El Capitán Adams.
William Adams, provenía de una familia de antiguo linaje. Sus padres Anabel y Alexander Adams formaron uno de los matrimonios por conveniencia más fructífero de toda Inglaterra.
La familia de su madre estaba emparentada con la nobleza, y su padre era uno de los lores con más futuro de Londres. Huérfano, heredero de la riqueza de una tía soltera que se hizo cargo de su educación y su ascensión social. Los dos eran jóvenes, ricos y guapos.
El matrimonio sin embargo nunca fue feliz.
Al poco tiempo quedó claro que cada uno de ellos tenía diferentes prioridades y pasiones.
La señora Adams, prefería la compañía de sus damas de la corte que le traían todo tipo de chismes de la capital en esos tiempos de vorágine política. Y adoraba su propiedad en la campiña.
Su esposo en cambio rápidamente instaló sus cuarteles en la capital, donde no sólo la política ocupaba su tiempo. Mujeriego empedernido, se le atribuían incontables amantes y un número indeterminado de hijos bastardos.
Aun así, durante contadas ocasiones que el matrimonio había coincidido, engendraron dos hijos, fieles a los que se esperaba de ellos y su posición para asegurar su linaje. Algo que en las cocinas se comentaba entre chismes, ya que apenas los habían visto dirigirse la palabra.
También se comentaba que el señor, había aprovechado el tiempo, plantando alguna que otra simiente en doncellas de los alrededores durante sus visitas. Chismes. Pero cada cierto tiempo alguna joven se presentaba en la cocina con un pequeño en los brazos, reclamando ayuda económica o algún tipo restitución moral para su familia.
Los Adams, primero dieron la bienvenida a un varón.
Alexander de nombre, como su progenitor, paso a ser el primogénito legítimo, heredero de todas las esperanzas de su padre.
Dos años después los padres de Anabel fallecieron de la gripe que asolo el país dejando a la pequeña Octavia huérfana. La pequeña había nacido completamente por sorpresa llenando de dicha a sus padres, quienes habían visto a su primogénita alejarse de ellos tras su matrimonio, por desgracia no podrían disfrutar mucho tiempo de esta felicidad.
Anabel se apresuró a adoptar a la pequeña, y su esposo accedió sin contemplaciones seguro de que así toda la fortuna de su esposa seria íntegramente suya.
Jamás le presto ninguna atención a Octavia ni la considero con afecto alguno le parecía un ser débil y de humor errático.
Y por último nació William dieciséis años después. Completamente por sorpresa como ocurrió con su madre. Tras una larga estancia de su padre en la casa debido a un accidente de caza.
William, se convertiría en un muchacho inquieto y curioso, mucho más afín con su madre, que con esa figura paterna que le intimidaba.
Alexander, como previsto heredaron la labia y el carisma de su padre. Apenas hubo acabado su formación, lo acompaño a la capital, para seguir sus pasos en la política, y se decía que en todos sus gustos.
Rápidamente su padre le encontró a su primogénito una esposa a su altura.
Se casó con Diana Dormont la rica heredera de un marchante de las Américas cuya fortuna cubría con creces la falta de buenos apellidos y que, en algunos corrillos se decía traficaba con esclavos. Tal era su fortuna, que no parecía importar demasiado la moral de su historia.
Fuera como fuera, al casarse con Alexander, ella ganaba en alcurnia y letras de nobleza, a la vez que la familia ganaba una fortuna importante. Un negocio perfecto se había jactado el patriarca alguna vez, acompañado de demasiado whisky.
Octavia, despunto maneras a muy temprana edad. Lo que creían eran rabietas infantiles, rápidamente fueron cambios de humor achacados a su condición femenina. Durante su adolescencia empeoró tanto que le diagnosticaron demencia. Los médicos más tradicionales empezaron a tratarla con leche de amapola, y baños de agua helada.
Nada parecía calmar el mal que la aquejaba, y sus crisis eran cada vez más violentas y su mente más errática.
Cada año su madre la llevaba a la costa unos días, a un sanatorio de medicinas modernas donde la sometían a todo tipo de nuevos tratamientos.
