vuestro hijo tiene un nombre.

- ¿Un hijo?, ¡por Dios! Ni siquiera se me paso por la mente. Es completamente imposible.

Necesito tomar el aire, le ruego me disculpe. - Dijo Iliana levantándose de pronto. Salió del local como alma que lleva el diablo.

*******

Estuvo recorriendo los muelles durante un rato intentando ordenar sus ideas.

Estaba tan sola, tan perdida. Haría cualquier cosa por volver a Inglaterra, pero eso era una completa locura. Casarse con un completo desconocido. Llevar su nombre para siempre. ¿Pero qué opción tenía? Y la idea de que la noche anterior hubiera podido engendrar algo más que la vergüenza que sentía...

Trato de quitárselo de la cabeza y no adelantar acontecimientos. ¿Pero qué haría mañana?

William la encontró acariciando al gato sentada en unos escalones, frente a la goleta inglesa que partiría mañana. Tan cerca y tan lejos pensó.

-Le traje su equipaje. Siento si la he abrumado, con mi insistencia y mis ideas disparatadas. Pretendía tranquilizarla, no incomodarla más. Olvidé toda esa historia de promesas, acepté sólo para poder…

- ¡Acepto! -dijo ella poniéndose en pie e interrumpiéndole-. ¿Quién tengo el honor de desposar? Pregunto tendiéndole la mano.

-Capitán William Adams a su servicio -respondió con un apretón de mano.

- Iliana Barnes -dijo ella haciendo una reverencia sin soltar su mano.

*******

La ceremonia fue rápida, carente de todo romanticismo. El capitán de la embarcación parecía más bien molesto que los dos jóvenes tortolitos hubieran decidido molestarle en un día tan ajetreado.

William había pedido a su mejor amigo y compañero de batalla John, que ejerciera de testigo.

John y William eran inseparables desde que se conocieron en la academia militar con quince años. La vida había querido que los asignaran siempre a los mismos destinos. Velaban siempre el uno del el otro, y firmaron unos lazos de hermandad, que William hubiera deseado para su hermano de sangre Alexander.

Donde estuviera el capitán siempre estaba John cubriendo sus espaldas.

El día anterior, John había saltado del barco al ver que su amigo no se disponía a embarcar. Se mantuvo en un discreto segundo plano, como hacia siempre hasta que su ayuda fue requerida. William sospechaba que fue una ayuda económica de John, la que hizo al capitán del barco acceder a casarlos.

Era el tipo de cosas que su amigo hacía por él.

Realmente la ceremonia fue de lo más austera. No había vestido, o anillos, ni flores.

En un rincón del muelle Iliana y William se prometieron fidelidad eterna cogidos formalmente de la mano.

Cuando el capitán al final de la ceremonia dijo el consabido: puede besar a la novia.

Ambos se miraron.

William se dispuso a besarle la mano en un intento de dar realismo a la boda. Noto como ella tiraba suavemente de la suya. Se miraron a los ojos, y como si no hicieran falta palabras. Se acercaron el uno al otro, como dos enamorados que esperaban este momento febrilmente. Como quien se ama de veras, y desata la pasión de su corazón. Como dos almas que se han jurado amor eterno. Como si se conocieran de veras, se fundieron en un beso apasionado. Abrazados como si nada pudiera separarlos.

Se dieron ese segundo de ficción.

Se besaron como dos desposados felices, cubriendo la mentira. Permitiéndose cada uno de ellos, creerse por un instante que todo era real.

Está sería la única boda que tendrían jamás. Un pacto en silencio de dos amantes que no lo eran. Antes de separase de sus labios, William inspiró fuertemente, como para memorizar su perfume. Después volvió a besarla en la frente, justo donde nacía su cabello dorado.

Volvió a inspirar fuertemente. Reconocía ese olor.

Después la soltó. En ese instante, una salva de vítores retronó desde el barco amarrado en el muelle. No habían visto que todos los hombres allí embarcados se habían reunido en la proa para seguir la ceremonia. Todo eran gritos, vítores, aplausos y algunos comentarios subidos de tono.

-Más real imposible -dijo William a Iliana en el oído. Ella sonrió tímidamente.

Y los tres se dirigieron al barco.

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