John Bucham John vivió desde niño en un pequeño pueblo de pescadores en la costa norte de Inglaterra en la región de Dover. Lo criaron sus abuelos, quienes le explicaron cuando tubo edad de preguntar que sus padres habían perecido en un accidente apenas meses después de que el naciera. Vivían en una pequeña casita al borde de los blancos acantilados que hacían famosa a esa región. Nunca les faltó de nada a pesar de no ser ricos. Sus abuelos no eran muy expresivos, más bien poco habladores. Tampoco fueron muy dados a las muestras de cariño. Aun así, no recuerda una infancia triste. Siempre tubo regalo en su cumpleaños, o en navidad. Ropa nueva, e incluso pudo ir al colegio, cosa que no estaba al alcance de los hijos de pescadores normalmente. Según le explicaron sus abuelos, el párroco de la región veía gran potencial en él, y se había propuesto que la Iglesia costeará sus estudios. Le extrañaba pues no recordaba h
Al día siguiente tocaron tierra por primera vez. Las órdenes eran que sólo podían desembarcar los soldados cuyo destino fuera ese puerto, ya que no querían arriesgarse a tener que ir a recuperar soldados ebrios por las calles de esa ciudad, felices por la vuelta al hogar. Aun así, John, Iliana y el capitán consiguieron escabullirse, con la condición de estar de vuelta antes del anochecer.Por primera vez desde hacía mucho tiempo volvían a pisar una ciudad digna de ese nombre, y mucho más: una ciudad inglesa. Los tres estaban entusiasmados, con los ruidos, los olores, el ritmo…por fin en casa. Los caballeros acompañaron a Iliana a un almacén para conseguir un par de cosas que necesitaba con urgencia. Sólo tenía las monedas de plata que le dio aquel maldito tabernero, así que fue muy parca en sus gastos. Aun así, cuando se dispuso a saldar su cuenta, la dependienta le dijo que el caballero ya se había hecho cargo del pago. Señalando en dirección a William.
CAPITULO 9 Y 10 Londres era todo bullicio, hacían parada ahí unas horas antes de partir hacia la campiña.Era tan maravilloso estar de vuelta al hogar, a pesar de la incertidumbre de que le depararía el futuro Iliana se sintió feliz. Busco una oficina de correos y escribió una escueta carta a su hermana simplemente para decirle que había llegado bien y que apenas estuviera instalada le haría llegar noticias suyas, no le explico nada más, no quería angustiarla y tampoco sabía si esta misiva llegaría nunca a sus manos. Apretó la carta contra si pecho y se la dio al cartero. Aprovecharon para comprar unos presentes para la familia antes de la salida de la diligencia. William sabía que las dos primeras hijas de su hermano eran mujeres, pero ignoraba aún que le había deparado el tercero. Iliana le ayudo a escoger unas cintas de colores para las dos primeras, y le recomendó para el tercero, un hermoso cubre cuna que tanto podía ser para varón como para mujer.