Regresaba tranquila y silenciosa, hasta la próxima crisis, que podía surgir meses después. Mientras, vagaba por los salones de la propiedad.
La única persona con quien estaba tranquila y sonreía, era con el pequeño William. Desde que nació estaba obsesionada con él. Siempre se quedaba dormida a los pies de su cuna.
Lo cogía en brazos meciéndolo durante horas canturreando. Lo seguía donde fuera que le llevarán sus pequeños pies.
Su madre dejó que esta pasión se fraguarse, segura que, a pesar de su locura, Octavia jamás dañaría al pequeño.
Así pues, William se crio con las figuras femeninas del hogar. Demasiado, sentenciaba su padre en las contadas ocasiones que estaba en el hogar.
-Lo van a echar a perder. - Decía furioso. -Con sus flores y su música. Su delicadeza y su demencia. No es lugar para un chico.
Adams ya tenía en Alexander, a su digno sucesor. Aun así, no iba a dejar que uno de sus hijos legítimos se malograra de semejante manera. Así que decidió que, a los catorce años, William ya estaba preparado para hacer carrera en el ejército.
De nada sirvió la súplica de su madre, alegando que era demasiado joven. O que las rivalidades con Francia aún candentes le llevarían a morir en el frente.
Para su padre William ya era un hombre. O por lo menos el ejército lo convertiría en uno.
Así fue como empezó su carrera de joven cadete en la mejor academia. Y como su madre usando todos sus contactos, y fondos reservados intentó desde la distancia, mantenerlo alejado de los conflictos.
Aun así, William se descubrió disciplinado, buen estratega y muy apto para el mando. Rápidamente subió por los escalafones de la armada, y acabó con apenas veinticinco años siendo capitán de su propio regimiento. Inevitablemente fue enviado a Francia, enemigo jurado de Inglaterra durante años.
Todo el tiempo que estuvo fuera, Octavia lo espero sentada en una butaca la mirada perdida a través de la ventana. Las crisis remitieron, pero el silencio tomó su lugar.
A finales de un invierno que había sido particularmente rudo, el capitán William recibió un despacho que, le apremiaba para que regresara a su casa. Su madre y su hermana Octavia habían contraído unas fiebres y estaban gravemente enfermas.
El viaje duro tres días que le parecieron eternos. Cuando llegó todos estaban ahí. Su padre con semblante serio. Algo mayor de lo que le recordaba, y bastante desmejorado. Su hermano y su esposa, así como una pequeña criatura regordeta y sonrosada, que le presentaron como su sobrina Grace. Y todo el personal con cara compungida.
Apenas se dirigieron palabra, William salió corriendo escaleras arriba hasta la alcoba de su madre.
Varios médicos se agolpaban alrededor de ella, que yacía pálida hundida en los almohadones de su lecho. La habitación a oscuras impregnada con olor a alcohol, incienso, y a muerte, pensó él. Estaba tan pálida y parecía tan menuda.
Sonrió cuando lo vio entrar.
-Mi valiente soldado -dijo en un hilo de voz alargando sus brazos. – acércate que te vea. Como te he echado de menos. Que apuesto estas. Me alegro tanto de que estés aquí. Déjenos a solas les ruego caballeros, debo hablar con mi hijo. - Ordenó dejando claro quien seguía teniendo la voz cantante a pesar de la enfermedad.
Los médicos salieron de la habitación, uno a uno tocando el hombro del capitán como para darle ánimos.
-Mi querida madre - dijo sentándose junto a ella en la cama. -Estas no son maneras de obligar a un capitán a dejar su puesto para monopolizarlo. ¿Qué pasaría si los franceses aprovechan para invadir Inglaterra? - añadió sonriendo y besándole las manos.
-Mi hermoso hijo - dijo ella - no podía partir sin verte. Incluso el reverendo quiso darme la extremaunción está mañana, y le dije que no hasta que llegarás. Dios bien puede espérame un día más.
