Capítulo 4

Iliana estuvo estirada en la cama durante horas paralizada sin saber qué hacer.

No conocía a nadie, ni siquiera estaba en su país. No podía salir de la taberna sin saldar su deuda, y si lo pudiera hacer… ¿acaso estaría más segura en la calle? Una mujer sola. Parecía que se le cortaba la respiración a cada instante.

Oyó unos golpes en la puerta.

- ¿Quién es? -pregunto.

-Soy yo pajarillo. -Dijo una voz femenina.

La puerta se abrió, y apareció la mujer que recordaba en sus fiebres.

-Te traje un poco de pan y embutido, para recobrar fuerzas después del disgusto. Esta vida es una perra. -Dijo sentándose a su lado en la cama. Olía a sudor y alcohol - El jefe está furioso. Empieza a temer que no fuiste la única engañada en esta historia, y que no va a ver sus beneficios. Por lo menos no en monedas, si sabes a lo que me refiero. -Dijo guiñándole el ojo.

Las lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de Iliana. Tenía tanto miedo.

-Vamos pajarillo. No llores, pregúntale a cualquiera de las chicas del local, cada una de ellas tiene una historia parecida a la tuya. Algún hijo de puta que se fugó con sus sueños ¿No crees que podrías bajar con nosotras y hacer que de alguna manera el jefe recuperará su inversión? -dijo acariciándole el pelo.

Ella se levantó bruscamente, apartándole el brazo.

-Ni hablar, que se ha pensado - le grito. - Yo no soy como vosotras. El corazón parecía querer salírsele del pecho, no tenía mucha experiencia, pero podía imaginarse a que se refería esa desgraciada.

-Está bien mi lady lo que usted diga. - Contesto con sorna la mujer. - A lo mejor tiene usted un saco de monedas ocultó del que no sabía nada. Perdone. Le daré la respuesta al señor. Pero espero que sea así, porque no quieres verlo enfadado pajarillo. - Dijo haciendo una reverencia y saliendo de la habitación.

Iliana quiso echar a correr escaleras abajo, pero estaba segura de que se echarían tras de ella como una jauría. En lugar de eso se quedó hecha un ovillo en la cama, mientras veía oscurecerse el día dejando paso a una noche oscura y aterradora.

Seguía sin dormir cuando volvió a oír que golpeaban a la puerta. Acto seguido, como quien es dueño del lugar irrumpió en su habitación el tabernero. Iliana se incorporó de un salto y se puso a la defensiva contra la pared.

-Tranquila señorita - dijo medio divertido- No vengo en busca de nada que no pudiera conseguir abajo más dócilmente. Ya no tengo edad para domar gatitas ariscas. - Vengo a proponerle un trato. Los dos sabemos que ese par de tortolitos la dejaron en la estacada sin recursos, y créame que lo lamento. Pero soy un comerciante, y como tal me debo de sacar beneficio con cada transacción. Además, si la dejará irse sin más, imagine que ejemplo estaría dándole a las otras chicas que trabajan tan fielmente para mí. Sé que convencerla de que haga, lo que no está dispuesta a hacer, me costará tiempo y disgustos. La verdad prefiero la docilidad. Tengo abajo un grupo de valientes soldados ingleses. Valientes hombres que han luchado por su país. -Continuó. - Dispuestos a gastarse una fortuna para ofrecer a su capitán el dulce más prestigioso del local. Tal y como yo lo veo, usted es lo más bonito y refinado que tenemos aquí está noche. El caballero está tan ebrio, que apenas se tiene en pie. No le será difícil complacerle.

-Quizás hasta se duerma solo con algunos arrumacos. Aun en su estado, sigue siendo un caballero, y muy apuesto. Le aseguro que cualquiera de las chicas mataría por un trabajillo así. A cambio, olvido su deuda, e incluso le daré algunas monedas para que mañana, al partir, pueda quizás embarcar rumbo a casa. ¿Qué me dice? -concluyo.

Iliana no dijo palabra, simplemente lo miro intentando asimilar la propuesta.

-Eso pensaba yo - dijo el hombre tomando su silencio como una afirmación - Le dejo esto por si necesita animarse. - añadió colocando una botella de vino y dos vasos sobre el tocador.

- Ah! - dijo ya en la puerta. - ¡No quiero quejas!!Eres lo mejor! Y ya te han dicho que es mejor no verme enfadado.

*******

Hacía ya dos años que había muerto su madre.

El capitán había sabido por carta, que su cuñada había dado a luz a otra niña, cosa que no debía ser del agrado de su hermano y su padre, que verían peligrar su saga, por lo menos la legitima… Aunque no tardaron mucho en volver a intentarlo. Supo después, que otro vástago de su hermano estaba en camino. Realmente Alexander se parecía mucho a su padre. Había convencido a su pobre esposa de quedarse en la campiña, mientras el proseguía con sus asuntos en la capital. Convenientemente ella caía en cinta tras cada visita de su marido.

Eso al menos, le daba margen de tiempo a él también, para no volver de inmediato a hacerse cargo de la propiedad. Pensó egoístamente.