Por la mañana cuando Iliana bajo al salón , todos estaban ya desayunando. Los hombres se levantaron cuando entró en la pieza, y William se apresuró a apartarle la silla.- ¿Has dormido bien querida? -dijo mientras le besaba la mejilla castamente.-Estupendamente gracias querido- dijo ella sonriendo para salir del paso. -Hace un día precioso, ¿no es cierto? - Continuó.-Pues yo espero que no hayáis dormido demasiado, los recién casados deben estar por la labor. - Dijo Alexander desde la cabeza de la mesa.-Por dios Alexander siempre debéis ser tan grosero- dijo Diana exasperada metiéndose una magdalena casi entera en la boca.-Vamos querida, tan solo quería decir que debían aprovechar el tiempo antes de que partamos para Londres. Quizás su actividad puede que nos motive también para ponernos manos a la obra. -Le dijo a su mujer guiñándole el ojo y se pasó la servilleta por los labios.-Les ruego me disculpen, -dijo ella
Londres. La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que William había estado ahí. Fue antes de embarcar hacia su primer destino. Su padre había insistido para que comieran juntos a fin de darle algunos consejos sobre el campo de batalla, que curiosamente no había pisado jamás. Paso toda la comida hablando con sus compañeros políticos, y rápidamente el joven se dio cuenta que era una treta política. Seguramente quedaba bien tener un hijo en la contienda que se avecinaba. Londres le pareció, más grande y ruidoso. Un trasiego imparable de gentes, carros y caballos que lo abrumaba. Alexander en cambio estaba en su salsa. Insistió en hacer la última parte del camino hasta el despacho del abogado a pie, e iba saludando a diestro y siniestro. Era un pequeño despacho, donde se amontonaban desordenados cientos de documentos. -Es un trámite que jamás hubiera querido hacer. -Dijo el hombrecillo. - Apreciaba mucho
La propiedad estaba realmente al abandono, las maderas parecían rendirse al tiempo y el jardín estaba descuidado. Era un lugar que requería de al menos quince hombres y mujeres de servicio, no era de extrañar su estado lamentable si tan solo se ocupaba de toda una pobre ama de llaves. Pero podía verse que había sido una propiedad suntuosa. Una autentica lastima. Llamo a la puerta principal varias veces, y al final una señora mayor abrió.-Hola buenos días, quisiera ver al señor Walden. Soy el capitán William Adams. La mujer asintió con la cabeza y le hizo pasar al recibidor.- Espere aquí por favor voy a ver si está disponible.El interior de la casa no estaba mejor, las humedades habían empezado a hacer mella las todas las paredes y el frio era sobrecogedor dentro de ella. Aquí alguien no tardaría en morir de una gripe.Al cabo de unos minutos eternos, volvió a buscarlo.-Le recibirá en la biblioteca. Sígame. En la biblioteca se agolpaban cientos de libros en estanterías altísi
Le pesaba el cuerpo como si hubiera envejecido diez años en apenas un momento. No recuerda cómo llegó a su caballo. Absorto en la vorágine de sus pensamientos. Subió en él y salió de la propiedad como alma que se lleva el diablo.Llegó al pequeño cementerio al atardecer. Ya no había visitantes a esas horas. Camino despacio hasta la tumba de su madre, y se dejó caer de rodillas. Hundió su cara en las manos y comenzó a llorar desconsoladamente como un niño. Hacía años que no le sucedía. Pero no pudo controlarlo. ¿Por qué? Se preguntaba una y otra vez. ¿Por qué? ¿Qué haría ahora con toda esa información? ¿Qué pasaría si Alexander lo supiera? ¿Y John? ¿Iliana? Era toda una farsa, no era quien creía ser…No sabía quién era. Y ese odio interior que había empezado a devorarlo, que no podría aplacar jamás pues su causante estaba a tres metros bajo tierra. La oscuridad lo estaba envolviendo. Se cernía sobre él, como una tormenta que vaticina destruirlo todo.-Es una hermosa tumba hijo- oyó tr
Habían pasado dos años desde que partió hacia su nuevo destino. Las cosas se habían calmado en la isla. Se requería su presencia de nuevo en Inglaterra, para formar a los próximos soldados que partirían hacia Jamaica. Ahora que él conocía la isla, era el mejor candidato para el puesto.Cuando le propusieron varios destinos tras su reincorporación al ejército, estaba decidido a escoger la más lejana. Jamaica fue una decisión clara, aunque alejarse quizás no fue la única razón de su destino. Quizás....El barco atraco en el puerto tras dos meses de trayecto. Todos se apresuraron para bajar a tierra. El capitán William Adams, no tenía tanta prisa.Decidió que pasaría unos días en Londres antes de volver a su casa. Alexander no estaba en la capital, así que estaría tranquilo. Para volver a acostumbrarse y hacerse a la idea de estar de vuelta. Decidió que pernoctaría en una posada, y no hacer uso de la propiedad de Londres. Cuanto más tarde supieran de su llegada mejor. Hubiera pref