-Nadie va a morir hoy madre, no diga tonterías - dijo el mientras le acariciaba la cara. - Ya estoy aquí y ahora debe recuperarse. Iré a ver Octavia y la obligare a ponerse en pie y bailar conmigo.
-Querido me temo que hay cosas que no puedes capitanear. Siento que ha llegado mi hora y ni tu ni yo podemos cambiar eso, está en manos del señor. Pero me alegra tanto que llegaras a tiempo- Dijo. - tenía algo importante que pedirte. Necesito que me prometas, que, si Octavia no me acompaña en este viaje, tú te ocuparas de su bien estar. Prométemelo. – Dijo. - No puedo descansar en paz sino me das tu palabra, y ya no me quedan fuerzas hijo mío.
-Claro madre no os preocupéis no dejaría que nada malo le pasará. Ni yo ni nadie en esta casa -Contesto el
-Octavia ha sufrido mucho ¿sabes?, -continuó su madre. -Más de lo que crees. Tiene un mundo interior oscuro, cargado de secretos dolorosos, que no puede compartir, la atormentan y le nublan la razón. - Siguió ella. – Ahora yo ya no podre consolarla. Hace años que deje unos fondos a su nombre, algo de lo que tu padre no sabe nada. Tú eres el encargado de su uso. Mi pobre criatura, la rompieron hace mucho. Si sólo hubiera sabido… - añadió misteriosa- Pero ya es demasiado tarde. Tan tarde, y yo no tengo fuerzas. Prométeme que la protegerás pase lo que pase. Yo Le pido al señor que se la lleve conmigo. Y espero que me perdone por ello. Pero no quisiera dejarla en este valle de lágrimas tan injusto con ella.
-Madre, la fiebre habla por vos y no entiendo nada. Pero si os ayuda a dormir tranquila y recuperaos, os prometo por mi honor que protegeré a Octavia con mi vida. Velare para que nada le haga daño jamás, y nada le falte. - La beso en la frente. - Ahora intentad dormir. Ya estoy aquí, todo va a ir bien.
-Una cosa más. - Le pidió cogiéndole del brazo antes de que pudiera levantarse. - Júrame que encontraras una esposa.
-Madre -dijo el en tono más serio. - Sabéis que el ejército no es compatible con una vida familiar. ¿Qué tipo de vida puedo ofrecerle a mi mujer? Si siempre estaría en campaña, y cualquier día podría llegarle la notificación de mi muerte. Dejaría viuda y huérfanos. Creo que ese barco zarpó ya para mí. Pero tenéis A Alexander, su esposa, y una hermosa nieta a la que acabó de conocer. -Sonrió tiernamente a su madre.
Ella suspiro.
-Al menos dame tu palabra de que no engendraras hijos bastardos.
William río.
- ¡Madre ¡-exclamó.
-Por favor. Sé que creéis que no sé nada de lo que pasa a mí alrededor. Que he sido una criatura fútil, que ignoraba la realidad de la vida. Pero sé muy bien las debilidades de tu padre y las de tu hermano también. Dios proteja a esa pobre que se casó con él. He visto demasiadas vidas rotas por el egoísmo y soberbia de tu padre. No podría soportar que un solo hijo más, con nuestra sangre, estuviera condenado. Promételo por mí. Dame tu palabra en mi lecho de muerte William.
-Está bien madre, lo prometo - dijo en un tono serio, acto seguido se levantó y la beso en la frente. - Pero ahora a descansar, está fiebre os altera la razón, tratad de recuperar fuerzas.
-Mi hermoso hijo… - pudo oírla susurrar a su espalda antes de salir de la habitación.
Subió las escaleras pensando en todas las cosas incoherentes que había oído decir a su madre.
Entró en la habitación de Octavia y para su sorpresa, la encontró luminosa. Su cama estaba en el centro de la habitación, a los pies de un gran ventanal, poblado de flores que entraban desde el jardín. Olía a incienso, pero no a muerte pensó. Hacía mucho frío, la ventana estaba abierta, como si alguien hubiera querido realmente que el señor se la llevara. Cerró la ventana, y el ruido despertó Octavia. Sonrió al verlo. Estaba hermosa, el cabello oscuro, cayéndose por los lados del cuerpo. Parecía un cuadro de Ofelia.