Hacía tiempo que Francia e Inglaterra intentaban enterrar el hacha de guerra. Los tiempos eran revueltos, porque siempre había alguna reminiscencia rebelde, que intentaba aquí o allá encender la mecha de antiguos conflictos. La presencia de sus hombres como batallón, ya no era requerida y así les informó una misiva. Debían volver a Inglaterra, volver a casa. Para ello se le ponía a disposición una pequeña flotilla de barcos, para cruzar el canal.

Los hombres del capitán Adams estaban eufóricos, deseosos de volver a ver a sus familias y a trabajar sus tierras. William no estaba tan deseoso por volver.

Llegaron al puerto al alba. Allí les informaron de que los barcos zarparían a la mañana siguiente. Deberían pernoctar allí, en los muelles, ya que era un puerto pequeño y no había mucho lugar. Nadie pareció quejarse. Que era una noche más después de meses de campaña. Además, seguramente habría alguna taberna esperándolos.

-Capitán Williams Adams. -Oyó tras de sí.

Al darse la vuelta, vio a un joven cadete tenderle un sobre.

-Buenos días capitán, tenía orden de llevarle está carta urgente. Pero me dijeron que estaría usted en camino, y posiblemente nos cruzaríamos. Así que llevó dos días aquí esperando señor.

William cogió la carta agradeciendo la molestia. El joven le saludó rigurosamente. Abrió la carta y la leyó en silencio. Sin que su rostro desvelará nada de la naturaleza de su contenido.

- ¿Necesita que lleve la respuesta señor? - pregunto formalmente el joven.

-No hará falta, gracias. La llevaré personalmente. Puede retirarse. - Contesto.

Su padre había muerto.

La carta era de Alexander, fechada hacia dos semanas. Escuetamente le informaba del fallecimiento de su padre de un ataque al corazón fulminante, y le apremiaba a regresar lo antes posible para ayudarle con las disposiciones.

Era irónico pensó, que muriera del corazón, alguien que jamás demostró poseer uno. Por lo demás no sintió, nada, absolutamente nada.

Pensó que no diría nada a nadie, no serviría para nada, haría que sus hombres lo miraran con compasión. Ahora se reuniría con ellos para brindar por la vuelta a casa. Varios de ellos ya le estaban apremiando a voces desde la puerta de lo que parecía una taberna.

Entró flamante, en su impoluto uniforme, todos sus hombres levantaron sus copas y bebieron. Una y otra y otra más… la noche prometía ser larga. El capitán no se resistió mucho. Levantó su copa, y pensó: a su salud viejo hijo de puta, así arda en el infierno. Y vacío el vaso.

******

La propuesta del tabernero resonaba en la mente de Iliana, pero le resultaba imposible asimilarla y aún menos aceptarla. Saldré de aquí como sea. Correré escaleras abajo, chillare, peleare si hace falta. O moriré en el intento pensó. Alguna autoridad deberá tomar mi partido. Si consigo llegar a la calle. Intentaba planear. Se pondría el otro vestido, que era más ligero, y a la más mínima ocasión saldría corriendo.

Estaba cambiándose, cuando oyó voces en el corredor. Se sentó en la cama en su camisón presa del pánico. No tenía tiempo. Oyó golpear a la puerta y sus manos se agarraron a las sábanas. Su corazón iba a estallar y le faltaba el aire. Da igual pensó, saldré así, no importa. Tendrán que matarme si pretenden que… sus pensamientos se vieron interrumpidos por alguien que entró a sopetón en la habitación.

Debía echar a correr. En cambio, no hizo nada. Se quedó quieta, en silencio. Miraba el fuego tetanizada. Lo oyó dirigirse a ella, pero sólo le parecía oír su sangre latiendo en sus sienes.

No contesto.

Un momento después, lo vio tenderle una copa. Ajena a su voluntad la cogió, y la vacío de un trago. Algo desconocido, había tomado el control sobre ella. Un instinto de supervivencia que le decía: Mañana serás libre.

Cuando se sentó a su lado, no hizo nada. Cuando le tocó la cara, tampoco hizo nada.

Cuando le pidió que lo desvistiera…lo hizo.

¡No quiero quejas!, repetía la voz del tabernero en su mente.

Cuando la tumbó a su lado, no hizo nada.

Lloro, y cuando despertó su deseo horas después… No hizo nada.

Mañana seré libre pensó.

Lo abrazo fuertemente cuando la tomaba. Sintió su cuerpo romperse, y el vacío abrirse bajo ellos. Le miro a los ojos, y lo vio igual de asustado que ella.

******

Era libre, libre de salir de ahí, libre de volver a Inglaterra. Libre, con la libertad de quien no tiene donde ir. Su libertad tenía nombre: soledad.

Salió de la habitación en silencio, y al cerrar la puerta una ola de congoja la sumergió. Echo a llorar sin control, como si su cuerpo no le perteneciera. Intentaba taparse la boca para que su llanto no se oyera, pero era incontrolable.

Bajo tambaleándose la escalera. Entró en la taberna y sin mediar palabra se acercó a la barra. Allí estaba aquel hombre horrible que había puesto precio a su desgracia. El estiró la mano, y dejó caer sobre la barra cinco monedas de plata.

- Un placer hacer negocios con vos Madeimoselle. Si cambiáis de idea, y queréis prosperar siempre habrá un lugar para vos. -Dijo guiñándole un ojo.

Iliana no dijo nada. Cogió las monedas y salió de allí. A través de la puerta pudo oír una voz que decía:

- Vuela pajarito…

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