El aire frío había sonrosado sus mejillas, profiriéndole mejor color que a su madre. Aun así, cuando le tocó el rostro pudo notar que ardía en fiebre.
-Hola preciosa -le dijo- ¿me has echado de menos?
Octavia sonrió, le dio un abrazo enorme y acto seguido le dio la espalda y se estiró a dormir. Como si fuera de lo más normal que él hubiera vuelto a casa. Y todo estuviera en su lugar.
El, se quedó un rato acariciando su hermosa melena, hasta que su respiración le indicó que se había dormido. Miro a su alrededor y pudo ver todas las paredes llenas de dibujos. Unos grandes, unos más pequeños, pero todos con el mismo motivo, un niño jugando junto al mar. Realmente debía haberlo echado mucho de menos pensó. Salió en silencio de la habitación.
Cuando bajo al salón ya todos se habían retirado.
Supo por el servicio que Alexander y su padre habían salido a recorrer la propiedad para ponerse al día. Su nuera y su sobrina estaban descansando.
El aprovechó para bajar a la cocina, y ver si seguía teniendo los favores de Mildred la cocinera que siempre lo había mimado a él y a su estómago. La encontró ajetreada preparando la cena, junto con una joven y un chiquillo de unos doce años. Los tres se quedaron callados cuando lo vieron aparecer.
-Señor William- alcanzó a decir la cocinera. - Serviremos la cena en un par de horas. Su padre nos ha dicho que cenarán juntos en el salón principal.
-Gracias Mildred, pero yo solo venía a ver si podía sonsacarte algún pedazo de torta, o de queso. No he comido nada desde anoche, y me comería un caballo. No creo que aguante hasta la noche –dijo guiñándole un ojo. - Que dices ¿tengo favores aquí aún?
La cocinera relajó los rostros y dijo sonriendo:
-Claro que si señorito William todo lo que quiera. Creo que, por aquí, me queda algún trozo de pastel de carne. ¿Con un vaso de zumo de manzana le irá bien? -Preguntó
-Creo que pegaría más con un buen vaso de vino, ¿no te parece? Además, ya tengo edad - dijo empezando a reírse.
-Claro, claro señor Williams, que tonta soy, la costumbre de verlo como un muchacho - dijo Mildred sonrojándose. - ¿Se lo llevó arriba? -Pregunto.
-Si no te importa, me lo comeré aquí con vosotros, mientras me pones al día de todo. Para empezar. ¿Quién es este apuesto muchacho que os está ayudando? - Pregunto
William pasó una hora con la cocinera, su hija Sarah, a la que no había reconocido porque era una niña cuando se fue y su nieto Kilian que ahora vivían con ella. Por discreción no pregunto dónde estaba el padre del muchacho, si no lo habían nombrado debía ser por alguna razón y no quiso incomodar a nadie.
Le pusieron al día de todo lo acontecido por la región. De cómo iba la propiedad. De cómo su madre y Octavia estaban solas tras su partida. Quizás si su padre y su hermano se hubieran quedado con él en la cocina, ahora sabrían mucho más que lo que les debía haber ofrecido un capataz complaciente.
Tras haber descansado un rato, William se aseo para bajar a cenar.
Su hermano se había arreglado como si fuera a un debate parlamentario. Perfumado en exceso como una alcahueta en día feriado. Estaba apoyado en la chimenea fumando un cigarro.
- ¿Una copa de brandy Willy? - Le pregunto sin apenas mirarlo. Llamarle Willy siempre había sido su manera de humillado.
-No gracias - respondió el.
- ¡Un soldado que no bebé! -Oyó desde una esquina. - Perderemos todas las batallas.
No se había fijado que su padre estaba en una esquina del salón. Observándole.
-No sé cómo será en el Senado padre, pero en la batalla, beber no es sinónimo de victoria -ironizó el capitán.
-Vaya, la ironía boyante por lo que veo. Mejor pasemos a cenar. A lo mejor con la boca llena el capitán deja de decir tonterías - apuntó su padre.
Cosa que Alexandre celebró riendo jocosamente.
Nunca fue el ojito derecho de su padre y siempre sintió cierta animosidad hacia él, pero ahora que ya era un hombre su padre no parecía querer tan siquiera disimular cierto aprecio por él.
La cena transcurrió en silencio, salvo por algunas incursiones de carácter político, que los dos senadores compartieron entre ellos. Dejando claro que ni el militar, ni la esposa adinerada podían entender de lo que hablaban.
Como odiaba estar ahí con ellos pensó, sin la presencia de su madre, que era capaz de iluminar el mismísimo infierno y endulzar cualquier situación.
Apenas sirvieron los postres, su cuñada pidió retirarse. Los tres hombres se levantaron para despedirla con una reverencia. Al rato William aprovecho la excusa del cansancio para retirarse también. Los dos políticos, mascullaron alguna sorna sobre la hora de retiró de las mujeres y rieron. Pero estaba realmente muy cansado para prestarles atención.
Lo cierto es que hacía tanto tiempo que no dormía en una cama en condiciones, que en cuanto se tumbó, cayó presa de un sueño profundo. Tan profundo, que lo despertó Mildred, zarandeándolo bien entrada la mañana.
-Señorito William - le dijo la cocinera, - le están esperando todos abajo. - Lo siento muchísimo -musito con voz quebrada y se retiró apresurada.
Se vistió rápidamente y bajo al comedor.
-Ya era hora. -Exclamó su hermano. -Padre ha salido a preparar la ceremonia con el párroco. -Le he pedido a Mildred y a la ama de llaves que preparen la ropa de madre. Mi esposa es muy sensible, y esto la ha indispuesto. Tú quizás podrías recibir a los que vayan viniendo. - Concluyo.
William le miraba interrogante aun atontado por el sueño
- ¿Quiénes van a venir?, ¿De que estas hablando Alexander?
-Diablos Willy. Hablo del sepelio de nuestra madre. ¿A qué te crees que has venido? ¿A pasar el rato?
- ¿De qué hablas?, ¿qué sepelio? ¿Ya estás enterrando a nuestra madre y nuestra hermana? --Grito aturdido
-A Octavia no Willy. Pero nuestra madre nos ha dejado durante la noche. - Contesto su hermano también alzando la voz. - ¿Nadie te lo ha dicho? Pensé que alguno de los sirvientes te había informado.
- ¿Qué diablos dices Alexander? -grito William
El capitán salió corriendo y entró en la habitación de su madre de un portazo. Habían abierto los Postigos. Todo parecía menos lúgubre, y el aire de la mañana inundaba la estancia.
Allí estaba ella, inmóvil con los brazos sobre el pecho. Con su vestido favorito y su colgante en las manos. Las mujeres que allí se encontraban se apartaron para dejarle paso. Cayó de rodillas junto a su cama, y comenzó a sollozar, como no hacía desde niño.
Ella lo sabía. Se lo dijo y él no la creyó. Se había ido. Ni tan siquiera había subido la noche anterior para darle las buenas noches seguro de que la despertaría. Si hubiera creído en su premonición, se habría quedado con ella toda la noche, le habría cogido la mano, besado...había dejado este mundo, como había vivido, discreta, digna...
La casa fue un ir y venir continuó de gente. Vinieron de todos lugares para presentar sus condolencias. La ceremonia fue tan multitudinaria que se saturo la pequeña capilla de la localidad. La enterraron en el pequeño cementerio colindante, a pesar de la oposición del señor Adams, que hubiera querido un gran mausoleo rimbombante, algo que William sabía su madre hubiera odiado. Y así lo había dejado dispuesto.
Los siguientes días fueron lúgubres, poblados de silenciosas comidas, apenas interrumpidas por alguno de los balbuceos que emitía Grace. Pero hasta ella parecía consciente de la pesadez que reinaba en esa casa. Era tan discreta como su madre, a la que apenas oyó decir tres frases en lo que llevaba ahí. Se preguntaba si esa chica, siempre debió ser así, o el matrimonio había sentenciado su juventud salvaje de las Américas.
Supuso que jamás conocería la historia, al menos no de sus labios.
Octavia, contra todo pronóstico, y a pesar de las súplicas de su madre, se recuperó.
Era como si la llegada de William hubiera sido el bálsamo a todos sus males. Dormía durante largas horas, pero recuperó el apetito y la sonrisa melancólica que la caracterizaba.
Las visitas del capitán cada tarde eran como una cucharada de la mejor medicina. El, se quedaba con ella durante un par de horas. Hablándole, explicándole cosas que había visto y vivido. No estaba muy seguro de que las entendiera.
Tampoco estaba seguro de que hubiera asimilado el fallecimiento de su madre, aunque cuando se lo comunicó, ella se limitó a sacar de su pecho el colgante que siempre había llevado su madre al cuello y besarlo. Como había llegado ese colgante ahí era algo que el ignoraba, como ignoraba tantas cosas del mundo de Octavia. Pero si eso la reconfortaba... Se limitó a asentir con la cabeza. Octavia le tendió el colgante, él también lo beso, y se fundieron en un abrazo. Quizás se viviera mejor en un mundo sin palabras.
El capitán debía reincorporarse a su puesto lo antes posible, habían pasado varias semanas desde su partida y las noticias le llegaban en cuentagotas. Su padre había dispuesto una reunión, para decidir el futuro de la familia. Cuando entró el en salón los dos hombres ya estaban ahí.
-Creo que deberíamos cerrar esta costosa propiedad. -Empezó diciendo el patriarca. -Vuestra madre era la única que le tenía apego, podemos cerrar la casa principal y arrendar las tierras a nuestro capataz para que las trabaje. - Sugirió.
Alexander no dijo nada mirando fijamente su copa de Oporto.
- ¿Y qué pensáis hacer, con todas las personas que viven aquí? ¿Y Octavia? ¿La llevareis con vos a Londres? - Pregunto William en un tono inquisidor.
-Las personas que han estado aquí durante todos estos años, recibirán una paga generosa por sus servicios y una carta de recomendación. - Dijo el Señor Adams sin tan siquiera mirarle.
- ¿Cómo lo cuantificaría, señor?, ¿por rango de parentesco con su señoría? ¿O por lazos de sangre? - Pregunto William desafiante.
-Por el amor que te profesaba tu madre, y tu dolor, haré ver que no he oído eso, pero será la única vez. - Le contesto, está vez mirándole fijamente - La próxima responderás ante mis puños - contesto entre dientes. Su cara estaba de color púrpura.
Jamás había visto a su padre tan furioso, pero curiosamente en ese momento se dio cuenta que ya no le tenía el temor de su infancia.
Le pareció un pobre viejo patético, que había perdido todo su poder. Por lo menos sobre él.
-En cuanto a Octavia. Esa m*****a loca podría haber muerto en lugar de vuestra madre. Por mí como si el capataz se la queda para montarla. Jamás vi un ser tan inútil. Debería haber muerto hace años con sus padres. Está m*****a. La enterraría viva junto a vuestra madre si por mi fuera. - Dijo acabándose la copa y mostrando la vileza de su ser.
Sabía perfectamente que era lo único que sacaría a William de sus casillas, E igualaría la partida. No falló.
Desde el otro lado del salón William se abalanzó sobre él cogiéndolo por el cuello, y empotrándolo contra la chimenea.
-Maldito hijo de puta - grito. - Te mataré.
-Willy -grito Alexander interponiéndose hasta separarlos.
Su padre reía satisfecho.
- Disculpa - dijo- Quizás querías montarla tú. Vuestra relación siempre fue enfermiza. Si ese es el caso hijo, te la regalo. Llévatela para que te caliente el catre en campaña.
La mano de William salió disparada a la mandíbula de su padre, que cayó como un saco de patatas al suelo. Alexander no pudo hacer nada para evitarlo. Acto seguido salió de la casa y se dirigió hacia las cuadras, de donde salió a lomos de un caballo galopando hasta perderse por el campo.
Ni siquiera recuerda como volvió a casa. Lo último que recuerda era haber entrado en la taberna del pueblo, diciendo que beberían a la memoria de su madre cosa que provoco un estallido de júbilo entre los parroquianos del lugar.
Las sienes le latían como si se le fueran a salir. Todavía llevaba la misma ropa de la noche anterior. Y le dolía mucho la mano.
-Padre salió está mañana para Londres. - Le informó Alexander cuando bajo a desayunar-. Ha dicho que tomemos las disposiciones que creamos necesarias. No volverá jamás aquí. He estado hablando con mi esposa, y en vista de que estamos de nuevo esperando un hijo, pensamos que sería bueno para ella y Grace un poco de aire fresco y tranquilidad. Podrían pasar aquí un tiempo y yo vendría de vez en cuando.
-Que conveniente - ironizó William.
-No empieces otra vez Willy. - Corto su hermano. - Conmigo no. Intento adecuar una solución para todos. Por lo menos hasta que os calméis. Tú te fuiste. Jamás te has preocupado de lo que aquí pasaba.
- ¿Que me fui dices? -contestos furioso - No me fui, padre me metió en una academia militar. Yo solo era un niño, y ninguno de vosotros hizo nada por evitarlo. - Su voz parecía entrecortarse.
- ¿Que podía hacer yo, contra una decisión de padre?, madre lo intento, todo fue en vano.
-Claro, su hijo predilecto que partió a descubrir el mundo con él, ¿qué podías hacer?, ¿intentarlo quizás? -le espetó
-Basta. - contesto Alexander. - No vamos a cambiar nada así, aún menos solucionar las cosas. El trato de proponer al capataz cultivar las tierras a cambio de un beneficio seguiría en pie. Mi familia puede quedarse aquí un tiempo, prudente, siempre y que tú te encargues de organizar quien se haga cargo de Octavia, y de cualquier necesidad que ella pueda tener. No le impondré eso a mi esposa. Y cuando las cosas estén más calmadas y hayas reflexionado, quizás podamos buscar algo más definitivo. Podrías dejar el ejército, quizás contraer matrimonio…
-Jajajajajajajajajajaaja. -El capitán empezó a reír ruidosamente mientras se acercó al bar y se sirvió una gran copa de brandi olvidando la resaca que lo asediaba. El vacío de un trago.
-Está bien- dijo mirando a su hermano. - Me haré cargo de organizar el cuidado de Octavia para que tu mujer no tenga molestias. Pero me marcho mañana mismo.
Paso la tarde hablando con Mildred en la cocina. Ella conocía muy bien a Octavia. Como quien dice la había criado. Le prometió una cantidad sustanciosa a cambio de que ella y su hija se hicieran cargo de los más mínimos detalles en lo referente a su hermana. Incluso le propuso trabajo al joven Kilian. Él debía pasar cada día unas horas con Octavia haciéndole compañía, a cambio de un salario y un dormitorio en la casa principal al lado de su hermana, para vigilarla. Ante cualquier problema debían enviar de inmediato un mensajero a buscarlo, a él, sólo a él.
Sabía que su madre había dejado una cantidad de dinero en fideicomiso para esto en Londres, pero de momento tenía bastantes fondos para costearlo. Su paga de capitán estaba casi intacta. Sin familia, sus gastos eran mínimos. Si más adelante lo necesitaba, se pondría en contacto con el albacea de su madre.
Al día siguiente, como prometido partió sin más dilación.
-Recuerda que esto es sólo provisional -le dijo su hermano antes de partir. - En algún momento deberás afrontar tus responsabilidades.
William se limitó a darle un abrazo y montó en su caballo.
Al alejarse pudo ver a Octavia mirándole por su ventana. No había querido despedirse, temeroso de desencadenar una de sus crisis, o simplemente de ser incapaz de marcharse.
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